Revista de Folklore • 500 números

Fundación Joaquín Díaz

Si desea contactar con la Revista de Foklore puede hacerlo desde la sección de contacto de la Fundación Joaquín Díaz >

Búsqueda por: autor, título, año o número de revista *
* Es válido cualquier término del nombre/apellido del autor, del título del artículo y del número de revista o año.

Revista de Folklore número

372



Esta visualización es solo del texto del artículo.
Puede leer el artículo completo descargando la revista en formato PDF

Tradiciones de la Cofradia del Santo Entierro de Linares

PADILLA CERON, Andrés

Publicado en el año 2012 en la Revista de Folklore número 372 - sumario >



Texto del artículo con sus imágenes en archivo digital rf372.pdf

Reseña histórica de la Cofradía

El primer documento conocido que hace referencia a los orígenes de esta hermandad es el acta de un cabildo celebrado por la “Cofradía de la Quinta Angustia de Cristo” el 22 de octubre de 1552[1]. En la citada junta se toma el acuerdo de encargar al tallista Juan de Reolid una Dolorosa “y sus angas” (andas) por valor de 2.000 reales. No obstante, la aprobación de sus primeras ordenanzas se retrasaría hasta el 11 de octubre de 1586, fecha en que fueron sancionadas por el obispo de Jaén, Francisco Sarmiento de Mendoza (1580-1595). Por lo que respecta al lugar de su erección, no tenemos noticias ciertas del mismo hasta el cabildo que se celebró el 2 de junio de 1688[2]. En el acta del mismo se indica que tuvo lugar en el “Convento de San Juan Bautista de Religiosas Dominicanas de esta villa”. Por lo tanto, es muy lógico suponer que se fundase también en ese mismo convento.

Durante el siglo xvi la cofradía contaba con solo dos escuadras[3]:

Según se aprecia en el acta de ese cabildo de 1688, el gobierno de la cofradía estaba compuesto por un alférez mayor, un prioste, un fiscal, dos alcaldes, un escribano y seis diputados a los que se les llamaba “seises”. Se supone que estos diputados serían los hermanos mayores de otras tantas escuadras denominadas: Santo Domingo, María Magdalena, San Juan Evangelista y Santo Sepulcro, que junto con las primitivas de la Virgen de las Angustias y la Vera-Cruz, sumaban un total de seis.

La procesión que organizaba la Cofradía de la Virgen de las Angustias (actual del Santo Entierro) tenía lugar en la tarde-noche del Viernes Santo. Aunque en un principio todas las cofradías del siglo xvi solían ser de disciplinantes, es posible que en esta no asistieran flagelantes. En cualquier caso, su estación de penitencia era un tipo especial de procesión, en forma de entierro, en la que había hermanos portando luces (hachones y blandones de cera) o tocando algún tambor ronco y, por supuesto, con la asistencia del clero y autoridades civiles.

Con muy diversas vicisitudes y algún cambio en su nombre, la cofradía siguió su andadura hasta 1836. En este año tiene que trasladarse a la iglesia de Santa María, porque el convento dominico es clausurado. Tras una breve estancia en este templo parroquial, se traslada a la iglesia de San Francisco en el año 1860. En esta iglesia continúa en el presente, si bien su nombre actual es Cofradía del Santo Entierro de Cristo. Tras el triste paréntesis de la Guerra Civil, esta hermandad es la primera en reorganizarse, haciendo su primera estación de penitencia en la noche del Viernes Santo del año 1940. En estos años de posguerra solo procesionan las imágenes del Cristo Yacente (salvado de la destrucción) y la Virgen de la Soledad, talla de nueva factura. En el año 1964 se incorporará a la procesión el paso de la Vera-Cruz (una cruz desnuda con un sudario y una escala) como recuerdo de aquella antigua escuadra. La última incorporación tuvo lugar en 1973 y fue la imagen de la Virgen de las Angustias con lo que actualmente son cuatro los pasos que integran esta “inmemorial cofradía”[4].

Las cajas o tambores de pellejo

La tradición más conocida de esta cofradía es la de las cajas destempladas o tambores de pellejo que tañían, y tañen, algunos penitentes de esta procesión. Estas cajas están constituidas por un aro revestido de piel de conejo no muy tensa, y adornadas con un faldellín de raso negro. Por informaciones de la prensa local, se sabe que hasta el año 1930 salían en la procesión un total de ocho cajas. Estos tambores destemplados se tocaban mediante una maza, con tal insistencia que al final de la procesión se acababa por romperlos, ya que este era el objetivo final que se perseguía. Actualmente no se utilizan mazas, sino palillos, y ya no se aspira a romperlas, sino todo lo contrario.

¿Cómo es el sonido de la caja? Si intentamos buscar una onomatopeya que nos acerque a su resonancia, parece que el tambor va tocando al son de las palabras “San-to, Se-pul-cro”. Aunque la persona que mejor supo acercarse a definir su sonoridad fue nuestro querido cronista local Juan Sánchez Caballero, quien en el anuario Cruz de Guía de 1956, decía:

Imponen pavor sus golpes lúgubres, parecidos, en el silencio de la noche del Viernes Santo, a esos tañidos fantasmales escuchados a través de las paredes de viejas casas solariegas.

