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Revista de Folklore número

349



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La tienda de “El Encantu” y otros aires legendarios

BARROSO GUTIERREZ, Félix

Publicado en el año 2011 en la Revista de Folklore número 349 - sumario >



En el número 338 de la REVISTA DE FOLKLORE, desmenuzábamos una leyenda relacionada con los númenes acuáticos de la “Fuente de la Bellota”, en la localidad cacereña de Santibáñez el Bajo y narrada por la que fuera vecina de este pueblo: Emiliana Jiménez Corrales. En dicho trabajo, ya prometíamos hincarle el diente a otra leyenda cuyo contexto viene a ser el mismo paraje: un oscuro manantial, hoy prácticamente comido por las zarzas y otras malezas, que nunca conocieron secarse y cuyas aguas calmaron la sed de muchas generaciones que realizaban trabajos agropecuarios en sus inmediaciones. Las aguas de la “Fuente de la Bellota” fueron consideradas muy saludables y siempre se aureolearon de curiosas y arcaicas leyendas.

En esta ocasión, traemos a estas páginas la versión que de la leyenda de “La tienda de El Encantu” nos narró en su día el santibañejo Hermenegildo Martín González, a quien se la recogimos en nuestros tiempos universitarios, un par de años antes de que la guadaña de la parca se lo llevara para otros mundos, luctuoso suceso que acaeció la Nochevieja de 1977, cuando contaba 72 años de edad. Hermenegildo Martín –más conocido en el pueblo por “Ti Meregildu el Manco”– había venido a la vida en 1905, faltándole el antebrazo de la mano izquierda; de aquí que lo apodaran “El Manco”. Matrimonió con Evarista Retortillo Jiménez, la cual falleció el 8 de diciembre de 1992, con 84 años. Uno de sus hijos, Antonio Martín Retortillo, emigrante en Vitoria, del que me honra su amistad, me ha contado muchas anécdotas y vivencias de su padre y ha sido quien me ha proporcionado la foto que aparece en este trabajo. Hay que reseñar que Hermenegildo Martín fue de despierta inteligencia y, pese a pertenecer a una familia humilde, continuó sus estudios después de terminar las enseñanzas primarias en las escuelas de su pueblo. No pudo avanzar mucho por la carencia de medios económicos, pero la instrucción acumulada le facilitó el que impartiera al modo de clases particulares a muchachos que acababan la Primaria, o dándoles las primeras letras a aquellos que no habían podido ir a la escuela, o preparando a mozos para el ingreso en la Guardia Civil o en otros cuerpos.

Hemos querido traer la versión de Hermenegildo Martín porque de, entre todas las que hemos escuchado, nos parece la más rica en detalles y la mejor arquitrabada.

“En la fuente La Bellota”, que tieni el agua limpia como un espejo, cuentan, que estu lo oí contal cientus de vecis, que estaba escondío un Encantu, que estaba allí escondío por una maldición que le habían echao. Esti Encantu, que pol la cuenta era un mozo bien plantao, dicin que era un príncipe, pues tenía pol costumbre ponel la mañana de San Juan, a la vera de la fuenti, una tienda de comerciante; la ponía antis de que el sol gloriara, que estaba como condenao a ponel todas las mañanas de San Juan esa tienda. ¡Mira tú quién iba a venil compral nada a esas horas! Bueno, pues así un año y otro año. Pero como siempri tieni que habel alguna que piqui en el cibiqui, pues una moza mu echá pa’lante, que había oídu contal que allí ponían una tienda con muchas cosas de oro y de plata, pues se levantó entre nochi y, pim pam, cogió el caminu y pa’llá que fue. Nada más que llegó, se espantó de vel cómo brillaba y rebrillaba aquella parti, que parecía que era de día y todavía no había salío el sol. Allí estaba la tienda y detrás del mostradol estaba El Encantu, que, como estaba encantao, era como un negro, como un moru, así como de esa raza y mu pocu agraciao. La moza se quedó pasmaíta con lo que allí había, que era todu de oru y plata. Va y le dici El Encantu:

– ¿Qué es lo que más te gusta de la mi tienda? Dime: ¿de todu lo que ves, tantu de carne como de plata y oru, qué es lo que más te gusta?

Ella no sabía que descogel. Le gustaba una navaja que tenía las cachas como con piedras preciosas y la hoja brillaba más que el sol, pero aluegu se fijó en unas estijeras, que tenía los dediles de oro y las dos hojas de plata. Va ya ella y coge y dice:

– Lo que más me gustan son esas estijeras.

