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Revista de Folklore número

297



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DERMATOLOGIA POPULAR EN EXTREMADURA (y IV) GRANOS

DOMINGUEZ MORENO, José María

Publicado en el año 2005 en la Revista de Folklore número 297 - sumario >



Aseguran en Extremadura que una de las más comunes afecciones dérmicas, los granos, se originan en los lactantes si éstos maman de unos pechos que previamente fueron libados por una serpiente. Para que tal cosa no ocurra, en la comarca de la Sierra de Gata la desprevenida madre, sobre todo si hace vida campestre o está sujeta a este tipo de insólitos riesgos, antes de la correspondiente tetada lava los pezones con un paño impregnado de aguardiente. El mismo mal fado persigue a los pequeños que han tenido la desgracia de que sobre ellos saltara un macho cabrío o simplemente que hayan sido recostados en el lugar donde se tumbara con anterioridad el cornudo animal. Así lo dicen por Los Ibores. En la comarca de Los Montes dan por sentado que idénticos males se ceban en el niño de pecho que respire el polvo que se levanta al paso de los rebaños y vacadas. En Zarza Capilla y Palomas la madre se convierte en trasmisora de los granos a su retoño si tomó el sol en demasía durante el embarazo.

Sea para niños o para mayores, lo cierto es que la lucha contra los granos tiene su particular, aunque no muy extensa, farmacopea. En Portezuelo, Acehuche, Cachorrilla y Ceclavín los granos van al garete con sólo espolvorearlos con la ceniza de un trapo podrido en un estercolero, con la particularidad de que ha de encontrarse de manera fortuita. Con ajo los frotan en el partido de Montánchez, y otro tanto ocurre en las comarcas de Las Hurdes y Las Tierras de Granadilla.

Las cataplasmas también dejan aquí su impronta. Conocidas son las aplicaciones de hojas asadas de cebolla, ya sean solas o untadas con manteca, cuyo uso se hace extensible a las espinillas. El saúco recogido en la noche de San Juan se manipula con idénticos fines. Su flor seca ha de cocerse antes de colocarse sobre la piel. En Fregenal de la Sierra se decantan por la cataplasma de hojas de sanalotó o sanalotón. Con mayor número de adeptos cuenta la práctica de poner sobre el grano, hasta que reviente, una rodaja de tomate. No falta algún que otro lugar, como es el caso del Valle del Jerte, donde prefieren la malva. Por la Penillanura Cacereña y Las Tierrras de Granadilla tampoco hacen ascos a un trozo de tocino salado. No queda atrás el poder que se les concede a los lavados con agua de cocer calabaza y a la infusión de sanguinaria, que igualmente puede ingerirse con fines depurativos.

Si ahora pasamos a un pariente cercano de la anterior afección, concretamente al acné, encontraremos sus remedios en la diaria toma de un número par, sin pasar de la media docena, de cocimiento de raíces de ortigas en plena sazón. Al común uso de estas dosis medicamentosas en Extremadura alude el oportuno refrán: “Los acnés y los calores de viejas, con jortiguillas se alejan”. Con buenos defensores cuenta igualmente la toma de alguna que otra jícara de infusión de palomilla, puesto que no en vano arrastra su inigualable fama purificadora de la sangre. Bien es cierto que, llegado el caso, más de una comadre aconseja para desatascar los folículos sebáceos unos guisotes a base de perejil, recomendación a la que etiquetan las lógicas excepciones administrativas, como a bien tiene recordar la paremiología curanderil: “El cirrioso, la preñá y el canario, el perejil ni tocarlo”.

Menos complicado lo tienen en Trujillo en la lucha contra el acné. Toma aquí carta de naturaleza la hidroterapia, ya que los lugareños aquejados resuelven su problema con sólo darse un remojón en el viejo baño de La Alberca. Descendiendo a la pacense comarca de Los Montes podremos echar mano de un preparado antiacnítico de corte celestinesco, consistente en aplicar la pasta conseguida de disolver en zumo de limón o vinagre varios botones de nácar.

ESCOCEDURAS

Una preocupación de las nodrizas es la que atañe a las escoceduras de los lactantes. Se cree que las mismas son consecuencia directa del alunamiento. Para evitar tales percances se recurre a procedimientos profilácticos: proteger al niño de la luz directa del astro de la noche y el encasquetarle algún que otro amuleto con forma de media luna.

Cuando el mal se ha producido, el remedio consiste en verter en la zona escariada el polvo extraído de la madera atacada por la polilla, algo muy habitual en Sierra de Fuentes y Villanueva de la Serena. Por contra, en Tamurejo y Nogales le aplican un huevo batido con agua y aceite de oliva. Con agua sola, aunque mandan los cánones que ha de cogerse de la pila de una iglesia en la que nunca se haya entrado, lavan a los pequeños escocidos en Cáceres.

El lavatorio con agua bendita está generalizado en toda la Alta Extremadura como el más fácil antídoto contra los sudores, una de las causas de los escocidos entre los adultos. Cuando éstos afectan a los sobacos el alivio se encuentra en los untos con aceite de oliva, aunque para lo mismo sirve un lavado con manteca de cerdo derretida, recetas ambas que no olvidan por la comarca de la Sierra de Gata ni por el partido de Mérida. En Lobón exigen para estos menesteres el que el aceite sea tomado directamente del candil. No quedan tampoco en el olvido el zumo de limón (Cilleros, Descargamaría), la mezcla de vinagre y sal (Valle de Matamoros, Serradilla, Riolobos), el almidón (Coria, Medina de las Torres, Jaraicejo), el polvo extraído de raspar adobes (Guijo de Granadilla, Segura de Toro, Ahigal) y la decocción de raíz de cardo corredor. Esta última proporciona los mismos efectos llevándola en el bolsillo o cosida a alguna prenda. El principio mágico hace que el vegetal y las escoceduras vayan “secándose” al unísono. Así obran por los pueblos ribereños del Tajo.

Dado el caso de que las excoriaciones axilares se conviertan en problema y suplicio de los cazadores, éstos proceden, sobre todo en Almendralejo, Cañamero y pueblos aledaños, a colocarse una hoja de cardo santo prendida en el sombrero. Indudablemente el mal desaparece como por ensalmo. En Fregenal de la Sierra para conseguir idéntico milagro suplen el cardo por una hierba que llaman carretón.