Por hacer un poco de historia y fijándonos en nuestros alrededores, parece que en la vecina ciudad de Úbeda y desde muy antiguo[5], los tambores de pellejo han acompañado a algunas de sus procesiones. De los tambores que salían en la procesión del Santo Entierro ubetense se tiene noticia por la obra publicada por Fray Domingo López, cronista de la orden trinitaria, quien en el año 1682 escribía lo siguiente:

Salían por las calles de la ciudad, con los tambores destemplados y a dicha procesión asistía toda la nobleza y música.

Por lo tanto, por analogía y proximidad, se puede afirmar que la antigüedad de esta costumbre en Linares se remonta a los origines de la cofradía. Además, está documentado que, ya en el año 1769, se admitían pujas para sacar la procesión del Santo Entierro, las cuales incluían la adquisición de los tambores redoblantes. Esta tradición de subastar las cajas se mantuvo hasta finales del siglo xix o incluso principios del xx, tal y como se deduce de una reseña que escribió H. J. Rose, un clérigo inglés que visitó Linares en el año 1875, atraído por la prosperidad de las minas de plomo y por la numerosa colonia extranjera:

…, un minero religioso que presumía de que durante muchos años no había fallado en la compra (en el honor de pagar) por el privilegio de llevar una de las imágenes en la procesión de Semana Santa[6].

Las subastas se verificaban antes de la procesión y los tambores eran adquiridos por aquellas personas que querían darse el gusto de romper una caja de tanto tocarla. En ese sentido, es muy ilustrativa la frase que aparece en una reseña del periódico Linares de 21 de abril de 1881 que dice: “la caja se cotizó a alto precio” (sic). Lo cual demuestra que esta puja constituía una sustanciosa fuente de ingresos para la cofradía.

En la posguerra española y tras la reorganización de la hermandad, se vuelve a adoptar esta ancestral costumbre. En un principio, solo son dos penitentes (situados uno en el tercio del Cristo y otro en el de la Virgen) los que recuperan la tradición. Estas cajas y su pavoroso sonido dejaron de escucharse entre los años 1965 a 1972[7], para retornar en 1973 y aumentar su número en años posteriores. En la actualidad se mantiene esta tradición, plasmada en un armonioso conjunto de tétrico y lúgubre sonido, compuesto por unos siete individuos que tocan el tambor revestidos de penitentes.

Los penitentes de las flores

La tradición de los penitentes de las flores deriva de una curiosa costumbre que, gracias al reputado historiador local Federico Ramírez[8], hemos podido conocer. Esta tradición, que probablemente se iniciase en el siglo xviii, consistía en lo siguiente:

Desde tiempo inmemorial existía en Linares una costumbre consistente en que un grupo de señoras, procedentes de las familias más nobles de la villa, montaban a partir de las tres de la tarde del Viernes Santo una especie de guardia o asamblea piadosa en torno al Santo Sepulcro que se veneraba en la iglesia del convento de San Juan Bautista de la Penitencia. Pues bien, desde las primeras horas de la mañana del viernes se podía ver a numerosas personas, ataviadas con el traje de penitente, recolectando flores silvestres. El destino de aquellas flores era servir de adorno para el Santo Sepulcro, que salía en procesión la tarde de aquel Viernes Santo.

La segunda parte de esta costumbre consistía en que, antes de que las flores silvestres llegasen a su destino, los llamados penitentes de las flores se paraban en las ventanas y balcones de las casas de la villa, para conversar con las damas jóvenes que se encontraban apostadas esperándolos. Durante la conversación se efectuaba el intercambio de las flores silvestres que se habían recolectado por otras que se cultivaban en los jardines y patios de las casas particulares en donde se paraban los penitentes. De esta manera, los penitentes acudían a la iglesia del convento de San Juan portando las flores domésticas, que eran entregadas a la asamblea de damas guardianas para que adornasen el paso del Santo Sepulcro, que salía esa misma tarde.

Cuando el citado convento fue cerrado en 1836, la imagen del Santo Sepulcro fue trasladada a la iglesia parroquial de Santa María. En ese momento se construyó una urna de cristal para alojar al Cristo Yacente, la cual dejó de adornarse con flores. Por este motivo, la razón de ser de esta singular costumbre dejó de existir; sin embargo, la tradición de ofrecer flores y conversar con las mozas siguió manteniéndose hasta finales del siglo xix. De hecho, hay referencias ciertas de que en el año 1875 y durante bastante años más estuvo en práctica. Pero es otra vez H. J. Rose el que nos da su particular versión de esta singular costumbre: contaba este clérigo que, apenas se dispersaba la procesión, los penitentes cogían manojos de flores y acercándose a las casas cercanas, llamaban para ser recibidos “naturalmente echándose la negra caperuza sobre su cara antes de hacerlo”. De esta guisa, le ofrecían las flores a la muchacha en quien habían puesto los ojos. Según H. J. Rose, la costumbre española admitía que las mozas pudieran conversar con los penitentes a través de la reja puesto que estos tenían la cara cubierta.

