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Revista de Folklore número

341



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EL LAGARTO EN EXTREMADURA: ENTRE EL MITO Y LA TRADICIÓN

DOMINGUEZ MORENO, José María

Publicado en el año 2009 en la Revista de Folklore número 341 - sumario >



En la trujillana casa del Águila, sita en la calle Lanchuela, sobre su puerta de entrada se localiza curioso escudo orlado con una cadena. Aparecen representados cuatro lagartos atrapados bajo una losa. Aunque la historia apunta que tal edificio fue solar de los Sanabria, el motivo heráldico no se relaciona con hechos atribuibles a esta familia, sino con los de otro linaje que es posible, y las investigaciones en su momento lo dirán, que mantuvieran algún tipo de parentesco. Me refiero a los Losada.

La leyenda genealógica apunta que tal apellido deviene de tierras gallegas y halla su fundamento en hecho muy concreto. Como algunas fértiles tierras del noroeste estuvieran plagadas de gigantescos lagartos que aniquilaban a cuantas personas tuvieran la osadía de hollar con sus plantas aquellos lugares, dos jóvenes hermanos tomaron la determinación de enfrentarse directamente a los letales reptiles. Armados con sendas lanzas, y utilizando toda la argucia posible, fueron matando uno a uno a los lagartos, que tenían sus guaridas bajo descomunales losas. En premio de tal hazaña el rey les dio en propiedad aquellas tierras liberadas y la venia para forjar un escudo de armas que rememorase la gesta (1).

Una narración semejante es la recogida en la localidad cacereña de Retamosa. Apunta la misma que un gigantesco lagarto habitaba en pleno corazón de las Villuercas, moviéndose en un radio que alcanzaba las siete leguas. Nadie penetraba en aquellos fértiles territorios ante el temor a ser devorado, como así sucedía con quienes hacían alarde de su audacia. De las magnitudes del animal habla el hecho de que de un rabotazo fue capaz de “deslomar” la sierra a la altura de Cabañas del Castillo. Un forajido que escapaba de la justicia se adentró en aquellos parajes y dio muerte al reptil, luego de haberlo deslumbrado con una patena que había robado de la iglesia de Jaraicejo. Con este hecho, que suponía librar a la comarca del inmenso peligro, el malhechor no sólo fue perdonado, sino que en premio recibió amplias tierras en propiedad y la potestad de erigir una fortaleza, la que luego se conocería como el Castillo de Cabañas.

Aunque lejos de aceptar la literalidad de estos relatos, no podemos negar que los mismos esconden un evidente trasfondo histórico. En mi opinión nos encontramos ante lo que no dudo en definir como un claro mito de conquista. Los lagartos son aquí el símbolo de los señores del lugar, cuando no del caos y del oscurantismo del que participan las tierras ignotas. Por su parte, quienes luchan y vencen a los monstruos son quienes luchan por la conquista del territorio ocupado. Son conocidas diferentes leyendas extremeñas, cuales las de la serpiente de Martilandrán o al jabalí de Arroyo del Puerco, que aluden al monstruo, dueño del espacio, que es aniquilado para permitir la paz y el asentamiento de los que llegan (2).

Y de este mismo arquetipo participa la fábula del Lagarto de Calzadilla de Coria. En una plaza del pueblo, frente a la majestuosa ermita del Cristo de la Agonía, un moderno monumento alude al más conocido milagro del patrón de la localidad. La escultura recoge el momento en el que un pastor dispara a un gigantesco lagarto que acaba de matar a la oveja que aprisiona con una de las garras. El motivo central se acompaña de una serie de relieves alusivos a la historia legendaria y de un poema narrativo del milagro en forma dialectal extremeña (3).

Para los vecinos no es leyenda. Se trata de una historia que ellos testifican mediante los escasos restos de la piel del famoso lagarto que aún perduran. Hace ya algunas décadas pude ver su deteriorada cola y lo que entonces me pareció una pata en un oscuro cuarto que se abre en el muro del lado del Evangelio. Atadas con una cuerda, y rellenas de bálago, colgaban de un madero clavado en la pared. Cerca de las acartonadas badanas se mostraban varias piezas de la escopeta matadora (4). Actualmente los despojos del animal y lo poco que queda de la vieja arma se exhibe dentro de una urna acristalada.

Los relatos escuchados en el pueblo pormenorizan sobre los detalles que envuelven al hecho milagroso. Se dice en ellos que los pastores de la localidad no se explicaban las sorpresivas y continuas desapariciones de sus ovejas en los campos cercanos, si bien eran conscientes de que algún extraño animal daba cuenta de ellas. Nadie sabía cómo era aquella supuesta alimaña que incluso, en ocasiones, satisfizo su apetito con las carnes de algún rabadán.

Colás, como conocían en Calzadilla a un ovejero devoto del Cristo de la Agonía, no salió de su asombró cuando vio, junto a la laguna, a un lagarto de proporciones caimanescas que, emergiendo de entre la espesura de los hierbazales, prensaba con sus fauces y mataba a uno de sus mastines. No teniendo más armas que su bastón, Colás quiso correr, pero el miedo paralizó sus piernas. El lagarto, con la seguridad de que tenía en el atónito y estático pastor su próxima presa, reptaba pausadamente. Fueron unos segundos, pero los suficientes para que Colás pidiera el milagro de aquel Cristo al que cada mañana se encomendaba al pasar por la puerta de su ermita:

– ¡Señor, que mi cayá se jaga escopeta y el coscurro de pan me se jaga monición!

Y el milagro fue posible. El pastor se descubrió en sus manos una escopeta y en su ánimo la resolución para ejecutar el disparo certero que acabó con la vida del lagarto. Cuando todo parecía concluido, Colás escuchó desde lo alto una divina voz conjuradora:

¡Rota te quedarás
para que a nadie mates más!

Al instante el pastor tenía ante sí el arma desguazada y el inerte lacértido. Éste y aquélla, en reconocimiento del milagro, fueron a parar como exvotos del Cristo de la Agonía.

En un intento de racionalizar la leyenda, algunos han fantaseado sobre una hipotética historia. Sin embargo, incluso en este caso, se recurre a otros elementos que no son menos legendarios. También aquí las ovejas son víctimas hasta en sus propios rediles. Sistemáticamente van apareciendo muertas a causa de lo que parece una dentellada en la garganta. Los pastores vigilan y una noche descubren que un descomunal lagarto es el autor de tales carnicerías. Seguidamente se forma un grupo de voluntarios que, armado hasta los dientes, busca el enfrentamiento con el animal. Los intrépidos mozos le disparan una y otra vez, pero las balas rebotan en las duras escamas que cubren su piel, hasta que uno de ellos tiene la buena suerte de introducir el proyectil por la inmensa boca abierta que mostraba amenazante, causándole la muerte. Luego de disecarlo fue presentado como ofrenda en el humilladero (5).

De la observación de los restos del reptil hay quien deduce que se trata de un caimán americano, abriendo tal análisis el camino a la correspondiente hipótesis: “encaja entonces la posibilidad de que alguno de los numerosos emigrantes pudo traer como recuerdo uno de esos animalitos o bien algún huevo que pudo ser incubado sin problemas. Cuando buscó la libertad llegó a los extremos de que nos habla la tradición” (6). Sin embargo, es más factible suponer que estamos ante un simple exvoto, un caimán disecado, que algún indiano de Calzadilla o su comarca coloca a los pies del Cristo de la Agonía. Modernamente va tomando cuerpo una conjetura, aunque sin fundamento histórico que lo justifique, de que el oferente fue el ilustre vecino Fray Tomás Ortiz, obispo electo de Santa Marta (Colombia), que no tomó posesión de su cargo puesto que murió en España cuando vino a consagrarse (7). Con posterioridad, perdida la conciencia de su origen, el pueblo acaba interpolando elementos de otras leyendas conocidas. En este sentido es de significar el parentesco que el postrero de los relatos guarda en algunos aspectos (dureza de la piel, carnicería de animales…) con algunas narraciones fabulosas, cual es el caso de la “fiera malvada”, muy extendidas tanto dentro como fuera de Extremadura (8).