No todas las zonas del cuerpo responden a idénticos cuidados en lo que al tratamiento de las escoceduras se refiere, ya que las partes más sensibles requieren de un vademécum muy preciso. Estimadas son aquí las infusiones de romero y de manzanilla, así como la decocción de esta última planta. En las comarcas de Las Villuercas y Los Montes recurren con más frecuencia a las impregnaciones con aceite de trigo, líquido que consiguen colocando una plancha caliente sobre las semillas de las gramíneas.

Cuando los labios son las víctimas de los escozores el remedio lo buscan por las penillanuras entre el Tajo y el Guadiana en los repetidos untos con manteca de cerdo o de zorro. En Torrecilla de los Ángeles y Villanueva de la Sierra prefieren optar por el sebo de gato, al tiempo que la baba de perro se convierte en la farmacopea más estimada entre los vecinos de Holguera, Zafra y Peloche. Como nada se escatima ante este tipo de excoriaciones, recordar debemos el uso que en Malpartida de Plasencia y Serradilla hacen del cerote de zapatero. Luego de templarlo al fuego del candil o de una vela frotan con él siete veces al día la zona dolorida. Pero en Puerto de Santa Cruz y La Cumbre no se andan con tanto remilgo y buscan la solución para semejante trastornijo en los lavatorios labiales con las pringosas sobras de la comida de los cerdos, pero siempre que se tenga la preocupación de tomar el medicamento directamente de los gamellones. Por Las Tierras de Granadilla es el agua de los bebederos de las gallinas lo que se usa en estas curativas.

Las grietas y escoceduras de los pies conllevan un grado de molestia que muchas veces se ve acrecentada por el olor que emana de los pinreles. Afortunadamente para frenar tales efluvios se cuenta en la región con un efectivo recetario antiséptico y secante. Ahí está la barba de fraile, una especie de liquen que se cría en diferentes árboles que tienen por hábitat estos lares y que, al igual que el musgo de la corteza de encina, ha de disolverse en agua antes de su aplicación. La misma corteza de la fagácea seca en decocción se emplea en Extremadura para pediluvios merced a su reconocido poder transpirador y, por consiguiente, desodorante. La posología varía de unos puntos a otros. Mientras que por el Campo Arañuelo recomiendan un baño antes de acostarse durante una semana, en San Vicente de Alcántara indican que el mojado de los pies se haga dos veces en otros tantos días, siempre antes del desayuno y después de la cena. En Zalamea de la Serena la medicación ha de comenzarse en miércoles. Puestos en plantas, señalemos por último que estos problemas de los pies desaparecen inmediatamente si el afectado tiene la precaución de introducir en el zapato una hoja de aliso de forma que toque la piel al andar.

El cuidado del aspecto físico, como venimos observando, es algo intrínseco a la dermatología popular. Por ello un hueco se hacen aquí las prácticas anticelulíticas que, aunque no muy abundantes, tampoco son olvidadas. Nunca le sobrará pellejo, dicen en Talarrubias, a quienes, cuando estaban en el vientre materno, sus progenitores llevaron a buen puerto la feliz idea de comer anguilas. En Aldea del Cano ocurre lo mismo si la madre procura restregarse los glúteos con un fregón de esparto cada mañana durante el séptimo mes del embarazo, lo que no deja de responder a un nuevo ejercicio de magia simpatética. Algo más claro lo tienen en Piornal, Cabrero y Casas del Monte, donde basta con que la madre tome a lo largo de la gestación de vez en cuando un vaso de tisana de cáscaras de patatas. Esta misma medicación es la que se recomienda en toda Extremadura a los que pretenden verse libres de las sufridas y antiestéticas celulitis. En Rebollar, La Garganta y Guadalupe cambian las decocciones de mondas de patatas por los cocimientos de rabos de cerezas. Por su parte, en Garrovillas y Arroyo de la Luz dejan las tomas a un lado y optan simplemente por lavarse con el agua de macerar hojas de yedras recogidas la víspera de San Juan.

CUESTIONES CAPILARES

Una simple observación nos pone de manifiesto una serie de prácticas encaminadas tanto a evitar la caída del cabello como a facilitar su crecimiento o salida, la eliminación de la caspa, la efectividad del lavado y el alejamiento de los piojos y ladillas. Casi todos saben por estas tierras que la madre puede propiciar el que sus hijos desarrollen una espléndida cabellera. ¿Cómo? Simplemente comiendo frutas de pelo durante el embarazo o también, como aseguran en Botija, Malpartida de Cáceres, Alcuéscar y Moraleja, si tiene la preocupación de concebir a sus vástagos sobre un colchón de lana de oveja. El principio mágico queda latente, como también se atisba en una práctica que se mantiene viva en los festejos bautismales. A la salida de la iglesia el padrino debe tirar monedas y confituras a los muchachos que aguardan a la puerta si no desea escuchar los gritos de “¡pelón! ¡pelón!” dirigidos al que acaban de acristianar.

El paulatino abombillamiento craneal se detiene en Extremadura a base de una compleja lista de elementos simples o preparados que, dicho sea de paso, están a la mano de cualquiera. Algunos de los productos gozan del beneplácito general, como ocurre con la fricción de jugo de cebolla solo o mezclado con un chorro de alcohol y con la aplicación de una loción fabricada con raíz de ortiga cocida en vinagre. Para conseguir buenos resultados de esta última se aconseja su uso ininterrumpido durante dos semanas, elegidas preferiblemente entre las de otoño. En Fregenal de la Sierra basta para lo mismo el lavarse la cabeza con agua en la que durante varios días se ha sumergido algún puñado de ortigas. No le va muy a la zaga el romero. En Hervás y pueblos de su partido empléase en forma de esencia, con la que se frota la alicaída cabellera al levantarse, después de comer y antes de irse a la piltra. Los lavatorios con agua de romero, de la que se hace buena utilización en gran parte de la provincia de Badajoz, sirve tanto para contrarrestar los efectos de la alopecia como para fortalecer la melena. Con otras plantas nos topamos que, tras una ligera manipulación, mucho tienen que decir sobre estas cuestiones capilares. Ningún pelo se desprenderá del cuero cabelludo si el calvo futurible se aplicase hojas de tilo machacadas en el mortero. Esta práctica de Salvatierra de Santiago se complementa con el frotamiento de zumo de berros. Tal ejercicio lo constatamos igualmente en Brozas y Montánchez. La posología dicta para estos casos que el tratamiento no superará la aplicación de una vez por día a lo largo de una semana. Otros ungüentos o lociones de origen vegetal los extraemos de la albahaca (Ahigal), del ládano de jara (Guijo de Granadilla, Casas del Monte, Cabezabellosa), de la malva de sapo o manrubio (Montijo) y del ajo macerado en una muy escasa cantidad de alcohol (Casas de Don Pedro). El uso tópico de las plantas como antialopécico es factible de sustituirse por la ingestión de algunos preparados. A modo de ejemplo citar debemos las tomas en pequeñas dosis de musgo cocido en leche o agua y de infusión de perejil (Malpartida de Plasencia), de las que deben abstenerse las embarazadas.

