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Revista de Folklore número

107



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Notas tradicionales sobre el cultivo de la Vid en la Sierra de Francia (Salamanca)

CALVO GARCIA, Gabriel

Publicado en el año 1989 en la Revista de Folklore número 107 - sumario >



INTRODUCCION

El antiguo cultivo de lino, la ganadería, la apicultura y el cultivo de la vid, fueron en tiempos ya lejanos los cuatro grandes soportes económicos de la comarca salmantina de la Sierra de Francia, situada al sur de la provincia. Y si bien durante siglos tuvieron grandes repercusiones sociales y económicas, tan sólo la apicultura es, en parte y de una forma considerablemente menguada, la única que mantiene viva la productividad. El lino, desaparecido ya desde comienzos de siglo, se da por extinguido (1). La ganadería se mantiene, pero, lógicamente, con explotaciones muy pequeñas, debido a una mecanización del campo, con lo cual los animales de labranza han sido en gran cantidad desplazados. Y, por último, el cultivo de la vid y su elaboración, que está no menos en trance de desaparecer, si se compara con la productividad que en las pasadas épocas tuvo. Lo cual conlleva a que la sabiduría adquirida de una forma indeleble de generación en generación, transmitida de padres a hijos a través de la tradición oral propia de cada cultura, roce el punto final de su existencia.

Para decir verdad, pocos son los pueblos que mantienen de forma regular el apego de labranza de viduños, en la mayoría de ellos las nuevas técnicas de cultivos con desarrollos y mecanización han desplazado y ocupado las tierras antes ocupadas por los viñedos, lo que dice mucho de la menguada cantidad de este producto en la comarca. Otras tierras, en la mayoría de los casos, están pero aún abandonadas y deterioradas, a las cuales de una forma despectiva se las llama «perdidas». Sería sencillo llegar a las causas que han motivado y propiciado tal situación, siendo la primera de ellas el poco interés que el citado producto suscita desde ya años atrás; lo que, en parte, dio origen a la devastadora emigración que dejó muy menguada la población de los pueblos de la comarca. Aquellos que en ella quedaron en la mayoría de las ocasiones fracasaron en el intento de hacer un cooperativismo que diera una alternativa solvente al problema, lo que, a decir verdad, pocas veces funcionó. Al mismo tiempo, tal fracaso fue el causante de coaccionar a las tradicionales bodegas, que, ignoradas, pasaron a un segundo plano. Ellas eran sinceramente las únicas que podían sostener la tradición de una forma casual y a la vez conservarla.

Hoy éstas tan sólo sirven para que los pocos artesanos y vitivinicultores preparen el bocanal para algunas determinadas noches de «corrobla», que en gran parte recuerdan aquellas que los antiguos serranos celebraban con amigos y familiares. Una revista costumbrista salmantina del año 1928 nos describe una de ellas (2).

«Cada grupo se componía de seis o siete, dándoles nombre al comensal más caracterizado. Los menús eran guisados y consumidos en casa de cada uno de los comensales por turno riguroso. Con esto, a más de la economía y libertad, estaban libres del cambiazo y de la sisa. Además de la reunión dominical ordinaria, la vuelta de una cuba de vino, la discusión sobre los mejores mostos o la propuesta de adquirir una caja de mantecados, les reúne en la bodega, y como no es cosa de perder el tiempo para poco, se improvisaba una cena a base de jamón, lomo y chorizo cagaleño.»

El autor de dicho artículo da nota que ya pocos son los grupos que continúan esta costumbre, diciendo en el mismo que veinticinco años atrás no había serrano que no perteneciera a alguno de estos grupos. En el siglo pasado el mal de la filoxera aparece primero en América y luego en Francia, donde aparece una ley el 24 de julio de 1874 instituyendo un premio dotado con 60.000 duros al que demostrara y probara con resultados positivos una alternativa ante la temida enfermedad. La enfermedad, cuatro años más tarde, hacía estragos en España, donde el 30 de julio de 1878 Alfonso XII dicta una ley para combatir y evitar la difusión y propagación de la «fhilosera Vastratis» (3). En realidad, el remedio no haría demasiado efecto, ya que el parásito destructor de las raíces había sido introducido en Europa hacia 1860, al exportar cepas Estados Unidos al continente europeo. La citada enfermedad, que tan graves repercusiones tuvo, también contribuyó en parte al deterioro de las tierras de la comarca. Hoy aún recuerdan los más viejos haber oído que en las postrimerías del siglo XIX grandes extensiones de viñedos desaparecieron, aunque esto bien sabido es que fue a nivel nacional. La filoxera, junto con el Oidium (Oidio), azotaron los viñedos. Así, en un informe físico-descriptivo sobre el partido de Sequeros, del año 1886, se dice de Mogarraz (4):

