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Revista de Folklore número

2010



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Cuentos populares andaluces XXIII

AGUNDEZ GARCIA, José Luis

Publicado en el año 2010 en la Revista de Folklore número 2010 - sumario >



Exageración y mentira son inevitables en la exposición de hazañas, éxitos y portentos, en el alarde y ostentación, en la rivalidad de ingenio en los coloquios prendidos durante el encuentro foráneo. La exigencia de sorprender al interlocutor fuerza su presencia; el encuentro ocasional de individuos de distintas colectividades extrañas ha propiciado natural y necesariamente cuentos como En mi tierra todo es mejor, en que el sevillano afirma que la Giralda han debido de hacerla en el día, pues por la mañana no estaba allí. Todo ello para que su exageración sea mayor que la del forastero que afirmaba que en su país las pulgas son mayores que los escarabajos andaluces.

Quizás no sea casual la mención de la Giralda sevillana. Por una parte, la catedral hispalense es una de las obras más excelsas de España; pero, sobre todo, el pueblo (y no sólo él), propenso a encasillar tan inmisericorde, parcial e injustamente a los grupos sociales, determinó que el prototipo de exagerado debía asignarse al andaluz: y a él y sus cosas achacó cuanto de desmedido se imputa a personajes indeterminados en otras partes, y cargó las tintas; decimos bien, también las tintas, porque la literatura escrita igualmente amontona una y otra vez ejemplos de estos convencionalismos. Si había que buscar una chanza sobre exageraciones, no había que buscar más, ahí estaba el andaluz; recuérdese, por ejemplo, el de Revista de Folklore, 302 (2006), pp. 57–72, nº 588: Los dos andaluces, en que el personaje termina su desatinado relato contando que disparó a un botijo, hizo una agujero por el que brotó el agua, bebió, volvió a disparar, encajó la bala en el orificio, y lo taponó. Uno de los siempre hirientes epigramas de Salas Barbadillo, por otro ejemplo, se titula: Exageración de un Andaluz (Colección, p. 64), epigrama que se copiará una y mil veces: Martínez Villergas–Satorres (El tesoro de los chistes, nº 97; p. 39), Boira (El libro de los cuentos, II, p. 184), Palacio–Rivera, (Museo cómico, I, p. 152). Véase cómo lo reproduce Pipiritaña bajo el título de Hipérbole andaluza:

Riñeron dos andaluces,

Y dijo el otro al más guapo:

–¡Vive Dios que si te cojo,

Y te tiro por lo alto,

Cuando vuelvas á caer

Sentirás, mas que el porrazo,

El hambre que has de pasar

En un camino tan largo! (Las mil y una barbaridades, p. 6)

Y podrían traerse infinidad de ejemplos en el mismo sentido; curiosamente la propia catedral sevillana, con su torre espectacular, se presta también al contrapunto a la exageración andaluza: véase para ello otra chanza, adjudicada a un gallego (otro grupo social que no le va a la zaga en tópicos) que asegura que la catedral no está mal, pero que no podía compararse al Sacramento de su pueblo, como recogían Boira (El libro de los cuentos, II, p. 242: El monumento de Sevilla) o Palacio–Rivera (Museo cómico, I, p. 504).

Aparte de las comunidades territoriales, el grupo social supuestamente más desmedido en las figuraciones es sin duda el de los cazadores. De sus desatinos se cuentan chascarrillos sin par. Se relataba del personaje andaluz, a quien le sobraban montones de sal, Manolito Gázquez, que tenía por gracia explicar cómo un año disparó con su escopeta a un ciervo con huesos de aceituna, cómo al año siguiente volvió a encontrar al mismo ciervo, al que mató, y que tenía sobre su cabeza un enorme olivar, del que salía el aceite para su uso y las aceitunas que estaban comiendo. Lo transcribieron de la tradición escrita Martínez Villergas y Satorres (El museo, nº 333; p. 132), Boira (El libro de los cuentos, II, p. 170) o Palacio y Rivera (El Museo cómico, II, p. 289–290), entre los mismos autores del diecinueve que ya hemos señalado; pero el propio cuento también está en el folklore universal catalogado por Aarne y Thompson (1889C: El árbol frutal crece de la cabeza del venado): es un chascarrillo aplicable a cualquier cazador del orbe, pero en España lo más apropiado es ponerlo en boca de un ocurrente andaluz, lleno de gracia, justo es reconocerlo. Véase otro ejemplo del último autor mencionado. Se jactaba un cazador:

– Nadie ha hecho en este punto lo que yo. De un balazo dejé á una cierva herida en la punta de la oreja derecha y en la pezuña del pié izquierdo.

– No puede ser, no puede ser, esclamaron á la vez los concurrentes. ¿Cómo diablos había de estar esa cierva para recibir dos heridas tan disparatadas?

– Poco á poco, caballeros (…): cuando yo le apunté se estaba rascando. (El Museo cómico, I, p. 342).

¿Qué cazador contó tal historia? No había otra posibilidad, indudablemente un andaluz; al menos así lo dicen explícitamente los escritores, también lo copiaba Boira (El libro de los cuentos, I, pp. 62–63: Un tiro difícil). Sin embargo es cuento igualmente folklórico esparcido por el mundo (Aarne–Thompson: 1890, El disparo de la baqueta y una serie de accidentes afortunados) del que podríamos señalar diversas versiones populares hispánicas, pese al empeño de los escritores decimonónicos de que fuese su autor un donoso andaluz.

