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Revista de Folklore número

136



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El “BICHU” EN EXTREMADURA: DE LA TRAMPA LOBERA AL HERMANO LOBO

DOMINGUEZ MORENO, José María

Publicado en el año 1992 en la Revista de Folklore número 136 - sumario >



1.TRAMPAS LOBERAS

Por lo general se distinguen en la Península tres tipos de trampas para cazar lobos. Las mismas responden a los nombres de callejos, cortellos y cousos. Las primeras, que se mencionan en la real cédula de 1788, "Consisten en dos muros de piedras de varios centenares de metros de longitud, separados entre sí una distancia razonable por uno de sus extremos; por el otro convergen sin llegar a juntarse, dejando un angosto espacio que desemboca en un foso de forma más o menos cuadrada, a veces circular, y de una profundidad que podría oscilar entre los tres y los cuatro metros"(1). Si nos acercamos a Extremadura aún podemos observar en bastante buen estado algún que otro callejo; ya que siguen utilizándose, aunque con una función bastante lejana del carácter venatorio. En la zona de Las Corchuelas los antiguos callejos se emplean para la conducción del ganado bravo hasta los corrales situados en el extremo angosto del embudo. Otras trampas de este tipo pasaron a mejor vida en los últimos tiempos, como ocurrió con la que se localizaba en la Dehesa de los Caballos de Trujillo (2) y con la existente en Guijo de Galisteo (3). Como dato para la estadística de esta peculiar construcción, apuntemos que el topónimo lobera aparece muchas veces en la región como sinónimo de callejo y su presencia inequívoca la constatamos, entre otros lugares, en Ceclavín, Navaconcejo (4), Piornal y Monterrubio. El procedimiento de caza mediante este sistema era bastante simple: se acosaba a los lobos para que entrasen en el callejo y, una vez en él, se les azuzaba para que no cesasen en su carrera y perdieran la visión del hoyo terminal, donde caían al intentar saltarlo.

No han faltado espacios naturales que desempeñaron la misma función. Tal ocurría en el estrecho valle del río Vera de Matalobos, en tierras de Valverde del Fresno, y en las cuencas de los intrincados riachuelos hurdanos a cuyo final les esperaban unos cepos hábilmente colocados. También en esta comarca, a veces, el foso postrero se convierte en una auténtica sima. Blanco Belmonte describe una batida de jabalíes, con un procedimiento igual al empleado en la cacería de los lobos:

“(...) desplegándose en ala, golpeando las malezas con tremendas estacas, los cazadores llevan a las reses hacia la angostura de la sierra y, estrechando las filas, realizando un verdadero acoso, los empujan hacia el borde del precipicio, en los cuales caen despeñados los jabalíes. Para cobrar las piezas, hay en ocasiones que descender, colgados con cuerdas, al fondo de los barrancos, donde jamás se posó la planta del hombre" (5).

Del segundo tipo de trampas, que en el área noroccidental de la Península recibe el nombre de cortello, también se ha conservado algún que otro ejemplar en Extremadura. Se trata de "recintos de forma circular o elíptica levantados con piedras colocadas sin argamasa y rematadas por grandes lastras salientes hacia el interior" (6). Dentro de él se colocaba un cebo (cerdo, cabra, oveja...). Generalmente los cortellos se disponían en declives del terreno, por lo que una parte del muro presentaba poca altura exterior y podía ser saltado por el lobo sin ninguna dificultad. La salida le resultaba imposible, puesto que se lo impedía la visera de lanchas. Conocimos uno de estos cortellos (corrales los llaman en la parte septentrional de Extremadura) en el lugar de "Las Canchorrillas", en término de Ahigal. Desapareció hace unos diez años al convertir aquellas tierras de pastizales en campos de labranza y olivares, razón por la que sus piedras se reutilizaron en cerramientos de fincas. El diámetro de esta corrala medía en torno a los quince metros, mientras que la altura del muro no superaba 1,70 metros. Semejantes características presentaban las trampas construidas en Losar de la Vera y en la Sierra de las Corzas, ésta última en las proximidades de Rivera Oveja, así como la que se ubicaba junto a los pozos de nieva de La Garganta, en el sitio llamado "Corral de los lobos".