Entonces, El Encantu se enritó y dice:

– ¡Ah, las estijeritas de plata, pa que pronto te cortin con ellas el paño de la mortaja!

Empezó El Encantu a pegal alaríos y ella, muerta de mieo, cogió las estijeras y escapó corriendo. Daba muchas voces y decía:

– ¡Ay, ay, ay...! ¿Por qué no me pidirías a mí? ¡Ay, ay, ay..., qué otros cien años me han condenao a estal encantau aquí!

Pol la cuenta, ella llegó toda sofocaíta al pueblo, con una calentura mu grandi. Se metió en la cama y ya no se volvió a levantal. Y con las estijeras que traía le cortaron el paño de la mortaja. Así lo contaron y así te lo cuentu yo”.

ELEMENTOS LEGENDARIOS

Con plena seguridad, el elemento legendario que centra la leyenda narrada por Hermenegildo Martín González es el referente a las tijeras. Desde la más remota antigüedad se han asociado las tijeras, en lo que respecta al mundo onírico, a todo aquello que tiene que ver con discordias y disputas. En la mitología griega, nos encontramos con las Moiras o Parcas: tres avenidas hermanas que realizan diferentes oficios. Una de ellas, Átropos, que es ciega, lleva en las manos unas tijeras, con las que va cortando lo que había hilado Cloto y había devanado Lákesis. También, desde lejanos tiempos, se cree que las tijeras cortan la energía negativa; por ello conjuran el mal de ojo y, abiertas en cruz junto a una puerta, impiden la entrada de las brujas. Incluso en zonas de Cantabria (también lo hemos observado en la comarca cacereña de Las Hurdes) colocan unas tijeras abiertas en cruz en los nidales de las gallinas, para evitar que los huevos se pongan hueros.

Dentro del mundo de las danzas rituales, nos encontramos en zonas del Perú con la “Danza de las Tijeras”, tan bien estudiada por el literato y antropólogo José María Árguedas (1), el cual tenía tanto amor por esta danza que dejó escrita una nota en donde pedía que, en su sepelio, tocaran la parte correspondiente a “La Agonía”, que viene a ser una secuencia de dicho baile, en el que él vio indicios destinados a espantar los diablos y otros malos espíritus.

Del mismo modo, todavía se mantiene la creencia en algunas demarcaciones geográficas que unas tijeras apuntando hacia una persona soltera, estando abiertas sus dos hojas, indican que dicha persona nunca va a poder casarse. A lo mejor, en relatos primitivos acerca de la leyenda que desentrañamos, podría haberse señalado que la hermosa joven que pidió las tijeras al Encanto las había tomado entre sus manos y, queriendo o no, haber apuntado hacia dicho sujeto preso por el encantamiento, lo que habría suscitado la natural ira y pataleo de éste.

En la zona que estudiamos (comarca cacereña de Tierras de Granadilla), hasta hace bien poco, se acostumbraba a colocar unas tijeras abiertas encima del vientre del difunto (algunas personas las colocaban debajo de la cama donde yacía el cadáver). Solían decir que tal práctica se debía a que el alma del muerto salía sin impedimento alguno de la sala donde se encontraba, pues las tijeras en forma de cruz espantaban a todo ser maléfico que intentara impedir su tránsito hacia el cielo. Igualmente, en esta misma zona, se colocaban tijeras abiertas detrás de las puertas sobre todo en las antiguas majadas, con el propósito de evitar que cayesen los rayos sobre ellas.


PARALELISMOS

La leyenda en cuestión, que tal y como se deduce del estudio del profesor Eloy Martos Núñez (2), habría que incluir dentro del ámbito de las “paleoleyendas”, alcanza otras extensas dimensiones geográficas. Permítasenos decir, parafraseando al profesor Martos Núñez, que las “paleoleyendas” se mueven dentro de “las coordenadas mítico–poéticas, mientras que las neoleyendas se mueven más dentro de la alegoría tomada como representación –y racionalización– de los misterios y la moral cristianas, sacrificándose lo poético a la impregnación doctrinal ejemplarizante”. No obstante, el mismo Martos Núñez añade lo siguiente: “Con todo, no es fácil distinguir lo mítico y lo alegórico dentro de una leyenda; la diferencia puede estar en los signos de una “intencionalidad” clara, el alegorista pretende traducir todo un conjunto de ideas y moralismos a una fabulación poética, y eso a menudo se ve en los comentarios, glosas, moralejas o forma en que presenta, encadena o realza las acciones”.

