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Revista de Folklore número

337



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San Pedro de Alcántara y los Milagros del agua

DOMINGUEZ MORENO, José María

Publicado en el año 2009 en la Revista de Folklore número 337 - sumario >



En el año 1499 nacía en Alcántara Juan de Sanabria. Fueron sus padres Juan Garavito y María Vilela de Sanabria, miembros de familias pudientes de la villa. Juan Garavito muere cuando su hijo ha cumplido los ocho años y María, su madre, apenas dos años más tarde contrae nuevo matrimonio con el viudo Alonso Barrantes, persona de gran poder económico y de gran influencia política en Alcántara. Preocupado su padrastro por la educación de Juan de Sanabria, tras los estudios de gramática en la villa natal, en 1511 lo envía a la Universidad de Salamanca, donde permanecerá hasta 1515.

Será en esta fecha cuando Juan de Sanabria decida dejar las aulas salmantinas para ingresar como novicio en el convento franciscano de los Majarretes, en tierras de Valencia de Alcántara, ya en los límites con Portugal. Sin embargo, para hacer efectivo este ingreso requería contar con la licencia del custodio Fray Francisco de Fregenal, que a la sazón se hallaba en el convento de San Francisco de Belvís de Monroy. Y desde los Majarretes, Juan de Sanabria se dirige a pie hasta esta población, situada en el extremo más oriental de la actual provincia de Cáceres. Conseguida la licencia, Juan vuelve sobre sus pasos, pero sus pasos tuvieron un final al llegar a la confluencia de los ríos Tiétar y Tajo, a la altura de la venta de la Bazagona, que venían crecidos por las aguas caídas en ese invierno de 1515. La barca que unía ambas orillas permanecía encallada en la margen opuesta. En esta tesitura Juan de Sanabria hubo de detenerse “rogando al cielo remediase su aflicción y aguardando ocasión de pasaje pacientemente. No esperó mucho tiempo: inopinadamente se encontró a la otra orilla y dando gracias a Dios prosiguió contento y jadeante su camino, guardando en su corazón el singular favor del Señor” (1).

Este caminar sobre la corriente del río es el primero de los milagros que en relación con el agua se cuentan en el haber de Juan de Sanabria, y tuvo lugar momentos antes de que vistiera el habito franciscano y cambiara su nombre por el de Pedro de Alcántara. De este prodigioso paso sobre las aguas se hacen eco el Padre Ángel de Badajoz (2) y el Padre Juan de Santa María (3). Señala éste último que tal portento fue relatado por el propio fray Pedro de Alcántara a un compañero en los últimos años de su vida. Por su parte, el Padre Juan de la Trinidad, sin aseverar nada acerca de la autenticidad de la leyenda, indica que el hecho era objeto de comentarios en su tiempo (4).

Esta prerrogativa de Fray Pedro de Alcántara vamos a encontrarla en otros diferentes momentos de su peregrinar. Si en el paso sobre las aguas en la ocasión anterior el entonces llamado Juan de Sanabria fue consciente de la acción milagrosa, que tuvo lugar sin testigo, todo lo contrario sucede cuando Fray Pedro pasa sin mojarse el río Alagón por el punto donde éste recoge las aguas del Jerte, a poco más de una legua de Galisteo. Los espectadores son aquí numerosos, como pone de manifiesto la declaración efectuada por el conde de Morata en el proceso que se sigue para su beatificación en el año 1616:

“biniendo el d(ic)ho padre fr. Pedro de Alcántara desde tierra de Coria a la d(ic)ha villa de Galisteo llegando al río Alagón y Jerte, que han juntos cerca de la venta de la barranca una legua de la d(ic)ha villa, yendo los dos ríos muy caudalosos y crecidos de tal manera que avía llevado la barca y no se podían badear, el d(ic)ho padre fr. Pedro de Alcántara venía leyendo y reçando en un libro juntamente con otro su compañero, y estando a la mira de la otra parte del río mucha gente vieron al d(ic)ho padre fr. Pedro de Alcántara, cómo llegó y entró, leyendo como se yba, en el d(ic)ho río para le passar y le dieron voces desde una cuesta diciendo que no passase porque se ahogaría, y que el d(ic)ho padre fr. Pedro se avía ydo el río adelante hasta la orilla de la otra parte de la d(ic)ha villa de Galisteo como si fuera por tierra, y que visto por la gente que allí estava a la mira davan gracias al Señor de tan gran milagro y que el santo les decía que no dijessen nada de aquello; y que el d(ic)ho su compañaro se avía quedado de la otra parte del río por donde entro a passarle el d(ic)ho padre fr. Pedro; y que después los barqueros u benteros lo dijeron y publicaron y se decía públicamente por toda aquella comarca, y su señoría oyó contar muchas y diversas veces este caso tan milagroso en muchas partes y era común lenguaje entre todos y que assí lo save desde sus tiernos años” (5).

Más conocido, por describirlo todos los cronistas de la orden, es el milagroso paso de Fray Pedro de Alcántara sobre las aguas del Tajo, sin percatarse del hecho prodigioso. Basado en los viejos documentos, por la primera mitad del siglo XX, Marcos de Sande recreaba tal portento:

“Viniendo el santo de Coria para Garrovillas, acompañado del lego Fr. Miguel, éste se lesionó un pie antes de llegar a la orilla derecha del Tajo, y como San Pedro tenía necesidad de pernoctar en el convento de San Francisco, ordenó al lego que pasase la noche en aquel solitario lugar, mientras él se dirigía a Garrovillas, siguiendo la dirección de la luz de una hoguera que él creyó ver en la orilla derecha del río. Llegó a la hoguera que le había servido de guía y pidió al barquero que le pasase, pues tenía necesidad de llegar aquella misma noche a Garrovillas. Se maravilló el barquero de las palabras del Santo, pues no era posible que, no habiendo más barca que la suya y estando en la orilla izquierda, hubiera pasado el río a pie, por lo que, creyéndole embriagado, le despidió un poco despectivo, diciéndole: Duérmala, hermano, que el río ya le pasó, y le indicó la dirección del pueblo. El Santo llegó al convento, dando gracias a Dios por el milagro.

A la mañana siguiente, cuando llegó el lego al río, preguntó al barquero si pasó la noche anterior a un fraile, contestándole aquél que a quien se refería debía estar en extremo lastimoso, tanto de cuerpo como de espíritu, pues se empeñaba en que pasase cuando se encontraba allende el Tajo. Comprendió el lego que fray Pedro Alcántara había realizado un milagro, diciéndole que el fraile por quien preguntaba no era otro que San Pedro Alcántara; y se cuenta del barquero que cuando los pasajeros lo llamaban con urgencia para que les pasase el río, solía responder: Tengan paciencia, hermanos, y si no haced lo que San Pedro, que cruzó el río a pie” (6).

En un tono altamente poético el novelista Antonio Reyes Huertas refiere el suceso que una y mil veces escuchara de boca del pueblo:

“(…) Pasa la noche, y de nuevo el sol alumbra las riberas del Tajo. Del lado del Palancar otros dos frailes demandan del barquero el servicio de la pasada. Abre la barca su ancho surco en la tabla. Y uno de los frailes pregunta al remero la novedad de aquel padre andariego que en la noche anterior cruzó para Garrovillas.