«Produce vino, aunque hoy se encuentra atacado el viñedo por el oidium, cuya enfermedad ha ocasionado a este pueblo, como a toda la serranía, pérdidas de mucha consideración.»

La mayoría de los viñedos de los pueblos del partido judicial sufrieron una devastadora pérdida de cepas, lo que motivó que algunas de ellas no volvieran a recuperarse. Es evidente que el tiempo no perdona, condena y otorga a las tradiciones al olvido con el paso de los años. Esa fue, la causa que me inclinó a llevar a hacer (dentro de lo posible) este trabajo, en el cual se recogieron todos los existentes aspectos relacionados con el cultivo de la vid. Métodos de labranza, elaboración del vino, junto a un sinfín de tareas más que los viñedos y su hijo más directo: el «vino», necesitan. Para tal y delicado menester, las aportaciones y sabiduría de personas mayores portadoras de una tradición, en realidad muy directamente transmitida, ha sido de gran importancia. Al margen de lo dicho, hay que decir que numerosos e interesantes archivos constatan y dan muestra de la ya citada importancia económica y social que el «vino» tuvo en épocas pasadas. Así, pues, de los datos que la tradición nos otorga, junto con la recatada información plasmada en archivos consultados, serán las vías por las cuales conduciremos este trabajo.

APUNTES Y DATOS HISTORICOS

Manantial indiscutible de datos son las antiguas ordenanzas de la villa de Miranda del Castañar, en las cuales se puede apreciar el interés, recatos y cuidados que sobre el vino deberían tener los vecinos de la villa (5).

«E que a las puertas de la bodega ni dentro de ella no pueda haber fragua ni horno, ni otra cosa de que a dicho vino pueda venir perjuicio, e que si alguno tuviere horno antiguo junto a bodega para su casa pueda cocer en él con que sea de verano por la mañana.»

No es extraña la prohibición de los hornos, ya que, en realidad, uno de los agentes más nocivos para los vinos son los calores, con los cuales los caldos se avinagran o se «airean», Las Ordenanzas de La Alberca y su tierra nos dan muestra de la abundancia de viñedos en la Sierra de Francia, y las leyes que sobre el vino se tendrían que aplicar (6):

«Otrosí ordenamos que todo el vino que se cogiese por los vecinos de este dicho lugar, de sus viñas e propia cossecha en cada año de aquí en adelante, que este dicho consejo sea obligado, e los vecinos de él, y los de susso-campana a lo beber todo asta que sea acabado todo de beber lo que fuere de su propia cosecha e de los dichos vecinos del dicho lugar y de su pertenencia e de susso-campana.»

Es evidente que los vinos, por unas cosas y otras, no duraban demasiado, ya que, como se puede comprobar, la ley exigía que se bebiera. Estas Ordenanzas de La Alberca son todo un arsenal de datos relacionados con el vino, en la mayoría de ellas, las penas de tales ordenanzas ante su incumplimiento se pagaban con penas de vino.

En el «Libro de los Lugares y aldeas del Obispado de Salamanca», manuscrito de 1604-1629, queda reflejada la existencia de grandes extensiones de viñedos en tierras serranas. Así, el curial, al describir el estado de la Iglesia del ya desaparecido pueblo de las «aldegüelas», nos dice (7):

«Tiene una iglesia de Sancta Crispina en medio de unas viñas, arto maltratada.»

En el mismo informe se inserta que el pueblo tenía diez vecinos y era anexo de la villa de Miranda. Pascual Madoz nos lo cita ya totalmente despoblado (8). Actualmente, las tierras en las cuales el pueblo estuvo asentado, de las cuales los documentos nos hablan, son hoy algunas de las más famosas (de las que quedan), dada la calidad del vino que de ellas se extrae; viñedos y fincas que han tomado y heredado nombres muy directamente relacionados con el pueblo, como son: «la viña el lagar», «viña la iglesia» o la «viña el lugar». La tradición ha dejado plasmadas numerosas alusiones a todo lo que se refiere al cultivo de la vid y sus costumbres. En un refrán conocido en la comarca se expresa con cierta ironía:

«En el Soto las hay hermosas / las cubas de vino, pero no las mozas.»