Cierto es que muchas de las “paleoleyendas” han visto sobreponerse encima de su trama primitiva una contaminación alegórica, debido a que se han erigido ermitas o humilladeros en las inmediaciones de fuentes, manantiales, pozos u otros puntos de la naturaleza que, desde tiempos inmemoriales, ya tenían carácter mítico. De hecho, el enclave territorial de “La Fuente de la Bellota” (o “Juenti de la Bellota”, en el dialecto astur leonés –o, mejor dicho, variante de este dialecto– que se habla en la zona), su reducido espacio mítico, se encuentra muy cercano a dos ermitas (hoy prácticamente sin rastro de ellas), que, en tiempos, estuvieron puestas bajo la advocación de Santa Marina y San Albín, hallándose la primera en términos de la población de Ahigal, y la segunda en términos de Santibáñez el Bajo, prácticamente en el deslinde de ambos términos y asociadas las dos a yacimientos de factura romana. El que los cimientos de estas ermitas sean vecinos inmediatos de aquellos otros pertenecientes a viviendas romanas (o romanizadas), nos hace también pensar en que tales templos cristianos fueron, en su origen, dedicados a deidades paganas.

La cristianización de estos parajes, después de analizar diferentes versiones de la leyenda de “El Encantu de la Fuente de la Bellota”, nos lleva a afirmar que, prácticamente, la leyenda no ha sido contaminada con elementos moralizantes, tan propios y tan queridos de las leyendas hagiográficas. Si acaso, en alguna versión, se deja traslucir el reproche paterno o materno hacia la hija que decide salir la mañana de San Juan, antes de gloriar el día, camino de la Fuente de la Bellota. Y, luego, cuando la moza se desgracia, surgen los reproches de la comunidad vecinal, por haberse atrevido alguien a transgredir y romper un tabú tan antiguo como el mismo pueblo, lo que llevaba implícito cierta desconsideración hacia los antepasados.

Buscando paralelismos a esta leyenda, tenemos que decir que, hacia 1900, el investigador y escritor extremeño Publio Hurtado Pérez envía un cuestionario a diversos pueblos de Extremadura, al objeto de recabar información sobre prácticas supersticiosas y leyendas varias. El material recopilado fue viendo la luz en la “Revista de Extremadura”, que dirigía el mismo Publio Hurtado. A lo largo de los años 1901 y 1902, aparecieron en sus páginas la mayor parte de la documentación que le fueron enviando sus enlaces en los diferentes pueblos extremeños, como es el caso del conocido poeta José María Gabriel y Galán, residente en la localidad de Guijo de Granadilla. Posteriormente, de la mano de Alfonso Artero Hurtado (3), este mundo folklórico y mitológico que apareciera en la mencionada revista, ha salido a la calle en un ameno librito que, en 1989, iba ya por su segunda edición.

Repasando los párrafos de Publio Hurtado, encontramos la siguiente cita:

“...encontramos a la bravía jurdana del Cotorro de las Tiendas, junto a la alquería de El Gasco, en Las Hurdes, que cortó la lengua al pastor agresor de su honra con las mismas tijeras que éste había elegido de la flamante tienda de la violada, para que no se jactase de la infamia ante el ausente esposo, si tornaba éste de la guerra”.

Traemos esta cita por la clara alusión que se hace a las tijeras, que, al parecer, estaban expuestas en una tienda propiedad de la que Publio Hurtado nombra como “la bravía jurdana”. A nuestro modo de ver, bien el informante o el propio Publio Hurtado trastocaron la auténtica leyenda. Y es que, en la década de los 80 del pasado siglo, cuando ejercíamos nuestras tareas educativas en la legendaria comarca de Las Hurdes, visitamos con frecuencia el pueblo de El Gasco, tomando variopintos apuntes folklóricos. Lo que nos narraron sus vecinos, sigue el mismo patrón que otros núcleos (cabezas de concejo y alquerías) de la misma comarca. Nadie conocía a “la bravía jurdana”, pero sí a la “Mora”o a la “Jáncana”que pone una tienda, al venir el día, en la efemérides de San Juan de junio, junto a la entrada de su cueva o al pie de una poza o de una espumosa garganta. Y, curiosamente, no es el pastor el que abusa de la “Mora”o de “La Jáncana”, sino al revés. Además, esa “Mora”o “Jáncana”, que tiene la capacidad de metamorfosearse y que hay que emparentarlas con las serranas matadoras de hombres, será la que le corte la lengua al pastor con las tijeras. En el libro “Las Hurdes: visión interior” (4), se da cuenta más detallada de ello.