–¡No está mala pieza! –dice el barquero–. ¡Más borracho venía que una cuba! ¿Pues no se acerca a decirme que le pasara como a ustés al lao de Garrovillas? Y estaba allí mismo, del lao de allá. Así tomó él luego el camino, dando traspiés, por el vino que le empujaba.

–¿Borracho? –exclama admirado un fraile–. ¡No puede ser! Era fray Pedro de Alcántara. Salió del Palancar para Garrovillas. Era fray Pedro de Alcántara.

Y a este solo nombre, el barquero para los remos en la tabla del río.

–¿Fray Pedro de Alcántara? Pues entonces, ha sido un milagro de Dios. No hay aquí en el contorno más barca que la mía; yo no le pasé a él y él se encontró en la otra orilla. No le conocí de noche. Pero, ahora caigo que, por las trazas, era Fray Pedro de Alcántara.

Relata el buen hombre entonces la sencillez del alado milagro, operado ante su presencia. Cómo le tomó por lego bebido que andaba descarriado de su convento. Y compunge su brusquedad y se maravilla del misterio de aquellas aguas, que tienen ahora para él un perfume sagrado.

Y cuando llega a la orilla y en ella unos caminantes le reclaman la prisa para cruzar el río, el barquero, hondamente conmovido, proclama la fe de su testimonio.

–¿Priesa tenéis? Pos si no podéis aguardar, haced lo que hace fray Pedro de Alcántara, que cruza el río sin barca ni barquero. Anoche pasó así por este mismo sitio. ¡Yo lo sé!

Y al decir “¡yo lo sé!” se imagina el pobre franciscano llevado sobre las aguas, en alas de los ángeles, y envuelto en una aureola de luz, blanca como la niebla, que es la aureola con que estas gentes sencillas envuelven la fama de santidad de este gran extremeño”(7).

Si sorprendente resulta el que Fray Pedro vadee el río sin puentes ni barcas, más lo es que otra persona cualquiera pueda llegar a hacerlo mediante la intercesión del alcantarino, cuando el mismo río Tajo se interpone en el camino hacia el convento del Palancar, a donde acudía a llevar su limosna. Por los finales del siglo XVII Fray Bartolomé de Pozuelo, uno de los aprobantes del libro “San Marcos defendido en el milagro que Dios obra todos los años en amansar un toro, por sus méritos, el día que la Iglesia celebra su fiesta, á veinticinco de Abril, desde las primeras vísperas hasta concluida la misa del santo, por Fray Antonio, natural de la ciudad de Trujillo, religioso descalzo de San Francisco, hijo, aunque indigno, de Pedro de Alcántara en el Andalucia” (8), nos informa en estos términos sobre el particular:

“Refiérese en la «Crónica» de nuestra provincia de San Gabriel, que como un devoto secular, vecino del lugar que llaman del Hinojal, dos leguas del Pedroso, llevase en un jumentillo la limosna al convento del Palancar, adonde era guardián San Pedro de Alcántara, le cogió la noche en el camino; llegaron al río Tajo sin poder advertirlo por la oscuridad; paróse el jumento, dábale de palos el hombre para que pasase (juzgando era un arroyo que está antes de dicho río), y viendo que no lo hacía, dijo: –«¿Anda, ahora te paras cuando voy á llevar la limosna á Fray Pedro de Alcántara?». Y al articular el nombre del santo, pasaron hombre y jumento sin mojarse, ni aun reparar si habían pasado el río, hasta llegar al convento. Si este milagro hizo Dios por los méritos de San Pedro, aun viviendo mortal en la tierra, al pronunciar su nombre…”(9).

El río Almonte, afluente del Tajo, también tiene a gala el que sus aguas fueran holladas por las plantas de Fray Pedro de Alcántara. Pero en este caso no anda sobre la acuosa superficie, sino que, con ocasión de una gran crecida, lo atraviesa por el vado como si fuera época de estío. Así recoge el Proceso de Plasencia, en el año 1615, la declaración del trujillano Jerónimo de Loaisa:

“…que aviendo venido el d(ic)ho santo fr. Pedro desde el convento de la Viciosa a esta ciudad de Truxillo, estando un ella, llovió tanto que el río Almonte, que está en el passo y camino desta ciudad al d(ic)ho convento, creció de manera que no se podía por ningún caso badear, no dando arriba de la rodilla quando él lo passó para venir a esta ciudad, y que volviendo a su convento al passar el río sin rreparar en lo que avía crecido entendiendo que estava como quando él lo avía passado, se entró por él y lo passó de la otra parte y que preguntándole los religiosos cómo avía sido aquello y por dónde avía passado, si avía ydo a la puente de Jaraycejo, respondió que no, sino que por el vado le avía passado y que no le dava el agua más que a la rrodilla como de antes” (10).

Otro caminar sobre las aguas lleva a cabo Fray Pedro cuando se dirige a atender el beaterio o monasterio femenino de Jerez de los Caballeros. El Guadiana es el río que interfiere su peregrinar, pero, como en los casos anteriores, tampoco detuvo sus pasos, ya que sobre él caminó como si las aguas se hubieran convertido en un sólido suelo. Del hecho, que debió acaecer por los finales de la década de 1550, dan cuentas las crónicas de la orden, como es la redacta por el ya citado Padre Ángel de Badajoz (11).

Fuera de Extremadura será el Duero el único río sobre el que tome carta de naturaleza este poder milagroso de San Pedro de Alcántara. También aquí los cronistas franciscanos redactan los pormenores del paso por encimas de las aguas a la altura de la “barca de Buycillo”, cuando iba a visitar los conventos de la custodia de Galicia (12).

Estos seis llamativos milagros iban a ser tenidos en cuenta, más que ninguno de los otros que se recogen en los diferentes procesos y que en su momento fueron enviados a Roma, a la hora de decidir la canonización de Fray Pedro de Alcántara. Basta con dar un repaso a las palabras de cada uno de los purpurados asistentes al consistorio canonizador, celebrado el domingo 28 de abril de 1669, para darnos cuenta de la importancia que se le atribuye al paso sobre las aguas. Don Jacobo de los Ángeles, arzobispo urbino, declara en ese momento que Fray Pedro “…superó al Príncipe de los Apóstoles, porque pasó seis veces derecho, impávido, con la seguridad de la fe, como por camino seco, las impetuosas corrientes de los ríos” (13).

Es muy parecida la opinión que hace patente don Francisco Albicio, cardenal presbítero de Santa María in Vía, para el que también “el beato Pedro de Alcántara superó al Príncipe de los Apóstoles en la heroicidad de las virtudes. Aquel dejó las redes para seguir a Cristo, éste le siguió por amor. Aquel pisó las olas vacilantes, éste pasó los ríos pisando fuerte con fe” (14). Y en mismo sentido se expresa el cardenal don Palucio Calucio Alberoni: “el alcantarino siguió las huellas del Príncipe de los Apóstoles pisando las olas, pero con más firmeza, sin vacilación, con mucha fe y caridad” (p. 160) 238.