Es el pueblo de Sotoserrano, sin lugar a dudas, uno de los pocos que aún mantienen constante la tradición de la vitivinicultura. En realidad, no sabemos si la intención del creador de este refrán fue su menester el alabar con creces el vino del Soto, debido a su excesiva vinolencia (que existió), o que algún asunto de amores fuera la causa que motivó el desprecio hacia las mozas del lugar y preferencia e inclinación por el vino. El desaparecido Padre Hoyos recoge en su libro «La Alberca, monumento nacional» coplas «geográficas», las cuales suelen identificar a los pueblos por lo más practicado en ellos (9):

«En San Martín los vaqueros;
Lagareros en las Casas;
en Villanueva Calabrés;
en Monforte vinateros;
y en Garcibuey las pasas.»

Como él mismo dice, estas coplas no son en muchos casos modelo de versificación, ya que sobre los mismos pueblos se recogen versiones con contextos diferentes, pero en este caso nos quedamos y nos inclinamos por la citada, ya que, sin lugar a dudas, la consideramos la más fiable dentro del tema.

LAS TIERRAS Y CAMINOS DE LA SIERRA DE FRANCIA

La comarca de la Sierra de Francia, dada su condición y estructura geográfica, es muy accidentada, por lo cual los viñedos se encuentran en «paredones», como aquí se denominan a las tierras, las cuales si no están en llano, se encuentran en bancales que soportan grandes paredes a las que se denominan «portillos». Los caminos, algunos viejos, otros modificados, son los que antiguamente se llamaban de «herradura», siendo este atributo dado ya que por ellos principalmente transitaban los numerosos arrieros que había en la zona con sus necesarias caballerías.

Estos caminos, en la mayoría de los casos, y dadas las pendientes más que considerables, solían ser estrechos; saliendo de los mismos hacia los lados desvíos pequeños, a los cuales se los conoce como «vereas», «ramblas» o «bajaeros». Los «escalones» será el nombre que recibe el paso de un paredón a otro. Los nombres que designan las agrupaciones de viñedos suelen cambiar según la localización en la cual se encuentren situados en el pueblo. Los «majuelos» son tierras de viñedos más tempranos en la mayoría de los casos que las demás, no muy grandes en dimensión, buen fruto, más dulces y mejor paladar. Otro tipo de partidas de viñas son las que se conocen como los «matos», las «matas» o los «matitos», siendo éstas, aquellas que se encuentran al lado de terrenos no cultivados y usados para fines muy concretos, como más adelante veremos en una de las labores. Las «suertes» no tienen una localización estricta, usando dicho término para designar aquellos viñedos que de padres han sido heredados. Por último, las «rozas», que son agrupaciones situadas en zonas accidentadas y trabajosas, siendo generalmente éstas las que más uvas dan, pero muchos menos grados también, ya que suelen estar en sitios donde no gozan mucho del sol.

En realidad, existía una muy clara diferencia en la calidad de los vinos, que de las determinadas zonas descritas se obtenía. Es evidente que todo ello estaba condicionado por la situación geográfica, clases de cepas, tratado y cuidado de las mismas, calor que éstas recibían, clases de tierra donde estaban plantadas, etcétera. Las cepas, parras o «veuño», como aquí son nombradas las vides, se plantaban de varias formas, que estaban condicionadas por la situación y extensión de las tierras. Las plantadas a la modalidad de «acalle» eran las puestas en fila, todas ellas paralelas, separadas entre sí por una distancia en la cual una caballería se pudiera desenvolver con facilidad. En el caso que éstas se desearan arar con animales, se usaría el arado denominado de «orejeta» o la «vertedera» de un solo lado. La de dos lados sería la llamada «dos manceras», tipos sólo usados a una caballería. Si los paredones son pequeños, las plantaciones se realizaban salteadas, sin guardar ningún tipo de orden, lo que haría dificultosas las labranzas; los «sachos» y «azadas» serían los instrumentos que junto con la mano del hombre harían posible la labor (10).