Hay una diferencia fundamental entre los dos últimos ejemplos. El absurdo universal, achacado en nuestra cultura erudita al increíble Manolito Gázquez, de quien se contaron casi tantas gracias como de Quevedo (difícil igualar), es una mera exageración cuya gracia reside en el sinsentido y disparate mismo; el último, en cambio, posee mayor atractivo porque el disparate encandila al auditorio que intuye una propuesta de enigma que le obliga a pensar y solicitar una solución; esta misma, inesperada, provocará la hilaridad. Y mayor complejidad poseen otras mentiras y exageraciones que suponen una mayor elaboración e ingenio: debieron florecer sobremanera en reuniones cortesanas, en otros encuentros selectos y seguramente en cualquier reunión tutelada por el buen humor. En ellas es precisa la viveza pues hay que rivalizar replicando a mentira con mentira mayor, como es el caso de La Col y la caldera, uno de los cuentecillos que más han transitado ambas literaturas. Indudablemente ciertas mentiras son inequívocamente deleitosas, especialmente cuando el engaño no es el objetivo principal, sino la captación de la atención por sorpresa.

El mencionado cuento de La Col y la caldera, ciertamente, también hace presencia en uno de esos deliciosos pasajes autobiográficos populares de la “Biblioteca de Narrativa Popular” (Sendoa); lo oyó Humbelino Ayape de labios de un gracioso local, un tal Jacinto; pero nos interesa sobremanera todo un capítulo de esta biografía, “Las liebres”, porque ilustra nítidamente la idea apuntada de la fecundidad de los encuentros foráneos para la explotación de la exageración y la mentira, especialmente si los reunidos son cazadores. Antes de llegar al cuento mencionado, el gracioso local ya ha extendido todo su ingenio (o digamos mejor, ha rebuscado en su repertorio):

Otra vez, no sé si se lo he contado, bajaba a Sádaba un señor de aquí que se llamaba Jacinto Oneca y era muy ocurrente. Se tropieza en el camino con dos que andaban cazando liebres y les pregunta:

– ¿Qué? ¿Hay muchas liebres por aquí?

Le dice uno de ellos:

– No hay muchas, no. Pero el compañero que va aquí y yo hemos cazado, entre ayer y hoy, ciento dos.

– ¡Jodo!

Le pregunta entonces uno de los cazadores:

– Y en la Bardena de Cáseda ¿hay muchas?

Y les dice:

– En la Bardena de Cáseda, cuando nos apetece comer liebre, salimos a la corralada, a la más gorda le pasamos la mano por el lomo, la pillamos y nos la comemos.

Humbelino Ayape aclara: “Como el otro le había soltado una mentira, él le metió otra más gorda”; el objetivo, incuestionablemente, no es otro que exceder el argumento del contrincante. Y continúa explicando que esa era una actitud habitual:

“En Aragón contaban muchas historietas así, pero ese Jacinto les ganaba. Para pasar una tarde un poco alegre, no había otro como él. Empezaba a soltar macanas y todos los estaban (sic) al lado se tiraban de risa por el suelo.

Una vez, le oí que en no sé qué pueblo va y dice uno:

– En mi pueblo, hay una col que debajo, a la sombra, calorean en el verano cuarenta y cinco mil cabezas de ganado (…)”. (Las tardes de la Bardena, II, pp. 207–215)

Y seguidamente expone una versión de nuestro cuento.

Ya Eugenio de Salazar (Cartas Inéditas, III) hablaba de las mentiras placenteras, y recogía algunas interesantes. El encabezamiento de la obra ya nos da idea del contenido: “Escrita por el author a un amigo suyo, en que le refiere algunas mentiras que oyó a çiertos gentiles hombres iendo caminando con ellos de Madrid para Toledo, y al propósito trata de otras mentiras de otras personas y de muchas especies de mentiras”. Esta actividad entraba dentro del arte lúdico y dialéctico que caracterizaba al cortesano, hombre ocurrente del Renacimiento. Puede verse al respecto El Cortesano (especialmente II, V–VII) de Castiglione, donde aparecen diversas mentiras y salidas airosas. Explica: “Y aquellas grandes mentiras que eceden el grado de toda credulidad, cuando están bien compuestas, ya vosotros veis cómo hacen reír” (II, V; p. 190). Así, expone algunas, como la que asegura que moscovitas y polacos, a ambos lados del heladísimo río Boristhenes, intentan comunicarse, pero sin acercarse por los recelos que les atenaza su enemistad. Pues habiendo hablado los moscovitas y estando las palabras heladas flotando en el aire, los polacos deciden acudir al centro del río, hasta donde habían llegado y se habían cuajado las palabras, y encender un fuego para deshelarlas y poder oírlas. O la que asegura que los portugueses traían extrañísimos animales, como la mona que jugaba al ajedrez, ganando, incluso, al propio Rey. Semejante a nuestra col debían de ser ciertos rábanos, según aseguraba el mismo Eugenio de Salazar, que contaba alguien de Olmedo para quien los rábanos eran más gordos que su pierna. A eso se le replica que en Murcia hay repollos tan grandes que media docena llenan una carreta. Y a eso se añaden los quesos de Parma, mayores que ruedas de molino, los melones de Plasencia, con tajadas de vara y media, cierta anguila de la extinta y superficial laguna de Paredes de Nava, gruesa como un muslo del narrador y larga como seis perímetros de su propio cuerpo. Después de concluir con las mentiras, continúa con otra serie que denomina no verdades. Tras explicar el término patraña (“mentira que viene deriuada de los años del padre”), propone algunos ejemplos: “Vn solo azeituno había en mi tierra que, sin varearle, daua harto más azeite que podrá dar este olivar…”. Tal como hace cuando explica el término bogas (“que son mentiras de fuerças”). Las bogas nos interesan porque nos ayudan a comprender cómo ciertas fanfarronerías podían circular de boca en boca aprovechando encuentros o reuniones sociales. Estas fanfarronerías no difieren gran cosa de lo que se afirma en ciertos cuentos. De un tal Céspedes, por ejemplo, se decía que era capaz de bloquear las ruedas de un carro tirado por los tres mejores pares de mulas.

Milan (Cortesano, p. 352) disculpaba el mentir cuando era “para placer”.

En fin, existe gran variedad de cuentos y motivos basados en exageraciones (Thompson: X900–X1045), de los que aquí disponemos una pequeña muestra.