Para don César Faquenetto, cardenal de los Santos Cuatro Coronados, el alcantariono “Llenó el mundo de admiración con los múltiples prodigios de integridad, fortaleza, fe y santidad al cruzar con los pies secos la procesola corriente del Tajo” (p.146). Por su parte, el cardenal don Francisco María Erancacio, obispo tusculano se refiere al alcantarino como aquel “ al que los caminos líquidos se le tornaban sólidos en el Tajo para cruzarlo con seguridad”. (p. 143) 234. Idéntica opinión merece al cardenal diácono de San Cesáreo, don Carlos Barberino: “Sin puentes, ni barcas pasó los ríos sin mojarse los pies. Su recuerdo está ya en la memoria de los pueblos“ (pp. 165–166) 239.

Son curiosas las palabras de don Carlos Dualterio, cardenal de San Eusebio, para quien en estos pasos sobre las aguas del río también son posibles para los animales que acompañan a Fray Pedro de Alcántara o portan las limosnas para su convento: “Con incontables milagros pregonó sus virtudes; un macho de carga con pan llegó oportuno para saciar el hambre que devoraba a sus hermanos los frailes del Palancar. Otro saltó al río pisando sus aguas heladas y no humedecieron sus plantas. Increpó a un jumento, y lo llamó para cruzar el río, sin mojarse, a fin de llegar a tiempo a su convento” (p. 155) 237.

Siempre colocando en primer lugar la caminata sobre las aguas, algunos de los purpurados asistentes informan sobre otros milagros que, aunque secundarios, son pruebas determinantes de la santidad de Fray Pedro. Es el caso del árbol que brota al plantar su seco bordón (15), a lo que de forma sucinta se refiere el cardenal de San Grisógono, don Lorenzo Imperial: “Las aguas fluviales se convierten en un puente para sostener sus pies, y los palos secos se convierten en árboles verdes”(16). En tal milagro incide igualmente don Onofre Hipólito, obispo Porfiriense: “En el beato Pedro de Alcántara resucitaron los Taumaturgos en España. «Flumina fecit vias planas, Spiritus Domini ferebatur super aquas». Los ríos se tornaron caminos planos y el Espíritu del Señor iba sobre las aguas. Hizo florecer el palo seco. Hizo brotar fuentes de las arenas secas” (17).

Vemos como que en este último y breve informe se recoge otro de los prodigios atribuidos a Fray Pedro de Alcántara en relación con el agua, que tampoco va a ser el único de los expuesto en el consistorio de canonización. Así lo recuerda don José Bautista Espada, cardenal de San Marcelo: “…este fray Pedro no mereció, como el Apóstol, ser corregido con esta frase de Jesús: «Hombre de poca fe, ¿por qué dudas?» cuando temió hundirse en el mar. Porque confió en Dios, sin miedo ni vacilación, pisó las olas con intrepidez. Y las aguas se sintieron orgullosas de besar las plantas del siervo de Dios; y las lluvias se tornaron manto de nieve para adornarlo como aureola de gloria” (18). Y de igual forma lo hace patente don Federico Sforza, cardenal presbítero de San Pedro Ad Vincula: “Merece el honor del cielo quien vivió entre los mortales con una vida celestial… con las fuerzas de su virtud solidificó al dorado Tajo… suspendió la caída argentina de la nieve quedando en forma de templo o dosel” (19).

Este último suceso tuvo lugar en el Puerto del Pico, caminando Fray Pedro de Alcántara en compañía de Fray Francisco de Ladrada. Se dirigían de Ávila a Arenas. Al anochecer les envolvió una tempestad de nieve que les impedía caminar. El acompañante encontró pronto refugio entre las oquedades de una peñas y Fray Pedro, enfrascado en la oración, se pasó la noche paseando entre los derruidos muros de lo que había sido la pequeña venta de la Caída. Dios lo escuchó y el milagro se hizo posible, como declaraba con todo lujo de detalles Pedro Moreno, vecino de Cuevas del Valle, en el proceso que se siguió en Ávila en el año 1615, haciéndose eco de la opinión que era común entre sus paisanos:

“… y que acaeció que la nieve se hiço sobre las paredes como una bóveda y techo que cubrió todo aquel espacio donde el d(ic)ho santo se paseava: y antes que se cubriesse donde el andava estava de yuso y mucho más después que se cubrió, y desta manera abía estado toda aquella noche hasta por la mañana que con la luz del sol bio de la manera que estava y la misericordia que el Señor le havía hecho defendiéndole de la nieve con ella mesma; y en particular se acuerda aber oydo contar este caso en la forma que tiene declarado a un tío suyo, clérigo presvítero, hombre docto y de mucha verdad, el qual se llamava el lic. Juan Sánchez a quien, según este testigo, se acuerda muy bien se lo oyó contar diversas veces afirmando que así lo abía oydo de boca del mesmo santo fr. Pedro porque, como acaesció venir a este lugar de mañana, y aquella noche antes abía caydo tan grandíssima tempestad de nieve, pareciéndole al hermano de los frayles llamado Francisco de Ladrada, donde el d(ic)ho santo vino a Posar, y al d(ic)ho licenciado su tío… le apretaron en que dixese cómo avía sido… y aunque el d(ic)ho santo se escusó todo lo que pudo de decirlo, como porfiavan tanto… declaró el sucesso según y como aquí está referido” (20).

Tras la beatificación de Fray Pedro los pueblos de la comarca de Gredos, en recuerdo de aquel milagro ampliamente difundido, erigieron una ermita en el lugar en el que el alcantarino vio “la misericordia que el Señor le havía hecho defendiéndole de la nieve con ella mesma”. El pequeño oratorio desaparecería en la primera mitad del siglo XIX.

Si la nieve no es obstáculo para las andanzas de Fray Pedro, tampoco lo es para aquellos que acuden a su convento para llevarle sus dádivas o limosnas. Ya vimos cómo el río Tajo no significó ninguna barrera para el devoto de Hinojal cuando con su burro se dirigía al pequeño monasterio del Palancar. Tampoco impedimento alguno va a suponer la nevada que mantiene aislados y con gran hambruna a los franciscanos en el convento de Nuestra Señora de los Ángeles, en pleno corazón de Las Hurdes, del que Fray Pedro era guardián, para que les llegue la comida que traen manos anónimas, que para los cronistas son manos divinas, habida cuenta de que no encuentran ni rastro de sus plantas en la nieve. Apunta el Padre Juan Bautista Moles que hallándose los frailes en la mitad de los maitines de la Navidad “oyeron tañer la campanilla de la portería y… salió (el portero) luego de la Yglesia y abrió la portería: y mirando no vio hombre alguno ni otra cosa más de dos cestos llenos, uno de pan y otro de vianda…, por lo qual dando infinitas gracias al dador de todos los bienes, celebraron su Pasqua y esforçaron sus debilitados cuerpos con el manjar, que, según se cree, los ángeles les administraron”(21).