Diferentes construcciones destinadas para otros fines fueron utilizadas esporádicamente como corralas. Así ocurrió con el llamado "Lagar de Vicario", una fábrica de aceite del término de Santibáñez el Bajo. La parte exterior, en la que se apiñan los "chiqueros" o depósitos de aceitunas, está cercada por un elevado muro. En este lugar consiguieron abatir, a principios de siglo, cuatro lobos adultos de una sola vez:

"Tenían jechas muchas facatúas, porque tenían la camá allí al Pizarroso, y atacaban los rebaños de la zona esa. Pensaron de cazarlos, de manera que discurren de abrir un boquete en la pared pa que entraran los lobos, que tenían que entrar porque tenían una cabra de cebo encima de un chiquero. LLegan, y entrar entran bien. Se comían la cabra o lo que fuera. Pero al salir se daban con la lancha que habían echao en el lumbral del boquete con el alero puesto pal lao de dentro del lagal. Al saltar se daban en los jocicos" (7).

Por lo que respecta a los cousos u hoyos practicados en el suelo, con toda seguridad ésta fue la trampa más utilizada en Extremadura. Siempre se ubicaron en los conocidos pasos de lobos, que en la región se designan por la toponimia con los nombres de "Carril de los lobos", "Cañá de los lobos", "Camino de los lobos", etc. También se atrajeron a los animales mediante la colocación de cebos. La profundidad y la estrechez eran suficientes para impedir el salto del lobo que cayese. Se disimulaban con una frágil cubierta de ramajes y hojarascas. La efectividad de los fosos no elimina un peligro no previsto, por lo que nada de extraño tiene que la cédula real ya citada ordene que de la existencia de los mismos se avise "a los ganaderos para que estén prevenidos y no sufran daño ni ellos ni sus ganados ni sus perros".

Otra artimaña para la caza del lobo fue conocida por puente (provincia de Badajoz), romana (zona de Alcántara) y pingulina (Tierra de Granadilla). En lo alto de un corte montañoso se colocaba una plancha de madera de forma horizontal de manera que una parte de ella esté sobre el vacío. En ese extremo ponen el cebo, generalmente un conejo. Cuando la alimaña pisa el lado que sostiene la presa, el armazón voltea y cae al abismo junto con el animal. Se tienen igualmente noticias de unas trampas que se usaron en los pueblos aledaños de la Sierra de San Pedro: en corrales de paredes altas (tinaos) colocaban una puerta que era fácilmente abatible desde el exterior; el lobo, atraído por algún cebo (oveja o cabra), entraba sin problema, cerrándose al instante la puerta mediante un resorte o muelle.

II.LA DEFENSA DEL REBAÑO

La continua vigilancia de los animales cuando pastan es una máxima recogida en el refranero extremeño: El pastor que no quiera pelleja, no quite el ojo a la oveja. Mientras que los perros careas deambulan alrededor del rebaño para impedir su dispersión, los mastines no se separan del rebadán y están siempre dispuestos a lanzarse a la lucha cuando oyen que aquél les dirige el grito de ¡Al lobo! Para preservarlos de las mordeduras del bicho (8), llevan los mastines protegidos el cuello por la carlanca o collar erizado de puntas de hierro. Dicho collar suele ser de cuero, con una anchura no inferior a los diez centímetros, si bien en algunas áreas, como en la comarca de la Vera de Plasencia y en la del Valle del Jerte, se han usado los hechos con planchas de hierro ligeramente curvadas y enlazadas mediante argollas. Estas últimas han procedido por lo general de los talleres artesanos de Barco de Avila y de Piedrahita.