Por otro lado, no podemos olvidar los exvotos de este tipo que tras la colonización de las Américas llegan a espacios sagrados peninsulares en los que se ubica la imagen por cuya intercesión el paisano se libró de ominoso reptil o a la que se profesaba una singular devoción. Es el caso del que se conserva en la abulense ermita de Nuestra Señora de Sonsoles(9), el de la madrileña iglesia de San Ginés, el de la catedral de Sevilla, el de la iglesia de San Eudaldo de Ripoll (10) y el de la Colegiata de Santa María del Mercado de Berlanga de Duero. Este lagarto soriano no es otra cosa que un caimán traído a mediados del siglo XVI por Fray Tomás de Berlanga, obispo de Panamá y descubridor de las Islas Galápagos. Como en el caso de Calzadilla, también aquí se olvidaron los orígenes y sobre el ardacho (11) dieron en parar leyendas arquetípicas, algunas de las cuales responden a reinterpretaciones de mitos de la Hispania Prerromana, como los que aluden a la simbología de la muerte y de la resurrección. De entre sus características destacaban las de vivir durante el día oculto bajo la tierra, salir por la noche para maltratar a los rebaños y alimentarse de los cadáveres enterrados en el cementerio. Berlanga de Duero ha tratado a su lagarto como un símbolo, hasta el punto de fabricarse piezas de repostería que reproducen su figura.

Un lagarto como signo de la ciudad lo encontramos en Jaén a mediados del siglo XIII, tras la recuperación cristiana de la ciudad, si bien Fray Domingo, obispo de Baza, lo había incluido con anterioridad en su propio escudo. Por otro lado, no faltan quienes ven en el plano del primitivo pueblo jiennense el símil del referido lagarto. Sea como fuere, todo apunta a suponer que determinadas leyendas relacionadas con el lagarto, imbricadas dentro del mito de la conquista de las tierras de Jaén, pasaron con posterioridad a formar parte del corpus fabuloso del llamado Lagarto de la Magdalena, cuya piel se exhibe en la iglesia de San Ildefonso. Este animal, que tenía su guarida en una cueva junto a la Fuente de la Magdalena, engullía lo mismo a las personas que se acercaban en busca de agua como a los animales que se aventuraban a pastar por sus cercanías (12). Existen tres versiones acerca de su muerte: al quemarse sus entrañas al engullir una piel de oveja rellena de yesca encendida; al reventar luego de tragarse un saco de pólvora que confundiera con un pan; al desangrarse por la lanzada que le infringe un caballero vestido para la ocasión con una armadura de espejos capaz de deslumbrar al animal. Este último aspecto guarda sus paralelos con el citado lagarto de las Villuercas.

También del ardid de los espejos se vale el reo judío para matar al lagarto del Colegio del Patriarca de Valencia, que merodea por las inmediaciones del Turia. Cualquier estratagema es buena para luchar contra el mortífero lagarto, como pone de manifiesto la leyenda cordobesa. Un cojo se sube a un árbol y espera a que el lacértido abra la boca para recoger un pan que le deja caer. En ese momento le introduce la muleta en la garganta causándole la muerte. La muleta y la piel fueron colgadas como exvotos en el santuario de Nuestra Señora de Fuensanta.

En Calzadilla de Coria vimos como el enseñoreado lagarto es aniquilado mediante un tipo de intervención sobrenatural. A pesar de la innata tendencia al etnocentrismo, muy acusa en Extremadura, los casos de esta índole abundan en todo el área peninsular. Basten dos ejemplos recogidos al azar. En Lomos de Orios (Villoslada) un gigantesco lagarto ataca a Linos, un joven pastor, que apenas tiene tiempo para refugiarse en la ermita. Cuando el lagarto pretende entrar tras él, la puerta se cierra bruscamente partiendo al animal por la mitad. Para los naturales tal hecho sucedió en el año 1824 y una réplica del lagarto colgado a la entrada recuerda el supuesto milagro.

En el templo de la localidad salmantina de Santiago de la Puebla también se exhibe el correspondiente lagarto, un caimán que llegó disecado de tierras americanas. Si bien existe documentación precisa sobre el particular, no por ello los lugareños han dejado de recrear una leyenda en torno al reptil. El animal aparece deambulando entre las aguas del río Margañán, devorando a una inocente niña y siendo aniquilado por los hombres del pueblo, que previamente han pedido la protección del patrón Santiago Apóstol. Y termina la fábula añadiendo que la niña fue rescatada viva de la andorga del animal.

Vueltos a Extremadura, nos topamos con el consiguiente lagarto en la iglesia de Casar de Cáceres. Se trata de un caimán, cuya longitud sobrepasa los dos metros y medio, totalmente relleno de bálago. Aún conserva los huesos de la cabeza, destacando su mandíbula desprovista de dientes (13). Un manuscrito del siglo XVIII refiere que en la pared exterior de la capilla del Cristo de la Peña está “colgada con cadenas de hierro, la piel de un lagarto: este es su nombre común por su figura. Algunos extranjeros lo han visto: unos dicen es caimán, otros cocodrilo; tiene tres varas y tercia de largo. Viene de tradición, que un devoto del Santo Christo, viéndose acometido por este animal, imploró su auxilio, lo mató, le quitó la piel, la que trajo por trofeo, agradecido del favor que le hizo su Majestad” (14).

Tal vez el hecho de que el clérigo Gregorio Sánchez de Dios recogiera por escrito tempranamente la llegada del caimán posibilitó el que con él arribara a tierras extremeñas una historia o leyenda desarrollada en América y en la que no faltaba la intercesión del Cristo de la localidad. De ese modo impediría que el lagarto acabara impregnándose de relatos arquetípicos muy extendidos, como sucediera en el caso del citado de Calzadilla de Coria. Pascual Madoz también se hace eco sobre el particular en términos muy parecidos a los del citado clérigo.

“Pero no puede omitirse el hablar, aunque ligeramente, de lo que llaman «lagarto», colgado sobre la pila del agua bendita del lado izquierdo, el cual tiene tres varas y un tercio de largo, y 7 cuartos de circunferencia por lo más grueso de su cuerpo: este animal es un cocodrilo semejante a los de la Historia Natural de Madrid; está muy bien conservado, y es corriente en el pueblo, que fue muerto por un hijo de él en América, en el acto de ser acometido por el reptil, y que en memoria de su peligro y victoria, le dedicó a la imagen del Cristo de la Peña, que se halla en una capilla antigua” (15).

Un lagarto de gigantescas proporciones era igualmente el que diezmaba la hacienda de los vecinos de Ovejuela, alquería hurdana próxima al convento de Nuestra Señora de los Ángeles. Pero esto fue antes de que San Pedro de Alcántara llegara como guardián del cenobio, lo domesticara y lo convirtiera en mascota o animal de compañía. Cuentan que los frailes, en atención a su fealdad, lo conocían con el nombre de “el pecado”. Y aseguran en Ovejuela que tal lagarto no es otro que el que la moderna imagen de la Virgen de la localidad tiene bajo sus plantas (16).

Observamos cómo se da en este caso una asimilación entre el mítico lagarto y el dragón infernal o serpiente que se representa en la iconografía mariana. Sin embargo, al menos esta última y el lagarto son animales que presentan una marcada diferencia, si bien a ambos se les atribuye un original tronco común. Así lo refleja este popular cuento extremeño recogido en Ceclavín:

“En esto que iba Dios por el mundo y se conoce que fue al río a beber, y al poner las rodillas en el suelo para beber de bruces se conoce que la plantó encima de una culebra que tenía que estar dormía a la vera del río. Y va la culebra, y ¡zas!, que le jarreó un mordiscón. Entonces va Dios y le dice a la culebra:

– ¿Por qué me has mordío? ¿Qué te jecho yo pa que me muerdas?

Y la culebra, pos ya ves, que le salta a Dios:

– Es que a mí no me pisa ni Dios, y el que me pise me las paga, sea queriendo o sin querer.

Así que va Dios y le dice a la culebra:

– Por lo malita que tú eres vas a tener que andar toda la vida arrastrando la barriga.

Al otro día, esto es que iba Dios en el burro por un camino. Y cuando más campante que andaban, llega un lagarto corriendo y se atraviesa en el camino. Lo que pasó es que el burro se pegó un susto y Dios se cayó de costillas. Entonces va Dios y llamó al lagarto:

– Oye tú, lagarto, que me has tumbao del burro. ¿Te paece bien lo que acabas de jacel? El probi lagarto se queó paraíto y va y le dice a Dios:

– Usté perdoni. De ahora p’alantri no vuelvo a jacerlo, porque voy a tenel más cuidiao cuando pasi por los caminos.