Un parecido acontecimiento tuvo lugar, también con Fray Pedro de Alcántara como testigo, en el convento de Nuestra Señora del Rosario, en Oropesa, según declaraciones del sacerdote talaverano don Diego Sánchez de la Jara (22). Tampoco aquí los frailes comían desde hacía varias jornadas y se dirigieron a Fray Pedro en demanda de poco menos que un milagro. “Y el rrespondió: vamos al santíssimo sacramento y pidámosle con fe que Él nos proveerá, y así lo hicieron; y que estando en la oración començó a nevar fortísimamente y de manera que parecía cosa sobrenatural tanta nieve como del cielo caya y en esta ocasión oyeron llamar a la portería con la campanilla y, pareciéndoles cosa imposible, ynviaron el portero y volvió diciendo que no havía nadie y que él havía respondido que quién llamava y hechas las diligencias y que no llamava nadie y assí no abrió la puerta y luego volvieron a llamar y volvió el portero y abrió la puerta y alló cerca de la portería una canasta de pan y con la priessa que fue volvió a decirlo, y fue el padre fray Pedro de Alcántara y sus frailes y reconociendo tan gran milagro, mandó que con capa, cruz y ciriales lo entrassen en processión dando gracias a Dios por tan grande milagro… y se acuerda que le dixo el padre fray Pedro que de los panes avían enviado uno al Rey don Philipe segundo a la corte y otro al Padre Santo que a la saçón era y otro al Rey don Sevastián de Portugal” (23).

Al igual que la nieve, tampoco la lluvia parece tener fuerza suficiente para detener en cualquier momento al caminante Fray Pedro, porque resulta ser indemne a la mayor de las tempestades. Y testigos no faltan que certifican sobre este particular, como así lo hace su paisano Fernando de Aponte Aldana:

“fr. Juan de Neyra contó a este testigo y a otras muchas personas que yendo de camino desta villa (Alcántara) para la de la de la Zarza, començando a llover dixo el d(ic)ho padre fr. Juan de Neyra a su Compañero el d(ic)ho padre fr. Pedro: Padre, bolvámonos que llueve mucho y vienen grandes nublados, al qual rrespondió el d(ic)ho padre Pedro: Pasemos, hijo, adelante quel Señor lo remediará; y que lluviendo a cántaros, quando llegaron a la Zarza ni el uno ni el otro llevavan mojado hilo de rropa” (24).

Aunque en otras ocasiones, lejos de buscar el remedio en el Señor, recibe el chaparrón con verdadero placer y como un acto de devoción hacia los divinos acompañantes que marchan a su lado. Así lo expresa el alcalde de Casas de Millán, Juan del Arroyo, en el Proceso de Plasencia, en el año 1616:

“yendo el santo fr. Pedro a Coria a ver unas santas mugeres beatas que él comunicava espiritualmente y llegando a la puerta de la Cassa en que ellas vivían, como el d(ic)ho padre entras-se dentro de la d(ic)ha cassa en tiempo muy riguroso de aguas y nieves y le viessen que traya la capilla quitada y descubierta la caveça, las d(ic)has beatas le dixeron: Por qué tanta crueldad en un tiempo como éste traer la capilla quitada? y antes que esto dixessen las d(ic)has beatas avían visto que Christo n(uest)ro Redemptor venía con el d(ic)ho padre fr. Pedro a su mano derecha y el seráphico padre san Francisco a la izquierda, y rrespondiendo el d(ic)ho padre fr. Pedro a lo que ellas le avían dicho, dijo: Como queréis, hijas, que me cubra en la presencia del Hijo de Dios?” (25).

El dominio que, por intercesión de Dios, Fray Pedro de Alcántara puede ejercer sobre las tempestades se pone de manifiesto en un acontecimiento multitudinario, razón por la cual el hecho milagroso se difundió por toda la comarca, como ponen de manifiesto las personas interrogadas en el proceso de beatificación. Fray Pedro, puesto que la iglesia de Pedroso era insuficiente para acoger a la gran cantidad de personas que deseaban asistir a su misa, decidió celebrarla en el exterior. Durante el sacrificio hizo acto de presencia una impetuosa borrasca, de la que milagrosamente se vieron libres todos cuantos asistían a la ceremonia eucarística. En pocas palabras resume los hechos el vecino de Pedroso, Melchor Hernández, al señalar “que en aquella tempestad que fue muy grande ni apagó las luces ni ubo algún sentimiento della en el lugar donde celebrava el d(ic)ho padre fr. Pedro”(26). Elocuentes son los testimonios en este sentido, algunos salidos de la boca de testigos directos, cual es el caso de Francisco Domínguez:

“siendo este testigo de 16 años, poco más o menos, se halló presente y vio que haciendo una gran tempestad de ayre temiéndose de algún peligro donde el d(ic)ho padre fr. Pedro estava zelebrando, no se sintió la d(ic)ha tempestad sino que dijo y acabó su missa con mucha quietud y sin alguna turbación y que esto es la verdad y lo que save” (27).

En el mismo temor, aunque con mayor explicitud, se expresan los testigos Cristóbal Martínez y Sebastián Pérez, a la sazón cura de la vecina población de Torrejoncillo. Al primero de ellos pertenece esta certificación:

“que diciendo missa en un día de fiesta el d(ic)ho padre fr. Pedro en el campo, por no poder en la yglesia a causa de la mucha gente que concurrió, se levantó una grande tempestad y repentinamente un ayre rrecísimo y temiéndose el cura de algún peligro del S(antísi)mo Sacramento, el d(ic)ho padre le dijo que no tuviesse miedo, que no haría daño la tempestad y así fue que se dijo la misa y acabó con toda seguridad y quietud” (28).

Por su parte, el cura torrejoncillano apunta lo siguiente:

“en una ocasión pública donde concurrió mucha gente, zelebrando el padre fr. Pedro de Alcántara missa en el campo donde estava puesto altar y adornado como convenía, se levantó a desora una terrible borrasca con un viento muy furiosso y temiendo los que allí estavan algún sucesso malo por la gran tempestad que avía, el d(ic)ho padre fr. Pedro lo aseguró diciendo que no temiessen que no haría daño la borrasca y assí sucedió que dijo su missa sin que ayre, ni agua, ni otra cossa offendiesse ni perturbasse en aquel lugar durando la d(ic)ha tempestad” (29).

Este apaciguamiento de la tempestad, que debió suceder en el año 1550, volvemos a encontrarlo doce años más tarde, en el momento en que Fray Pedro fallece en la abulense villa de Arenas. La lluvia torrencial y los vientos huracanados que hicieron la aparición el día de su entierro se detuvieron en el instante en que su cuerpo fue sacado al camino por el que le llevaban a darle sepultura en la ermita de San Andrés. De nuevo los devotos se vieron sumergidos en un oasis dentro de la borrasca, hecho que no dudaron en considerar como un milagro atribuible al alcantarino. Así lo testifica Juan Rodríguez de Blasco Muñoz, quien, en contra de otras afirmaciones, señala que la ventisca no amainó en su totalidad, lo que le sirve incidir en el prodigio que significó el que no fuera capaz de apagar ninguna de las hachas que iban alumbrando al féretro:

“y ayudó a le llevar y en todo el término no les llovió gota de agua y fue cossa maravillosa, que con andar ayre en tan largo camino, no se murió ninguna de las velas que se llevavan encendidas acompañando el d(ic)ho cuerpo” (30).