En la fabricación de la carlanca y en la primera vez que se pone al cuello del perro se sigue una serie de rituales y prescripciones orientados a conseguir la mayor efectividad. En Madroñera y en Torrejoncillo a estas piezas solían dársele los últimos remates en los días del Cospus Christi o de la Ascensión, es decir, en las mismas fechas que en Extremadura se estiman como las más propicias para la fabricación de amuletos y dijes de todo tipo. Para reforzar el poder de la carlanca en Vegas de Coria se las rocía con agua bendita, mientras que en la zona de las Villuercas se les anuda un trozo de cinta que haya tocado alguna imagen de San Antonio (9). Existe una especial confianza en las localidades del valle del Zújar en las carlancas a las que se les ha fijado un número de clavos que sea múltiplo de tres. La creencia en el especial poder que emana de esta cifra mágica debió ser común en las dos provincias, como así parece delatarlo esta oración recogida en el pueblo cacereño de Benquerencia y recitada en el momento de ajustarle el collar al mastín:

Tres clavos tenía Cristo,
el buen ladrón
y el mal ladrón,
y nueve son pa la oración.
Que cuide el perro al cierro,
y que el lobo muerda el hierro.
Amén.

El tío Gareto, un popular herrero de Ahigal y buen fabricante de tachuelas para carlancas, enseñaba a su amplia clientela una especie de ensalmo que el pastor debía pronunciar sobre el perro que estrenara esta pieza defensiva para asegurarle su vida frente al lobo:

El clavo en la boca,
la boca al clavo,
como el Niño nació en Belén.
Amén.

Los rebaños de cabras y de ovejas son recogidos al anochecer. Si el tiempo es bueno o si el ganado se encuentra en los agostaderos lo más normal es que duerman al sereno dentro de apriscos móviles de cañizos o engarillas y rediles. Junto a ellos los pastores levantan sus chozass y pasan la noche velando en turnos rigurosos. También los perros se sitúan en puntos estratégicos alrededor del aprisco aguardando la posible visita del lobo, ya que no tendría problemas para hacer presa dentro de estos resguardos tan frágiles. Cuando los mismos pastizales son utilizados cada temporada, lo normal es que se dispongan de sólidas construcciones para resguardar el ganado. Así podemos encontrar las corralas hurdanas, con muros de piedra que evitan el salto de los lobos, dificultando aún más tales propósitos por la colocación de matojos en la parte superior. Dentro del recinto se levanta la majada o vivienda del pastor. El terror que estos hombres tienen al bichu les ha llevado ha construir corrales que son auténticos nidos a águilas, como los que se ven en las intrincadas pendientes del arroyo de la Gineta, en lo más alto del monte de este mismo nombre, en el concejo de Nuñomoral. Semejante a éstas, aunque de mayor amplitud, son las corralas que abundan por las dos provincias extremeñas y que presentan plantas variadas. Todas ellas incluyen la vivienda del pastor y un pequeño apartado para las crías, así como un recinto donde dormitan los perros. La casa pastoril es circular y con techo de falsa cúpula en la Sierra de Gata, Tierra de Granadilla y zonas de Alcántara y Usagre. Un complejo ejemplo de este tipo de corrales lo hallamos en el lugar conocido por "Los Chozones", del término municipal de Garganta la Olla. En los pastizales veraniegos de montaña, como ocurre en las estribaciones cacereñas de la Sierra de Gredos, los corrales caprinos están formados por unos largos pasillos con cubierta vegetal a dos aguas y con entrada desde un patio interior sin techumbre. Este tipo de construcción podemos considerarlo el antecedente de los tinaos o corrales sólidos de piedra, semitechados de tejas o de pizarras, que se extienden por toda la geografía regional y que han venido a constituirse como el aprisco más seguro contra el ataque de las alimañas, así como el más utilizado en el período invernal.