Si el aceite de oliva, preferiblemente del candil y utilizada como loción, es excelente aliada contra la alopecia en la comarca de Las Hurdes, no lo es menos para los pueblos próximos al río Salor el aceite de freír un lagarto. Aunque tratándose de pringar el cuero de la mola hay que apuntar que las fuerzas para que no se desprenda un solo pelo se encuentran en la sangre de camaleón, de la que suele hacerse buen acopio por Campo Arañuelo, y en una pomada que se consigue machacando siete ranas macho y mezclándolas con manteca, a la que también se le achaca una positiva acción favorecedora de la salida del cabello (Trujillo). A falta de ungüentos animales buena resulta la loción de petróleo, sobre la que no ahorran alabanzas en Valencia de Alcántara y Cáceres. Claro está que, probada su efectividad para fortalecer la raíz, siempre será de mayor aseo los lavatorios con agua de San Juan, lo que parece habitual en el Valle del Jerte, o con agua de San Crispín, nombre con el que en Torrejoncillo conocen el agua en la que los zapateros locales mojan sus cueros. Si de lo que se trata no es tanto de que crezca el vello craneal como de que brote una esplendorosa barba el recetario extremeño pregona las oportunas friegas en días alternos de luna llena o cuarto menguante con excrementos secos y pulverizados de gato negro, algo habitual en Moraleja y Torre de Don Miguel. Por contra, en Baños de Montemayor los barbilampiños encuentran la solución restregándose las zonas desprovistas de vello con la “baba de la boca del cuerpo de una quinceña”.

Por desgracia, poco pueden hacer para recuperar su pelo aquéllos que sufren una calvicie dimanente de haberse untado el coco con orina de vieja. Pero peores resultados se le auguran a los que perdieron el cabello por mojarse la cabeza con hiel de topo, según temen los vecinos de Helechosa de los Montes. Más extendido geográficamente, ya que lo constatamos en los más recónditos rincones de Extremadura, es el temor en la irreparable desaparición del pelo por el simple y mágico hecho de beber agua de una poza en la que previamente haya puesto su pata una salamandra.

Los paisanos de estas tierras cuentan con una amplia muestra farmacológica orientada lo mismo a estimular la raíz del cabello que a favorecer su salida o potenciar el crecimiento. Detengámonos en los medicamentos de uso tópico y origen vegetal. Una cita no extensiva en demasía nos llevaría a la bardana y a sus aplicaciones en forma de fricción, ya sea del jugo extraído de la planta machacada o de la decocción de sus raíces; al frotamiento con caldo de cebolla; a la aplicación de hojas majadas de tilo, en cuya especialidad son diestros los vecinos de Casatejada y Serradilla; a los golpeteos de la cocorota con un manojillo de ortigas (Marchagaz, Palomero); a los untes con perejil previamente majado (Valdemorales, Montánchez, Torre de Santa María); a los lavatorios con savia de parra (Zalamea de la Serena); y a la aplicación de una loción conseguida a base de cocer abrótano macho con romero y aceite. Menos manipulación requiere el lino, del que en la Alta Extremadura se cuentan maravillas a la hora de dotar de pelo a los que de tal carecen o de procurar su alargamiento y beldad, si bien no hay que olvidar que su utilización se reduce a la mítica noche de San Juan, como ponen de manifiesto estas palabras de Publio Hurtado:

“En Granadilla, Ahigal, Gargantilla y muchos pueblos de la parte alta de Extremadura, es creencia corriente, que restregando la cabeza en un linar a la salida del sol, el pelo crece con rapidez, y en un sancti amen las hembras se contemplan adornadas de largas y abundantes cabelleras”.

En Fregenal de la Sierra el poder milagroso se encuentra en un simple zambullón en el agua. Cuando el reloj de la torre del castillo da las doce campanadas de la medianoche del Bautista los jóvenes no dudan en meter su cabeza en el pilón de la Fontanilla. La lustrosa y tupida melena será el resultado de su fe ciega en el poder dermatológico de esas aguas comunales, fe que también encuentra su premio en otros muchos lugares de las provincias pacense y cacereña. Pero en ninguna de las dos zonas extremeñas tienen por menos cierto que la hermosura de la cabellera aumenta si además de lavársela en el río en la mañana de San Juan junto a las aguas, se la cortan y se la peinan con delicadeza. Muchos no esperan a la llegada de la fecha solsticial por excelencia y confían en el poder que sobre el crecimiento del cabello ejerce el agua de lluvia siempre y cuando ésta caiga directamente sobre la cabeza. Y si el agua es de la que descarga en mayo, mejor que mejor.