TAREAS DE LOS VIÑEDOS

En este ciclo descriptivo de las tareas que los viñedos necesitan, nos vamos a dedicar a delinear las que se llevan a cabo hasta la recolección de la uva, ya que después de éstas hay otro tipo de tareas en realidad más caseras que las propiamente dichas de campo.

A) LIMPIAR: Es la primera labor que se realiza una vez acabada la vendimia. No tiene una fecha de ejecución exacta, pudiéndola realizar cada uno al libre albedrío. La «limpia» consiste en cortar los sarmientos de las parras, al igual que aquellas pequeñas malezas que ésta tenga. Dicho trabajo se ejecutaba con instrumento llamado «colvillo», designado para tal uso: tiene dos cortes, uno para cercenar las extremidades de las cepas, y la otra, para cortar los delgados sarmientos, por lo cual al tener dos cortes sería de gran peligro si uno no era hábil en su manejo. Los sarmientos que en la tarea de la limpia han sido cortados, quedan esparcidos por las tierras, lo que dará paso a la siguiente tarea.

B) DESARMENTAR: Una vez cortados los sarmientos, éstos camino de secarse toman el nombre de «mañizos»; se recogen y se amontonan en «haces», que son pequeños o grandes montones de ellos, atados con unas «belortas» de castaño o roble (11). Una vez secos, éstos servirán para estercar la tierra o para alimentar simplemente la lumbre, ya que arden muy bien. El trabajo de desarmentar era específico de mujeres y niños.

C) ABRIR: Por el mes de enero, ya entrado el invierno, se abrían las viñas. Consiste tal tarea en escarbar la tierra alrededor de las cepas, también se dice hacer el «espollate», que es como se denomina en San Martín del Castañar; otro término usado es el de «espollatarlas». Esta labor se hacía para librar a las cepas de las raíces que crecen de un año para otro, a lo cual se llama «desbarbar». Todo esto también servirá para que los viñedos recojan agua durante el invierno para el verano.

Las unidades de parras que antiguamente designaban el trabajo de una persona durante todo el día eran medidas, por lo que se conoce por «peonadas», y se entiende por tales que ocho componen y ocupan una fanega de tierra, regulándose por una peonada lo que cada día laboreaba un jornalero con regular trabajo, aunque lógicamente en numerosos casos las cepas no podían ser reguladas, ya que éstas no guardaban ningún tipo de orden, por estar salteadas.

C) FRANJEAR: Labor esta que se hacía conjuntamente con la de abrir. Es optativa. Consiste en hacer nichos para meter en ellos los «mañizos», estiércol o toda clase de «fusca». Antiguamente, durante los meses de primavera, los hacendados o dueños de viñedos destinaban semanas a lo que llamaban «rozar las matas» o «rozar monte», terrenos de monte que se designaban para «rozar toda la maleza» que en ellos se criara, para luego introducirla en los hoyos. También servirían los citados terrenos para que sus dueños se surtieran para sus «cuadras» de la llamada «hoja», que luego, en los establos, servirían de cama para los animales, lo que al mismo tiempo generaría estiércol, a lo que se conoce como el «vicio» (12). La posesión de los terrenos antes nombrados tenía mucho que ver con la consideración social de sus dueños, ya que en ellos se solían criar varias clases de árboles, que luego en su momento se destinaban para el consumo familiar como leña.

Aquellas familias que en sus tierras tuvieran robles o encinas, pertenecían a gentes pudientes, ya que este tipo de leña estaba considerada como la «leña de ricos». Sobre este tema hemos recogido un dicho, en el cual, ironizando al máximo, se plasma lo comentado:

«Leña de Roble la queman los pobres. La de Aliso los ricos y la de Castaño los medianos» (13).

Una vez introducido todo lo deseado en las «franjas», éstas se dejan sin tapar, hasta que la lluvia las empape bien, para que su putrefacción sea luego más rápida. Cuando la nieve o el agua hicieran su aparición, se procedería a taparlas. El tiempo sería el encargado de marcar su ejecución.

«Cuando en Tamames llueve,
en la sierra, nieve.»