Agregamos dos cuentecillos que se clasifican como de pega, en un grupo más amplio de fórmulas fijas; coinciden con los de exageraciones, y los más complejos de ingenio, en que, tras captar la curiosidad del oyente, lo envuelve con respuesta inesperada que causa el chasco no en los personajes, sino en los mismos oyentes.

[EL CIEGO, EL SORDO Y EL CALVO]

Dice que eran dos catetos. Y iban por la Giralda. ¡Vamos!, allí por Sevilla, por la vera de la Giralda […]. Y iba un ciego, un sordo y un calvo. Y entonces dice que le dijo el sordo, le dijo:

– Ése –no, dice que dijo el ciego–. He visto un león en la Giralda, en lo alto de la Giralda –le dijo el ciego.

Y le dijo el sordo:

– Pues mira, que yo he oído las pisadas.

Y le dijo el calvo:

– No me digas eso, hombre; que se me ponen los pelos de punta.

AMPARO LÓPEZ OJEDA (El Palomar–Paradas, 1993)

CATALOGACIÓN

Cf. Aarne–Thompson, nº 1620*: The Conversation of the One–Eyed Man and the Hunchback.

Uther, nº 1620*: The Conversation of Two Handicapped Persons.

Robe, nº 1920E*: Lie: Seeing (Hearing) Enormous Distance.

Hernández Fernández, 1920E*: Chistes sobre defectos físicos (catálogo murciano en preparación).

Thompson: X936, X938.

VERSIONES ESPAÑOLAS

López Megías (Tratado…, p. 95), nº 39: El ciego, el calvo y el cojo.

Sánchez Ferra (“Camándula… Torre Pacheco)”, p. 121), nº 131: El ciego, el sordo, el calvo y el cojo.

González Sanz (La sombra… Guara, p. 118), nº 70: [Cuento del ciego, el sordo y el calvo].

Asiáin (Narraciones folklóricas navarras, p. 186), nº 95: Vista y oído.

VERSIONES HISPANOAMERICANAS

Feijóo (C. cubanos, p. 156): El ciego y el sordo.

Cf. Robe (Los Altos, p.489), nº 138: El hijo mentiroso.

[EN MI TIERRA TODO ES MEJOR]

Como le ponían en los ayuntamientos un día… Un día le cogió un sevillano de ésos, que le gustaba el mollete.

– Abajadito, ¿qué es?

Dice:

– Una casa, un edificio del año, un fulano de estos, cetano.

Dice:

– Esto que me pica aquí.

Dice:

– ¡Ojú! eso son pulgas.

Dice:

– ¡Huy, en mi pueblo es más grande, en mi pueblo es más grande!

Lo hartaron de vino y se lo llevó a la fonda y lo acostó. Y agarró cinco o seis escarabajos de esos gordos y se los metió en la cama. Y por la mañana, dice:

– ¿Qué es eso?

–Eso es chinche.

– ¡Uh, éstas son más grandes, éstas las tengo yo más grandes!

Y al otro día, echa otro paseo por Sevilla…

– Esto de cuando los moros.

Pasó por la vera de la Giralda…

– Esto, ¿en cuántos siglos lo arreglaron?

Dice:

– Esta mañana, hemos estado aquí y no estaba la Giralda.

JOSÉ Mª MONTES CORTÉS (Marchena, 1991).

CATALOGACIÓN

Véase Aarne–Thompson [Uther], nº 1920: Contest in Lying. Hay varias subdivisiones del tipo, ninguna se ajusta exactamente.

Hansen, nº 1920.

Pujol, 1920: La competició de mentiders [Oriol–Pujol, 1920: La competició de mentiders].

Nascimento, 1920: Contest in Lying.

Hiroko Ikeda, 1920: Contest in Lying… Hora Kurabe; Oomono Kurabe.

Thompson: J1250, W905, W1030, X1030.1, X1285, X1291.

VERSIONES HISPÁNICAS

Pendás (C… penal de Santa María…, p. 86), nº 69: Una construcción portentosa.

Noia Campos (Contos galegos…, p. 418–419): O galego, o portugués e o andaluz.

VERSIONES LITERARIAS

Luis León Domínguez (Los cuentos de Andalucía…, pp. 11–18): La canción andaluza.

Roderic (100 Chistes Ferroviarios, s. p.): Le gano a mentir.

Chevalier (C. folklóricos, núms. 153–155) recoge diversas versiones literarias con algunas semejanzas. A ellas podríamos añadir una de los Cuentos de Yehá (nº 274): Un recién llegado que estropea las proporciones. Exactamente igual a la propuesta por Chevalier, nº 255.

Otra versión de los Cuentos de Yehá caracterizada por las exageraciones es la nº 315, Era la Cola de mi Larga Oreja. Hemza alardea de que todas las noches asciende al espacio, donde contempla el paraíso. Yehá le pregunta que si no siente como una dulce brisa en el rostro. Al contestarle afirmativamente, agrega: “Es la cola de mi larga oreja”.

En Pabanó (Gitanos, pp. 107–108), encontramos réplica también extravagante a exageración singular. La plaza de Sevilla registraba tales llenos cuando toreaba Guerra, dice un gitano, “que la gente pa reíse lo tenía que jasé pa dentro, poique pa juera se ajuntaban los carriyos d’uno con los de lo sotros”. Otro gitano afirma que, en el Vaticano, hay una capilla donde cabe la catedral de Sevilla; su altar es tan largo “que lo monaguiyo pa yegá pronto, ar cambiá er mizal, tienen que dí en bicicreta”. (p. 154)

La más semejante a nuestra versión, aparece en El Folklore Andaluz (p. 488: Ocurrencia ó golpe de Gracia). El extranjero se maravilla de la Giralda; el andaluz le dice al “extrangis”: “Pues toa, toíta […] está jecha’quí mesmo”.