Hasta aquí, un relato más o menos parecido al que nos contaba Federico Ramírez en sus Apuntes…y en los que incluso parece que hace referencia a la visita de este pastor inglés cuando dice que “excitaba la curiosidad de muchos forasteros y no pocos naturales…”[9]. Sin embargo, se ve que el clérigo anglosajón no tuvo oportunidad de departir con nuestro ilustre historiador, puesto que su interpretación es distinta a la que nos ofrece Ramírez: según H. J. Rose, el motivo del proceder de los penitentes de las flores es que, como habían sido pecadores, no eran dignos de la compañía de las mujeres “que son puras y buenas”. Pero al salir en la procesión y hacer penitencia, habían saldado su deuda con Dios y en consecuencia, eran “libres de amar y de ser amados de nuevo”. Una explicación un tanto libre y romántica, propia del periodo en el que fue escrita, pero que también nos ilustra sobre las argucias de las que se tenían que valer muchos jóvenes para poder conversar con la dama de sus sueños.

Las seis veces

Otra tradición muy poco conocida consistía en la creencia popular de que aquella moza casadera que viese la procesión del Santo Entierro seis veces en un mismo Viernes Santo se casaba ese mismo año. La reseña de esta peculiar forma de sustituir las plegarias a San Antonio se la debemos a la recordada Manuela Gaitán. Esta escritora linarense añadía que la creencia generaba multitud de carreras y prisas debido al exiguo recorrido de esta procesión. Todo esto ocurría en el Linares de principios del siglo xx, estando vigente esta atropellada costumbre hasta el estallido de la Guerra Civil.

A modo de hipótesis, se puede decir que estas “seis veces” podrían coincidir con el número de escuadras que existían antiguamente en esta ilustre hermandad. Por lo tanto, lo que en realidad se tendría que ver sería a las seis escuadras, y no a la procesión seis veces. Otra posible explicación sería que ese sexteto de contemplaciones fuese una forma de homenaje a la figura del seise. Estos personajes eran los diputados que integraban parte de la junta directiva de la cofradía y que, a su vez, parece que representaban a cada una de las seis escuadras que formaban la antigua hermandad.

El Desenclavamiento

Una de las tradiciones más antiguas que se le atribuyen a esta cofradía, sería la ceremonia del desenclavamiento. No obstante, existen algunas dudas de que fuese la Cofradía de las Angustias (actual Santo Entierro) la organizadora de esta piadosa práctica y hasta es posible que se celebrase sin la intervención directa de ninguna cofradía pasionista. En cualquier caso describiremos la ceremonia y más adelante analizaremos su posible autoría.

La ceremonia

Según nos relata Federico Ramírez en sus conocidos Apuntes…[10], el acto consistía en lo siguiente: entre las tres y las cuatro de la tarde del Viernes Santo, se disponía en la Plaza de San Francisco un entarimado y una cruz (con un Cristo Crucificado) a la que se adosaban dos escalas de madera. De igual manera, se colocaban alrededor de la cruz, las imágenes de una Virgen Dolorosa, con el cuello y los brazos articulados y posiblemente también la efigie de san Juan Evangelista. Una vez dispuestas las imágenes, salían varias personas pertenecientes al pueblo llano, revestidas de san Juan, Nicodemo y José de Arimatea, provistos de tenazas y toallas. De esta guisa se subían a lo alto del crucifico y procedían al desenclavamiento de la imagen de Cristo y el consiguiente descendimiento de la Cruz. A la vez que le iban quitando los atributos de la Pasión (corona y clavos), se los iban presentando a la efigie de la Dolorosa, la cual efectuaba algunos patéticos movimientos, gracias a los resortes de los que estaba provista. Aunque este acto pudiera parecer que servía para excitar la piedad de los fieles, lo cierto es que, con el transcurso del tiempo, fue derivando en escándalos y algaradas. Una de las razones de esta degeneración era el estado de embriaguez en el que normalmente se encontraban las personas que interpretaban a los santos varones, motivo por el cual, y en varias ocasiones, cayeron de las escaleras, dando con sus huesos en tierra. Estos incidentes eran motivo de bromas, algaradas y toda clase de irreverencias por parte del público. Tras este prolegómeno teatral se solía predicar el Sermón del Descendimiento o de las Siete Palabras por un sacerdote.

A tanto llegaron los escándalos, que en el año 1784, el obispo de Jaén, Agustín Rubín de Cevallos (1724-1793)[11], se vio obligado a prohibir estas ceremonias de religiosidad tan dudosa. De la carta que envió al párroco de Linares, entresacamos este párrafo:

... Y habiendo sido informado de que con motivo de predicarse el sermón de la Dolorosa Pasión de Ntro. Redentor y del Descendimiento, con varias inventivas, haciéndose diversos papeles para representar más al vivo los pregones, la sentencia y los oficios de los santos varones que desenclavaron al Señor de la Cruz y que la efigie de su Santísima Madre manifiesta en diferentes acciones sus aflicciones y otros pasajes que indiquen sus dolores, compasión y devoción...[12]

De este párrafo deducimos que en esta ceremonia del Desenclavamiento intervenía la imagen articulada de una Dolorosa. Pero el caso es que el obispo fue muy tajante y en la misma carta declaraba lo siguiente:

Mandamos que el sermón del Descendimiento no se predique con las ceremonias que aquí [se desarrollan] pues de lo contrario suspendemos las licencias de predicarla en la forma referida, y si sin embargo se ejecutare por cualquier predicador secular o regular lo declaramos suspendido para todo sermón sin nueva licencia nuestra.