Sobre la mora que pone la tienda la mañana de San Juan y, entre tantas baratijas, sobresalen unas tijeras de oro o de plata, nos habló también, allá por 1876, el notario Romualdo Martín Santibáñez (apellido éste último que trocó por el de “Matías”, que era el que en realidad le correspondía). Martín Santibáñez (5), que era hijo de Las Hurdes, del pueblo de Pinofranqueado, hace referencia a la cueva del “Cotorro de Las Tiendas”, que sitúa en las faldas de las sierras que se levantan entre las alquerías hurdanas de Horcajo y Avellanar. Posteriormente, el estudioso e investigador extremeño Vicente Barrantes (6), plasma en sus escritos la leyenda recogida por Romualdo Martín Santibáñez, señalando atinadamente que el teatro de operaciones de “La Mora de Las Hurdes” no está muy lejos de aquel otro de la famosa Serrana de la Vera:

“No muy lejos está el teatro donde la Serrana de la Vera, tan famosa en leyendas y romances, con asesinatos y fechorías semejantes, había de tejer, andando el tiempo, el poema de amor selvático de la extremeña montaraz”.

Por los años 30 del siglo XX, Segundo García García, hijo del pueblo cacereño de Ahigal, sacerdote y arcipreste de Lagunilla (Salamanca), dará a la imprenta un ameno librito sobre aspectos tradicionales de su pueblo (7). En sus páginas se narra una leyenda muy parecida a la que es objeto de nuestro estudio. En esta ocasión, Segundo García sitúa el contexto legendario en el llamado “Huerto de la Tienda”, en el paraje de “Las Oliveras del Tesoro”. En vez de una moza, es un molinero el que descubre la tienda la mañana de San Juan, cuando regresaba de su molino en el río Alagón. Y al frente de la tienda, estaba “un señol que tenía una barba mu grandi y blanca y que estaba sentau detrás del mostraol”. Pero no será, en esta ocasión, unas tijeras lo que solicite el molinero, sino una cuerda, lo que enfureció enormemente al “Encantu”, que no era otro que el hombre de la barba blanca. Se abalanzó tal “Encantu” sobre el pobre molinero y lo agarró por la chambra, pero se rompió la prenda y el molinero pudo atravesar un arroyo o regato que corría cercano (lo más seguro es que estuviera seco, pues por San Juan de junio los caudales de escasa monta suelen ir prácticamente agostados por esta zona). Y en cuanto el molinero traspasó aquellos límites, el hombre de la barba blanca comenzó a echar maldiciones, lamentándose de que no podía perseguirle, ya que tenía vedado el ir más allá del arroyo. Al parecer, habría quedado desencantado si el molinero hubiera dicho que lo que más le gustaba de la tienda eran las propias barbas blancas del “Encantu”.

Sobre este “Encantu” de “Las Oliveras del Tesoro”, también nos habla José María Domínguez Moreno, hijo, igualmente, del pueblo de Ahigal, asiduo colaborador de la REVISTA DE FOLKLORE y un concienzudo investigador de la cultura tradicional (8). Pero José María Domínguez refiere que el molinero de la leyenda pidió en realidad unas tijeras de oro y quiso cortarle las barbas blancas al “Encantu” y fue entonces cuando se armó la zaragata.