Uno de los asistentes al entierro de Fray Pedro de Alcántara fue Juan López Ruiz, que era beneficiado de Arenas en el momento de su declaración, en el año 1615. También incide en considerar el cese de la tempestad como un hecho milagroso:

"el día de su muerte, llevándole a enterrar, vio este testigo que llovía muy bien y hacía muy grandes aires y en llegando con el Cuerpo del d(ic)ho santo a un prado que se dice escaloñilla, muy cerca de la d(ic)ha enfermería se detubieron con el santo Cuerpo y al punto dexó de llover y cesaron los ayres de suerte que se llegó con el d(ic)ho santo al d(ic)ho monasterio a donde le enterraron con muy buen tiempo, lo qual se atribuyó y tubo por milagro”(31).

Siguiendo el deambular de Fray Pedro por los campos hispanos nos topamos con los relatos que confirman la veracidad de la afirmación del ya citado obispo Porfiriense en el consistorio para la canonización de que “ hizo brotar fuentes de las arenas secas”. Y así ocurrió en la provincia de Jaén cuando, en un seco y caluroso verano, caminaba junto a su compañero Fray Miguel, fatigados por la sed. Si su agotamiento era considerable, no lo era menor el de dos mujeres a las que encontraron en una encrucijada del camino. Compadecidas de ellas, Fray Pedro tocó con su bastón una roca y al instante manó un chorro de frescas y cristalinas aguas (32).

Sin embargo no siempre se le hace necesaria la milagrosa creación de un manantial para que puedan apagar su sed los extenuados caminantes que a él recurren, como sucede en las proximidades de Torrejoncillo cuando Fray Pedro de Alcántara se topa a dos mujeres exhaustas. El caso guarda similitudes con el anterior, como puede apreciarse en las palabras que en su momento pronunciara Juan del Arroyo: “

oyó decir a Pedro Gutiérrez del arquilla su padre, ya difunto, e a otras muchas personas e a religiosos moradores en aquel tiempo del convento del Palancar, donde el d(ic)ho santo fr. Pedro vivió mucho tiempo, que viniendo el d(ic)ho fr. Pedro camino de Coria para Torrejoncillo, alcançó en el camino, en unas veredas que están entre los dos lugares, en tiempo de verano, a dos mugeres que venían delante dél caminando por el d(ic)ho camino y eran del Pedrosso, donde vivían, y assí como las vio el d(ic)ho fr. Pedro les avía dicho le hiciessen caridad de darle un poco de agua si llevavan, que traya muy grande sed, que ellas respondieron: esto, padre, si nos quisiesse deso mesmo que pide, la recebiríamos grande porque vamos muy fatigadas de sed y hambre y que compadeciéndose dellas el d(ic)ho santo fr. Pedro les dijo: Id, mis hermanas, al pie de aquella retama que allí esta un poquito de pan, comedlo y satisfaced v(uest)ra necesidad: y fueron donde el santo les señaló y hallaron el pan y con él quedaron satisfechas en la sed y en el hambre; y que esto se decía en aquel tiempo por cosa muy cierta y que quando esto oyó este testigo decían que aún bivía la una de las d(ic)has dos mugeres” (33).

Un nuevo milagro de esta índole tiene lugar en las laderas de la Sierra de Altamira, pasado el pueblo de Marchagaz, según se recoge en una vieja tradición que pervive por aquellos contornos. Iba Fray Pedro caminando hacia el convento de San Marcos, sito en la cúspide del monte. Como sintiera sed, se acercó hasta un labrador que, a la vera del sendero, permanecía sentado junto a un pozo, para pedirle un poco de agua. A pesar de su buena voluntad, el hombre le hizo saber la imposibilidad de cumplir con sus deseos, puesto que el pozo estaba seco a causa de la escasez de lluvias y su botijo se hallaba completamente vacío. Apunta la leyenda que entonces Fray Pedro de Alcántara alzó los ojos al cielo, indicándole luego al labrador que mirase hacia el interior del pozo. Cuando así lo hizo, vio que rebosaba de agua.

La oración de Fray Pedro hace posible el localizar una fuente, aunque en este caso la divinidad se valga de un animal guía, concretamente un toro, que lo conduce hasta ella para que puedan beber él y su extenuado acompañante. El hecho sucedió en Sierra Morena, al decir del ya citado sacerdote talaverano Diego Sánchez de la Jara:

"cómo caminando una vez con otro compañero por sierra Morena en mitad del verano, haviendo almorçado un torresno que una ventera les dio de limosna, y saliendo su viaje que era cinco leguas hasta la primera venta e possada en camino, se cansaron con el calor y poca defensa de rropa, tanto que se moría y el compañero en ninguna manera le podía seguir de sed, y se lo dixo assí al padre fray Pedro diciéndole le diesse de comer pues era tan siervo de Dios, y que el padre fray Pedro rrespondió: pongámonos en oración y pidámoslo a Dios con buena fe que su Magestad nos socorrerá: Y que estando haciendo su oración repentinamente salió a ellos un gran toro berreando y sacando la lengua y escarbando la tierra como que les amenaçava, y ambos frayles se animaron y se yban apartando del toro, el qual siempre se les fue puniendo delante asta que uyendo del dieron en una fuente que cerca de allí estava que parecía cosa del cielo, y luego el toro se fue que no pareció más y ellos satisfacieron su sed y necesidad y dieron dello gracias a Dios” (34).

Hemos visto cómo alguna fuente brotó por la acción milagrosa de Fray Pedro de Alcantara y sirvió para calmar su sed y la de su compañero, pero nos encontramos con otra que mana, también milagrosamente y como recuerdo de un acto de su humana impotencia, para señalar que aquel lugar fue hollado por las plantas del penitente franciscano. Es algo que mantiene viva la tradición de Santa Cruz de Paniagua, una localidad en cuyas proximidades hizo Fray Pedro vida eremítica durante los años de 1555 a 1557. Como tantas veces hiciera en otros montes (35), también aquí construyó una pesada cruz de madera y con ella a cuestas emprendió la subida a la cima de la Sierra de Dios Padre o Sierra de Santa Cruz. Pero esta vez en la ascensión le fallaron las fuerzas y cayó al suelo junto a una roca. El desconsuelo se hizo patente y de sus ojos cayeron unas lágrimas sobre la dura peña, surgiendo al instante un manantial al que llamaron Fuente de la Anea (36).

A las aguas de esta fuente se le atribuyeron por los pueblos de los contornos unos poderes medicinales, especialmente relacionados con los problemas del aparato locomotor, la anemia y la infertilidad. Conocido es que hasta este lugar acudían mujeres deseosas de descendencia para beber las aguas, al tiempo de dirigir a San Pedro la correspondiente plegaria.