A falta de agua las funciones de crecepelo pueden cumplirlas los remojones con la espuma del cocido, de la que buen uso hacen en toda la franja sur de la provincia de Badajoz, así como los embadurnamientos con orina de burro en la que se han mezclado a partes iguales cenizas de testículos de gallo y de chepa marrajo, medicamento que es apetecido sobre todo por los vecinos de Garrovillas y Salvaleón. Y puestos en panaceas capilares recordar debemos la aplicación de una crema conseguida al batir hollín de chimenea y clara de huevo. En Guijo de Galisteo, donde es común dicho procedimiento, luego de las frotaduras con la negra loción capilar, que han de repetirse en siete días alternos después de cenar, hace falta cubrirse la cabeza con una tela de lino. Por la comarca de los Barros no se encuentra calva que oponga resistencia a las repetidas friegas con excremento fresco de paloma disuelto en agua, a la que le añaden unas gotas de aguarrás o de vinagre. En el supuesto de que el pelo se muestre reacio a medrar, tal medicación, según indican en Villafranca, predispone al paciente a verse inmunizado contra futuros dolores de cabeza. La posología recuerda que la olorosa aplicación se lleve a cabo dos veces al día y que el tiempo más apropiado para iniciar el tratamiento es el cuarto creciente. Mucho asco no le harían a las anteriores recetas tópicas si las comparamos con la que consideran óptima en Santibáñez el Alto, Torre de Don Miguel y algún que otro núcleo de la Sierra de Gata, y que consiste en lustrarse la cabeza con aceite en el que se han frito, luego de triturarlos, tres caracoles, tres babosas y tres sanguijuelas. Como no podría ser menos en tan extraño mejunje, el mismo sirve para animar el crecimiento meleneril, para recuperar las pestañas y para aligerar la salida del bigote. Aunque para la última indicación está más generalizada la práctica de untarse el labio superior con sebo de carnero o con tocino de cerdo no castrado.

Y vayamos a la caspa. En los pueblos de la comarca de Los Montes, quizás por ser producto que abunda, aniquilan el problema con sólo frotarse la cabeza con ajos machacados y amasados con miel. El agua de cocer acelgas usan para lo mismo en Jerte, El Torno y Cabezabellosa, lógicamente en lavados. También las ortigas hallan aquí su campo abonado. Por Benquerencia y Guadalupe fabrican una loción con su jugo fresco y alcohol, debiendo ser su aplicación en número superior a tres e inferior a siete. En Trujillo se deciden por lavatorios con la decocción de la misma planta fresca. Si de caspa en niños se trata las preferencias van hacia el aceite de oliva, preferiblemente sacada del candil. Y hablando de niños presente debemos tener que las costras de los lactantes las hacen desaparecer en Torrejoncillo con lavados de simples infusiones de hoja o corteza de abedul.

El aseo corporal tiene en el pelo uno de sus máximos exponentes. El cabello bien limpio, brillante y peinado se convierte, sobre todo en las mujeres, en síntoma de pulcritud. Tal limpieza se consigue a base de enjuagues con infusión de flores secas de manzanilla, que además de favorecer la higiene capilar regala el aliciente de volver rubia la cabellera siempre y cuando los lavatorios se prodiguen con frecuencia. Quien no sea muy dado al pulcro remojón de la cabeza, quizás sus razones tiene para ello, ya que, según arguyen por el sur de la provincia de Cáceres, el agua favorece la grasa del cuero cabelludo. Tan pernicioso resultado se contrarresta si el líquido elemento se combina con el jabón casero. Mas cuando lo único que se desea es conseguir brillo, basta con untarse el coco con extracto de romero, de lo que mucho saben en Fuentes de León. Conocido es que entre las mujeres extremeñas no ha sido de uso corriente el cortarse la melena, posiblemente por considerar el pelo largo como símbolo de virginidad y pureza, ni tampoco el lavársela en demasía. Una y otra cosa, lógicamente, han favorecido el enmarañamiento del cabello y el aguante de todo un suplicio cuando había que meter el peine. No obstante, la solución al problema la encuentran en espolvorearse las guedejas con ceniza o harina antes de proceder a su inmediato atusamiento.

¿Quién ignora a estas alturas la amistad que hacia los cabellos profesan las liendres, los piojos y las ladillas? La posesión de semejantes inquilinos recibe en Extremadura la elocuente denominación de tener miseria, aunque no siempre en la indigencia hallamos las razones de sus visitas. En Mata de Alcántara y Fragosa se estiman producidos por el simple aojamiento dimanante de una malquerencia. Más común es el supuesto de que ladillas y piojos llegan con los rayos del sol, razón ésta por la que las comadres desaconsejan que las cabezas sufran las calorinas estivales o, cuando más, cual sucede en Valdecaballeros, sin parapetarse bajo en consiguiente sombrajo.

En preguntando se nos dirá que los ácaros no constituyen tamaño problema, lógicamente si se cuenta con el arsenal de remedios aniquiladores de plagas de semejante calaña. Nada se resistirá a la aplicación de vinagre, tanto vaya seguida o no del correspondiente enjuague de agua caliente con jabón. Seguro que el habitante que se resiste al fato vinagril encuentra la defunción en la escaldadura. Acto seguido, en uno como en otro caso, ha de seguir la pasada con la peina para retirar del caletre los animales cadavéricos. El petróleo cumple idénticas funciones. El oloroso elemento lo mezclan en Tornavacas con alguna cantidad de colonia. Insecticida más suave resulta el aceite de oliva, que sólo elimina las liendres. ¡Mucho ojo con tan casero producto! Creen en Villagarcía de la Torre que a las ladillas y piojos les viene que ni a pelo (y nunca mejor dicho), ya que estos últimos engordan y se vuelven lustrosos. Por las riveras del Salor el aceite y el petróleo se combinan a partes iguales en un más que aceptable enjuague antiparasitario. Tras el unte conviene envolverse la mola con un trozo de lienzo o toalla de trama ajustada con el fin de evitar al máximo la transpiración. Usual es en la provincia de Badajoz el tratamiento pilífero a base de polvos de azufre en seco o, lo que es lo mismo, procurando no mojarse la cabeza en los tres días que siguen a la aplicación. Dicen en Arroyo de San Serván que mediante tal procedimiento los piojos no mueren, sino que emigran a otras cabezas no espolvoreadas. Hay quienes disfrutan viendo el insectívoro desfile con sólo colocar una tela blanca ante sí una vez que acaba de rociarse el antiparasitario elemento. Y junto al azufre recordar debemos el zotal, que por lo general se emplea rebajado, del que tradicionalmente han hecho buen acopio los pastores de la región. Conocido de sobra es que lo mismo vale para un roto que para un descosido, ya que lavándose con él mueren por igual las ladillas que los piojos, los chinches y las pulgas.

A las aguas de cocciones diversas se les atribuyen unos poderes contra los parásitos que para sí quisiera la moderna farmacopea. Ponderada es por Las Tierras de Granadilla la inmediata efectividad que produce el lavado cabelludo con el agua de cocer chochos. También sus instantes tienen contados los ácaros que desprevenidos se dejan tocar con una simple decocción de perejil. Pregunte sobre ello por las comarcas de Las Hurdes y Sierra de Francia y no oirá más que alabanzas sobre tan ponderado mejunje. Aunque ciertamente en el terreno de los sopicaldos, tanto por su reconocida efectividad como por su difusión, nos topamos con un lavatorio con el caldo del cocido de acelga.