Fuera del ámbito extremeño, se han rastreado leyendas semejantes en numerosos puntos hispanos. Lo que en nuestros relatos aparece como “El Encantu”, en otras partes guarda ciertas coincidencias con las “Mouras” gallegas, las “xanas” de la mitología astur–leonesa, la “Mari” de la mitología vasca... Incluso podemos establecer un posible paralelismo con la “Mujer Xtabay”, tan incardinada en la tradición mejicana y que nos lleva directamente al mundo de las mujeres matadoras de hombres, a quienes atraen con sus encantos. Todo ello parece indicar que nos encontramos ante un mito antiquísimo, de gran expansión y cuyas raíces son muy difíciles de desentrañar. Su evolución a lo largo de los siglos, ha dado lugar a singularidades y particularismos, que han llegado hasta nosotros y se han mantenido con cierta frescura en tanto y cuanto han pervivido sociedades agrarias y pastoriles sociocéntricas, ensimismadas en su mundo y con cierto aislamiento. En la medida que han ido quebrantándose los patrones socioeconómicos del mundo rural (paso de una economía de subsistencia a otra de mercado), todo este riquísimo mundo que da vida a la cultura tradicional ha ido perdiendo fuelle. De aquí que, hoy en día, haga aguas por todas partes el bagage de cultura oral heredado de pasadas generaciones. Raro es el muchacho –al menos por estos pueblos de Extremadura– que, hoy por hoy, te puede narrar una leyenda, un cuento, una historia local o cualquier otro discurso folklórico y etnográfico de los que tanto se prodigaron y se recrearon en los serenos del invierno y en las noches del estío, cuando el personal se arracimaba a las puertas de las casas, al sereno, para tomar el fresco. Los serenos del invierno se los tragó la televisión, y los serenos del verano se emplean para hablar de esos programas tan cutres que se proyectan en la caja tonta.

El insigne investigador Álvaro Galmés de Fuentes (9) nos hace derivar los términos “Encanto” y “Encantada” del vocablo prerromano “kanto”, que tiene el significado de “piedra” u “orilla pedregosa”. Galmés de Fuentes empareja a los “Encantos” y “Encantadas” con los lugares pedregosos, fruto de la abundancia de piedras como consecuencia de hallarse en ellos asentamientos arqueológicos. Y cierto es que, al menos en la zona objeto de nuestros estudios, las tiendas de los “Encántuh” suelen tener en las inmediaciones claros vestigios prerromanos o romanos.

El historiador, etnógrafo, folklorista y literato Constantino Cabal, por su parte, al hablar de las tradiciones asturianas, nos dice lo siguiente:

“Luego las encantadas, las princesas, las moras, las damas, las dueñas, las señoritas... que se encuentran en Asturias, son todas hadas o xanas, y es un error considerarlas como entidades míticas diversas”.

Añade, así mismo:

“Cabe suponer que los rasgos que faltan en la xana y que en el hada se encuentran, los tuvo aquélla antaño y los perdió; y que los rasgos que hoy se le atribuyen, que parecen repugnarle, y que se oponen a los rasgos típicos y generales del hada, le fueron agregados por el vulgo, en una asimilación absorvente y abusiva, en el rodar de los tiempos (10)”.

Y Constantino Cabal, a través de un prolijo estudio, llega a emparentar el término “hada” (y, por consiguiente, “xana”) con el femenino de “fatum”, que traducido del latín, nos da “fata”, que derivaría en “hada”. Y según él, “fata” es decir lo mismo que “parca” (la muerte). Entronca tan preclaro investigador a la fata (o parca) con la noche y rituales del Samhain, que tiene lugar en lo que ahora es la festividad de Todos los Santos, cuando la fata come, bebe vino y danza en torno de un hoguera con los mortales. Del mismo modo, Cabal hace a estas hadas, recogiendo del pueblo la tradición, constructoras y protectoras de dólmenes y otros enterramientos prehistóricos.

En una comarca tan arcaizante como Las Hurdes, enclavadas en el triángulo montañoso que forma el septentrión de la provincia cacereña y que parece incrustarse en la demarcación salmantina, se rastrean grandes paralelismos con la mencionada fiesta del Samhain, pues los hurdanos continúan el día de Todos los Santos saliendo a las viejas eras donde trillaban el centeno, donde levantan una enorme hoguera, alrededor de la cual saltan, bailan, compadrean, comen y beben hasta reventar y realizan otros singulares rituales, en la creencia de que, en esa jornada, bajan unos difuntos a participar con ellos en tales ceremonias festivas.