Es decir, lo que se prohibía era la ceremonia y simulacros, pero no el pregón del Descendimiento en sí, el cual podía seguir predicándose, suponemos que en el interior de la iglesia de San Francisco. Al mismo tiempo, eximía a la comunidad franciscana de toda culpa e incluso reconocía “la gravísima molestia que hasta aquí involuntariamente han padecido”.

Tras esta prohibición parece que se abandonó la práctica de esta costumbre, desconociendo el destino del Cristo articulado, aunque es posible que se guardase en la iglesia de San Francisco. Por otra parte, y a pesar de la tajante prohibición del prelado, algunas fuentes aseguran que la ceremonia del Desenclavamiento siguió celebrándose algunos años más. No se ha podio confirmar este extremo, pero creemos casi con toda seguridad que no sobrevivió al final del siglo xviii.

Autoría de la ceremonia

La pregunta inmediata es: ¿qué cofradía se encargaría de organizar este acto? Pues, por lo pronto, parece bastante difícil que lo hiciera la Cofradía de la Quinta Angustia (actual Santo Entierro) puesto que esta hermandad hacía su estación de penitencia bien entrada la tarde del Viernes Santo y no a las cuatro de la tarde. Además, la Quinta Angustia salía del convento de San Juan de la Penitencia y la ceremonia se verificaba en la plaza de San Francisco, que distaba del convento casi 500 metros, por lo que no tendría sentido esa dispersión de escenarios. Por otra parte, la presencia de una imagen articulada de la Dolorosa descarta también a esta cofradía, puesto que la Virgen que se procesionaba (admitiendo como tal la que se conservó hasta el estallido de la Guerra Civil) tenía las manos entrelazadas y, por lo tanto, imposibles de mover. No falta quien atribuye la organización de esta ceremonia a otra cofradía linarense, llamada de la Madre de Dios, olvidando que esta hermandad no tenía carácter pasionista y que, además, estaba instituida en la Iglesia de Santa María.

Otra remota posibilidad es que el acto lo organizase la escuadra de la Vera-Cruz (no confundir con la otra cofradía del mismo nombre), una de las seis que componía la cofradía matriz de la Quinta Angustia. Es decir, dicha escuadra saldría de la iglesia de San Juan de la Penitencia con un Cristo Crucificado y realizaría la ceremonia en la plaza de San Francisco. A continuación esperaría a la procesión del Santo Entierro para depositar la imagen del Cristo yacente en la urna o túmulo. Pero las dimensiones de la puerta de la iglesia de San Juan Bautista (sede de la cofradía) eran muy pequeñas para que pasase un crucificado y, de todos modos, nos seguiría faltando la imagen de la Dolorosa articulada y la de san Juan, que no parece muy probable que acompañasen a esa “avanzadilla” de procesión.

Por lo tanto, solo nos queda la opción de que los organizadores primigenios fueran los propios frailes del convento de San Francisco, que son a los que, al fin y al acabo, se refería el obispo. Además, a la larga debieron de ceder protagonismo a las gentes del pueblo y con el tiempo habrían terminado sufriendo “de la gravísima molestia” a que se refería el prelado. Por lo tanto, se puede aventurar que dicha ceremonia se celebraría con el concurso o ayuda de la Cofradía del Nazareno (erigida en San Francisco) que aportaría a su imagen de la Virgen de los Dolores. Esta cofradía era la única que, en aquellos tiempos, se ubicaba en la iglesia de San Francisco, mientras que las otras dos imágenes marianas pasionistas, estaban en la iglesia parroquial de Santa María (Madre de Dios, de la Cofradía de la Vera-Cruz) y San Juan de la Penitencia (Virgen de las Angustias). Además, es normal que la Virgen Dolorosa estuviese articulada, ya que la Cofradía del Nazareno organizaba en la mañana del Viernes Santo, la ceremonia de El Paso. En dicho acto, la Dolorosa intervenía de forma activa, abrazando a la imagen del Señor y otras parafernalias similares.

Sin embargo, se ha tenido por cierto durante mucho tiempo que esta ceremonia del Desenclavamiento era parte integrante de la procesión del Santo Entierro y que cuando llegaba a la plaza de San Francisco, se procedía a descender a la imagen de un Cristo de la Cruz y a depositarla en una urna o túmulo para seguir de esta forma la procesión. Para acreditar esta creencia siempre se ha citado al insigne historiador Rafael Ortega y Sacrista (1918-1988)[13]. No obstante lo que en realidad dice este docto investigador en su libro Venerable antigüedad de las Cofradías pasionistas de Linares es que esta ceremonia “se hacía el Viernes Santo por la noche, quizá como parte integrante de la procesión”. Es decir que, en modo alguno, asegura que la hermandad de las Angustias (precursora del Santo Entierro) fuera la ejecutora del acto, sino que solo apunta esa posibilidad. Por todo ello y con el solo ánimo de complementar respetuosamente lo investigado por Rafael Ortega, podemos asegurar, casi con toda certeza, que la ceremonia del Desenclavamiento era organizada por los frailes del convento de San Francisco, sin intervención directa de cofradía pasionista alguna.