DE MORDEDURAS Y PICOTAZOS

Aunque no se trate en su conjunto de una afección simple y llanamente dermatológica, ya que este tipo de alteraciones se ve en gran medida condicionado por tratamientos quirúrgicos, aquí las incluimos por mor de la simplificación. Nos estamos refiriendo sin más a las heridas causadas por las más diversas y variopintas mordeduras. Suelen aún los muchachos extremeños cuando son víctimas de las dentalladas frotarse el somero desgarro con un poco de cerumen extraído para la ocasión del oído de algún compañero. No vale el propio, como tampoco sirve la orina cuando la cosa se pone más seria y la sangre llega al río o, lo que es igual, cuando el carnívoro animal de rigor clava el colmillo. La micción sobre la herida es lo más salutífero en tales ocasiones, si bien hay que señalar que lo óptimo es que el chorro emane directamente de la uretra del sexo opuesto.

Para la herida por diente de perro se prepara en Robledillo de Trujillo, La Cumbre y Conquista de la Sierra una pomada confeccionada por un machado de nueces, azúcar, sal y aceite. Tras extenderla sobre la piel se cubre con un trozo de cebolla cocida y empapada en aceite de oliva. También la sal entra en composición con las hojas de ortigas para conseguir un emplasto que no tiene desperdicio en estas ocasiones. De este modo actúan en Valencia de Alcántara. Por Las Villuercas y Los Montes prefieren para tales menesteres la leche de higuera. Quienes probado han semejantes antídotos no dudan en aceptar las escoceduras que estos dos tratamientos provocan, aunque sólo sea por aquello de no contravenir los conocidos refranes: “Del diente de perro, se sana doliendo”, “Azotes y mordeduras, mientras duelen curan”… Para aseverar aún más la afirmación no faltan en las curativas de los dientes de los cánidos domésticos el lavado con zumo de limón, así como el sorbete del mismo, sobre todo si la dentellada ha alcanzado grados de emponzoñamiento.

Otro cantar muy distinto se debe entonar cuando un perro rabioso se convierte en el agente mordedor. En tales ocasiones la conseja predica el que la víctima sea encerrada en una habitación a oscuras hasta que sane, para lo cual únicamente se alimentará de cebollas y ajos. Al tiempo se colocará sobre la herida un emplasto del último de los bulbos machacado. La infusión de viborera también ha sido recurso harto frecuente. En Malpartida de Cáceres y Navas del Madroño recomiendan su toma en ayunas. Quienes tienen selectos estómagos pueden optar por otras sustancias medicamentosas de índole tópica: colocar sobre la herida tres pelos arrancados al perro que rabia (Oliva de la Frontera), poner encima una uña de San Milano, nombre que en diversos pueblos pacenses le dan a una uña que algunos canes muestran en sus patas traseras y, por último, aplicar encima de la mordedura la llave de una iglesia al rojo vivo (San Vicente de Alcántara, Navalmoral de la Mata, Peraleda de San Román).

Cuando la mordedura la infringen los terribles colmillos del lobo las fórmulas sanatorias entran de lleno en el complejo campo de las concepciones mágicas. Tan es así que se da por seguro que para que la curación se haga efectiva en corto plazo debe matarse al animal y pasarle por la tráquea un número impar de granos de trigo, que seguidamente engullirá la víctima. De este modo obran en Las Hurdes y Sierra de Gata. Más al sur, concretamente en las poblaciones de Ahigal y Guijo de Granadilla, al cánido muerto se le arrancan varias piezas dentarias que durante tres días, perfectamente trituradas, se les dan a ingerir a las personas mordidas. En estos lugares se marcan de una forma muy determinada las pautas de la sanación. En el primer día se elimina el dolor, en el segundo cicatriza la llaga y en el tercero no queda ni la mínima señal de rasguño.

Visto lo anterior debería quedar claro que la mejor medida contra las mordeduras de los cánidos es la profilaxis, o lo que es igual, el evitarlos en todo punto. Hay que apuntar en este sentido que con fórmulas se cuentan en Extremadura para mantener a raya y ahuyentar a los perros que se acercan con aviesas intenciones. Meter las manos en los bolsillos y encender el mechero o la cerilla se cuentan entre las más efectivas, aunque de ninguna manera igualan a la que subsiste entre los pastores de la provincia de Badajoz. El atacado se pone en cuclillas, tocando con las dos manos el suelo y dirigiendo con fijeza los ojos al cánido. Éste perderá su impulso atacante y girará sobre sus patas como un incauto cordero.

Muy distinta catadura tienen otros tipos de mordeduras, que en opinión del vulgo llegan a ser hasta letales, cual es el caso de las que se atribuyen a las grandes culebras conocidas como alicantes por diversas comarcas de Badajoz. No en vano en San Pedro de Mérida, Zalamea, Valdecaballeros y Mirandilla se escuchan los consabidos, elocuentes y significativos refranes: “Si te pica el alicante, llama al cura que te cante; si te pica el deslabón, prepara para y azaón”. Menos mal que éstas y otras alimañas reptileras quiere el pueblo que presenten serias deficiencias orgánicas que menguan el siempre acechante peligro: “Si el alicante viera y la víbora oyera, no hubiera hombre que al campo saliera”. Tales cegueras y sorderas en la Alta Extremadura se atribuye a otros protagonistas: “Si la víbora viera y el eslabón oyera, no habría hombre valiente que al campo saliera”.