[LA COL Y LA CALDERA]

¡Utrera!, ahí en Utrera se cría una col ¡muy grande! Y le dijo uno de ésos, muy bruto, muy cateto, le dijo:

– En Utrera hay una col, que sestean debajo […] debajo dos mil ovejas.

Dice:

– ¿Dos mil ovejas?

Y le dijo el gallego:

– ¡Anda anda! Tú eres más bruto que yo. ¿Dos mil ovejas? ¡Imposible! –dice–. Pues mira; verás tú: allí en mi terreno, hay unos toneleros y están haciendo una caldera y dan unos golpes…; y uno al otro, cuando da uno un golpe, el otro no escucha el golpe que ha dado. ¡Ya ves si estarán, ya ves si la caldera es grande!

Y le dijo:

– Y tan grande…; y esa caldera ¿para qué es?

Y le dijo:

– Esa caldera es para guisar la col de Utrera.

AMPARO LÓPEZ OJEDA (El Palomar–Paradas, 1993).

CATALOGACIÓN

Lunding, 95: The Big Lies.

Aarne–Thompson [Uther], nº 1960D: The Great Vegetable (cabbage, potato, etc.), nº 1960F: The great Kettle, nº 1920: Contest in Lying, nº 1920A: “The first tells of the great cabbage (cf. Type 1960D), the other of the great kettle (cf. Type 1960I <sic>) to cook in it”.

Cf. Boggs, 1960D.

Robe, 1920A.

González Sanz (Catálogo… Aragoneses), 1920A: La col y la caldera, nº 1960D: El gran vegetal.

González Sanz (Revisión del Catálogo…), nº 1920A: “El primero: –El mar arde.”

Beltrán (Rondalles, nº 225): Una persona excel·lent, però gran mentirós.

Pujol, 1920A: La col i la caldera, 1960D: La Gran Col, 1960F: la gran caldera. [Oriol–Pujol, 1920D: La gran col, 1960F: La gran caldera].

Amores García, nº 192.

Chevalier, 254.

Cuartero–Chevalier (ed. Santa Cruz, p. 464), X, 34.

Nascimento, 1960D: The Great Vegetable.

Thompson: X900, X905, X907.1, X1030, X1031.1.1, X1401, X1423.1, J1250, K1952.2, W905, X600.

VERSIONES POPULARES ESPAÑOLAS

Espinosa (CPCL, II, p. 375), nº 440: La mentira más grande.

Quesada Guzmán (Cuentos… Pegalajar, pp. 272–273): La mentira más gorda.

López Megías (Etno…Alto de la Villa, p. 93), nº 68: Mentirollas gordas.

Asensio (C. riojanos…, p. 286): Las berzas y la caldera.

Ayape–Zavala (Las tardes de la Bardena, II, pp. 28–29).

Faro (Tradició… Santisteba, p. 40).

Fonteboa (Lit… Bierzo, pp. 147–148), nº 51: El gallego y el andaluz (no es el mismo cuento, aunque pertenece al mismo fondo).

Contos P. Lugo (p. 161), nº 173: O andaluz e o galego.

Hernández Díaz (Canturías, p. 14): La col.

Quintana (Lo Molinar… Mequinensa, p. 191), nº 94: [La mentira més grossa].

Bertrán i Bros (El Rondallari Catalá, p. 181), nº 88: Les cols y la caldera.

VERSIONES POPULARES HISPANOAMERICANAS

Jameson–Robe (Hispanic Folktales…, pp. 210–211), nº 194: The Eagle and the Kette.

Feijoo (C. P Cubanos; II, pp. 123–124): La malanga de Guzmán y La col y la camarona [Sabiduría Guajira…, pp. 225–227].

VERSIONES LITERARIAS

Nuestra propia versión se halla en Santa Cruz (Floresta, X, 34; p. 272). En este caso, son quinientos caballeros los que sestean bajo la berza y trescientos hombres los que hacen la caldera y no llegan “el uno al otro con veinte varas”.

En Pinedo (Libro de Chistes, pp. 112; en Paz y Meliá, Sales…, pp. 298–299), son trescientos los caballeros que pueden acampar bajo la berza; pero el marqués de Poza dice, como en nuestro cuento, que los doscientos operarios que fabrican la caldera están tan distanciados que uno no oye los martillazos de los demás.

Martínez Villergas–Satorres (El tesoro de los chistes, nº 602, pp. 247–248).

Boira (El libro de los cuentos, I, p. 285): La berza y la caldera.

Palacio–Rivera (Museo cómico, II, p. 568).

Valera, Cuentos y chascarrillos andaluces, pp. 81–82: La col y la caldera.

Cuentos y chascarrilos, pp. 84–86: La col y la caldera.

Nogués: “Un soldado andaluz le dijo á un quinto aragonés, que en su tierra eran tan grandes los melones que con uno se hartaba un batallón y sobraba. – Pues en mi pueblo –replicó el aragonés– de la mitad del hueso de un melocotón hicieron una barca para pasar el Ebro”. (Cuentos, tipos y modismos de Aragón, pp.13–14).

[CON LA CABEZA DEL REVÉS]

Esto era un arriero, que tenía un burro. Y todos los días iba al monte por una carguita de leña de pinos para un asno que tenía, y guisar el pan. Y siempre por el camino iba comiendo piñones. Pero un día se le cayó un piñón. ¿Y dónde vino a caer? En una matadura que tenía el burro. Y nació un pino. Cogió el pino a criar, criar, criar… ¡Y ya llegaba al cielo criando!

Un día miró para arriba y lo vio cargado de piñas. Y dice: “Pues yo me voy a subir y voy a coger unas piñas”.

Se lía a varear, ¡venga subir, venga subir!

Cuando llegó arriba, se lio a coger piñas, ¡venga coger piñas, venga coger piñas!

Y antes de que acabara, salió el burro andando… ¡Que se cae, que no se caía…, que ya no sabía lo que hacer…! ¡Total!, que se agarró en los eslabones del cielo.