Y Dios, como le vio las buenas intenciones, pues fue y lo premió:

– Como eres buena persona te voy a dar cuatro patas para que puedas correr.

Y así fue como la culebra se jizo culebra y el lagarto se jizo lagarto” (17).

Por las comarcas de Campo Arañuelo y los Ibores cuentan que la metamorfosis tiene su razón de ser en el hecho de que el lagarto ahuyentó a la serpiente del paraíso terrenal. En agradecimiento Dios lo premió con cuatro patas para evitar que nunca más anduviera a rastras. A partir de ese momento ambos reptiles se convirtieron en enemigos incapaces de reconciliarse. El lagarto no olvidará que la serpiente, a través de la mujer, había engañado al hombre, empeñándose a partir de ahora en ser su máximo defensor. Por su parte la sierpe seguirá por los siglos como una firme aliada de la mujer.

Sin embargo, en amplias zonas de Extremadura creen que las buenas migas se fundamentan en que hasta cierto punto es la propia mujer engendradora de muchas de las serpientes que pululan por los campos. Son cuantiosas las serpientes creadas a partir de un pelo femenino con raíz metido en el agua durante los siete días del plenilunio. Dependiendo de que la metamorfosis se haya producido a partir de un cabello rubio o moreno, la serpiente será inofensiva o dañina (18). Aunque no faltan lugares por la parte más meridional de Extremadura en los que se asegura que el color del pelo manipulado propicia el que la culebra sea de agua o de tierra (19).

Fue práctica habitual en La Jarilla y en Casas del Monte el que las mujeres que se bañaban en las charcas de sus gargantas vigilasen que ninguno de sus vellos púbicos quedara dentro del agua, ya que de ellos nacían unas culebras con una exacerbada querencia a la sangre catamenial. No dudaban en buscar a las menstruantes dormidas para colarse entre sus ropajes y saciar el apetito.

En las localidades de la Sierra de Gata no hacen falta tan sofisticadas serpientes sanguinarias, ya que cualquier culebra que se precie es capaz de arremeter sin más contra la mujer indispuesta con tal de libar de sus partes más íntimas. El siguiente relato de Villamiel resulta esclarecedor:

“Por entonces yo tenía un hijo, que tengo casao en Valverde, pequeñito, y le tuve toa la mañana echao en el tronco de una olivera. Yo, mientras, estaba ayuando a una tía mía a sachar pata–tas. Estamos comiendo y va mi primu y dice:

– ¡Ay, prima, lo que viene por ahí…!

Nos rodeamos y vimos un peazu latigu que no quiero ni contar. ¡Qué culebra más larga! Era de esas que tiene dibujá una cadena. Fíjese usté en lo que le digo: se fue derechita a una prima mía que estaba con la regla, al olor de la sangre. Agarró mi prima un cacho vilorta que pa qué y se tiró luchando mucho rato con aquella bicha tan grande. Menos mal que estábamos allí nosotros, si no las hubiera pasao mu mal la mi prima. Cuando la atizaba con el palo, pegaba la bicha unos silbíos que llegaban al cielo. Hasta que le enganchamos por la mitá y lo partimos en dos” (20).

A pesar de los anteriores ejemplos, se puede afirmar que en la práctica totalidad de Extremadura tales comportamientos se les atribuyen a los lagartos que, como ya apuntamos, son acérrimos enemigos de las mujeres. Los sucesos sobre este particular abundan por doquier. Raro es el pueblo en el que no se afirme que los lagartos suelen merodear por las calles en las que haya alguna mujer, especialmente joven, con la regla. Incluso algunos logran meterse en las casas para aprovechar el sopor de la menstruante, como habitualmente ocurría en Oliva de Plasencia:

“La madrina mía tenía una hija, que cuando tenía lo del mes se ponía malita malita, la pobre. Gomitaba y to. Y después de to es que tenía que acostarse con la luz encendía, y es que decía que andaban lagartos por la cama, que le bajaban por el doble. «Bobás, bobás, eso son bobás», era lo que le decía la madrina. Después resultó que una noche empezó a chillar, y cuando llegaron la madrina y el padrino había un lagarto más gordo que la mi muñeca. A ese lo vi yo muerto, que lo mataron aquella noche. Y es que venía a beberse la sangre de la muchachita, y lo barruntó cuando empezó a escarbarle por el camisón. Y eso le pasó más veces, pero después ya que se hizo jorra no volvió a pasarle más”.

En el mismo sentido que el anterior va el relato recogido en la localidad jerteña de El Torno:

“A mí me contó una, que vive entoavía, que estando ella en una finca, se echó dispués de comer, porque la dolía algo la cabeza y es que tenía la regla. Se dispertó al poco, porque sintió algo y era na menos que un lagarto que la iba subiendo por los mulos p’arriba. ¡Pegó un salto…! Se echó a correr, pero el lagarto no dejaba de perseguirla por la gavia alante… Y es que dicen que se tiran a la sangre de la regla, que les gusta mucho” (21).

A Talaván corresponde esta otra información en la que una mujer narra las vicisitudes de su propia madre:

“Y a la pobre es que le salían muchos ronchones, que sufría mucho, y era que cuando le venía (la regla) siempre había algún lagarto que lo barruntaba. Iban de que estaba dormía en la majá y se le colaban pa debajo de la saya, y la maliciaban, porque los lagartos tienen mucha malicia en el cuerpo, y por eso le salían los ronchones. Era que los lagartos venían a beberse la sangre. Entonces ponían cebollas en la puerta y también quemaban gomas, que to eso espanta a los lagartos.

Porque las pastoras y las mujeres así que vivían con el ganado lo podían pasar mu mal cuando estaban con la cosa”.

El hecho de que en Extremadura muchas familias se hayan visto obligadas a vivir en el campo durante determinadas épocas del año ha facilitado la recreación de buen número de consejas en las que las mujeres menstruantes han de vérselas con el lagarto de rigor. En Aldehuela de Jerte nos topamos con una mujer que está lavando en el arroyuelo de una dehesa mientras su marido saca el pan que ha cocido en un horno que está a no más de cincuenta metros de ella. De repente nota un cosquilleo en las corvas y al instante se pone de pie. Ahora el cosquilleo se ha convertido en un raboteo en los muslos. Presa de pánico se levanta las sayas y ve un enorme lagarto sujeto con la boca a la faja roja, que la deja paralizada. A sus gritos acude el marido, que tira con fuerzas de la cola del reptil sin lograr que éste se desprenda. De inmediato busca algo con que golpearlo y con ese fin coge uno de los panes recién cocidos. Pero antes de recibir el golpe el lagarto abre sus fauces y emprende la huída (22). Una vez más el animal había acudido a por pitanza catamenial.

Esta especial atracción que el lagarto siente hacia la mujer menstruante puede ser aprovechada con fines venatorios. Sabido es que en cada pueblo siempre ha existido alguna persona que ha gozado de la merecida fama de cazador de lagartos, si bien invariablemente en la búsqueda de los reptiles siempre solía acompañarse de un familiar femenino. Así lo aseguran en Berzocana, Madroñera, Aldea del Obispo y en otras muchas poblaciones de la Penillanura Trujillana, cual es el caso de Jaraicejo, localidad a la que corresponde la siguiente información:

“Como ese hombre que vivía en la trasera del Palacio, ¡bueno, ese!, a ese nadie le ganaba en ensartar lagartos. Yo a lo mejor salía, o este mismo, y nos veníamos con uno o con dos, o con ninguno. Pero cuando salía el hombre que digo, traía un’alambre llena de lagartos, que paecía un rosario. Eso sí, él siempre iba con la mujer, y cuando no iba con la mujer pos iba con una hija, qu’es que tenía unas cuantas de muchachas, así algo grandinas. Lo que era es que nunca iba solo.