La Guardia del Santo Sepulcro y el “Cachapazo”

La corporación de los soldados romanos o armaos fue un elemento fundamental de la Semana Santa de Linares hasta el año 1978[14]. Está plenamente documentado que, desde 1897, estaba instituida en la iglesia de Santa María una cofradía denominada “Asociación de Soldados Romanos”. No obstante, está documentado que antes de ese año ya existía, de manera más o menos oficial, algún grupo de personas que se vestían de armaos para desfilar en las procesiones y solemnizar algunas ceremonias de la Semana Santa. Eso es lo que se desprende de una crónica de Semana Santa aparecida en el Eco Minero de 13 de abril de 1887 en donde, en tono jocoso, se habla de esta institución:

Asomarse muchachas, que pasan los Armados. Mirar que rechulos que van, con su coraza y sus medias de pezoncicos ¡y cuidado, si desempeñan con seriedad su papel! (Sic)

Por tanto, se constata que los soldados romanos de Linares datan por lo menos de 1887 (año del artículo) aunque por el modo en que está redactado se puede aventurar que su antigüedad es mayor, quizás de mediados del siglo xix. De hecho, es necesario recurrir otra vez al clérigo ingles H. J. Rose quien nos relata con todo género de detalles las características de esta guardia romana allá por el año 1875:

Oí el fuerte sonido de una extraña trompeta y de un timbal amortiguado y doce hombres, con sandalias romanas hasta media pierna, túnicas cortas de cuero de color brillante y cascos metálicos se unieron silenciosamente a la procesión… Cada uno llevaba un puñal en su cinturón y una enorme hacha que balanceaban sobre sus cabezas. “ ¿Quienes son estos?”, pregunté a un minero que estaba mi lado. “Los soldados judíos que mataron a nuestro Cristo”,…se refería a los soldados romanos[15].

Por todo ello, es razonable suponerles una antigüedad cercana a los 200 años, puesto que para ejecutar toda la parafernalia que acompañaba a ciertos ceremoniales, era necesaria la presencia de los soldados romanos. Por lo tanto, lo más probable es que las hermandades contratasen a esta aguerrida corporación, no solo para desfilar en las procesiones, sino para solemnizar otro tipo de ceremonias, como podría ser la del desenclavamiento.

Otra de las funciones de los armaos consistía en hacer guardia frente al Santo Sepulcro es decir junto a la imagen de un Cristo Yacente, que se depositaba en la iglesia de San Francisco, una vez que finalizaba la procesión del Viernes Santo a la noche. Pues bien, para enlazar esta prehistoria de los armaos con su función en la Cofradía del Santo Entierro, hay que traer a colación otra frase del renombrado artículo periodístico, en donde se dice: “El sábado tenemos que ir a verles dar el cachapazo”. ¿Qué sería eso del cachapazo? Gracias a la información proporcionada por cronista de la vecina ciudad de Bailén, se sabe que lo del cachapazo era una ceremonia, más o menos teatral, representada por nuestra castiza guardia romana y que consistía en lo siguiente: en la misa del sábado por la noche, cuando antiguamente se conmemoraba la Resurrección del Salvador y se efectuaba el toque de campanas o toque de gloria, estos guardianes escenificaban lo que se supone que les aconteció a los verdaderos soldados romanos que custodiaban el Santo Sepulcro. En resumen, que nuestros inspirados armaos simulaban un desmayo y su consiguiente caída al suelo (el cachapazo) con un fenomenal estruendo de armaduras metálicas. Incluso algunos individuos, para acentuar el realismo, se llenaban los bolsillos de latas y sonajeros, con lo que el escándalo era todavía mayor.

Se podría incluir a esta pintoresca tradición dentro de toda esa pléyade de ceremonias teatrales con las que se intentaba trasmitir al pueblo llano los misterios de la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo. Casos similares a nuestro cachapazo se daban en localidades vecinas, como Bailén, en donde estuvo representándose (al igual que en Linares) hasta bien entrado el siglo xx.

Las procesiones de la Virgen de los Dolores y de la Soledad

La actual procesión de ”La Soledad” tiene lugar una vez que la procesión oficial del Santo Entierro se encierra. Se trata, por tanto, de un caso atípico dentro de la Semana Santa de Linares, en la cual estamos acostumbrados a identificar a una cofradía con una única procesión. Igualmente hay que dejar bien claro que la Virgen de la Soledad nunca ha sido una cofradía autónoma y distinta de Las Angustias, Santo Sepulcro o como quiera que se haya llamado, a lo largo del tiempo, la cofradía precursora de nuestro actual Santo Entierro. No obstante, llegó a constituir la principal escuadra dentro de la cofradía primigenia. Tal y como ya se ha apuntado, estas escuadras eran las distintas secciones (dotadas de gran autonomía) que componían una única cofradía matriz. En realidad, podríamos considerar a esta procesión como una reliquia histórica de las escuadras de antaño.