Si esta fuente proporciona remedios sanatorios por haber surgido de las lágrimas de Fray Pedro de Alcántara, otros acuíferos gozan de la misma condición porque en algún momento fueron santificados por la presencia del franciscano. Así sucede con el riachuelo que lame las paredes del convento de Nuestra Señora de los Ángeles, del que toma su nombre. Aguas debajo de las ruinas del pequeño cenobio se muestran dos oquedades supuestamente grabadas por las rodillas de Fray Pedro cuando se agachó para beber, dándose la circunstancia de que hasta la pozas próximas a este lugar ascendían las mujeres de Robledillo de Gata a las que se les negaba el logro de la maternidad para realizar nueve inmersiones antes de la salida del sol. Este tipo de actuaciones han favorecido el que San Pedro de Alcántara sea una de las advocaciones a las que con mayor asiduidad se recurre para rogar la protección de los niños (37), la propiciación del embarazo y la feliz consecución del parto (38).

Efectos medicinales caben achacarse igualmente a la fuente sita en la huerta del convento del Palancar, fuente que ya constaba como existente en la escritura de donación que el matrimonio compuesto por Rodrigo y Francisca de Chaves hace a Fray Pedro de Alcántara de este lugar, sito en el término de Pedroso, en el año 1557 (39). Dicho manantial recibe el nombre de Fuente Milagrosa o Fuente de San Pedro, y es opinión que alcanza sus propiedades después de que el propio Fray Pedro de Alcántara se sirviera de ella. Al decir de los propios franciscanos, sus aguas han sanado a muchos enfermos (40).

En las proximidades de la Fuente Milagrosa, un estanque recoge las aguas sobrantes. Es tradición, confirmada por los declarantes en Coria en el marco del proceso de canonización de 1616, que en dicho estanque se sumergía Fray Pedro en los helados días de invierno para rememorar la agonía del Señor.

También el conjunto de una Fuente Milagrosa y un estanque, aquí llamado Estanque de San Pedro, están unidos a la vida del fraile franciscano cuando fijó su residencia en Santa Cruz de Paniagua. Las frías aguas de la cisterna solían acoger durante varias horas su escuálido cuerpo. Y otro tanto haría Fray Pedro con posterioridad en el convento de la Viciosa, a tenor de lo que notifican varios de los informantes del siglo XVII, cual es el caso del trujillano Jerónimo de Loaísa:

"en un estanque que está en la huerta, en el rigor del hielo y fuerça del invierno, se entrava en el agua unas veces hasta la cintura y otras hasta los hombros castigando con esta aspereza su cuerpo, y que este testigo a visto muchas veces al d(ic)ho estanque” (41).

Si reconocidas eran las virtudes medicinales de algunas fuentes extremeñas de la época de San Pedro, no parece que ninguna supere a las que surgieron por su directa actuación o a otras cuyas aguas alcanzaron maravillosos poderes curativos por haber estado en contacto con ellas en algún momento de su vida. Incluso aquellas fuentes ven minimizadas la eficacia cuando se contraponen a los propios actos del taumaturgo. Así vemos cómo las aguas de una salutífera fuente llamada Agua Santa (42), rayana a una ermita del mismo nombre, y que debió alcanzar una singular fama en su tiempo, no resolvieron los problemas oculares de una niña, que sí logró Fray Pedro de Alcántara con una invocación e imposición de manos. El hecho sucedió en Casas de Millán y fue narrado por María Núñez, testigo del sorprendente milagro, ya que sucedió en su propia casa, donde solía recogerse el franciscano cuando pasaba por aquel pueblo: “

un hombre vecino deste lugar, de cuyo nombre no se acuerda por hacer tanto tiempo y ser esta testigo entonces muchacha, llevó a una niña hija suya que tenía cuatro años, poco más o menos, la qual niña estava tan enferma de los ojos que no vía de ninguna manera y por esto el d(ic)ho su padre le avía llevado a una hermita que llaman de Agua sancta, por estar allí una fuente con cuya agua an sanado muchos enfermos de lepra y sarna y otras enfermedades, con la qual no sanó la d(ic)ha niña, y entrando con el d(ic)ho padre en la cassa de sus padres desta testigo a donde estava el d(ic)ho fr. Pedro, como dicho es, se la puso delante y pidió la echasse su vendición y él se la dio y tocó con su mano los ojos de la niña diciendo: Dios te sana, y que de allí a un día o dos dijo su padre de la niña cómo desde que la tocó el d(ic)ho padre fr. Pedro su hija tenía vista, y esta testigo la vio sana y buena” (43).

Es cierto que las mencionadas Fuentes Milagrosas vinculadas al alcantarino continuaron, aunque en menor medida, sanando a los enfermos que se proveían de sus aguas tras la muerte de Fray Pedro. Será a partir de este momento cuando comienzan a utilizarse otras aguas que se convierten en salutíferas al haber entrado en contacto con su cuerpo. Son las aguas que tocaron sus reliquias y por medio de las cuales se obraron una serie de milagros, que lógicamente tuvieron por marco la jurisdicción de Arenas, donde se encuentra su sepulcro, y que fueron presentados en el proceso de beatificación. Es el caso de Juan Fernández, de Ramacastaña. Desahuciado por los médicos, los monjes del convento de San Andrés le proporcionaron agua pasada por la reliquia de Fray Pedro de Alcántara: “ bevió della y en muy poco y breve tiempo cobró y tuvo entera y cumplida salud” (44).

Pero en contra de lo que se pudiera creer, fueron en su mayor parte los animales domésticos los principales beneficiados de estas aguas milagrosas. De este modo vemos cómo se cura una pollada enferma propiedad de Rafaela Vergara, según se recoge en la testificación de su antigua criada Isabel de Arenas: “

tenía en su cassa una manada de pollos y a todos les dio una enfermedad que llaman ceguera, la qual es enfermedad que dando a las aves mueren, y la d(ic) doña Rafaela de Bergara dixo a esta testigo mirasse si avía quedado alguna agua de una poca que, avía un año y más tiempo que se avía traydo del d(ic)ho convento tocada en una Reliquia del d(ic)ho santo, y esta testigo fue a donde la d(ic)ha Rafaela tenía la d(ic)ha agua que era en un vidrio, y alló que en él estava sólo el suelo de agua muy clara y muy sana, y asieron los d(ic)hos pollos y los lavaron los ojos con la d(ic)ha agua lo qual fue una noche, y luego otro día por la mañana, quando esta testigo y la d(ic)ha doña Rafaela se levantaron, hallaron los dichos pollos libres y sanos de la d(ic)ha enfermedad como si no la hubieran tenido” (45).

Idéntica buena suerte tuvieron los cerdos de Miguel Jiménez, que se curaron de la mortal enfermedad del lobado luego de haber sido rociados o lavados con esa agua, como deja claro en su propia información: “

que a tres o quatro años, poco más o menos, que estando este testigo guardando un poco de ganado de cerda, al qual dio una enfermedad de lobado y se murieron cinco u seis lechones y otros muchos estuvieron con la d(ic)ha enfermedad y uno estuvo casi muerto hinchado el pescueço, de suerte que este testigo lo llevó a cuestas para socorrerle, y por ser de noche le dexó para por la mañana, y este testigo avía el mismo día llevado agua de la reliquia del d(ic)ho santo fr. Pedro de Alcántara para con ella rociar el ganado, y lo primero que hiço fue lavar con ella al lechón que estava hinchado y echado en el suelo sin poder menearse, lo qual hiço aquella noche que le avía llevado para socorrerle, y a la mañana siguiente el d(ic)ho lechón estava levantado y pacía, lo qual no avía hecho tres días avía, y todos los demás lechones que estavan enfermos rociándolos con la d(ic)ha agua se pusieron buenos y no se murió ninguno" (46).