En lo referente a que las hadas (en Las Hurdes se llaman “moras”) levantaron los antiguos enterramientos prehistóricos, sólo tenemos que acudir a lo que nos decía el vecino de la aldea de Las Erías, en el concejo de Lo Franqueado, Pablo Sánchez Sánchez, al hablarnos de un grandioso dolmen –hoy semidestruido– que se encuentra en el paraje de “El Cravilejo”:

“Esah piédrah tan granderónah que hay pal Cravileju, sigún vámuh pa l’arquería del Cahtillu, lah trajon lah mórah a la cabeza; lah traían a la cabeza porque ellah, sigún cuentan, venían jilandu, con el jusu y la rueca. Venían jilandu y no pudían trael lah piédrah en los brázuh. Aluegu, lah mónjah dierun en dicil que no eran lah mórah, que había síu la Virgin de la Peña de Francia. Quiénih quiera que fuesin, debáin sel genti con múchuh podérih, poh pa lleval ésah piédrah pol el airi, volandu, tieni que sel genti de otru mundu, si no no cabi otra ehpricación. Esu contaba la genti de pa tráh, loh antíguh, que dicían que lah mórah vivían ántih pol éhtuh terrénuh, y entodavía lah hay, que andan saliendu la mañana de San Juan (11)”.

Curiosamente, vemos que, en el relato de Pablo Sánchez, la “mora” va hilando, una característica también muy propia de las “xanas”. Hilar, hilan también aquellos otros “Encántuh” que se esconden en determinadas fuentes, como vimos en la primera parte de este trabajo (REVISTA DE FOLKLORE, núm. 338). El profesor e investigador Fernando Flores del Manzano también ha recogido diferentes leyendas en tal sentido (12). Cierto es que significamos que el “Encantu” que se escondía entre las cristalinas aguas de la “Fuente de la Bellota”, según la leyenda recogida a Emiliana Jiménez Corrales, tenía su cabellera formada por hebras de oro, pero en otras versiones recogidas en el mismo pueblo (Santibáñez el Bajo), nos hablan de que:

“El Encantu era jilaol, que iba jilandu y devanandu jíluh de oru, que salían en la mañana de San Juan en la mihma flol del agua...” (recogido a Crescencia Calvo Floriano, de 81 años).

“Contaban, sigún lo oí yo contal, que El Encantu tenía el oficiu de teceol, y ántih tenía que jilal con el jusu y la rueca, cumu se jadía ántih, y pol la cuenta jilaba jíluh de oru...” (recogido a Hilario Paniagua Cabezalí, de 77 años).

Es significativo que, en los antiguos carnavales, tal y como nos contaba el “cotorinu” (así apodan a los vecinos de Santibáñez el Bajo) Aniceto Hernández Jiménez, conocido como “El Alcalde de la Cuesta” y que falleció hace ya algunos años, apareciera la figura de “La Encantaora”. Este personaje de antruejos, a tenor de la descripción de Aniceto Hernández, lo representaba una mujer que iba totalmente vestida de blanco, de los pies a la cabeza. Se hacía acompañar de dos mozuelillas, también ataviadas de blanco. La “Encantaora” iba hilando con huso y rueca. Se paraba en las plazuelas y en las encrucijadas y clamaba a grandes voces:

“A las buenas mozas,
hijas de malos padres,
pero guapas como dos soles.
¿Quién me da por ellas
los tres mil reales?
¿Quién echa mano a la bolsa,
que es mucho lo que ellas valen?
¿Quién las quita el cativeriu (¿cautiverio?)?
¿Quién me las saca de males?”.

Y refería “Ti” Aniceto que, después de echar ese pregón, comenzaba a cantar una copla mientras iba hilando muy deprisa y se lanzaban a bailar las dos mocitas. Nos comentaba que la copla era muy larga; él sólo se acordaba de un fragmento:

“Mañanitas de San Juan,
cuando el agua serenaba,
cantando estaban los gallos,
las estrellas se apagaban
y tan sólo un lucerito
en lo alto rebrillaba,
iba la moza galana
a la fuente a coger agua...”.

Pensamos que tal fragmento forma parte del romance “La flor del agua”. Merecía la pena detenerse y desentrañar la nebulosa que se esconde entre la letra del pregón que echaba “La Encantaora”, pero sería alargarnos demasiado. Tiempo habrá para una futura ocasión.


CONSIDERACIONES FINALES

Mucho más habría que hablar sobre estas leyendas en torno a la “Juenti de la Bellota”, pero resumiendo lo que hemos venido exponiendo en estos dos trabajos plasmados en la REVISTA DE FOLKLORE, podemos concluir en lo siguiente:

1.oº– Las dos leyendas se complementan y responden a arquetipos que se extienden por otras zonas geográficas.

2.º – Ambos relatos hay que adscribirlos al mundo de las paleoleyendas, sin que se aprecien sustanciales cargas moralizantes o se envuelvan en nebulosas hagiografías.