La procesión del viernes de Dolores

Hasta la Semana Santa de 1931, la Virgen de la Soledad (que hacia su estación habitual acompañando al Santo Entierro) salía también en procesión el Viernes de Dolores, aunque bajo la advocación de Nuestra Señora de Dolores. Por los estudios del insigne historiador Rafael Ortega y Sacrista, sabemos que, desde el siglo xvii en adelante, la Cofradía Las Angustias celebraba una novena en honor de la Virgen de los Dolores[16], la cual concluía el mismo Viernes de Dolores. Ese mismo día, se procedía a sacar en procesión a la imagen de la Soledad, pero bajo la advocación de “La Dolorosa”. Se tiene constancia de que en 1778 se continuaba celebrando, tal y como se deduce de este texto:

Otrosí: respecto a que está mandado, que concluida dicha novena y procesión, se haga la mencionada convocatoria al son e campana tañida, lo que, por consiguiente se verificará (sic.)[17].

Y, por las informaciones del periódico El Eco Minero, se conoce hasta el itinerario seguido en 1883, que era el siguiente:

...en la tarde del viernes último salió de la Iglesia de San Francisco la procesión que anualmente se hace por la Cofradía de La Dolorosa. La procesión recorrió la calle San Juan de Dios, Chimeneas, San Francisco y Plaza del mismo nombre (sic.)[18].

Esta costumbre de la novena se redujo posteriormente a un septenario, del cual tenemos noticias por el Diario de Linares de 28 de marzo de 1912. En dicho periódico se nos cuenta que se rezaba la Corona Dolorosa, había letanías, cánticos y se predicaba un sermón. Además, se solían interpretar piezas musicales a cargo de una capilla de músicos y también se cantaban motetes por coros de señoras y señoritas, así como los populares “Siete Dolores de la Virgen”, costumbre que perduró hasta mediados del siglo xx. La procesión de Nuestra Señora de los Dolores fue ganado cierta solemnidad con el paso del tiempo, con la asistencia de una representación del Ayuntamiento y la banda municipal de música.

La costumbre de la procesión se mantuvo de forma ininterrumpida hasta el año 1930-31 y por las informaciones del Diario Regional, sabemos de una curiosa y ancestral tradición que consistía en lo siguiente: después de que los cofrades comulgasen en la misa matutina del Viernes de Dolores, el tesorero les obsequiaba con un opíparo desayuno. Una vez bien almorzados, se trasladaban otra vez a la iglesia para asistir a una fiesta religiosa en honor de la Virgen. Concluida la función litúrgica, eran otra vez agasajados con unos refrescos, pero esta vez por el Hermano Mayor. Tras un breve descanso (merecido, a juzgar por la profusión de alimentos y el trajín de las idas y venidas) asistían a la procesión o al menos la contemplaban, puesto que la misma solo era acompañada por mujeres y un reducido grupo de cofrades. Con el advenimiento de la II República, dejó de salir la procesión de La Dolorosa, aunque se seguía celebrando el septenario y todas sus piadosas prácticas (incluido el rezo de la Corona Dolorosa) pero circunscritas al interior del templo.

Tras finalizar la Guerra Civil, solo se organizó la procesión del Viernes de Dolores en dos ocasiones: la primera, en 1952, haciendo estación la imagen de La Soledad, pero bajo la advocación de “La Dolorosa”. Y la segunda, el Viernes de Dolores de 1955, año en que se organizó un Vía-Crucis a cargo de la recién constituida Agrupación Local de Cofradías, en el que participaron el Cristo de la Buena Muerte (Cofradía de las Siete Palabras) y otra vez la Soledad, bajo la advocación de la Virgen de los Dolores. A partir de ese año 1955, se perdió esta piadosa costumbre.

La procesión de La Soledad, el Viernes Santo por la noche

Se hace difícil precisar cuando comienza a salir la Virgen de La Soledad, el Viernes Santo por la noche, como procesión distinta de la del Santo Entierro (en la que lógicamente seguía participando). La teoría más admitida es que este acontecimiento tuvo lugar a raíz de un cabildo extraordinario celebrado en 1917 en el que se tomó el acuerdo de que La Virgen de los Dolores en su Soledad (nombre oficial del titular mariano de la cofradía) saldría dos veces: El Viernes Santo, acompañando al Cristo en la procesión de la tarde, y otra por la noche, en la que ya lo haría sola y bajo la advocación de “La Soledad”. Además seguiría saliendo el Viernes de Dolores, con lo que ya serían tres las veces que pisaría las calles.

No obstante, existen bastantes datos que ponen en duda que esta costumbre de la procesión nocturna se iniciase ese año 1917: el primero y más evidente es el que nos ofrece el diario El Noticiero de fecha 22 de marzo de 1910 en donde se anuncia la salida de “La Soledad” para el Viernes Santo de aquel año a las 12 de noche, recorriendo el itinerario: “San Juan de Dios, Cánovas del Castillo, San Francisco y Plaza del mismo Santo” (sic.). Informaciones periodísticas de años sucesivos (Diario de Linares de 1912 y 1913) confirmarían esta salida. Por tanto, apuntamos la hipótesis de que esta costumbre podría haberse iniciado a comienzos del siglo xx, aunque no antes, como lo demuestra un itinerario de 1895, en donde no figura esta salida procesional.