Igual remedio, a decir del párroco de El Arenal, don Toribio González, encontraron las cabras de Bartolomé Sánchez de la Jara y los chivos de Mencia Blázquez. Todos ellos, que se morían inexorablemente, recuperaron la salud luego de beber el agua que había tocado un hueso de Fray Pedro de Alcántara (47).

En una ocasión nos encontramos que el enfermo apaga su sed y se libra de la enfermedad cuando el agua fluye milagrosamente en la propia boca del paciente. Esto le sucede a María Velásquez, de Arenas, luego de dirigir sus oraciones o, mejor dicho, imprecaciones al ya fallecido Fray Pedro: “

a esta testigo le dio, abra veynte días poco más o menos, una enfermedad de calentura continua con grandes crecimientos, la qual juzgavan por tavardillo y por tal la curó el médico… y luego puso por yntercesor al santo fr. Pedro de Alcántara diciendo: Sancto mío, mirad que me muero y perezco de sed; pues hazéis tantos milagros, aora no seáis conmigo cruel, quitadme esta sed, porque si no me la quitáis no creeré en ninguno de vuestros milagros. Y dicho esto luego al punto se sintió la voca llena de agua flemosa y sin alguna sed, antes sin ninguna gana de bever y juntamente con la sed se la quitó la calentura, y el crecimiento con que actualmente estava que era muy yntenso, y se alló buena y sana sin mal alguno” (48).

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12 NOTAS

(1) BARRADO MANZANO, Arcángel, OFM: San Pedro de Alcántara. Estudio documentado y crítico de su vida,Segunda edición, Cáceres, 1995, p. 21.

(2) Chrónica de la Provincia de san Joseph de la religión de san Francisco, desde su fundación asta el año 1584, siendo General de toda esta Religión fray Francisco Gonzaga, Ms. Biblioteca Nacional, núm. 1.173.

(3) Vida y excelentes virtudes y milagros del santo fray Pedro de Alcántara…, Madrid, 1619, f. 9.

(4) Chrónica de la Provincia de San Gabriel de frailes descalços de la apostólica Orden de los menores de la regular observancia de nuestro seráphico padre San Francisco, Sevilla, 1652, 447.

(5) Proceso de Toledo, 1616, 46v. Cit. BARRADO MANZANO, Arcángel: San Pedro de Alcántara, 90, nota 34.

(6) MARCOS DE SANDE, Moisés: “Del folklore Garrovillano: usos y costumbres”, en Revista de Estudios Extremeños,t. I, (Badajoz, 1945).

(7) REYES HUERTAS, Antonio: Las alas del milagro.En FUENTES CABALLERO, José (Coordinador): Memoria del V Centenario del Nacimiento de San Pedro de Alcántara, 1499-1999, Diócesis de Coria–Cáceres, Coria, 2001, pp. 449–453.

(8) En Madrid, por Antonio Roman, año de 1690. Y a su costa.–Un tomo en 4.° de 120 pp., 72 más de Elogio á San Márcos, y otras 72 de preliminares y portada.

(9) Cit. BARRANTES, Vicente: Aparato Bibliográfico para la Historia de Extremadura,Tomo I, Madrid, 1875, pp. 367–370.

(10) F. 93. Cit. BARRADO MANZANO, Arcángel: San Pedro de Alcántara, 90, nota 35.

(11) Chrónica de la Provincia de san Joseph de la religión de san Francisco…, 103.

(12) BADAJOZ, Ángel de, OFM: Chrónica de la Provincia de san Joseph…, 103 y 118v y SANTA MARIA, Juan de, OFM: Vida y excelentes virtudes y milagros del santo fray Pedro de Alcántara…, Madrid, 1619, 156.

(13) FERNÁNDEZ SÁNCHEZ, Teodoro: “Consistorio para la canonización de San Pedro de Alcántara (Roma, 28 de abril de 1669)”. En FUENTES CABALLERO, José (Coordinador): Memoria del V Centenario del Nacimiento de San Pedro de Alcántara, 1499–1999, Diócesis de Coria–Cáceres, Coria, 2001, p. 241.

(14) FERNÁNDEZ SÁNCHEZ, Teodoro: “Consistorio para la canonización de San Pedro de Alcántara (Roma, 28 de abril de 1669)”, 236.

(15) La llamada “higuera santa” que hasta hace algunos años pervivía en la huerta del Convento del Palancar, al decir de la tradición, brotó del báculo con el que Fray Pedro, se ayudó durante muchos años. En este milagroso hecho inciden bastantes testigos en los procesos que se sigue para su beatificación. Como muestra sirve el testimonio del P. Pedro de San Bernardo, quien señala “que en la güerta deste d(ic)ho convento ay una higuera la qual a sido, es público y not(ori)o pública voz y fama en toda la provincia y en esta tierra, averla plantado el d(ic)ho santo fr. Pedro de Alcántara y procede de un bordón suio con el qual avía ydo dos veces a rroma y que estava muy seco, porque ansí lo oyó dezi a María Sánchez vez(in)a del lugar del Pedroso, porque avía tenido en sus manos, del qual d(ic)ho bordón ay una higuera muy copiosa que excede en grandor a las mayores queste testigo a bisto y produce mucho fruto de higos muy sabrosos, los quales desde el punto que comienzan a madurar vienen a pedir a este test(ig)o como tal guardián de los d(ic)hos higos muchas personas pidiendo ttrcs o quattro dellos y los lleban y dan a enfermos de calenturas, con los quales teniendo fee sanan muchos, y lleban muchos dellos a la Corte de su mag(esta)d que los ynbían a pedir a personas graves, Condes y marqueses y otras personas semejantes, y por ser tantas los que los piden este test(ig)o los guarda mucho y no conviene que ningún frayle coja dellos, y con todo esto no puede cumplir con muchas personas que se los piden por ser tanta y tan general la deboción que con la que la d(ic)ha higuera y fruto della tienen, la qual llaman, por averla plantado el d(ic)ho santo fray Pedro, la higuera santa, y muchas personas piden ramas para plantarlas en sus heredades, y que es público que en una huerta y rrecreación de su mag(esta)d del rrey n(uest)ro S(eño)r ay una higuera que procede de un rramo que se llebó de la que está en esta d(ic)ha güerta plantada por mano del d(ic)ho sancto y de su bordón que de ordinario traya en la mano”, (Cf.Proceso Coria, 1616, f. 19v). Cit. BARRADO MANZANO, Arcángel: San Pedro de Alcántara, 88, nota 27.

(16) FERNÁNDEZ SÁNCHEZ, Teodoro: “Consistorio para la canonización de San Pedro de Alcántara (Roma, 28 de abril de 1669)”, 236.

(17) FERNÁNDEZ SÁNCHEZ, Teodoro: “Consistorio para la canonización de San Pedro de Alcántara (Roma, 28 de abril de 1669)”, 246.