En relación con estos albergues de ganados hemos tenido conocimiento de un artificio, hoy prácticamente desconocido, que en la comarca de la sierra de Gata avisaba a los pastores de la llegada de las manadas de lobos desde la cima del monte. Se trataba de dos tejas colocadas en una dirección distinta al resto de la techumbre y encaradas entre sí de forma que semejaran un embudo o bocina. Sólo cuando soplaba un característico viento serrano las tejas, llamadas en esa comarca tejas de los lobos, emitían un agudo e incesante silbido, lo que significaba que los temporales habían llegado a los riscos y que en la sierra la vida era ya imposible para los lobos, estando obligados a bajar para alimentarse hasta las zonas habitadas (10). Aún se habla en Extremadura de un pasado muy cercano en el que los lobos algunas noches de crudos inviernos alcanzaban las calles y plazas de los pueblos para lamer la sangre vertida por los cerdos sacrificados en la matanza familiar e, incluso, para llevarse entre sus fauces algún animal doméstico de alguna cuadra en la que sigilosamente habían logrado penetrar. y todavía se sigue utilizando la frase de noche de lobos como sinónimo de aquella noche en la que los vientos soplan con una gran intensidad y una gran fuerza, así como la frase boca de lobo como referencia a aquellas tejas que adornan los caballetes.

La escasez de alimentos en los períodos invernales ha obligado al lobo a centrar sus capturas en los animales domésticos de una forma más continuada. La sagacidad del cánido, también llamado en Extremadura sabio mudo (11) capaz de salvar los más inverosímiles obstáculos con tal de saciar su hambre. Esto queda de manifiesto en el popular romance de La loba parda, que, al decir de Menéndez Pidal, "nació entre los zagales de Extremadura" (12). Si exceptuamos el diálogo de los animales, que entra ya en la esfera de lo fantástico, la composición nos parece de un gran realismo y nos revive el secular enfrentamiento lobo-pastor:

Estando yo en la mi choza
pintando la mi cayada,
las Cabrillas altas iban
y la Luna rebajada;
mal barruntan las ovejas,
no paran en la majada.
Vide venir siete lobos
por una oscura cañada.
Venían echando suerte
cuál entrará en la majada;
le tocó a una loba vieja,
patituerta, cana y parda,
que tenía los colmillos
como punta de navaja.
Dio tres vueltas al redil
y no pudo sacar nada;
a la otra vuelta que dio
sacó la borrega blanca,
hija de la oveja churra,
nieta de la orejisana,
la que tenían mis amos
para el domingo de Pascua.
-¡Aquí, mis siete cachorros,
aquí perra trupillana,
aquí, perro el de los hierros,
a correr la loba parda!
Si me cobráis la borrega,
cenaréis leche y hogaza;
y si no me la cobráis,
cenaréis de mi cayada.
Los perros tras de la loba
las uñas se esmigajaban;
siete leguas la corrieron
por unas sierras muy agrias.
Al subir a un cotorrito
la loba ya va cansada:
-Tomad, perros, la borrega,
sana y buena como estaba.
-No queremos la borrega,
de tu boca alobada,
que queremos tu pelleja
pa 'el pastor una zamarra;
el rabo para correas,
para atacarse las bragas,
de la cabeza un zurrón,
para meter las cucharas;
las tripas para vihuelas
para que bailen las damas (13).

En este bello romance se observa como el pastor confía en la impugnabilidad de su redil y cómo, después de examinarlo repetidamente, la loba consigue afanarle la mejor de sus ovejas. Sólo cuando el hecho se ha consumado, el pastor decide el ataque de sus perros, pero no antes. Asistimos a una especie de pacto de no agresión entre el vigilante del ganado y la fiera. La ruptura del mismo trae consigo la drástica respuesta. El folklorista Bonifacio Gil recogió versiones de este popular romance en Castilblanco, Helechos de los Montes, Campanario, Santiago de Carbajo y Huerta de Animas. En la primera de ellas el pastor se dirige a la loba para recordarle las consecuencias que derivarían del ataque al rebaño (14):

-Detente, loba, detente,
no seas desvergonzada,
que tengo siete cachorros
y una perra trujillana
y el perrito el de los hierros
que por los vientos volaba.