¿Y sabe qué? Pos decían que salía al lagarto cuando la mujer tenía el mes, eso que tienen las mujeres una vez al mes. Y cuando no lo tenía la mujer, pos cualquiera hija lo tenía. Entonces resulta que los lagartos tienen mucho olfato a la sangre de las mujeres, eso dicen, que tienen mucho olfato a eso, y que salían como bobitos al camino donde la mujer o la hija que fuera. Así que el hombre sólo ¡plas, plas, plas!, ¡pinchal, pinchal, pinchal!, y el lagarto a l’alambre” (23).

Pero no solamente es el sanguinario apetito lo que aproxima el lagarto a la mujer, puesto que en muchas ocasiones lo que pretende el reptil es introducírsele por la vagina, poseerla sexualmente sin más (24). De este modo no puede sorprendernos el que las mujeres que en Garrovillas y Alcántara estaban obligadas a dormir al sereno se encasquetaran bajo las sayas una especie de pololos en cuyos dobladillos introducían gomas o cintas que permitían el completo ceñido a las piernas y a la cintura. Era la misma prenda que vestían en las veladas nocturnas que tenían por marco las ermitas de Nuestra Señora de Altagracia y de Nuestra Señora de los Hitos en las vísperas de sus romerías. Si bien en este caso no parece que el atavío tenga tanto que ver con el temor a la posesión por parte del reptil sino, como dicen en Alcántara, al hecho a poner dificultades a la “mordedura del lagarto”, teniendo en cuenta, como posteriormente veremos, la asimilación del lagarto con el miembro viril y el hecho de “morder el lagarto” como un símil de la relación sexual. Es éste el lagarto contra el que previene algún que otro dicho popular: “Atención a los lagartos y los sapos que merodean por las peñas y las pozas” (25), “No vayáis mu lejos, que p’aquí tamién bajan los lagartos de la fuente de la Anea” (26), “¡Cuidiatu con los lagartus del Palomeru, qu’e están hechus a pegar mordisconis” (27), “No hay que fiarse de los hombres, que son muy lagartos” (28)…

Abundan relatos en Extremadura acerca de la concepción de una mujer con la que tuvo contacto un lagarto mientras dormía placidamente. En Casatejada se cuenta que una joven siente grandes “dolores de tripa” y sus padres la llevan al médico, que le receta un jarabe para los gases. Puesto que el mal subsiste se ven obligados a acudir al curandero, que emite un sorprendente diagnóstico: la muchacha está embarazada de ¡un lagarto! Para que no queden dudas de su dictamen les indica a los padres que vayan a la habitación en la que duerme su hija, rajen el colchón y verán salir el lagarto que la posee cuando dormita. Pide que le traigan el reptil muerto a su presencia. Todo sucede de esa forma. Con la piel del animal prepara una pócima para que la muchacha la tome durante siete días en ayunas. Tal brebaje matará a las crías que han nacido dentro, crías que expulsará por la orina que durante un tiempo adquiere un tono verdoso. Y de manera inmediata los dolores desaparecieron.

En Tornavacas tienen por cierto “el caso de una mujer embarazada que dio a luz un lagarto, en vez de una criatura. Lo achacaron a que la mujer debió beber agua en alguna fuente con huevos de lagarto, que luego se desarrollaron en su interior. Otros piensan que el lagarto la perseguiría cuando tenía la regla, y la tomó cuando estuviera dormida” (29).

Un cuento muy popular en la provincia de Cáceres responde al titulo de “El lagarto y la princesa”. La hija del rey ha salido sola a pasear por el bosque y se duerme junto a una fuente. La dormición la aprovecha un lagarto para, sin que ella se percate, introducírsele por la vagina. De inmediato se le comienza a hinchar el vientre y el rey hace llamar a los galenos del palacio. Estos, tras un concienzudo reconocimiento, descubren la causa del mal y se lo comunican al monarca. Le hacen saber que la única manera de salvar a la princesa es recurriendo a un varón bien dotado. Para ello se elige un soldado. Lógicamente el hombre no pone resistencia a las ordenes de los doctores, que no son otras que la de introducir su miembro viril en la oquedad de la princesa. Tras penetrarla, logra que el lagarto acabe mordiendo y lo saca adherido al glande. Como premio a su acción el rey decide el casamiento de su hija con el militar.

En alguna versión del cuento se señala que a los pocos meses de la actuación del soldado se descubre que la princesa está embarazada y, puesto que no ha tenido relaciones con nadie, suponen que el padre debe ser él. Por este motivo le obligan al casamiento. Pero en esta versión el cuento presenta dos finales distintos. En el primero de ellos la princesa da a luz un precioso niño (30), mientras que en el otro lo que trae al mundo es un lagarto que adquirirá forma humana luego de cumplir con éxito las pruebas correspondientes. Consistieron éstas en matar siete culebras (31).

Sin necesidad de profundizar en el significado de la narración observamos que, muy posiblemente, el lagarto actúa aquí como un elemento propiciador de la fertilidad. El contacto con él hizo posible la concepción de la princesa. Y es que no en vano el lagarto juega un importante papel tanto en el campo de la concepción como en el de la farmacopea erótica. Sabido es que la carne de lagarto fue en toda Extremadura una de las comidas predilectas de las mujeres que deseaban una pronta maternidad (32). Esta misma potenciación de las facultades genésicas es lo que se busca con algunos manjares que se deglutan en fechas muy concretas, entre los que el reptil toma carta de naturaleza. Conocidas son las roscas en forma de lagarto de los Santos de Maimona, que se llevan a la boca el Día de los Hornazos, coincidente con el Domingo de Quasimodo (33).

Desde esta óptica cabe interpretar aquellas actuaciones que en estas fechas de Pentecostés tienen por marcos iglesias y ermitas, en las que los fieles “echan culebras e lagartos entre las gentes e fazen otras cosas deshonestas” (34), y contra las que arremeten las distintas ordenanzas episcopales. Las diócesis extremeñas no se ven libres de estas prácticas, muy extendidas en los postreros tiempos de la Edad Media, hasta el punto de que los sínodos de Plasencia y de Badajoz prohíben taxativamente soltar lagartos y coxixos (35) en las iglesias en las Pascuas de Espíritu Santo (36). Algún autor considera esta suelta de animales, concretamente de la salamandra por su relación con el fuego, como un hipotético símbolo de las ígneas lenguas que en tal fecha se posaron sobre las cabezas de los Apóstoles (37). Sin embargo, la presencia del lagarto nos plantea la posibilidad de que estemos ante los elementos de un ritual propiciador de la fertilidad en un momento en que se constata la eclosión de la naturaleza.

El carácter fertilizador que se le atribuye al lagarto se manifiesta igualmente en algunas prácticas que han pervivido en el recuerdo. Citemos en este sentido la costumbre de las mujeres de Guijo de Granadilla de acudir hasta la vieja ermita de Nuestra Señora de Ojaranzos, recinto que acogía la romería de San Marcos, para sobar con cierta lascivia el cerrojo de su puerta principal. Indudablemente el pasador tenía forma de lagarto o cocodrilo (38). Tal actuación les aseguraba la maternidad (39). Cuando la ermita fue cerrada al culto y abandonada, la figura del lagarto estuvo en posesión de un herrero de la localidad, por cuya fragua pasaban a besarlo las mujeres a las que se les resistía la descendencia (40).

En Casar de Cáceres las jóvenes tenían por costumbre clavar fijamente la mirada en el caimán de la capilla del Cristo de la Peña, al que ya nos referimos anteriormente. Esta acción les auguraba un seguro noviazgo y un feliz casamiento, además de la futura llegada de un hijo por cada vez que cumplieran con la citada actuación. Sin restar un ápice de virtud propiciadora al caimán o lagarto, es posible que en este caso se haya dado una traslación al animal de algunos de los atributos reconocidos al crucificado, puesto que no olvidamos que el Cristo de la Peña fue muy recurrido en situaciones de desamor de las parejas y para poner remedio a los problemas de la esterilidad de la mujer.

De gran popularidad gozaron en Extremadura los filtros amorosos en los que de ninguna de las maneras había de faltar el ingrediente del lagarto. Inés la Picha, de Arroyo de la Luz, por los postreros años del siglo XIX, era toda una celestina en estas artes:

“Cogía un lagarto, lo emperraba, lo atravesaba con una tarama y lo dejaba al sol que se secase. Una vez seco, lo molía hasta hacerlo polvos, rezándole no sé qué oraciones… El hombre que se restregaba con ellos las manos, podía asegurar que cuantas mujeres tocase y él quisiese, se irían tras él; y lo mismo los hombres tras las mujeres que hicieran otro tanto” (41).