3.º – La abundancia de elementos maravillosos (hilos o cabellos de oro, mañana de San Juan, agua como origen de la vida en la que vuelven a sumergirse los muertos, tijeras de oro y plata, límites que no pueden traspasarse, el propio “Encantu” en sí...) nos transporta al mundo de los cuentos fabulosos y a otros tiempos donde el realismo mágico formaba parte de la realidad cotidiana; de una realidad con bastantes carencias materiales pero más solidaria y más empapada de un sentido de la libertad primitiva.

4.º – El ser misterioso que se esconde entre las aguas de la fuente y que aparece la mañana de San Juan y que, a todas luces, se encuentra encantado, al contrario de otras zonas, responde a un patrón masculino. Algunos informantes hablan de “El Encantu Mancebu”, o sea, un joven varonil y bello.

5.º – Estas leyendas están prácticamente borradas de la memoria colectiva de los comarcanos. Tan sólo la gente muy entrada en años puede dar testimonio de estos discursos etnográficos. En breve, no quedarán huellas de tales textos y habrá que acudir a las bibliotecas para recuperarlos. Las causas de la desaparición las explica muy bien Félix Rodrigo Mora, preclaro investigador del mundo rural (13).


ROMANCE

Queremos cerrar estas páginas trayendo un romance recogido en la comarca de Las Hurdes, limítrofe a la zona objeto de nuestro estudio, y que hace mención al trasunto de la tienda y las tijeras. Pero aquí no es un “Encantu” el que actúa de tendero o comerciante, sino una “Jáncana”, personaje mitológico que, en el territorio hurdano, forma parte también de otros cuentos y relatos. A la Jáncana se la supone casada con “El Jáncanu”, cuyos paralelismos con el cíclope que aparece en las andanzas de Ulises, narradas por Homero en la Odisea, son asombrosos. Tanto la Jáncana como el Jáncano tiene un solo ojo en la frente, aunque algunos informantes también atribuyen a la Jáncana otros dos ojos más pequeños en el occipucio. Desmenuzar el sugestivo mundo de Jáncanos y Jáncanas, será cuestión de otro momento. Ahora, vayamos con el romance, que, en Las Hurdes, es conocido como la “Copra de la Jáncana”.


“Por las sierras de Las Jurdes,
al pie de Peña de Francia,
anda de día y de noche
una Jáncana malvada.
¡Desdichado el caballero
que se la encuentre a la cara!
Salió un día don Rodulfo,
por esos montes de caza;
tanta era la espesa niebla,
que el camino no encontraba.
¡Vamos, vamos, mi caballo, que hay que salir de esta trampa!
Siete vueltas cabalgando
alredor de la montaña
y no encontraba el camino
pa regresar a su casa.
– ¡Vamos, vamos, mi caballo,
que hay que salir de la trampa,
que asistir tengo a una misa
por mi suegra doña Carla.
Mucho rejincha el caballo,
sudaba por las sus ancas;
subió un repecho muy pruno,
entre unas espesas matas.
Sentadita en un canchal,
allí se encuentra la Jáncana.
– Buenas tenga, el caballero:
¿qué busca por la montaña?
– El camino que me lleve
de regreso a la mi casa.
– Por esa vereda arriba,
que sube por la costana,
se va derecho a tu pueblo,
se va derecho a tu casa.
Al dar la primera vuelta,
de nuevo salió la Jáncana,
tocando la pandereta,
toda llena de sonajas.
– Siga, siga el caballero
subiendo por la costana.
Al dar la segunda vuelta,
otra vez vino la Jáncana,
tocando rollos de río,
que muy bien los repicaba.
– Siga, siga el caballero
subiendo por la costana.
Al dar la tercera vuelta,
de nuevo salió la Jáncana,
tocando que bien tocaba
el tamboril y la gaita.
– Para, pare el caballero,
que deja pa’trás la espada.
Abajóse don Rodulfo
y fue en busca de la espada,
y se encontró una tienda
con alhajas de oro y prata,
y estaba tras de la tienda
la Jáncana de comercianta.
– ¿Qué desea el caballero
de todas estas alhajas?
– Las estijeras de oro
con los dediles de prata.
Como una sierpe maligna
a rebufar comenzaba:
le crecieron los cabellos,
las uñas se le estiraban,
le creció un ojo en la frente,
los otros dos se ensecaban,
y congiendo las estijeras,
al caballero burlaba;
luego le cortó la lengua
pa que no contara nada.
– Camina para tu tierra
y que sea en hora mala,
que contar debes por señas
estas terribles hazañas.
Como un rayo se escapó
don Rodulfo de la Jáncana.
– Para, pare el caballero,
que una cosa se olvidaba:
las estijeras de oro
con los dediles de prata,
para el día en que se muera,
le corten bien la mortaja”.