D) LA PODA: Se realizaba por el mes de marzo; es así que los grandes entendidos en la temida poda especificaban que lo mejor era podar con el «menguante de marzo», por San José, cuando sople el aire cierzo del Norte. Los viernes de Menguante también eran buenos días; los «viernes de creciente eran menguantes a la vez». Estos últimos eran los más apropiados para los labradores, ya que la poda para ellos es una labor delicada, y a la hora de su ejecución todas las medidas eran pocas. El aire es uno de los grandes influyentes; si no se poda bien con el citado aire cierzo, se puede cortar la savia, con las nefastas consecuencias que acusará luego la cepa. Al mismo tiempo, la poda se hacía para «rebajar» la parra, con lo cual se pretendía que no derrochara fuerza. El podador le dejaría siempre dos yemas «madres» y una tercera más llamada la «muerta» o la «ciega».

E) INJERTAR: La tarea de los injertos se hacía conjuntamente con la de la poda. El tipo de injerto conocido en la comarca era el denominado a «púa». Se seleccionaba una púa de buena calidad y de la clase que mejor se quisiera. El procedimiento es el siguiente: se corta el «marujato», como se le llama a las cepas bravías, por donde se quiere hacer el injerto; luego se hace un corte verticalmente en él de arriba abajo, donde se incrustará la púa apretando a la misma con moderada fuerza, hasta que llegue a la posición deseada. Ya sujeta se le atará alrededor una cuerda para amarrar el injerto; después de todo esto se tapará con abundante tierra, a lo que se denomina «arropar el injerto»; si éste fructificara a los tres años, puede ya que comience a dar fruto.

F) LA CAVA (14): Es la faena más ardua de todas aquellas que los viñedos necesitan. Allá por el mes de abril se cavan las viñas y majuelos; es conveniente el cavar las cepas en buenas condiciones con la tierra ligera y seca, ya que de no ser así, y la tierra se encontrara apelmazada, las parras se pueden «arrosetar»; es decir, no brotan bien, lo que puede generar que éstas, al florecer, queden «trasyemadas» o les entre el «bronco».

«Días y ollas componen viñas.»

Lema indiscutible de jornaleros a los cuales se les distinguiría, ya que guardaban una jerarquía que les definía el trabajo que realizar. La «cuadrilla» la formaban el conjunto de jornaleros que trabajaban juntos. El «manijero» era el encargado de ir situado a la «vera» arriba de los paredones, donde se suele, curiosamente, adelantar más, lo cual haría forzar a los demás a trabajar para así ir unificados. Luego seguían los llamados «cipotes», situados en medio de toda la cuadrilla. Y, por último, el «pinche», colocado a la «vera» abajo del paredón. Al cargo de todos ellos y excluido de trabajo estaría el «mayoral»; éste solía ser la mano derecha y obrero de confianza del amo, bien durante un tiempo al que en algunos casos no se ponía límite y que llegaba a varios años. Una de las tareas a las que solía dedicarse el mayoral sería el tener rozadas las «frontadas» de los paredones (paredes), ya que las ordenanzas de la época lo exigían. Las de Miranda del Castañar dicen sobre el tema (15).

«Los que tuvieren heredades fronteras a los caminos que sean obligadas cada año a tener rozada la frontera: hasta ocho días de julio de cada año. So pena de pagar por cada una diez maravedíes para el consejo de esta villa.»

Capítulos análogos contienen las de La Alberca (16) y su tierra; este tipo de exigencias de las leyes y casas consistoriales aún se mantienen y son aplicadas. La cava duraba varios días; el último de ellos los jornaleros lo celebraban con regocijo al terminar tan ardua tarea. Era costumbre al finalizar el comunicar tan grato momento a las demás cuadrillas, no sólo a las del mismo pueblo, también a las de otras demarcaciones y términos con unos «jijeos» a los que llamaban «cuquear», que eran grandes chillidos que éstos emitían, respondiendo los demás que por aquellos lugares estuvieran con los mismos sones.

De camino a casa, los jornaleros elaboraban un ramo que aderezaban con flores y ramajes; a la llegada al pueblo lo colocaban a la puerta de su amo, acción esta que denota el más claro deseo de fertilidad. Todo esto acompañado de las siguientes inveteradas coplas:

Las viñas ya están cavadas,
el ramo ya lo traemos,
si los amos son gustantes,
a otro año volveremos.

Este ramo que traemos
no es de zarza ni es de espino
nos preparen la longaniza
juntamente con el vino (17).