La confección de componendas capaces de despertar la líbido se ha hecho un hueco hasta tiempos más recientes, aunque echando mano, junto con el lagarto, de otra serie de simples:

“También en conseguir quereres ajenos las brujas ahigaleñas eran auténticas especialistas. Para tal quehacer utilizaban polvos conseguidos con piel de lagarto y tripas de sapos secadas al sol. A ello unían minúsculos huesos de difuntos. Bastaba con tocar cualquier parte del cuerpo de una persona para que ésta siguiera al pie de la letra sus pensamientos, que no eran otros que los de volverse majara por un determinado pretendiente. Si lo que se pretendía era el aborrecimiento, la actuación no variaba.

Citamos un suceso al respecto. Se trata de una bruja que va al baile dominguero de la plaza con un puñado de «polvos del querer». Por mala suerte se levanta un vendaval y los polvos se vuelan, rozando a todos y cada uno de los presentes. Como conclusión, apunta la historieta, nunca hubo en Ahigal más cuernos en una tarde” (42).

Por otro lado, conviene tener en cuenta que la carne del lagarto reanima genésicamente al varón y conocido es que el hecho de frotar las partes pudendas con su sangre despierta la aletargada virilidad. Pero no sólo se mantiene entre el sexo del varón y el lagarto una relación de causa–efecto, sino que muchas veces el saurio se constituye como un claro símil de príapo. Este es el sentido que recogen algunas coplas:

Lavando unos calzones
dice la moza:
–¡Quién pillara el lagarto
que aquí retoza (43).

Mi marido me enseña
cuando voy con él al huerto
un lagarto sin patitas
que nunca se queda quieto (44).

La falda (el mandil) de la pastora
tiene un lagarto pintao,
cuando la pastora baila,
el lagarto mueve el rabo (45).

Si el lagarto se identifica con el miembro viril, lógicamente la hura ha de asimilarse con el genital femenino (46). Tales asimilaciones quedan reflejadas en la letra del cancionero:

El marido fue a segar
y me dejó sin un cuarto
y he tenido que vender
el vival de su lagarto (47).

Debajo del mandil tiene
toa la mujer un buraco;
y lo que tiene la mía
es el vival de un lagarto (48).

Mucho se mueve el lagarto
cuando va buscando el nío,
pero entrando en el vival
sale el pobre retorcío (49).

Estando una moza meando
en Casas de Miravete,
un lagarto fue corriendo
y le entró por el ojete (50).

Ya hablamos de la enemistad que existe entre el lagarto y la serpiente, enemistad que al mismo tiempo el saurio la hace extensible a la mujer. Mas la serpiente, siempre aliada de ésta, no disimula su animadversión hacia el hombre, al que trata de dañar por todos los medios. Hasta tal punto se piensa así, que en la generalidad de los pueblos se considera un hecho extraordinario el que una mujer haya sido atacada por cualquier tipo de sierpe y, por el contrario, se tiene como algo natural que sea el hombre la víctima sobre la que descargar su inquina, a pesar de contar con la inestimable defensa del lagarto. Narraciones sobre el particular abundan a lo largo y ancho de Extremadura. En San Vicente de Alcántara se cuenta el siguiente relato:

“Era cuando la corcha, que la saca se hace a mano. Entonces fueron los corcheros, pon que a descorchar un alcornoque como éste. Resulta que cuando ya llegaban, vieron muchos lagartos que corrían así cerca del alcornoque, y que no se escapaban, y daban vueltas alreol. De modo que llega uno de la cuadrilla, y le dice a los otros compañeros:

–Mucho ojo, que aquí pasa algo.

Que sabía que los lagartos se ponían así como avisando de algo que tenía que haber en el alcornoque. Pos ya tuvieron todo el cuidado que hay que tener, y hasta más todavía. ¿Y qué pasó? Pos lo que pasó es que un agujero del troncón tenía un criaero de víboras. Y si no pasó na, es porque los lagartos avisaron, que los lagartos saben lo que hacen”.

También en Casas de Millán es un lagarto el que evita la tragedia que está a punto de producirse:

“Esto pasó aquí, como de testigo que pongo a la Virgen de Tebas. Estaba la gente en la era, y siempre había niños que iban a ayudar a los padres, o a enredar. Y el padre de uno llevó al muchacho, a lo mejor como de cuatro o cinco años, o alguno más, y como hacía mucho calor el crío se quedó dormido debajo del sombrajo. Y el padre ¡venga a dar vueltas en la trilla a la hora de la siesta! Cuando más tranquilo iba, va un lagarto y se atraviesa por delante de la yunta, y los animales se espantaron. Y decía el padre:

–¡Me cagüén el lagarto de los cojones!

El lagarto salía corriendo, pero a la vuelta siguiente otra vez lo mismo: que el lagarto se ponía a pasar por delante espantando a la yunta. ¡Ya estaba el padre con un cabreo! Y lo mismito:

–A este lagarto de los cojones lo machaco con la pala.

Así que no esperó ni un minuto. Cogió la pala y empezó a correr detrás del lagarto. Y que el lagarto corriendo se fue a meter al sombrajo, a donde estaba el niño dormidito. Pero al niño lo había tapado su padre con una talega vacía para que no se asolanara. Cuando quitó la talega no estaba el lagarto. Lo que estaba debajo era una señora culebra. Cogió entonces y la cortó con la joce por la mitad. Menos mal que el lagarto hacía aquello para decirle al padre lo que le podía pasar al su hijo con la culebra. Y es que ésta era capaz de meterle la cola en la boca y asfixiarlo”.

Sin embargo la principal ocupación de los lagartos es la de vigilar el sueño de varones cuando éstos duermen en el campo. Siempre habrá un saurio que vele ante el posible acecho de culebras, sierpes, serpientes y bastardos (51). Cuando uno de estos reptiles merodea por las proximidades el lagarto se acerca al durmiente y trata de despertarlo haciéndole cosquillas con su cola en la nariz, en los oídos o en los dedos de los pies (52). En ocasiones los métodos no son tan sofisticados, ya que cuando es grande el sopor se ven en la necesidad de recurrir a los oportunos arañazos y mordiscos.

La función protectora del lagarto con respecto a la serpiente trasciende a la propia imagen o representación de aquél. A lo largo de nuestros viajes por las provincias cacereñas hemos observado numerosas aldabas o cubrecerraduras con la imagen de un saurio, sin que falten los que se han grabado en las puertas de madera a punta de navaja. El carácter protector está fuera de duda, sobre todo a partir de la información recogida en Acehuche:

“Miri usté, c’aquí entraban las culebras como Pedro por su casa, y a las pobres cabras le mamaban la leche. Ahora que llego una mañana y había una cabra con una mordeúra en la ubre. Yo mismo le vi la mordeúra y tenía sangre, y es que se vía la dentallá. Fui ande el vecino, qu’ese fue pastor pa que me curara al animal; y de que vio lo que le pasaba a la cabra, va y me dice: «Esto es cosa de una culebra». Y me dijo que si no quería que me pasara más que hiciera lo qu’el me dicía. De modo que hice lo que me dijo, qu’era hacer la labra de un lagarto en la puerta del corral. Yo hice el lagarto con la cuchilla, que soy mu mañoso pa estas custiones. Eso fue mano santa. Ya no golví a ver más el rastro de una culebra”.

En diferentes poblaciones de la Sierra de Gata estas funciones le corresponden a una quijada de lagarto colocada en un lugar visible o en el punto por el que se supone que las culebras entran en el aprisco. Un sentido inverso es el que se le atribuye a los cerrojos o picaportes que presentan formas ofídicas. Su intención es la de repeler a los lagartos, aunque en ocasiones la influencia se hace extensible a lagartijas, sabandijas y saltarrostros.

En la comarca de las Tierras de Granadilla las imágenes del lagarto o su osamenta no se utilizaron tanto para alejar a las serpientes de los rediles como para impedir que se acercaran a las camas de las mujeres lactantes con el objeto de libarle los pechos. En Zarza, un pueblo de esta misma zona, solían mantener un lagarto vivo en la casa, ya que “el lagartu eh mu enemigu del bahtardu y el culebrón bahtardu le tie máh mieu c’al diablu” (53).