El capítulo preventivo contra las áspides no deja de tener su importancia. En todo el área septentrional hasta tiempos muy cercanos se ha venido utilizando como amuleto la piedra bezoar. Llevándola consigo no hay miedo posible a las mordeduras del reptil. Tal cálculo empléase igualmente como antídoto, ya que puesto en contacto con la herida absorbe el veneno. Idénticos efectos se le atribuyen a la piedra culebrera. Por Los Ibores, donde ha gozado de estima muy especial, se tiene por dogma que tan mágico objeto se forma si siete culebras se entrelazan y depositan la baba sobre una piedra. La dura consistencia la adquiere de manera inmediata. Una vez utilizada para libar el veneno de la herida la piedra culebrera no volverá a emplearse si con antelación no se “ha purificado” por medio de una inmersión en leche de cabra. Actuaciones con fines profilácticos los encontramos igualmente en los saltos por la hoguera de San Juan, en los revolcones en el rocío en la madrugada del Bautista o en los amuletos confeccionados con verbena recogida en la misma fecha solsticial. De mayor prestigio cuenta el llevar en el bolsillo una cabeza de ajo, ya que no hay áspid capaz de acercarse a menos de veinte pasos del que está en posesión de la liliácea. Aunque para los efectos lo mismo da llevar el bulbo en el bolsillo que en el estómago. El refranero sentencia sobre el particular: “A quien ajo come y vino bebe, víbora no le muerde”. Pero si la víbora ya ha mordido un buen hartazgo de ajos cumple con el papel que se le reservaba al antitóxico galénico. “El ajo es la triaca del villano”, apunta la sentencia paremiológica.

Mas lo que el ajo no cura tal vez sí puede hacerlo la ingestión de otros medicamentos. De entre éstos en Guadalupe, Alía y pueblos del entorno recomiendan la bebida de tres vasos de la propia orinao, en su caso, la de dos niños que ese año hayan tomado la primera comunión y que nacieran indistintamente en Viernes Santo o en Navidad. Llevarse a la andorga siete piojos en ayunas contrarresta por igual los efectos de la mordedura del venenoso animal. Es práctica ésta que constatamos entre los habitantes de la Sierra de Gata y del Valle del Ambroz. No menos confortable para el estómago es la práctica, habitual en diversas poblaciones de Campo Arañuelo, de ingerir varias cagalutas de cabras disueltas en vino. Los excrementicios confites eliminan la fiebre y disipan las ponzoñosas áureas transferidas por la víbora. Curiosamente el vino entra en otras componendas que se muestran como reconocidos desintoxicantes. He aquí el poleo que se toma con una buena dosis de morapio (Serradilla, Talaván, Zarza la Mayor) y el zumo del amor de hortelano animado con alguna que otra jícara de pitarra.

El recetario tópico presenta una gran variabilidad en este apartado. Indudablemente los salivazos ocupan el primer lugar, acompañados de las pertinentes cruces de rigor, cuyo número no debe exceder de tres, sobre la dentellada. El verter en la herida infectada algunas gotas de cera derretida provenientes del cirio pascual es consejo muy común que se sigue a lo largo de los pueblos de la Raya de Portugal. Entre los accidentados cabreros de la región es corriente el fijarse un torniquete de corteza de torvisca para evitar la extensión de la ponzoña, al tiempo de hacerse una incisión y aplicar en la misma un puñado de flores de retama machacadas en el mismo instante con una piedra. En Las Hurdes se confecciona un emplasto de brotes de brezo. Con idéntico fin se maja la planta de la viborera y se aplica como cataplasma. Es posible que en esta última práctica esté latente un comportamiento netamente mágico que responda al similia similis curantur, puesto que no debemos olvidar el parecido de la semilla con la cabeza de la víbora. Y un principio mágico también parece regir en la necesidad de que la alimaña muera para que la víctima sane completamente. En Fuentes de Cantos es esencial el frotarse con la grasa del animal recién matado. Igual de crudo se lo fían en otros muchos puntos, donde es común cortarle la cabeza al reptil y aplicarla sobre la mordedura atada con un paño. Hay quienes confían en la mayor efectividad si antes de la aplicación se machaca la cabeza. En Eljas y San Martín de Trevejo logran el objetivo sanatorio abriéndolo en canal y poniéndolo encima de la herida.

De que los alacranes abundan por estas tierras pueden dar cuenta cierta las muchas personas que cada temporada sufren sus picotazos. Para que el accidente no ocurra, el que más y el que menos sabe que el arácnido abandona la lucha si la presunta víctima lleva consigo una hoja de acedera. Así, al menos, ocurre en Descargaría, Robledillo de Gata, Santibáñez el Alto y Puerto de Santa Cruz. En Ibahernando, Portezuelo y Villafranca de los Barros la planta sólo entra en función cuando el alacrán ya ha dejado su veneno en el cuerpo que tuvo la osadía o el descuido de interrumpir su reposo o tranquilo deambular. Inmediatamente habrá que cocer sus hojas en vino y tomar el caldo de una tacada. Otros antídotos orales son el zumo de limón y las hojas crudas de escorzonera, si bien el cítrico no abandona aquí el carácter tópico.

Pero hay más plantas que también encuentran el campo abonado para su utilización. Así descubrimos que destacan por su importancia los emplastos de hojas de hierba verruguera o verrucaria y de hierba alacranera. Tanto los ramilletes de la primera como las semillas de la segunda recuerdan por su aspecto la forma del escorpión, lo que evidencia los aspectos mágicos que rodean a tales mecanismos sanatorios. Unamos a éstas otras aplicaciones vegetales, cuales son los casos del jugo de la aristologia, de la que se hace buen uso en el partido de Alburquerque y que también cura la picadura de la víbora, del embue o tubérculo de regato machacado con ajo, sal, vinagre y aceite, que cuenta con sus adeptos dentro de la misma comarca, de la gamonita, de la campanita, de la hierba artemisa, de la bardana o sanalotodo, que lo mismo remedia las picaduras de alacranes y víboras que las mordeduras de los perros rabiosos y de la leche de higuera.

Pocos dudan por estos lares que el veneno del alacrán pierde su virulencia si sobre la herida se vierten polvos de alicor, que no son otra cosa que las raspaduras de los cuernos del venado. En Jaraicejo y Torrejón el Rubio se inclinan por lavar el picotazo con agua en la que ha reposado el asta de este animal. Tampoco faltan ahora las aplicaciones de manteca de cerdo, de sebo, de vinagre, de aceite y de orina de cabra virgen. En diferentes áreas de Badajoz impregnan una lezna en ajo y la introducen en el hueco dejado por la picadura. Guío Cerezo nos recuerda las aplicaciones de flujo vaginal y de moñigas de vaca recién defecadas. Al igual que sucediera con respecto a las picaduras de las víboras, también el alacrán ha de pasar por el correspondiente suplicio previo a su utilización terapéutica. Luego de matarlo se fríe y con el mejunje resultante se embadurna la herida. Esta práctica general en las dos provincias se complementa con la que ordena machacar el arácnido y aplicar la papilla consiguiente, más siempre luego de haber chupado la sangre. No faltan en Badajoz quienes guardan escorpiones macerados en alcohol o aguardiente, ya que a este líquido se le atribuyen excelentes propiedades asépticas y antivenenosas para sus picaduras.