Sea como fuere, el caso es que, desde que se organiza esta procesión de la Soledad y hasta el paréntesis impuesto por la Guerra Civil, siempre saldría después de encerrarse la procesión del Santo Entierro, en la que también participaba. Durante el recorrido, que se desarrollaba en completo silencio, la imagen era acompañada casi exclusivamente por mujeres provistas de velas, agregándosele durante el recorrido un gran número de señoras. Aunque por aquellos años se glosaba mucho a la mujer de mantilla, a decir de los más mayores, las únicas que lucían esta vestimenta eran las señoras y señoritas de la alta sociedad linarense. A la citada procesión, también asistían –ataviados con su túnica– los miembros de la Junta Directiva y algunos cofrades. Según nos cuenta el Diario de Linares (6 de abril de 1912) “antes formaban en ella centenares de señoras y señoritas”, añadiendo después que “hoy el número de ellas es más reducido”. Todo ello nos da idea de la popularidad que debió de alcanzar dicha procesión de silencio a principios del siglo xx y del cierto periodo de crisis en que debió de caer en los años 1908-09 y siguientes.

En los años 1933-34 y por tanto en plena República, no hizo estación de penitencia Nuestra Sra. de la Soledad. El acto de la procesión se sustituyó por un oficio religioso celebrado en el interior del templo el Viernes Santo a las siete de la tarde y en el cual se predicó el llamado “Sermón de la Soledad”, que era una glosa de los dolores de la Virgen María. En el siguiente año de 1934, y según nos cuenta el diario La Unión de 29 de marzo, se obtiene un permiso especial para la salida de solo dos procesiones, el Nazareno y la Soledad (que lo haría a la temprana hora de las 22:30 de aquel Viernes Santo).

La reorganización de la procesión de la Soledad

Tras el obligado y tristísimo paréntesis impuesto por la Guerra Civil, la Cofradía del Santo Entierro fue la primera en volver a salir a la calle, realizando estación de penitencia el Viernes Santo de los años 1940, 1941 y 1942. No obstante, lo único documentado es que en la Semana Santa del año 1943 se anuncia esta procesión de la Soledad para las doce de la noche. En estos primeros años, la procesión discurre de la misma manera a como lo había venido haciendo, es decir, acompañada solo de mujeres y en completo silencio. De hecho, en los años sesenta del pasado siglo, esta procesión recibía en los documentos internos de la cofradía el sugerente nombre de procesión femenina de la Soledad[19], siendo su organización idéntica a la tradicional.

Salvo ligeras modificaciones y algunos cambios de trono, pocas variantes ha experimentado esta procesión a lo largo de su periplo. Lógicamente ya no son solo mujeres las que acompañan al paso, sino un nutrido grupo de personas de ambos sexos, incrementándose también el número de directivos que –a cara descubierta– acompañan a la imagen. Además, y desde hace algunos años, se procede al reparto de velas entre el público que se congrega a la puerta de la iglesia de San Francisco esperando la salida de la procesión. Una costumbre alejada de las magnificencias, propias de otras procesiones y que nos retrocede a los entrañables orígenes de la Semana Santa linarense.

La Procesión General

En Linares, al igual que en numerosas poblaciones de España, también tenía lugar lo que se ha venido en llamar Procesión General. Este tipo de estación de penitencia no es más que la propia procesión del Santo Entierro, pero con la singularidad de estar acompañada por las imágenes de las restantes cofradías de pasión, así como de los penitentes e insignias más significativas de las mismas.

Para conocer algo de su origen, hay que remontarse hasta el último tercio del siglo xix. En este tiempo se celebraban cuatro procesiones pasionistas en Linares: Humildad, Columna, Nazareno y Santo Entierro. Pues bien, según nos cuenta el bisemanario El Eco Minero (31 de marzo de 1891) en la Semana Santa de ese año, tuvo lugar un suceso digno de mención:

La hermandad de Jesús de la Humildad ha formado en el Santo entierro, innovación que ha sido muy bien vista...

Se puede decir que nos encontramos ante la primera Procesión General de Semana Santa de Linares o, al menos, ante el embrión de la misma. Siguiendo con el análisis de los escasos datos de los que se dispone, nos topamos con los estatutos de la Cofradía del Rescate, redactados en abril de 1897 y que incluyen en uno de sus artículos la siguiente frase:

Además de la Procesión del Jueves santo la imagen de Nuestro Padre Jesús del Rescate podrá salir con su cofradía para acompañar en la procesión general del Santo Entierro si para ello recibiese invitación... (sic.)

Este párrafo nos indica que, por lo menos desde el año anterior (1896), se estaba celebrando esa Procesión General ya que, de lo contrario, no se habría hecho mención a ella. Por lo tanto, durante el quinquenio que va de 1892 a 1896, las distintas hermandades de Linares (antiguas y nuevas) se tuvieron que ir sumando a esta costumbre.

Durante el primer tercio del siglo xx, la primera referencia conocida nos la proporciona el Diario de Linares de 6 de abril de 1912. En dicho periódico se detallan los pormenores de esta procesión y se da a entender que ya era una costumbre más o menos antigua, que se celebraba todos los años. La Procesión General del año 1912 la compusieron las siguientes imágenes por este orden: Rescate, Columna, Nazareno, Humildad, Expiración, Santo Sepulcro, La Santa Cruz y La Soledad. En este año se tuvo la suerte de contar con todas las hermandades, sin embargo eso no era siempre así, ya que las cofradías (como bien se indicaba en los estatutos del Rescate) acudían a la procesión solo si previamente eran invitadas por la del Santo Entierro.