No solamente el lagarto ha servido para poner en fuga a las culebras, sino que su poder talismánico ejerce un claro poder contra otros poderes maléficos. Al igual que en otros puntos de la geografía hispana (54) la pata del reptil se constituyó como un claro repelente de las brujas. Ha sido un amuleto apreciado en gran medida para estos menesteres por todo el septentrión cacereño, como ya recogimos en su momento:

“Junto al sapo o escuerzo, también el lagarto y, más concretamente, cualquiera de sus patas puede librar de la fascinación de las brujas en Ahigal. Antaño cuando, con motivo de las bodas, se salía con un carro para recoger los aguinaldos que los vecinos daban a los novios, en el testuz de las mulas que tiraban de aquel prendían la pata de un lagarto. La intención estaba clara: que ninguna bruja fuera capaz de echarle el mal de ojo a los productos recaudados.

También la pata salía a relucir cuando el nuevo matrimonio trasladaba el ajuar a la casa en la que iban a vivir. Y es que las brujas de Ahigal suelen tomarlo muy a pecho con las mujeres que se casan y tienen hijos. Por eso uno de sus objetivos es procurar la esterilidad de la pareja por todos los medios” (55).

Por su parte la quijada del lagarto ha sido un amuleto de primer orden para lograr la perfecta dentición en Valverde de Burguillos y en otras poblaciones pacenses de los contornos. Bastaba para ello con colgarla del cuello del niño metida dentro de una bolsita que hacía las veces de escapulario (56). No el lagarto, sino su pariente la lagartija se utiliza mayormente con fines terapéuticos en Extremadura, formando parte de un amuleto que se configura mediante el dictado de la magia simpatética. Así vemos que en Higuera de Albalat, Salvatierra de Santiago o Robledillo de Trujillo una persona verrugosa coge al pequeño animal y lo introduce “vivito y coleando” en un alfiletero, teniendo por seguro que su muerte trae consigo la desaparición de todos sus cadillos (57). En Zalamea se exige que antes del encierro de la lagartija en un bote de cristal se frote con ella la parte verrugosa (58). Otro tanto sucede en Castuera, si bien aquí el emparedamiento exige que haya de hacerse en una caja de hoja de lata (59). Por su parte en la comarca de Los Montes la lagartija dicta la curación de la rija de los ojos siempre que el paciente lleve el canuto, que ha de ser de cristal, colgado al cuello con un cordón de lana (60).

Tampoco podemos olvidar el papel que juega el lagarto en el campo de la farmacopea popular. Su sangre se emplea para la curación de la erisipela en Bodonal y Cabeza de Buey (61). Esta misma sangre aplicada en forma de fricciones pone remedio a las hernias más recalcitrantes en Las Hurdes, aunque para que su efectividad sea completa se requiere que el lagarto haya sido cogido en primavera y descamisado vivo (62). Estos formulismos también pasan al campo pecuario. Así vemos que en las dos provincias extremeñas se asegura la completa curación de la oveja afectada de cualquier enfermedad dérmica si sobre ella se traza una serie de cruces con una hoz impregnada del mismo líquido sanguíneo (63). Y a falta de sangre, buenos son los polvos, en este caso los conseguidos de la “punta blanca de la cagá del lagarto”, en los problemas oculares del ganado lanar relacionados con las nubes o uñeros (64).

Volviendo a los tratamientos humanos, nos parece de gran interés la formula que para la curación de las magulladuras recogiera el profesor Calama Sanz de la curandera de Vegas de Coria:

“Fritis en aceiti con torbiscu, dos lagartus descamisaus y machacaus, y con ese ungüeti de das de juro en la que jura” (65).

Poco varía el recetario anterior del puesto en boca del hijo de un saludador hurdano para aliviar los dolores reumáticos:

“…pal rengaeru de la choca, que en otrah partih dicin riúmah, no hay mejol cosa que fritil en aceiti doh lagartuh; dihpué luh machacah bien y luh rebuja con raícih de torbihcah, y con esi ungüentu le dah de juru y de juru, y vaiti ya, que quéa sanau” (66).

Menos requisitos precisa el alivio de la pesadez del estómago en la comarca de la Sierra de Gata, ya que sólo se precisa colocar sobre la panza una reata de lagartos recién cogidos, aunque mayor es la efectividad si éstos se disponen abiertos en canal.

A pesar de las virtudes que venimos atribuyendo a estos animales lacértidos, no se nos escapa que también el pueblo les imputa unos poderes maléficos que por lo general trascienden de una manera indirecta. Ahí está el componente letal que encierra la grasa de la hembra, puesta en combinación con otros elementos. En las “Coplas de don Alonso” vemos cómo el caballero muere envenenado por doña Marcelina, embarazada de él, porque ahora le niega el prometido casamiento para desposarse con su prima. Los versos inciden sobre los ingredientes de la pócima suministrada:

Se metió pa la bodega
y un veneno preparaba;
iba envuelto con un vino,
sólo el olor mareaba.
Llevaba tripas de sapo,
el unto de una lagarta,
orines de siete sierpes,
raspaduras de cascarrias,
las uñas de un santorrostro,
la raíz de una magarza (67).

Al igual que la salamandra, la culebra y otra larga serie de alimañas y de animales, por lo general de los denominados salvajes, también el lagarto tiene la facultad de impregnar de algún tipo de ponzoña los lugares por los que transita. Esta toxina se adhiere de manera muy especial a la ropa que las lavanderas tienden en el suelo para su secado. Basta con que una persona se siente en el sitio donde estos pusieron sus patas o surcaron con su cuerpo para verse afectada de una urticaria. Mayor es la erupción cutánea si se viste alguna de las prendas contaminadas. Incluso en estos casos la afección llega a tomar la forma del animal transmisor.

En La Hurdes esta enfermedad dérmica recibe los nombres de encontráu, cogío y simbuscalu. Su curación suele llevarse a cabo mediante dos métodos. El primero de ellos consiste en que, si el afectado es un varón, debe ponerse cuando se acuesta la camisa de una mujer. Y se hará lo contrario si es ésta la que sufre los sarpullidos.

La segunda operación responde a la denominación de el barríu. Sobre el paciente tendido en el suelo y desnudo se vierten algunos puñados de harina o salvado por todo el cuerpo. Acto seguido se procede a barrerlo con una escoba o un trozo de tela, al tiempo que se recita un conjuro en el que aparecen mencionados los animales posibles causantes del mal:

¡Jusi el Encontrau, jusi, jusi!
¡Jusi todus los bichis!
Si es de salamandria,
¡jusi a la tertalla!
Si es de santarrostru,
¡jusi al rostru!
Si es de salamantiga,
¡jusi a la rejendija!
Si es de lobu,
¡jusi al monti!
Si es de sapu,
¡jusi al buracu!
Si es de culebrón
¡jusi al buracón!
Si es de gallina,
¡jusi al polleru!
Si es de avispa,
¡jusi al avispero!
Si es de lagartu,
¡jusi al pastu!
En el nombre del Padre, del Hijo
y del Espíritu Santo. Amén.

Tras el recitado el paciente ha de santiguarse y pasar sobre el fuego en el que previamente se ha arrojado la harina. El ritual del barrido debe ejecutarse dos o tres veces. Sólo si se procede de esta manera y en el conjuro se cita al animal contagioso los sarpullidos desaparecerán (68).

En marzo asoma la cabeza el lagarto,dice el refrán. Esta aparición del lagarto en la primavera anuncia la llegada del buen tiempo, hasta el punto de que, según Porfirio, se le consideraba consagrado al sol y, en consecuencia, embajador de buenos augurios. Es el lagarto el animal que, en palabras de Gubernatis, “despierta al joven héroe solar que duerme durante la noche y despierta al hombre dormido por miedo de que la serpiente le muerda” (69).

Y ciertamente el lagarto puede convertirse en auspiciador de la buena suerte en el terreno económico, suerte que en el campo de los tesoros se hace posible una vez que se pone en fuga a la serpiente que los custodia. Así sucedió en relación con la tinaja de oro que se ocultaba en la cueva de Riscoventana, en la alquería hurdana de El Castillo, a la que vigilaba una enorme culebra. Dieron con ella tras seguir el rapto a un lagarto con dos colas (70). Para apoderarse del tesoro fue necesario conjurar a la sierpe que se alimentaba de los ganados de la comarca (71).