III.EL LOBO COMO DISCULPA

Pero los lobos no fueron los únicos agresores de los ganados, a pesar de que sobre sus espaldas caían las muertes y las desapariciones de éstos, especialmente cuando los ataques no contaban con testigos directos. Incluso, bajo la sombra del lobo se han arropado actuaciones humanas reprobables. No se le escapaba esta observación a un pacense del siglo XVIII, Pedro Ramírez Barragán, quien, en un estudio orientado hacia la buena administración de Extramadura y titulado Idea de Político Gobierno, al referirse a los vagabundos y a "otra especie de gentes que hay en los pueblos", apunta:

"Son también estos mismos una especie de Lovos que devoran no sólo 1 Obeja, o Lechón, que le desputa a el Ganadero, o vino a parar al sotero, o barranco, o breñil donde por lo común andan estos tales; si no es que al encontrar una Baca enbarrancada, o caída, el modo de aliviarla es acavarla de matar, y desollarla, o despojarla de el ternero; y con que la hallé muerta, dan razón de el sitio donde dejan el pellejo (si la dan), haviendo cargado a satisfacción de la carne que les ha parecido, o dexan escondido el pellejo para dar esta disculpa. Si los encuentran con el hurto de la Carne, y dan gracias de su dueño, y cuando pueden escapar con ella sin haverles visto, suelen bolver a mejor hora por la piel" (15).

La rapiña no sólo hacía mella en el ganado estante. También en torno a los rebaños trashumantes, además del lobo, solían merodear algunos habitantes de los pueblos próximos a las cañadas y los gitanos. Esto obligaba a los dueños de los grandes hatos de ovejas a contratar fornidos mocetones que procuraran su vigilancia, y por tal motivo, aún en la década de 1950, acostumbraban ir armados en virtud de un privilegio que la Mesta les reconociera en el siglo XVII. Sin embargo, esta custodia nunca fue suficiente para impedir que los furtivos cazadores de ovejas se cobraran alguna que otra pieza por temporada. Relatos sobre el particular son abundantes en todas las localidades cruzadas por las cañadas y por los cordeles. Los animales rezagados, generalmente por lesiones, eran las víctimas más comunes de estos hurtos, así como de la astucia del lobo acechante.

Los pastores, por su parte, en ocasiones achacaron al lobo las culpas de las cabras y de las ovejas que ellos mismos hacían desaparecer. En El coloquio de los perros nos pinta Miguel de Cervantes un cuadro costumbrista, de gran realismo, que muy bien pudo tener por modelo cualquier majada extremeña, y no sólo del siglo XVII, sino también del que ahora vivimos. Berganza le cuenta a su compañero el perro Cipión las tristes experiencias de su vida perruna al cuidado de una hato de ovejas:

"Cada semana nos tocaban a rebato, y en una oscurísima noche tuve yo vista para ver los lobos, de quien era imposible que el ganado se guardase. Agachéme detrás de una mata, pasaron los perros, mis compañeros, adelante, y desde allí oteé, y vi que dos pastores asieran un carnero de los mejores del aprisco, y le mataron, de manera que verdaderamente pareció a la mañana que había sido su verdugo el lobo. Pasméme, quedé suspenso cuando vi que los pastores eran los lobos y que despedazaban el ganado los mismos que le habían de guardar. Al punto hacían saber a su amo la presa del lobo, dábanle el pellejo y parte de la carne, y comiánse ellos lo más y lo mejor. Volvía a reñirles el señor, y volvía también el castigo a los perros" (16).