Este romance fue recogido por Antonio Lorenzo Vélez, José Luis Puerto Hernández y el que suscribe estas líneas a la señora Avelina Encinas Japón, de 69 años, vecina de la aldea de Aceitunilla, del concejo de Nuñomoral, el día 21 de marzo de 1998. El romance debió estar bastante extendido por la comarca de Las Hurdes, a tenor de otras versiones recogidas en los pueblos de Pinofranqueado, Robledo de Los Casares, Las Mestas, Pedro–Muñoz, Caminomorisco, Riomalo de Arriba y El Gasco.

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NOTAS

(1). El peruano José María Árguedas trae a relucir esta “Danza de las tijeras” en sus libros Yawar Fiesta (1941) y Los Rios profundos” (1958), así como en el cuento La agonía de Rasu–Niti”.Llámase “Danza de las tijeras” porque intervienen varios danzarines que llevan sus manos al modo de dos hojas de tijeras, ejecutando diversas coreografías. Son muy llamativas las piruetas que ejecutan los bailarines.

(2) MARTOS NÚÑEZ, Eloy: Álbum de Cuentos y Leyendas Tradicionales de Extremadura, Junta de Extremadura, Consejería de Cultura y Patrimonio, Badajoz, 1995.

(3) HURTADO PÉREZ, Publio: Supersticiones extremeñas, Huelva, 1989.

(4) BARROSO GUTIÉRREZ, Félix: Las Hurdes, visión interior, Diputación de Salamanca, Centro de Cultura Tradicional, Salamanca, 1993.

(5) MARTÍN SANTIBÁÑEZ, Romualdo: “Un mundo desconocido en la provincia de Extremadura”, publicado en La Defensa de la Sociedad, Revista Universal, Científica y Literaria, Madrid, 1876.

(6) BARRANTES, Vicente: Las Jurdes y sus leyendas(conferencia leída por D. Vicente Barrantes en reunión ordinaria de la Sociedad Geográfica de Madrid, la noche del 1.o de julio de 1890). Madrid, establecimiento tipográfico de Fortanet, 1891.

(7) GARCÍA GARCÍA, Segundo (Arcipreste de Lagunilla): Flores de mi tierra. Historia, costumbres y leyendas de Ahigal, publicaciones del departamento de Seminarios de la Jefatura Provincial del Movimiento, Cáceres, 1955.

(8) DOMÍNGUEZ MORENO, José María: “La noche de San Juan en la Alta Extremadura”, en Revista de Folklore, n.o 42, Valladolid, 1984.

(9) GALMÉS DE LA FUENTE, Álvaro: Toponimia: Mito e Historia, Madrid, Real Academia, 1996.

(10) CABAL, Constantino: La Mitología Asturiana, Oviedo, 1972.

(11) Conversación mantenida con Pablo Sánchez Sánchez, vecino y tamborilero de la alquería hurdana de Las Erías, el día 19 de diciembre de 2002.

(12) FLORES DEL MANZANO, Fernando: Mitos y leyendas de tradición oral en la Alta Extremadura, Editora Regional de Extremadura, Mérida, 1998.

(13) RODRIGO MORA, Félix: Entrevista realizada en la revista Agenda Viva (verano, 2009). Este eminente investigador achaca el final de la “sociedad rural popular” a “la entrada de España en la Unión Europea que, desde su creación, en 1958, ha adoptado una posición hostil hacia el mundo rural, logrando, en la actualidad, su práctica aniquilación”. Rodrigo Mora constata el “patetismo actual del mundo agrario” del que dice que se encuentra en “fase agónica” debido a “su dependencia de las instituciones, monetización, grado colosal de aculturización e insignificancia numérica”.



La tienda de “El Encantu” y otros aires legendarios

BARROSO GUTIERREZ, Félix

Publicado en el año 2011 en la Revista de Folklore número 349.

Revista de Folklore

Fundación Joaquín Díaz