No tanta suerte tuvieron los que se guiaron por el infalible lagarto en Batuequillas y en Aceitunilla. Por el primero de los lugares fluye el arroyo de Pedrosanto, nombre que parece derivar de “Petra Santa”, un petroglifo que se ubica en una de sus márgenes (72). Sobre la citada piedra grabada un cabrero vio repetidamente un lagarto dormitando al sol, percatándose de que el saurio “era de los de dos rabos”. El animal se marchaba tranquilamente cuando se acercaba a él. No tardaría el pastor en horadar parte de la losa, sin que las monedas de oro aparecieran bajo los esquistos. Tarde comprendió el buscatesoros que se había equivocado en la interpretación, ya que de haber seguido al lagarto, esté le habría llevado al lugar en la que se encuentran las todavía ocultas riquezas.

También en Aceitunilla, población cercana a la anterior, se escucha una conseja parecida en relación con el grabado rupestre de La Huerta del Cura. Este petroglifo, junto a los interesantes motivos grabados, muestra igualmente las huellas de la perforación realizada por algún que otro iluso. Tan avara actuación, como en el caso precedente, fue “dictada” por un lagarto que se asolanaba sobre la losa. Sin embargo aquí lo que falló fue la observación, ya que el referido lagarto solamente tenía una cola, y en estos casos carecen de dotes adivinatorias.

Es indudable que los lagartos con dos rabos se consideran agentes de presagios favorecedores al tiempo que excelentes adivinadores. El toparse con uno de estos reptiles equivale a tener las mejores de las suertes en los juegos de azar, especialmente en la lotería. En Las Hurdes, más que verlo, lo que asegura el premio es cazarlo (73). Pero en la práctica totalidad de Extremadura el logro de la fortuna conlleva la captura del lagarto para introducirlo seguidamente en un cajón con ceniza. Sobre ella marca con el rabo el número que saldrá en el premio. Tal creencia ha favorecido el dicho popular que toma vigencia siempre que a alguien conocido le sonríe la fortuna: “Ese debe tener un lagarto con dos rabos” (74). Estos pormenores son recogidos en la correspondiente copla, en la que no sólo se fía en el poder adivinatorio del lagarto:

Dos cosas hay en el mundo
pa salir de la miseria:
un lagarto con dos rabos
y dormir con la lotera.

Por la zona de Alcántara lo que se pone sobre la capa de harina es la cola recién cortada para que mediante sus saltos se dibujen los guarismos del gordo. Aunque fuera de estos casos precisos los movimientos de la cola son interpretados como las voces “¡puto, puto!”o “¡lagarta, lagarta!”con las que el reptil insulta al hombre o mujer causante de su mutilación. Indudablemente la palabra lagarta en referencia a una mujer tiene unas claras connotaciones peyorativas. Sin embargo, la excepción se produce cuando el vocablo responde a un gentilicio. En este sentido hemos de apuntar que por los nombres de lagartos y lagartas se conocen a los naturales de Calzadilla de Coria y de Casar de Cáceres, y por los de lagarteiros y lagarteiras, a los de Eljas. Si en las dos primeras localidades la nominación halla su razón de ser en los exvotos a sus cristos, en Eljas la sustentan en el hecho de asentarse el pueblo entre canchales, hasta el punto de ser blanco de dichos ( “debaxu de ca lancha a cen lagarteirus”) y motetes de las localidades rayanas:

¡Lagartu! ¡lagartu!
se metei pá coba
Búsca–li u ratru (75).

Hemos de señalar por último que la utilización de “¡lagarto!” como interjección, muy extendida por toda Extremadura, sirve para contrarrestar cualquier tipo de mal agüero. Así sucede cuando en una conversación alguien pronuncia la palabra “culebra”, o se abre un paraguas en casa, o se caen unas tijeras abiertas o un cuchillo y se clavan en el suelo. Y “¡lagarto!, ¡lagarto!, ¡lagarto!” ha de decirse inevitablemente cuando alguien se tropieza con un jorobado o con tres curas en plena calle. Y cien veces se coreará “¡lagarto!” para que el reptil suelte a una persona mordida, aunque en Berrocalejo aseguran que no surtirá efecto si al mismo tiempo no se hacen sonar siete cencerros a su alrededor (76).

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NOTAS

(1) TRUEBA, Antonio de: Leyendas genealógicas I y II, 1887. RUIZ MORENO, Manuel Jesús: “Apuntes sobre el escudo de los lagartos de la casa del Águila (Trujillo)”, en Coloquios Históricos de Extremadura, 2003.

(2) DOMINGUEZ MORENO, José María: “Rituales, Mitos y Creencias Populares Extremeñas”, en Saber Popular, Revista Extremeña de Folklore, 1 (Fregenal de la Sierra, 1987), pp. 8–9.

(3) Fue escrito por el profesor Pedro Cañada, diputado autonómico y alcalde de Calzadilla en el año 1994, fecha de la inauguración del monumento. Lleva por título “Miragru el Crihtu y el lagartu e Calzailla”:

Pol el encinal
andi loh pahorih
solían pahtal
hadi muchuh añuh
había un animal
com’un crocodilu,
lagartu o caimán
que atemorizaba
toa la vecindá.
Ni paluh ni piedrah
lo puían matal
hahta que un pahtol
hihu del lugar,
acorralaínu
comu ehtaba ya
al Crihtu benditu
se pusu a grital
pa poel salbalsi
y poel salbal
a lah obehinah
de la su maná.
–¡Crihtu Agonía,
que la mi cayá
se haga ehcopeta
y cartuchu el pan!
E na boca mehma,
en toah lah quiháh,
un tiru le daba
la propia cayá
y… patah arriba
lagartu o caimán.
Tamién la ehcopeta
queó reventa
pa que no matara
a dengunu mah.
Y hechu el miragru…
queó el puebru en pah.
El Crihtu protehi
a la becindá.

(4) En aquellos momentos se conservaba la vieja romana en la que los devotos favorecidos con el correspondiente milagro del Cristo cumplían con su promesa de pesarse por el objeto de donar su tara en granos de trigo.

(5) Erróneamente algunos investigadores, cuales son los casos de Eloy MARTOS NÚÑEZ y C. PORCAR SARAVIA (“Tradiciones de serpientes, dragones y aguas: La Tarasca en Extremadura y Portugal”, en La casa encantada. Estudios sobre cuentos, mitos y leyendas de España y Portugal. (Coord.: Martos Núñez, Eloy, y Sousa Trindade, Vitor Manuel de). Editora Regional de Extremadura. Mérida, 1997, pp. 193–206), ubican la leyenda en la localidad pacense de Calzadilla de los Barros. A partir de tal información el equívoco se ha extendido ampliamente.

(6) SENDIN BLÁZQUEZ, José: Leyendas religiosas de Extremadura, Caja de Ahorros de Salamanca, Plasencia, 1989. p. 68.

(7) Tiene una placa dedicada en la fachada de la ermita del Cristo de la Agonía, en la que se recuerda su gran labor humanitaria en el Nuevo Mundo, hecho que le propició el título de “Protector de los Indios”.

(8) DOMÍNGUEZ MORENO, José María: “La leyenda del ‘Escornáu’: Una versión extremeña del Mito del Unicornio”, en Revista de Folklore, 68 tomo 6–2 (1986), pp. 39–47.

(9) Por intercesión de esta Virgen un caballero abulense se salva del caimán que ataca a su cabalgadura. El reptil es traído como exvoto a la patrona y aún se conserva en la ermita, donde un amplio mural recoge el milagro.

(10) CARO BAROJA, Julio: El estío festivo, Madrid, 1984, p. 80.

(11) Nombre que los berlangueses dan a su lagarto.

(12) No faltan eruditos, sin ningún tipo de argumentación, que elucubran acerca de que el referido lagarto fue traído por un carpintero local que acompañó a Colón en uno de sus viajes. Se trataría de un alevín de caimán que al crecer fue soltado por su creador, sembrando de muerte y terror aquellos contornos.