En Extremadura abundan los relatos truculentos sobre personas muertas por los lobos. Pero también, como ocurriera con los ganados, numerosos homicidios debieron encubrirse bajo la leyenda de este animal devorador. Grande del Brío investigó sobre la historia de un joven asesinado en Endrinal de la Sierra (Salamanca), del que siempre se dijo que había muerto devorado por una lobada. El conocido poema de Gabriel y Galán titulado Elegía nos habla de los paseos diarios de una niña de trece años desde el caserío de Casablanca, en las proximidades de las ruinas romanas de Cáparra (Oliva de Plasencia) y de la cañada leonesa, hasta la majada en la que unos pastores cuidan los rebaños de su familia para llevar las viandas, regresando ya anochecido:

¡Son tan horribles
las noches malas,
cuando errabundas
aullando vagan
lobas paridas
por las cañadas,
con unos ojos
como las brasas...!

Una de las noches sucede la tragedia:

¡La cabrerilla
de Casablanca
por fieros lobos,
ay, devorada!
¡Sangre en las peñas,
sangre en las matas,
la virgencita,
desbaratada!

Gabriel y Galán había basado su poema en un "hecho real" ocurrido hacia 1880. Pero muchos nunca creyeron tal cosa y en voz baja afirman que se había tratado de simular una muerte por los lobos para ocultar un caso de violación y asesinato en la persona de una niña.

Una leyenda de Olivenza habla de la muerte por asesinato de un buhonero, al que sorprenden dos jóvenes camino de Alcochel. Desde lo alto de la Sierra de las Puercas unos lobos presencian el homicidio, y el buhonero los pone por testigo ante sus verdugos. Estos disponen todo de tal forma que parezca que el desgraciado fue víctima de la furia de los lobos. Pasan tres años y los jóvenes asisten a la romería de la Virgen Nuestra Señora de los Santos. Durante la misa se escuchan unos fuertes aullidos y uno de los mozos, en voz baja y con sorna, le dice a su compañero "-Compadre, que nos reclaman los testigos de la muerte del buhonero". Las palabras fueron escuchadas por el hijo del asesinado, que siempre dudó de las extrañas circunstancias del fallecimiento de su padre, y los criminales fueron detenidos (17). Ejemplos de esta índole, aunque muchas veces los protagonistas sean otros animales se encuentran con relativa facilidad en Extremadura. Ellos guardan parentesco con la fábula que refiere al final de Ibico, el poeta erótico griego del siglo VI antes de Cristo. Un día fue asaltado por unos bandidos, que lo hirieron mortalmente. Pidió a una bandada de grullas que pasaban que vengaran su muerte, y poco tiempo después las aves revolotearon sobre las cabezas de los espectadores en el teatro. Uno de los asesinos estaba presente y, al verlas, exclamó: "¡Ahíestán las vengadoras de Ibico!". Fue detenido y confesó su crimen (18).

Son numerosas las narraciones que nos presentan al lobo como descubridor de causas criminales, sin que necesariamente pretendan poner con ello de manifiesto su inocencia. Citemos algunas a modo de ejemplo. Cuentan en Deleitosa que la criada de un cura dio a luz a dos niños y para ocultar su pecado mató a los recién nacidos y los enterró en la soledad de los campos con la ayuda del sacerdote progenitor. Aquella noche unos lobos sacaron los dos cuerpecitos y con sumo cuidado los transportaron en sus fauces y los colocaron a la puerta de la casa rectoral, para que todos conocieran el horrendo infanticidio y a sus autores (19). Una leyenda de Torrequemada, de argumento clásico, nos habla de un asesinato cometido en las proximidades del río Salor y de cómo la víctima es enterrada para ocultar el sangriento delito. El crimen acarrea el castigo divino traducido en una gran sequía que trae la esterilidad a las tierras de la comarca. Se hacen rogativas a Nuestra Señora del Salor para que ponga fin al estado calamitoso. Mas para que esto ocurra tienen que sucederse unas series de acontecimientos con los lobos como protagonistas. Estos devoran al homicida cuando una noche, tras la novena, regresaba al pueblo desde la ermita. Seguidamente los animales desentierran el cuerpo asesinado y lo arrastran hasta las proximidades del santuario. Al día siguiente fue encontrado y recibió cristiana sepultura. Sólo cuando todo esto se hubo realizado las nubes volvieron a descargar sobre los campos resequinados (20).