En las primeras se hace referencia al vino llamado el «ponche», que con tal motivo el amo preparaba para los jornaleros como gratificación de la tarea terminada. En las segundas, y que a continuación exponemos, se hace referencia a los amos, que en realidad daban trabajo, deseando primero para el amo salud, y luego para ellos mismos, siendo de esta forma la más clara expresión del más absoluto de los servilismos:

Ya se cavaron las viñas
y los majuelos;
si los amos son gustantes
a otro año volveremos.

Ya se cavaron las viñas
y los majuelos;
Dios dé salud al amo
y a los obreros (18).

Como nota curiosa, narraremos, según recuerdan algunos de los informantes que, saboreando el «ponche», los jornaleros empezaban a charlar y porfiar entre ellos cuál había trabajado más, lo que en más de una ocasión daba lugar a numerosas trifulcas. En las Casas del Conde, pueblo del que Pascual Madoz comentaba en su Diccionario que sus habitantes eran muy laboriosos, el ama preparaba para sus obreros unas tortas llamadas «puchas», elaboradas con huevos, harina y azúcar.

G) TAPAR: Para los labradores, ésta es la mejor labor de todas. Dice el refrán:

« Vale más una raspa por Mayo
que la cava de todo un año.»

En el mes de mayo se tapaban las viñas, labor que los serranos hacían antes de marchar a la siega. Consiste esta tarea en allanar la tierra que en la cava ha quedado amontonada en pequeños montículos, matando con ello las malas hierbas que desde entonces han crecido. El polvo que se levanta (ya que la labor se realiza en días de calor) servirá como insecticida para el fruto, desinfectando así la uva. Es ya por estos meses tiempo de siestas, como se puede deducir del siguiente dicho:

«En febrero busca la sombra el perro;
en Marzo calienta el sol como un permazo;
en abril, de cuadril, y en mayo, aunque no quiera el amo (19).

H) DESLECHUGAR: A últimos del mes de julio y primeros de agosto se deslechuga. Consiste en quitar todos aquellos «pámpanos» en este período muy tiernos, que carecen de fruto, consiguiendo con ello que los demás se desarrollen más, para luego dar mayor fruto. Esta labor la solía realizar, salvo raras excepciones, el mismo amo, como gran conocedor de sus viñedos. Ya en este mes se dice:

«La uva la madura agosto, y «pa» octubre, el mosto.»

I) HORCAS Y ESTACAS: Cuando el fruto ya empieza a desarrollarse, crece y fuerza la parra; por lo tanto, hay que ponerle unas horcas de madera, para evitar que el fruto llegue al suelo y se pudra, embarre o se «mache»; menguando así la calidad del fruto. A este trabajo se le denomina «estacar».

J) DESPUNTAR: Se despunta el pámpano para que se desarrolle el fruto y no los «brotes» de las cepas para que no se «corra la parra».

K) SULFATAR y AZUFRAR: Estas tareas se hacían indistintamente en cualquier época en la que la parra estuviera en período de florecimiento, dependiendo por ello de la hoja y de las enfermedades que la misma acusara. Para sulfatar antiguamente se hacía con el sulfato de cobre, en piedra, «piedra lipe». A cada libra de sulfato se le deberían añadir 32 cuartillos de agua; es decir, dos cántaros. Añadiendo también a la mezcla «cal» para que luego, al contacto con las hojas de las parras, se agarrara, ya que en algunas ocasiones la tarea se realizaba incluso lloviendo.

El azufre, para ser aplicada, se introducía en pequeños sacos de «alangeo». En estos pequeños sacos se introducía una cantidad del citado metaloide, que, colocado encima de las cepas y con un ligero golpe, haría que el azufre se depositara en las hojas. Este es, sin duda, el método más rudimentario de todos, ya que otro conocido eran las «azufraderas», recipientes de lata.

EL PRIMER VINO

Esta expresión indica que, en realidad, se elaboraba antes de que la vendimia comenzara y que será el vino que durante la recolección se beberá. Se hacía un cubeto pequeño para el gasto, a lo que se denominaba hacer la «chichorra»; este tipo especial de vino para la recolección solía ser de majuelos que maduraban con antelación a los demás; también se nombraba hacer la «polenta» o la «entuya». De todas formas, en el mes de julio ya se dice: «Por Santiago se pica el vago», refrán que hace alusión a los albillos, sumamente conocidos y famosos por ser los primeros en madurar, aunque su calidad es más apreciada como fruto del tique como condena hacerlas vino. De ellos también se dice «no hay uva como el albillo ni amores como el primero».