(13) HOLGADO ALVARADO, Rosa, TOVAR BARRANTES, Gregorio, VILLA CERRO, Norberto y CASTELLÓN ARJONA, Álvaro: Casar de Cáceres, Cicon Ediciones y Exmo. Ayuntamiento de Casar de Cáceres, Badajoz, 1999, pp. 80–81.

(14) SÁNCHEZ DE DIOS, Gregorio: Descripción y noticias del Casar de Cáceres, Biblioteca Extremeña, Cáceres, 1952. (Manuscrito de 1794.) Una copia de este manuscrito fue enviada por su autor a solicitud del geógrafo Tomás López, con vistas a su frustrado diccionario. LÓPEZ DE VARGAS MACHUCA, Tomás: La Provincia de Extremadura al final del siglo XVIII, Asamblea de Extremadura, Mérida, 1991, p. 127.

(15) MADOZ, Pascual: Diccionario Histórico–Geográfico de Extremadura, Publicaciones del Departamento de Seminario de la Jefatura Provincial del Movimiento, Cáceres, 1955, Tomo III, p. 201.

(16) CHAMORRO, Víctor: Historia de Extremadura. Tomo III: Encalustrada (Siglos XVIII–XIX), Editorial Quasimodo, Madrid, 1981, p. 552. CHAMORRO, Víctor: Hurdes: Tierra sin tierra, Barcelona, 1968, p. 208.

(17) FRAILE GIL, José Manuel: “Lagartijas, lagartos y culebras por la tierra madrileña: Rimas y creencias”, en Revista de Folklore, 185, tomo 16–1 (1996), pp. 162–163. Recoge varias narraciones de este tipo.

(18) HURTADO, Publio: Supersticiones extremeñas, Arsgrafhica, Huelva, 1989 (Segunda Edición.), p. 178.

(19) DOMÍNGUEZ MORENO, José María: “Culebrones, sierpes y culebras: Aportaciones a la Mitología Popular Frexnense”, en La Fontanilla (Ayuntamiento de Fregenal de la Sierra, n. 24, 1994), p. 51.

(20) FLORES DEL MANZANO, Fernando: Mitos y leyendas de tradición oral en la Alta Extremadura,Editora Regional de Extremadura, Gráficas Romero, Jaraíz, 1998, pp. 222–223.

(21) FLORES DEL MANZANO, Fernando: Mitos y leyendas de tradición oral en la Alta Extremadura, p. 219.

(22) Resultaría interesante el estudio de la importancia del pan en la lucha contra determinados animales, como vemos aquí y en otras narraciones populares, sin olvidar que fue un “coscurro” el que se convirtió en munición en el caso del lagarto de Calzadilla.

(23) Expresiones como “Estoy (está) a la caza del lagarto” o “He (ha) cazao un lagarto” constituyen conocidos eufemismos de la menstruación.

(24) Es ésta una creencia ampliamente difundida. RISCO, Vicente: “Creencias gallegas. Tradiciones referentes a algunos animales”, en Revista de Dialectología y Tradiciones Populares,III, 1947, p. 379. BOUZA–BREY TRILLO, Fermín: “El lagarto en el folklore gallego–portugués”, en Etnografía y Folklore de Galicia, 1. Ediciones Serais de Galicia, Madrid, 1982, p. 70. FRAILE GIL, José Manuel: “Lagartijas, lagartos y culebras por la tierra madrileña: Rimas y creencias”, p. 163.

(25) DÍAZ, Joaquín: “El agua como excusa poética y legendaria en la cuenca del Duero”, en Revista de Folklore, 127, tomo 11–2 (1991), p. 9.

(26) Esta fuente está situada en el camino de Santa Cruz de Paniagua al santuario de la Sierra de Dios Padre y dicen que sus parajes eran lugares de íntimos encuentros de las parejas que acudían a la romería. Tal manantial surgió milagrosamente a partir de las lágrimas que San Pedro de Alcántara vertiera cuando, al fallarle las fuerzas al ascender a la sierra con una pesada cruz, lloró sobre la roca. A sus aguas se les atribuyeron virtudes propiciatorias de la fertilidad.

(27) Las madres o comadres de El Cerezo avisaban a las jóvenes sobre los peligros que conllevaba el andar por determinados sitios, como lo eran las márgenes de este arroyo, uno de los lugares de paseos de los novios de la localidad.

(28) Benquerencia de la Serena.

(29) FLORES DEL MANZANO, Fernando: Mitos y leyendas de tradición oral en la Alta Extremadura, p. 219.

(30) Ahigal.

(31) Mohedas de Granadilla.

(32) Por el contrario, la carne de lagarto, al igual que la de anguila y de culebra, está vedada a la embarazada, ya que se consideran abortivas.

(33) MARCOS ARÉVALO, Javier: “Aproximación al Calendario Festivo Extremeño: Materiales para una Guía de Ferias y Fiestas Populares”, en Saber Popular, Revista Extremeña de Folklore, 1 (Fregenal de la Sierra, 1987), p. 29. Es una costumbre que también pervive en lugares muy alejados de Extremadura, con un marcado componente sexual. Basta con recordar las romerías de Santa Luzia, en Guimaraes (Minho) y en Amarante, en las que se venden lagartos y pájaros de masa cubierta con azúcar. Los hombres obsequian a las mujeres con lagartos y las mujeres hacen lo propio con los hombres regalándoles pájaros. BOUZA–BREY TRILLO, Fermín: “El lagarto en el folklore gallego–portugués”, en Etnografía y Folklore de Galicia, 1, Ediciones Serais de Galicia, Madrid, 1982, pp. 61–80. (Publicado anteriormente en Bracara–Augusta, 3, Braga, 1949, p. 69).

(34) AMEZCUA, Manuel: “Crónicas folklóricas de sacristía para una historia de las costumbres de Jaén”, en Revista de Folklore, 53, tomo 5–1 (1985), p. 147.

(35) Bichos, sabandijas.

(36) MATÍAS VICENTE, Juan C.: “Los laicos en los sínodos extremeños (Siglos XIII–XVI)”, en Revista de Estudios Extremeños, XLIX, I (Badajoz, 1993), p. 20. MÉNDEZ VENEGAS, Eladio: “Sínodo de Don Alonso Manrique de Lara y Solís, Obispo de Badajoz”, en Revista de Estudios Extremeños, L, III (Badajoz, 1994), p. 569.

(37) SÁNCHEZ HERRERO, José: “Algunos elementos de la religiosidad cristiana popular andaluza durante la Edad Media”, en Religiosidad Popular, I: Antropología e Historia, (Álvarez Santalo, C., Buxó Rey, M. J. y Rodríguez Becerra, S., coordinadores), p. 288.

(38) Poco difiere esta práctica con la que se llevaba a cabo en la catedral de Saint–Bertrand–de–Comminges, donde también había un cerrojo con la cabeza de un cocodrilo. Hasta el primer tercio del siglo XX iban las mujeres a correrlo, lo que acompañado a las invocaciones a San Beltrán, bastaba para conseguir los hijos deseados. MARLIAVE, Oliver de: Pequeño Diccionario de Mitología Vasca y Pirenaica, José J. de Olañeta, Editor, Barcelona, 1995, p. 29.

(39) DOMÍNGUEZ MORENO, José María: “Costumbres cacereñas de preembarazo”, en Revista de Estudios Extremeños, XLV, II (Badajoz, 1989), pp. 378–379.

(40) Son numerosos los lugares en los que el cerrojo, mediante una simple magia de contacto, facilita la concepción. En la iglesia de Nuestra Señora, en Noblac, donde se conservan las reliquias de San Leonardo, hay un pasador en la puerta que comunica el templo con el campanario, al que acuden a tocar las mujeres deseosas de hijos. En la iglesia de San Leonardo, en Limousin, las mujeres lo agitan con el objeto de quedar embarazadas a corto plazo y otro tanto sucede en la abadía de Brantome, en las capillas de Perigord. Al que cierra la puerta de Rocamadour las devotas se contentan con darle los oportunos besos. E



EL LAGARTO EN EXTREMADURA: ENTRE EL MITO Y LA TRADICIÓN

DOMINGUEZ MORENO, José María

Publicado en el año 2009 en la Revista de Folklore número 341.

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