Y luego, cogió una manta que tenía…, la hacía la manta que tenía…, no vio llegar al suelo todavía. Y ya no sabía lo que hacer, y dice:

– Pues yo me voy a soltar y sea lo que Dios quiera.

¿Y dónde vino a caer? En lo alto de una piedra. Y se le quedó la cabeza allí clavada. Dice:

– Y ahora, ¿qué hago sin cabeza?

Pues agarra, fue a su casa. Con las hachas, rajó la piedra y sacó la cabeza. Y se puso la cabeza al revés.

Y desde entonces, donde quiera que iba, iba siempre vuelto de espalda.

DOMINGO MARTÍN MAQUEDA (Marchena, 1993).

CATALOGACIÓN

Cf. Aarne–Thompson [Uther], nº 1960G: The Great Tree, nº 1920D*: Climbing to Heaven, nº 1247: The Man Sticks his Head into the Hole of the Millstone.

Nascimento, 1960D: The Great Tree.

Oriol–Pujol, 1960G: El gran arbre.

Thompson: F50, F54, D482.1, D2157.4, F0, F54.1, F54.2, F511.0.4, F511.0.6, F811, E12.2, E783.1, X1726, X1726.2.

LA PLANTA QUE CRECE Y LA CABEZA DECAPITADA Y REPUESTA

Max Müller (Mitología comparada, pp. 212 y ss.) relaciona, siguiendo la idea de Tylor, la planta que crece y une varios estratos, con la idea de la vida futura y las diversas estancias para las diversas vidas. Expone, entre muchos casos, la historia de los mandanes americanos, según la cual la nación, que vivía en el subsuelo, descubrió un día cómo las raíces de una cepa se deslizó hasta el pueblo; “algunos de los hombres, de temple arriesgado, treparon por la vid, y se quedaron extasiados al ver la tierra cubierta de búfalos, y rica en frutos de toda especie”. Nos dice que esta historia es equiparable a la de Jack y el tallo de judía y otro gran número de cuentos malayos y polinesios que contienen la misma idea. Y agrega: “Entre los diversos medios gracias a los cuales se cree posible subir de la tierra al cielo, cita Mr. Tylor un robusto tallo de grama, una cuerda o una correa, una tela de araña, una escala de hierro o de oro, una columna de humo o el arco iris. En los cuentos mongoles de Gesser–Chan el protagonista baja del cielo, y sube a él, con ayuda de una cadena” (p. 212).

Chevalier (“Luis Coloma y el Cuento Folklórico”, pp. 232–233) dice que Coloma aprovecha el cuento muy popular del descabezado a quien le vuelven a pegar la cabeza del revés, quedándose el pobrecito “con las narices para la espalda y la nuca para el pecho” para su Periquillo sin miedo.

Nuestro cuento, acabamos de ver, reúne dos motivos destacados: la planta que crece hasta el cielo (F54), y la cabeza decapitada y repuesta con éxito (E783.1). El cuento, el mito y la fantasía se han unido en ambos motivos y se han resguardado en la cultura. San Isidoro (Etimologías, lib. XI, 3), por ejemplo, retoma, como verosímiles, los portentos descritos por los clásicos, porque ocurrieron por voluntad divina (“quia divina voluntate fiunt, cum voluntas Creatis cuisque conditae rei natura sit”, p. 46). Y, así, nos habla con toda naturalidad de los gigantes y los pigmeos “quod sint statura cubitalis”, de los cynodontes, hermafroditas, los blemmyas libios, que nacen sin cabeza “et oculos habere in pectore” y todo el ingente número de seres extraordinarios con forma zoomórfica y humana, de medidas desproporcionadas, capaces de engendrar seres de especie distinta, con la habilidad de metamorfosearse. En fin, es posible la existencia de seres que nazcan “sine manu aut capite”, incluso que nazca la cabeza sola.

Si el hecho parece sorprendente, no lo es menos que hasta los tiempos de los caballeros andantes y los posteriores que festejaron sus hazañas se leyese con naturalidad, y se escuchase, que eran posibles los ungüentos capaces de unir cuerpos mutilados. Don Quijote (I, cap. X) le habla a Sancho del bálsamo de Fierabrás,

con el cual no hay que tener temor a la muerte, no hay pensar de ferida alguna [incluso, dice…] cuando vieres que en alguna batalla me han partido por medio del cuerpo(como muchas veces suele acontecer), bonitamente la parte del cuerpo que hubiere caído en el suelo, […] la pondrás sobre la otra mitad […] me darás a beber solos dos tragos del bálsamo que he dicho, y verás quedar más sano que una manzana.

Montoto (Personajes, p. 248) recuerda este episodio de Don Quijote y su antecedente referido al emperador Carlomagno, y refuerza la posibilidad de crédito al advertir Fierabrás que “de este bálsamo fue embalsamado el cuerpo de tu Dios cuando le descendieron de la cruz y fue puesto en el sepulcro; y si de ello bebes, quedarás sano de tus heridas”, recuerda Montoto.

Pidal (Antología, pp. 241–243) hace memoria del cuento de La Mula sin Freno de Paysans de Maisiére (siglo XII) perteneciente al ciclo artúrico. Galvan llegó al país de enanos y gigantes donde uno de éstos últimos le pidió que le cortase la cabeza; se la cortaron al caballero al día siguiente. Galván decapitó al gigante de un tajo; pero sorprendentemente “el descabezado tomaba la cabeza y la volvía a colocar sobre el truncado cuello” y marchó. La historia es conocida dentro de las leyendas del rey Arturo; aparece en un extenso poema inglés, Sir Gawayn and the Green Knight (cf. Anthony Burgess, English Literature, p. 27).