Si en lugar de un escorpión la que pica es la tarántula la cosa viene de música. Apuntan los paisanos que el bichejo en cuestión presenta en la panza el dibujo de una guitarra, instrumento que servirá para dar un sonsonete indispensable para la eficacia de la curativa. El procedimiento médico se cuantifica más al norte de la provincia de Cáceres, sin olvidar que la práctica tiene entre los pacenses unas muy especiales connotaciones. Al enfermo, tumbado junto a la lumbre, se le administran repetidas infusiones de cardo corredor con el fin de provocarle sudores que hagan posible la eliminación del veneno mediante la transpiración. Y entre jícara y jícara de tisana un guitarrista rascará su instrumento e interpretará la popular tarantela, una pieza que animará a incorporarse al enfermo y a bailar con ademanes epilépticos hasta que, luego de sudar copiosamente, caiga nuevamente rendido. Las piezas se repiten una y otra vez mientras que el emponzoñamiento no haya cesado, lo que puede suceder al cabo de dos o tres horas. Isabel Gallardo nos recuerda unas letras que se entonan como acompañamiento a la práctica etnomédica:

Si acaso te pica
la tarantela,
tendrás que bailarla
con una vigüela.
Si la tarantela
te allega a picar,
con una vigüela
la ties que bailar.

En Santa Cruz de la Sierra la tarantela presenta de esta guisa sus monorrítmicos versos:

La tarantela, la tarantela,
la tarantela se mete
por todos los rincones
y al que pican dan sensaciones.

En Garrovillas, además de tisanas y toques de tarantelas, a la víctima del veneno de la tarántula la introducen en el horno de cocer el pan, puesto que no hay que olvidar que el calor, verdadera causa de la sudación, se constituye aquí como el principal de los antídotos.

Menos problemas que las picaduras anteriores acarrean las causadas por las avispas y abejas. Y, además, por fortuna, la mayor parte de los remedios suelen estar al alcance de la mano. Fórmulas de buen uso son las de frotarse con la conocida piedra de rayo, a cuyo haber se le achaca el que difumina el veneno, y las de aplicarse una moneda de cobre untada con saliva. También la saliva es el ingrediente para amasar un poquito de tierra que luego se emplea como cataplasma. Los efectos serán igualmente los deseados si en el amasado se emplea un chorro de orina del aguijoneado. En la Penillanura Cacereña tanto el picor como la hinchazón desaparecen si se unta la zona afectada con el líquido miccionado por un buey, mientras que más al sur, concretamente en la comarca de Los Montes, lo harán con el que proporcione un macho capón. Un poco más complicado lo tienen en Salorino y Valencia de Alcántara, sobre todo cuando, dejando a un lado la farmacopea más conocida, pretenden echar mano de un remedio que consideran infalible con este tipo de picaduras, cual es el verter en la misma tres gotas de semen de gato. El embadurnamiento con excremento de vacuno se convierte en medicina de gran predicamento en ambas provincias y algo semejante ocurre con el cerumen recién extraído.

También el ajo tiene aquí algo que decir. Tras el aguijonazo del encorajinado insecto por bueno se ha tenido el restregarse con una cabeza del bulbo o el aplicárselo machacado. También los restregones y las aplicaciones de uvas destripadas, sobre todo si son uvas del diablo, vienen que ni pintadas para las afecciones en cuestión. Y en vegetales metidos, bueno es recordar los beneficiosos efectos que contra este tipo de picaduras ejercen el jugo de un tallo de limonero o el zumo del fruto cítrico verde vertidos directamente, la leche de higuera y el zumo del perejil, sin olvidar tampoco las aplicaciones de la hoja del ombligo de Venus y de la siempreviva desprendida de la cutícula superior y de la hoja de laurel luego de majarla en el mortero con unas gotas de aceite. En Calamonte se convierte en revulsivo el jugo extraído de tres plantas diferentes, sin importar cuales sean, que se aplica por medio de un guisopo. Y, por supuesto, quedan las infalibles conclusiones tópicas que se le atribuyen al bicarbonato ligeramente humedecido, al aceite y al amoniaco. Aunque a decir verdad, todo lo anterior está de sobra si se toman las medidas preventivas, que no son otras que el morderse la lengua y mantenerse de esta guisa cuando las avispas y las abejas merodean por las proximidades.

En líneas generales todo lo apuntado en los párrafos precedentes puede traspasar su aplicación cuando el daño proviene del variado mundo de los insectos, sobre todo si son éstos mosquitos y violeros. Bien es cierto que toma aquí verdadera carta de naturaleza el poleo. Estas plantas impiden que los diminutos voladores anden por sus cercanías, lo que también ocurre con la presta o pesti de burru. Sus brotes, por consiguiente, es norma que acompañen el sueño de pacenses y cacereños que en las noches estivales se ven obligados a dormitar con las ventanas abiertas. Idéntica función ahuyentadora cumple el humo de esta planta. Pero cuando el mal ya está hecho, el zumo del condimentante poleo vertido directamente o aplicado mediante compresas alivia los inoportunos picores. Otro tanto sucede con el jugo de malva, aunque no faltan quienes optan por las fricciones de la cebolla machacada, por el humedecimiento con alcohol y por la aplicación de objetos fríos. Más problemático resulta cuando la que ataca es la maléfica garrapata. Para que suelte la piel basta con regarla o frotarla con aceite de oliva o con hojas majadas de tabaco.

Picores muy distintos a los enunciados tienen lugar cuando los despistados pies o manos tienen la mala fortuna de rozar la inoportuna ortiga que crece a los lados del camino o en las paredes y aceras poco transitadas. Dicen que si se tocan manteniendo la respiración no hay peligro de nocivos efectos. El alivio ante percances ortigueros se consigue recurriendo al barro, a la saliva, al agua fría y al aceite de oliva, ya sea sola o proveniente de freír algunas hojas de laurel. Y es que, afortunadamente, el aceite, que tan a mano siempre se tiene, obra milagros dentro del mundo de la dermatología.