(18) FERNÁNDEZ SÁNCHEZ, Teodoro: “Consistorio para la canonización de San Pedro de Alcántara (Roma, 28 de abril de 1669)”, 236.

(19) FERNÁNDEZ SÁNCHEZ, Teodoro: “Consistorio para la canonización de San Pedro de Alcántara (Roma, 28 de abril de 1669)”, 235.

(20) F. 165. Cit. BARRADO MANZANO, Arcángel: San Pedro de Alcántara, 132, nota 30.

(21) MOLES, Juan Bautista, OFM: Memorial de la Provincia de San Gabriel de la Orden de los frailes Menores de Observancia, Madrid, 1592, f. v. El Padre Juan de la TRINIDAD, en su Chrónica de la Provincia de San Gabriel de frailes descalços…, 118 s., también se hace eco de tal suceso en el convento de Nuestra Señora de los Ángeles.

(22) Proceso Ávila, 1615, f. 107.

(23) Cit. BARRADO MANZANO, Arcángel: San Pedro de Alcántara, 124–125, nota 7

(24) Proceso de Alcántara, 1616, f. 16. Cit. BARRADO MANZANO, Arcángel: San Pedro de Alcántara, 131, nota 131.

(25) F. 47. Cit. BARRADO MANZANO, Arcángel: San Pedro de Alcántara, 88, nota 28.

(26) Proceso Coria, 1616, f. 25v. Cit. BARRADO MANZANO, Arcángel: San Pedro de Alcántara, 91, nota 36.

(27) Proceso Coria, 1616, f. 20v. Cit. BARRADO MANZANO, Arcángel: San Pedro de Alcántara, 91, nota 36.

(28) Proceso Coria, 1616, f. 29v. Cit. BARRADO MANZANO, Arcángel: San Pedro de Alcántara, 91, nota 36.

(29) Proceso de Coria, 1616, f. 17v. Cit. BARRADO MANZANO, Arcángel: San Pedro de Alcántara, 91, nota 36.

(30) Proceso de Ávila, 1615, f. 38v. Cit. BARRADO MANZANO, Arcángel: San Pedro de Alcántara, 145, nota 29.

(31) Proceso de Ávila, 1615, f. 7v. Cit. BARRADO MANZANO, Arcángel: San Pedro de Alcántara, 145, nota 29.

(32) GARZÓN UNCIO, Silve: “V CENTENERARIO DEL NACIMIENTO DE SAN PEDRO DE ALCANTARA. Unidad Didáctica 1499–1999”. En FUENTES CABALLERO, José (Coordinador): Memoria del V Centenario del Nacimiento de San Pedro de Alcántara, 1499–1999, Diócesis de Coria–Cáceres, Coria, 2001, p. 408.

(33) Proceso Alcántara, 1616, f. 46v. Cit. BARRADO MANZANO, Arcángel: San Pedro de Alcántara, 89, nota 30.

(34) Proceso Ávila, 1615, f. 106v. Cit. BARRADO MANZANO, Arcángel: San Pedro de Alcántara, 124–125, nota 7.

(35) El P. Jerónimo de Sotomayor, declara en el convento de Garrovillas y asegura que en el camino de Badajoz a Ciudad Rodrigo vio la cruz puesta en Sierra de Gata por Fray Pedro “en un sitio della tan ynacessible que sino era a orco o otros animales, parecía ymposible la subida, y admirado este testigo de ver allí algunas cruces, por la gran dificultad que vio en la subida de aquel sitio donde estavan, espantado dixo, vágame Dios que hombre pudo subir allí a poner aquellas cruces?, a lo que rrespondió la gente de aquel lugar con quien hablava que el padre fr. Pedro de Alcántara de rrodillas avía subido con aquellas cruces y las avía puesto en aquellas partes donde este testigo las vía y que no solamente avía puesto aquellas cruces, pero otras muchas que estavan en algunas sierras de por aquella tierra”. Proceso de Plasencia, 1615, f. 38 v. Cit. BARRADO MANZANO, Arcángel: San Pedro de Alcántara, 133–134, nota 37.

(36) SIMÓN ARIAS–CAMISÓN, Mario: Historia lírica y amorosa de Santa Cruz de Paniagua y de su culto y santuarios de Dios Padre, Gráficas Sandoval, Plasencia, 1990, p. 72. SENDÍN BLÁZQUEZ, José: La Región Serrana, Caja Salamanca y Soria, Colección Temas Locales, Plasencia, 1994, p. 327.

(37) En la vida de San Pedro se cuentan repetidos milagros en los que son protagonistas niños a los que cura, libra de la muerte y hasta procura su resurrección.

(38) DOMÍNGUEZ MORENO, José María: “Costumbres cacereñas de preembarazo”, en Revista de Estudios Extremeños,XLV, II (Badajoz, 1989), p. 369.

(39) TRINIDAD, Juan de: Crónica…, libr. 2, cáp. XLIX, p. 451.

(40) ÁMEZ PRIETO, Hipólito: La Provincia de San Gabriel en la Descalcez franciscana extremeña, Ediciones Guadalupe, Madrid, 1999, p. 414. HABA QUIRÓS, Salvadora y RODRIGO LÓPEZ, Victoria: “Aguas medicinales y tradición popular en Extremadura”, I, Cuadernos populares, 37, Editora Regional de Extremadura, Mérida, 1991, p. 20.

(41) Proceso de Plasencia, 1615, f. 92. Cit. BARRADO MANZANO, Arcángel: San Pedro de Alcántara, 126–127, nota 12.

(42) Es posible que se trate de una fuente en término de Brozas, conocida como Ibedagosa, de la que el Padre Coria en su manuscrito de 1608, Descripción e historia general de la provincia de Estremadura, que contiene lo más memorable desde el principio de la. fe, fundación de sus yglesias obispados, con otras cosas de notar, señala que “(…) es muy medicinal, y saludable, veviendo de aquella agua y lavandose para sanar de lepra, sarna, terciarias y otras enfermedades, como la experiencia de ello lo muestra (…)”.

(43) Proceso de Plasencia, 1615, f. 52. Cit. BARRADO MANZANO, Arcángel: San Pedro de Alcántara, 89–90, nota 32.

(44) Proceso de Ávila, 1615, f. 69. BARRADO MANZANO, Arcángel: San Pedro de Alcántara, 153.

(45) Proceso de Ávila, 1615, f. 18. Cit. BARRADO MANZANO, Arcángel: San Pedro de Alcántara, 155, nota 26.

(46) Proceso de Ávila, 1615, f. 34. Cit. BARRADO MANZANO, Arcángel: San Pedro de Alcántara, 155, nota 27.

(47) Proceso de Ávila, 1615, f. 86. Cit. BARRADO MANZANO, Arcángel: San Pedro de Alcántara, 155.

(48) Proceso de Ávila, 1615, f. 53. Cit. BARRADO MANZANO, Arcángel: San Pedro de Alcántara, 155, nota 27.



San Pedro de Alcántara y los Milagros del agua

DOMINGUEZ MORENO, José María

Publicado en el año 2009 en la Revista de Folklore número 337.

Revista de Folklore

Fundación Joaquín Díaz