Samuel Feijóo (Mitos y leyendas…, pp. 202–207 y 249) nos presenta algunos casos en los que podemos comprobar cómo la mentalidad supersticiosa de nuestro siglo sigue creyendo en portentos como los jinetes sin cabeza. Concretamente, expone dos testimonios de personas que los vieron: “…, vimos pasar galopando un caballo blanco con jinete sin cabesa vestío e blanco, dando unos gemidos muy agudos […]. Ese jinete sigue saliendo ahí y el que lo quiera comprobar no tiene más que ir a la finca «El Ancora»” El mismo Feijóo (pp. 231–232) nos cuenta también un caso en que fue unida una cabeza con su correspondiente cuerpo, animal no obstante, por poderes sobrenaturales: en esta ocasión, un haitiano decapitó a su vieja yegüa que “salpicó de sangre las paredes y la tierra”, pero como se presentase la guardia civil para pedir explicaciones, el haitiano dijo que no pasaba nada, y en efecto, “el animal estaba bueno y sano y merendándose una buena ración de yerba”.

Nogués (C… de Aragón, pp. 146–147) refiere, entre los que denomina “hechos históricos”, la leyenda del arzobispo de Zaragoza, D. Lope de Luna, “que pasó por un pinar cerca de Villarroyo; oyó una voz que gritaba, confesión, y encontró la cabeza de un hombre separada del cuerpo que daba saltos, diciendo que por intercesión de San Miguel había alcanzado de Dios la vida hasta que le perdonasen sus pecados”. Conseguido, quedó inmóvil.

Esta leyenda, al igual que otras tantas, explica cómo la mentalidad popular más moderna, escudándose en prodigios e intervenciones divinas, ha dado cobijo a ancestrales concepciones, como las que ordena S. Isidoro, como las que testifican quienes aseguran verlas: “Llegamos a otro lugar, donde vivían unos hombres acéfalos…” (Pseudo–Calístenes, Vida de Alejandro, II, 37) o como extienden, de buena fe, los crédulos como Torquemada, que da toda certeza a una noticia que hablaba de un hombre que se exhibía en Roma con dos cabezas “y la una de ellas le salía de la boca del estómago” (Jardín, p. 133).

El propio Feijoó (Theatro, II, I, 6) se queja de que aún en sus tiempos “ha quedado mucho que purgar en la Historia Natural, por la obstinacion de algunos modernos en trasladar ciegamente las patrañas, que dexaron escritas los antiguos”, aunque aclara que en los últimos tiempos, en que se ha circundado el mundo entero, muchas fábulas se han desautorizado y ya “se sabe, que en ninguna parte de la Tierra hay Pygmeos, ni Ojarancos,…”; es el siglo XVIII.

No es casual que la decapitación aparezca unida al motivo de la planta que crece. Recordemos toda la serie de leyendas y cuentos en los que la tumba del violentado es el lugar germinativo de la planta denunciante (vésae nuestro cuento La Flor del Aguilar), recordemos la historia de Jacinto, favorito de Apolo, cuya cabeza fue seccionada y de cuya sangre brotó una flor. Este Tipo aún perdura en el folklore. Italo Calvino (C. italianos, nº 170) recoge una versión en la cual se decapita a la hija del rey, naciendo después un sauce llorón de la cabeza cortada. En el fondo de todo esto están los ancestrales sacrificios humanos para la propiciación de las cosechas en el ciclo germinativo: unidas las mutilaciones y los viajes intermundos.

Frazer (La Rama Dorada, p. 492 y ss.) nos da una extensísima lista de rituales que contemplan la primera realidad (que hemos tratado menos que las otras):

Los indios de Guayaquil, Ecuador, acostumbraban a ofrecer sangre humana y corazones de personas cuando sembraban sus campos […]. Los indios pawnees sacrificaban anualmente una víctima humana en primavera cuando sembraban sus campos […]. Los marimas, tribu bechuana (Guinea), sacrifican un ser humano para las cosechas […]. Le aprisionan por la violencia o emborrachándole y le llevan a un sembradío, donde lo matan entre los trigos para que sirva como «semilla» […]. Los nativos bontoc, en el interior de Filipinas son apasionados cazadores de cabezas. Sus épocas principales para la caza de cabezas son las de replantar y segar el arroz. Para que la cosecha sea buena se precisa que cada arrozal reciba por lo menos una cabeza humana en la replantación y otra en la siembra.

Los ejemplos se esparcen por todo el mundo y se asegura que, en Europa, aún perviven ciertas costumbres que rememoran pasados rituales semejantes a los que se han descrito con anterioridad.

No importa que los testimonios reflejen lo que ven o elaboren un producto creíble, como hace Luciano (Historia Verdadera, lib. I) cuando cuenta la expedición que se dirige a las Hespérides y que halla unos seres mitad vid, mitad mujer. Los navegantes que intentan tener relaciones con dichos seres femeninos se transforman en vegetales que quedan unidos a las vides–mujeres.

Sí importa que fue material creíble y muy representativo en los sueños premonitorios. Tengamos presente la visión de Nabucodonosor (Daniel, 4): “Miraba yo, y vi en medio de la tierra un árbol alto sobremanera. El árbol había crecido y se había hecho muy fuerte, y en su cima tocaba los cielos, y se veía desde los confines de toda la tierra”.

Valerio Máximo (Hechos y Dichos, I, VII) cuenta el sueño de Astiages, padre de Mandane, cuando ésta va a dar a luz a Ciro: “Nacía una vid que crecía hasta el punto de dar sombra a todas las regiones de su imperio”. Heródoto nos dice, al respecto, que Astiges, en una segunda visión (en la primera había visto que su hija orinaba hasta inundar Asia), vio “que de las vergüenzas de aquella su hija crecía una parra y que esta parra se extendía por toda Asia” (Historia, lib., I, cap. 107). (Timoneda también se hace eco de esta historia en su Patrañuelo, patraña 16.)