¿Que un espino o astilla se clava en la piel? Basta con introducir la parte dañada en un recipiente con sebo de culebra (Garrovillas) o con raíz de caña machacada (Aldeanueva de la Vera). En Las Hurdes, Santibáñez el Bajo y Ahigal, sobre todo si el pincho ha producido algún tipo de infección, se recurre a la hiel de cerdo macho. También asoman sus narices los conjuros, al menos en Zarza de Montánchez. El lesionado de tal guisa acude al taller de un carpintero. Éste toma unas pajas de bálago, que habrá cortado con una azuela, disponiéndolas en forma de cruz. Con ellas, rozando la piel, hará tres cruces sobre la parte afectada, recitando cada una de las veces las frases de rigor:

Sal espino, sal espino,
como salió la sangre
del cuerpo de Cristo.

CAJÓN DE SASTRE

No se puede obviar que existe una variada sintomatología, aparte de las que hemos venido recogiendo, que se encasillan bajo la genérica titulación de infecciones dérmicas. Contra ellas se lucha en la comarca del Valle del Jerte con cataplasmas de raíz de cicuta cocida en vinagre. Mas si la cosa va de apostemas o abscesos supurados, en Bienvenida ordenan la aplicación de hojas de ortigas ligeramente cocidas y aderezadas con un poco de sal. Una cataplasma de miel con aceite es práctica recomendada en Fuentes de Cantos y Puebla del Maestre. Por la Sierra de Gata, concretamente en las poblaciones de Torre de Don Miguel y Villasbuenas, es más normal acudir a un emplasto de nueces trituradas e higos pasos previamente cocidos en leche. En las poblaciones de la Transierra, especialmente en Villar de Plasencia, Jarilla, Cabezuela, Casas del Monte, Segura de Toro y Gargantilla, se inclinan por la aplicación de paños empapados en una mezcla de miel y vinagre. Pero sobre todas estas medicinas destaca el mejunje conseguido a base de freír brotes tiernos de romero, cuyo uso en forma de unturas diarias está ampliamente extendido por las dos provincias, quizás en atención al conocido refrán: “Aceite y romero frito, bálsamo bendito”. Mayor dificultad entraña cuando los abscesos supurados se encuentran en las zonas testiculares, si bien en Montánchez y Almendralejo pretenden encontrar la fácil curación aplicando como ungüento el caldo del cocido. En Hernán Pérez optan, llegados estos casos, por las cataplasmas de hojas calientes de malva después de ser aplastadas con un rodillo. Idéntico proceder constatamos en Villanueva de la Serena para contrarrestar la pertinaz picazón y las molestias que acompañan a la psoriasis, aunque ciertamente para la curación de este andancio se acude con más fe y más frecuencia a mojarse con las aguas y lodos del balneario de los Remedios de Hornachos.

Puede ser que el día menos pensado el curandero de turno haga que se le caigan los palos del chozo al paciente más insospechado, es decir, que detecte un cáncer de piel donde el simple ojo no vea otra cosa que un simple lunar o una verruga apergaminada. Contra tamaño mal la conseja prescribe un remedio consistente en emplasto de hojas de parietaria (Huélaga, Plasenzuela, Cristina) y de cardo borriquero (Don Álvaro). En Fuentes de León vierten sobre la zona las cenizas obtenidas de quemar la piel de un perro rabioso y en Galisteo y Alconera la cubren con sesos mezclados de tres pequeños mamíferos, que en la primera de las localidades son un topo, un ratón y un conejo. En el mismo sentido se orienta una costumbre de Navalmoral de la Mata que se decanta por lavar la lesión dérmica con sangre de murciélago y jabalí. Por la comarca de Los Montes la que cura tamaño mal es la raíz de arzolla machacada y puesta como parche hasta que se seque. Esta misma raíz de la olla se emplea como infusión para el lavado de la úlcera en Alburquerque, donde se alega que “se come todo lo malo de la carne”.

Aunque no sea propiamente una enfermedad cutánea, en atención a las erupciones de color rojizo que presentan por el cuerpo bien hace que estudiemos aquí los mecanismos sanatorios del sarampión. Como podemos observar, los procedimientos curativos tradicionales no han variado en las últimas centurias, coincidiendo en líneas generales, tanto en la valoración de la sintomatología como en los remedios, con los que se leen en los estudios otrora considerados científicos. A modo de ejemplo sírvanos el cuadro clínico que en el siglo XVI nos regalara Jhoann Colerus:

“Cuando los niños están incubando el sarampión, les duelen los ojos y lagrimean, estornudan con frecuencia, roncan, a veces tosen, carraspean y expectoran como si tuviesen un gran catarro. A continuación aparecen muchas manchas rojas en todo el cuerpo, brazos, muslos y cara. A fin de eliminar la enfermedad, deben estar en cama y cubrirse con un trapo rojo”.

Y, si efectivamente, tapar al niño con paños rojos es tónica dominante en Extremadura, no lo es menos el vestirlo con ropas del mismo colorido. Pero la cosa llega aún más lejos y las habitaciones en las que descansan los afectados del sarampión se decoran con cortinas y colgaduras del mismo cromatismo. De igual tonalidad llegan a pintarse las bombillas. Amen de las siguientes prescripciones, en Garlitos sosiegan el mal dándole al pequeño enfermo dulces, sobre todo uvas pasas, al tiempo que en Medina de las Torres se conforman con lavarle la boca, los ojos y la nariz con manzanilla y en el Valle del Jerte aprovechan las virtudes de la junciana. Hasta tal punto tiene su importancia lo rojo, que los paisanos de Magacela envuelven en un trapo de este color algunas cabezas de ajo picadas o, en su caso, unas rodajas de cebolla y lo fijan a la sobaquera o a la entrepierna. El olor y el color se conjugan para desterrar el mal. Es así como en Alburquerque no dudan en echar mano del correspondiente brebaje a base de boñigas secas y cocidas de animales vacunos.



DERMATOLOGIA POPULAR EN EXTREMADURA (y IV) GRANOS

DOMINGUEZ MORENO, José María

Publicado en el año 2005 en la Revista de Folklore número 297.

Revista de Folklore

Fundación Joaquín Díaz