Otro tipo de clase de uva, casi desaparecido, eran las que recibían el nombre de «calabres», famosas en la comarca por su buena calidad. De ellas la tradición guarda la siguiente alusión:

Uvas Calabres ni las comas ni las des,
ni se las enseñes al vecino,
que son muy buenas para vino (20).

TAREAS QUE PRECEDEN A LA VENDIMIA

Las labores campestres ya se pueden dar por concluidas. Pero ahí comienzan otras de tipo más casero, para cuando llegue la vendimia. Tal vez una de las más importantes es la que se conocía por «aguar los cubetos» o «hinchar las cubas», que consiste en llenar de agua los recipientes en los cuales luego se piense depositar el vino. A esta tarea también se llama «acuencar» o «cacear». En el supuesto caso de que las cubas no se fueran y no fuera necesario empaparlas de agua, simplemente se procedería a dejarlas en la bodega, ya que de lo contrario si el daño en ellas fuera abundante, tendrían que ser sacadas a un arroyo o colocadas al lado de alguna fuente hasta que se hincharan al máximo.

Las cubas antes ocupadas por el vino estarían sucias y desprenderían mal olor; serían fumigadas con azufre, al que se depositaba en un recipiente e introduciéndolo luego en la cuba, que con el efecto del mismo quedaría totalmente tersa. Al igual que cualquier mueble de la casa, las cubas suponían un gran alivio para aquel que las poseía, ya que nunca sobraban, porque algunos años las cosechas fueron tan grandes que los recipientes se agotaban. Las cubas están compuestas de varias piezas. Las «petronillas» son los arcos o aros de hierro. Las «leguas» son las maderas horizontales. Las «lunas» son las maderas verticales unidas todas ellas en unas juntas que reciben el nombre de «argalleros», que están unidas a la vez a las «leguas». Las cubas solían ser de madera de roble, que son las que mejor vino hacen, aunque en invierno la mantiene más áspero. Otro tipo de madera usado era el quejigo. Las ordenanzas de Miranda recogen varias irregularidades en la venta y abastecimiento de arcos y leguados en la villa de Cepeda.

«Ninguna persona de esta villa y tierra pueda vender a ninguna persona de fuera varas para arcos ni meterlos de fuera o hacer arcos en el término de esta villa, salvo que el vecino pueda vender arcos hechos y tornados y no de otra manera, y asimismo el que vendiere a forastero o llevare fuera a vender cuba o leguado pague 600 maravedís y porque parece que en cepeda se sacan fuera de su jurisdicción muchos arcos cuyos vecinos del dicho lugar y de esta villa tienen necesidad de ellos.»

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(1) CEA GUTIERREZ, Antonio. Véase su trabajo "El cultivo del lino y los telares en la Sierra de Francia (Salamanca). RDTP. Tomo XXXVII. (Madrid:), 1982, páginas 161-198.

(2) SALAMANCA Y SUS COSTUMBRES, Revista. Año I, nº 4. Salamanca, abril. 1928. Véase el artículo de Francisco Vega. "Serranas", Costumbres y consecuencias.

(3) MUÑOZ DEL CASTILLO, José. la plaga filoxerica, 2ª. parte. "Examen de los medios propuestos para combatirla", conferencia publicada el 30 de octubre de 1878 en el ateneo de Logroño. 2ª Ed. Logroño, 1878, pág. 27.

(4) GONZALEZ MARTIN, Rafael. "Geografía Físico-descriptiva del partido de Sequeros". Salamanca, 1886, pág. 48.

(5) ORDENANZAS DE MIRANDA DEL CASTAÑAR. BUS, Mr. 2765, oro. Nº 45, f, 49. Estas ordenanzas no son las originales, sino una copia de 1755, que a su vez son copia de otras más antiguas que datan del año 1620; ya que el texto original desapareció. Actualmente se encuentran en la Universidad de Salamanca, paradero que me fue comunicado por don Julián Alvarez Villar, gran conocedor de las mismas.