Fradejas Lebrero (Novela Corta, p. 148 y ss.) nos explica la historia de Mirrha (estudiando la novela de Cristóbal de Villalón, Tragedia de Mirrha, 1536), convertida en árbol, y también el motivo de la transformación en vegetal y en vid (p. 169); a él remitimos para estos motivos.

El cuento folklórico ha seguido incorporando toda esta concepción. En Cuentos del Vampiro (núm. 16; pp. 128–143), vemos cómo crece un árbol sobrenatural en el jardín del jefe de los espíritus aéreos. “Ese árbol otorgaba los favores que se pedían. El rey, que dirigía peticiones a ese ser divino, obtuvo así un hijo”. Obsérvese cómo, al igual que en la visión de Ciro, por ejemplo, el nacimiento se relaciona con árboles extraordinarios. Por cierto, en esta misma historia, hallamos el motivo de la resurrección por medio de un néctar prodigioso: “Gauri roció a Jimutavahana con un néctar que sacó de su aguamacil. Jimutavahana resucitó al punto con el cuerpo incólume.”

Grimm (C. C., pp. 402–403: El Mayal del Cielo) refiere el cuento del nabo que crece hasta el cielo. El protagonista sube al cielo para ver a los ángeles; pero como siente que van a cortar el vegetal, se hace una escalera con las granzas de la avena y baja.

Afanasiev (Rusos, I, p. 32) hace arrancar una versión del Medio Pollito del motivo de la planta que crece hasta el cielo. En realidad, el gallito es traído del cielo por el viejecito que trepó por la planta.

Equilbecq (África, pp. 212–214) refiere un cuento interesante con el motivo de la planta que surge y crece desde la tumba.

En los Cuentos Fantásticos de China (pp. 75–78: El ladrón de melocotones), unos funcionarios piden a un hombre que, en pleno invierno, se haga con un melocotón. El hombre lanza una cuerda al cielo y le dice al hijo que suba por ella hasta él, donde hay un melocotonero. Desde el cielo, deja caer un melocotón, pero alguien corta la cuerda y rueda hasta el suelo la cabeza del muchacho, luego los miembros. Al final, el padre reconstruye al chico; todo es un truco. En el siguiente (pp. 81–83), un sacerdote come una fruta y deposita la semilla en el suelo; instantáneamente brota un tallo que se desarrolla rápidamente hasta florecer y dar fruto; pero también es un truco mágico. Edward (Ancient…, p. 373), por otra parte, nos habla de una leyenda china, según la cual, existe un país de gente sin cabeza, porque un antepasado había entrado en polémica con los gobernantes de los cielos.

El propio Boira (II, p. 62: Besar su mejilla) trae a su colección la historia de San Lamberto, el mártir zaragozano que recogió su cabeza al ser decapitado y se fue con ella al sepulcro.

Igualmente, lo recogen Palacio y Rivera (Museo cómico, I, p. 475). La presencia en estos casos llega por el lado risible. En principio establecen el hecho histórico, y después descubren el risible, relatando cómo lo refería un capuchino: “Pero el esforzado San Lamberto, apenas vió que le habían cortado la cabeza, se levantó, la cogió en sus manos, la besó humildemente en la mejilla derecha, y se marchó con ella majestuosamente al sepulcro”.

Roberto Robert (El mundo riendo, p. 431) refiere el acontecimiento idéntico, pero sobre San Dionisio.

Andersen utiliza frecuentemente las plantas y animales humanizados.

[¿Y EL BURRO?]

Dice:

– Salió en una sierra que hay allí –es verdad, el muchacho era de Fregenal de la Sierra, había sierras allí, dice–, salió una sombra.

Y dice, allí, dice:

– A mí que ese hombre tiene una espada, un pan (una hogaza de pan), y un burro.

Empezaron allí a decir:

– La espada representa guerra y el pan representa hambre.

– ¿Y qué representa el burro? [Suele preguntar el interlocutor].

– ¡Álzale el rabo y bésale el culo!

MANUEL LÓPEZ (Marchena, 1991).

CATALOGACIÓN

Aarne–Thompson [Uther], nº 2200: Catch–tales.

Pujol, 2200: Rondalles–sorpresa.

Chevalier (“Veinticinco Cuentos…”, pp. 127–128), nº 23.

Oriol–Pujol, 2200: Rondalles sorpresa.

Nascimento, 2200: Catch–tales.

Hiroko Ikeda, 2200: Catch Tales… Hanosoo ka, Hanasu mai ka?; Shiri–kire Banashi.

Thompson: X13, Z13.

VERSIONES POPULARES ESPAÑOLAS

Larrea (Gaditanos), nº XXX: Los tres compañeros.

Rodríguez Almodóvar (C. al amor), nº 134: Vino un gato y mató al “rato” (el final).

López Megías (Tratado…, p. 315), nº 132: Un macho muy majo.

Rodríguez Pastor (“El engaño….”, pp. 117–118), incorpora diversas versiones de cuentos de este tipo que agrupa en el apartado V: Dichos de Pega.

Espinosa (CPCL, II, pp. 469–470), nº 509: ¿Y el Burro?

Cf. Camarena (León), nº 299: La boda del tío Perico (el final).

Fonteboa (Lit… Bierzo, pp. 149–150), nº 53: Las respuestas del obispo (no es el mismo cuento, aunque posee el mismo elemento capcioso).

Agúndez (C. Valladolid…, nº 56): Invitados desagradecidos.

Cuscoy (Tradiciones populares, II, p. 138): No te dejes sorprender. Cf p. 137: ¿Te acordarás de todo?

VERSIÓN POPULAR HISPANOAMERICANA

Cf. Jameson–Robe (Hispanic Folktales…, pp. 217–218), nº 205.

VERSIÓN LITERARIA

Salta a la literatura en la Propalladia (1517) de Torres Naharro, concretamente en la Comedia Trophea, jornada 2ª (O.C., p. 262). (Puede leerse en Chevalier, Tipos cómicos, pp. 124–125).

JUAN TOMILLO ¿Que os lo diga?