El carácter purificador del lobo que observamos en las líneas precedentes se hace aún más patente en los relatos tradicionales de la localidad de Valle de la Serena. Existe en ese lugar la costumbre de ofrecer cada año a Nuestra Señora de la Salud una cabra virgen. Para los naturales esta curiosa donación tiene su origen en tiempos remotos, cuando los pastores del pueblo

"se ayuntaban con sus reses hembras, y procreaban no sé que monstruos vivientes, de tales y cuales condiciones, que hacían estos y otros daños, de los que los libró la santa imagen, por lo que le ofrecieron luego los fieles la cabrita no tocada del bestial pecado" (21).

La Virgen se apiada de los arrepentidos pastores del Valle de la Serena y hace el milagro de atraer hacia el término municipal una manada de lobos, que son los que aniquilan a los monstruos nacidos por causa de un delito contranatura (22).

Tal vez haya que apuntar en el mismo debe la creencia generalizada en toda Extremadura de que al lobo le atrae de una manera inusitada las mujeres menstruantes, a las que ataca y devora con especial saña. ¿Pretenden eliminar con ello los supuestos afectos esterilizadores para los campos que emanan de la sangre catamenial? (23).

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NOTAS

(1) GRANDE DEL BRIO, R.: El lobo ibérico: biología y mitología. Madrid, 1984. Págs. 199 ss.

(2) Información de Julio Solís, Aldea de Trujillo.

(3) Información de Pedro González, Montehermoso.

(4) GUADALAJARA SOLERA, S.: Lo pastoril en la cultura extremeña. Cáceres, 1984. Pág. 59.

(5) Por la España desconocida. Madrid, 1910. Págs. 30-31.

(6) GRANDE DEL BRIO, R.: Op. Cit., 204.

(7) Información de Máximo Paniagua, Ahigal.

(8) Bichu es en Extremadura sinónimo de lobo. En algunas comarcas de la provincia de Cáceres se empleaba siempre aquella palabra, ya que se creía que nombrar al lobo acarreaba su inmediata presencia.

(9) Información de Juan Sánchez, Cañamero.

(10) Información de José Pérez, Torre de don Miguel.

(11) En Gata se habla del lobo listo, que tras entrar en un corral y no poder salir por la altura de sus paredes, mató a todo el rebaño y apiló a las ovejas contra el muro, logrando saltar de es: manera.

(12) MENENDEZ PIDAL, R.: Flor nueva de romances viejos. Madrid, 1973. pág. 246.

(13) Ibid., 244 ss.

(14) GIL, B.: Cancionero Popular de Extremadura, II. Badajoz, 1956. Págs. 115 (lit.) y 118 (mús.).

(15) Arch. Hist. Prov. de Cáceres. Sec. Real Audiencia, Leg. 642.

(16) Novela Picaresca Española. Madrid, 1956. Pág. 208.

(17) Información de Juan González, Olivenza.

(18) GREVES, R.: La diosa blanca, I. Madrid, 1983. Pág. 309.

(19) Información de María Sánchez, Deleitosa.

(20) Información de Luis Márquez, Torremocha.

(21) HURTADO, P.: "Supersticiones extremeñas", en Revista de Extremadura, IV (Cáceres, 1902), 556.

(22) Información de Ignacio Callaro, Badajoz.

(23) Sobre la esterilidad inherente a las mujeres menstruantes pueden verse las obras, entre otros, de FRAZER (La rama dorada. México, 1979. Págs. 279 ss. y 681 ss.) y LOWIE (Religiones primitivas. Madrid, 1976).



El “BICHU” EN EXTREMADURA: DE LA TRAMPA LOBERA AL HERMANO LOBO

DOMINGUEZ MORENO, José María

Publicado en el año 1992 en la Revista de Folklore número 136.

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