(6) AHDE. Anuario de Historia del Derecho Español. (Documentos). ORDENANZAS DE LA ALBERCA Y SUS TERMINOS: LAS HURDES Y LAS BATUECAS. Por Gabrielle Berrogain. AHDE, Tomo VII, 1930, págs. 381-441. Las ordenanzas no están tomadas del texto original, sino de una copia hecha en 1668. Las antiguas fueron proclamadas el 17 de septiembre de 1515 y ya se inserta en ellas la siguiente acta. "Las hordenanzas que este concejo tiene fechas de luengos tiempos aca ansi las echas de antes como las que de poco tiempo estan fechas". Véase la ord nº 50, pág. 403.

(7) GASASECA CASASECA, Antonio y RAMON NIETO GONZALFZ, José: "Libro de los lugares y aldeas del Obispado de Salamanca". Manuscrito de 1604-1629. Introducción y transcripción de los autores. Ed. Universidad de Salamanca, 1982, pág. 80.

(8) MADOZ, Pascual. Diccionario Geográfico-Estadístico de la provincia de Salamanca, 1848-1850. Ed. Diputación de Salamanca. Salamanca, 1982.

(9) M. DE LOS HOYOS Manuel. "La Alberca Monumento Nacional". Historia y fisionomía, vida y folklore. (Madrid, 1946).

(10) Reciben diferentes nombres: "sacho", "zacho” o "sachino" en el caso que sea pequeño. En cambio si tenían una considerable pesadez se les llamaba "Legones". Sobre este tema, véase "Léxico Albercano". Revista de Folklore, nº 89, Valladolid, 1988, págs. 158-163. El trabajo es de José Luis Puerto y Jesús Serrano.

(11) BELORTAS. Son retoños, brotes o ramas delgadas principalmente de castaño o roble, que se cortan cuando la savia "sube". Esto es devido a la elacticidad que la savia les proporciona, se retuercen con gran facilidad en su manejo. Se unen entre sí, dos de ellas y se crea un belorto que servirá para arar.

(12) VICIO. Se denomina así, al estiércol que se genera en las cuadras (establos), como resultado de las cantidades de "hoja" que se acumula en ellas, junto a los excrementos de los animales.

(13) Lo aprendí de Benito Martín en Las Casas del Conde, el día 19 de marzo de 1987. Entonces dicho señor contaba 55 años.

(14) DE COBARRUVIAS, Sebastián. "Tesoro de la Lengua Castellana", año de 1611. Ed. Torner. (Madrid, 1984). Véase la palabra "cavar", pág. 322.

(15) ORDENANZAS DE MIRANDA DEL CASTAÑAR. Ord. nº. 44. f, 49. Año de 1755.

(16) AHDE. ORDENANZAS DE LA ALBERCA Y SUS TERMINOS. Ord. LXXV. "De la guarda de las eredades", pág. 411.

(17) CANTO: La Sra. Venerada Chamorro, de 77 años, junto a su marido el Sr. Olegario, en San Miguel de Valero, el día 20 de julio de 1986. Recopilación. Gabriel Calvo y Adrián Calvo. La transcripción músical la realizó: Mercedes del Río Luelmo.

(18) Recitaron en Casas del Conde: Beniro Martín, de 55 años y Serafín Alvarez, de 46 años. No recordaban la tonada de la canción. Dámaso Ledesma en su obra "Cancionero Salmantino", recogió en el mismo pueblo para su cancionero la "canción de cava". Véase sección segunda. 2º grupo, pág. 100. Cancionero Salmantino (reedición). Imprenta provincial. Salamanca, 1972.

(19) Lo aprendí de Adrián Calvo (mi padre), natural de Monforte de la Sierra. He recogido versiones diferentes, pero en la mayoría de las veces con el mismo contexto.

(20) Esta clase de uva, está totalmente extinguida. Otros tipos o clases que todavía perduran son: la garnacha roja, tinto Aragón, tinto Madrid, el rufete, la Valmasia, los tempranos Pedro Jiménez, el Verdejo, palominos, dulces moscateles o las manzuelas.

(21) ORDENANZAS DE MIRANDA DEL CASTAÑAR. Ord. Nº 147.



Notas tradicionales sobre el cultivo de la Vid en la Sierra de Francia (Salamanca)

CALVO GARCIA, Gabriel

Publicado en el año 1989 en la Revista de Folklore número 107.

Revista de Folklore

Fundación Joaquín Díaz