Un mulo y una hormiga

y un raposo muy artero,

que llegando el mesonero

les dixo: ¡tomó una higa!

[…]

Que no los quiso acoger,

y el zorro, con su saber,

[…]

la hormiga se coló…

CAXCOLUZIO Compañero, ¿pues el mulo?

JUAN TOMILLO Miafé, besalde nel culo.

[PARA EL QUE PIDIÓ LICENCIA]

Esto era, eso era un hombre que iba –esto es muy antiguo, esto es nada más para entretener a los niños–, esto era un hombre que iba por un camino ¡adelante, adelante, adelante, adelante! y se encontró un papelón de alfileritos chiquititos. Los más buenos los cogió y los más malos los tiró. Pero iba más adelante, adelante, adelante y se encontró un papelón de agujas. Las más buena las cogió y las más malas las tiró y las más buenas se las llevó también.

Luego se encontró unas agujas colchoneras, de ésas de acero. Y hizo lo mismo, las escogería: las más buenas se las llevaba y las más malas se las tiraba.

Y adelante, adelante, se encontró un papelón de agujas más grandes. Las más buenas las cogió y las más malas las tiró.

Y luego se encontró un papelón de leznas –¿sabes lo que es lezna? Lo que tienen los zapateros–. Las más buenas las cogió y las más malas las tiró. Pero, iba, pero iba adelante, adelante, y entonces se encontró un borrico muerto; encontró un borrico muerto y le clavó una aguja: ¡nada! Y le clavó una gorda: ¡tampoco! Y luego le clavó una lezna y entonces… soltó una mierda para el que pidió licencia.

AMPARO LÓPEZ OJEDA (El Palomar–Paradas, 1993)

Antes de comenzar el cuento, la narradora preguntó que quién pedía licencia.

CATALOGACIÓN

Aarne–Thompson [Uther], 2200: Catch–Tales.

Pujol, 2200: Rondalles–sorpresa [Oriol–Pujol, 2200: Rondalles sorpresa].

Nascimento, 2200: Catch–tales.

Thompson: X13.

VERSIONES POPULARES

Hay infinidad de versiones con la característica apuntada por Aarne–Thompson.

Nuestra versión es idéntica a la de Curiel Merchán (Extremeños, p. 454), nº 124: La gitana.

Rodríguez Pastor (C. extremeños obscenos y anticlericales, p. 92), nº 16: El “chirgate”.

Quintana (Lo Molinar… Mequinensa, p. 195), nº 108: Lo qüento de cagotis i mingotis.

MOTIVOS QUE SE CITAN

THOMPSON (presencia en otros índices)

D482.1 Transformación: árbol que crece (un árbol crece mágicamente).

D2157.4 Velocidad milagrosa del crecimiento de un árbol.

E12.2 Cabeza de persona decapitada es colocada del revés. Después es reajustada.

E783.1 Cabeza cortada y repuesta con éxito.

F0 Viaje a otro mundo. (Neugaard, El–Shamy)

F50 Acceder al mundo superior. (El–Shamy)

F54 Árbol al mundo superior. (E–Shamy)

F54.1 Árbol crece hasta el cielo.

F54.2 Planta que crece hasta el cielo.

F511.0.4 Hombre lleva su cabeza bajo el brazo.

F511.0.6 La cabeza del hombre decapitado colocada del revés.

F811 Árbol extraordinario. (Neugaard, El–Shamy)

J1250 Réplicas verbales inteligentes. (Neugaard)

K1952.2 Mejores cosas en casa. Un pobre chico asentado en la corte real siempre dice que

él tiene mejores cosas en casa. (El–Shamy)

W905 Competición de mentiras.

W1030 Mentira: edificios notables.

X13 Cuentos de pega.

X600 Humor por razas o naciones. (El–Shamy)

X900 Humorismo en mentiras y exageraciones. (Neugaard, El–Shamy)

X905 Contienda de mentiras. (Neugaard, El–Shamy)

X907.1 La segunda mentira corrobora la primera.

X936 Mentira: el de notable oído.

X938 Mentira: el de notable vista.

X1030 Mentira: el notable edificio. (El–Shamy)

X1030.1 El gran edificio.

X1031.1.1 La gran olla.

X1285 Mentiras sobre pulgas.

X1291 Mentiras sobre chinches.

X1401 El gran vegetal. (El–Shamy)

X1423.1 La gran col. (El–Shamy)

X1726 Hombre que corta su propia cabeza. (El–Shamy)

X1726.2 Hombre que corta su propia cabeza, la recoge y la vuelve a colocar.

Z13 Cuentos para atrapar. (El–Shamy)




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PIPIRITAÑA [Monlau]: Las mil y una barbaridades, agudezas, ocurrencias, chistes, epigramas, chascarrillos, cuentos, refranes, anécdotas, dichos graciosos, equívocos, tonterías, bestialidades, simplezas, quid–pro–quos, adefesios, locuras, majaderías, bobadas, despropósitos, salidas de pié de banco, etc., etc., etc. (En prosa y en verso.–Ilustradas y por ilustrar). Ensalada por demás sabrosa y divertida, Superior, en abundancia, buen gusto y novedad, á todas las florestas y colecciones de su clase; Útil para todos los sexos, edades y condiciones de la vida; Necesaria para matar las eternas veladas de invierno, y para las pesadas horas de diligencia (ó de galera), no menos que en las veloces horas de wagon. Indispensable para todo enfermo que no tenga calentura; para los convalecientes; para los presos y detenidos; para los que salen al campo á veranear, ó á tomar baños, etc., etc. (1857), Madrid, M. Rivadeneyra, 1862, tercera edición considerablemente aumentada y adornada con 24 grabados.

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Cuentos populares andaluces XXIII

AGUNDEZ GARCIA, José Luis

Publicado en el año 2010 en la Revista de Folklore número 2010.

Revista de Folklore

Fundación Joaquín Díaz