En la siguiente década de los años veinte del siglo pasado, todo se siguió desarrollando de la misma manera, es decir con la Procesión General celebrándose, todos los años, el Viernes Santo por la noche y con la asistencia de todas las cofradías o de gran parte de ellas. En este estado de cosas se llega al año 1930, en donde se preparó la que quizá haya sido la más grande Procesión General jamás organizada en Linares, al participar todos y cada uno de los pasos que componían la semana de pasión linarenses de aquel año, hasta un total de 14 pasos. Durante los primeros años de la República (1931-1936) las procesiones se desarrollaron de forma muy irregular y durante la Guerra Civil Española (1936-1939) las manifestaciones religiosas, estuvieron perseguidas en nuestra ciudad, por lo que se tendría que esperar hasta el fin de la contienda para volver a ver a una cofradía de Semana Santa, desfilar por las calles de Linares.

En el año 1940 se reconstituye la primera cofradía de Linares, que resultó ser la del Santo Entierro, efectuando su primera salida en ese miso año. A partir de 1943, se reorganizan otras hermandades y, por lo tanto, se dieron las circunstancias necesarias para la celebración de una Procesión General, la cual tendría lugar ese mismo año. Durante toda esta década de los años cuarenta y parte de los cincuenta del siglo xx, el desarrollo de la Procesión General siguió su curso normal, saliendo el Viernes Santo por la noche.

En al año 1955 se funda la Agrupación local de Cofradías, y al siguiente ejercicio de 1956 se produciría una profunda reorganización de horarios e itinerarios que afectó a casi todas las procesiones, aunque se mantuvo la Procesión General. Sin embargo, al siguiente año de 1957 se procedió al recorte de la misma, de tal manera que solo participaría una cofradía por cada parroquia. Pero tampoco tuvo que gustar mucho esta experiencia de procesión magna, porque en 1958 se suprimió la Procesión General a petición de la propia Cofradía del Santo Entierro. En la década de los años sesenta del siglo xx se habló de su posible reorganización, pero solo pudo salir completa durante los años 1965 y 1967. De hecho, en el año 1968 las únicas imágenes que salieron acompañando al Santo Entierro fueron las del Cristo de la Expiración y el Descendimiento del Señor.

Pero, como ave fénix que resurge de sus cenizas, la Semana Santa de Linares remontaría el vuelo tras un aciago periodo de crisis que se prolongó desde 1969 hasta el año 1971. De esta manera, la Procesión General de Linares salió el sábado Santo del año 1972, para la admiración de propios y extraños. Tan reconfortante fue la experiencia que en los siguientes años de 1973-74-75 se volvió a verificar esa magna manifestación de fe. Sin embargo, los conflictos con las autoridades religiosas, que no veían con buenos ojos las procesiones en Sábado Santo y la dificultad de las demás cofradías, hicieron que en la edición de 1976 se perdiese esa costumbre. Sin embargo, aún hubo oportunidad para ver en el año 1984 a la que hasta ahora ha sido la última Procesión General verificada en Linares.

La Saeta Antigua y la Saeta Moderna

Con el nombre genérico de “coplas de Pasión” o “saetas antiguas” nos referimos a aquellas composiciones musicales (calvarios, coplillas, etc.) que se cantaban al paso de las procesiones de Semana Santa de Linares y que diferían de las actuales saetas flamencas. Estos cantos de pasión estuvieron interpretándose de forma regular hasta el primer tercio del siglo xx, y su melodía (según se aprecia en una grabación sonora que la escritora linarense Manuela Gaitán dejó para la posteridad) está más cerca de las canciones populares estilo folk que de las saetas actuales. Además, tal y como nuestra entrañable Manola reconocía en una entrevista de 1985, los conceptos de copla, saeta y calvario se confundían en la transición de los siglos xix al xx. La interpretación de estos cantos de pasión, dotados de una cadencia triste y algo monótona, se podían efectuar a una, dos o tres voces. Es decir, serían la versión popular de las actuales saetas flamencas, cuya interpretación está reservada para unos pocos virtuosos. Algunas letras de esas primitivas coplas, que se cantaba con motivo de la procesión del Santo Entierro y que conocemos gracias a la recopilación de Manuela Gaitán, son las siguientes:

La Virgen lleva su manto

y lo bordó tan bonito

que lo estrenó el Viernes Santo

para el Entierro de Cristo.

¿Qué lleváis en esa caja?

Con tantísimos cristales

lleváis a Jesús difunto (bis)

y lleno de cardenales.

Otro importante testimonio de aquellos tiempos nos lo proporcionó el clérigo ingles H. J. Rose. Este pastor anglicano nos hace una respetuosa y completa crónica de la Semana Santa de aquellos años y, en relación con la procesión del Santo Entierro, nos dice:

Aquella tarde [Viernes Santo] salió otra procesión más, antes de que comenzara a llover y de todos y cada uno subió al cielo por entre las atestadas calles la “saeta” (del latín sagitta) u oración jaculatoria, como una flecha, más corta aún que una breve oración del Evangelio…

Lo que nos indica que, todavía en esos años, se cantaban las saetas llanas, es decir aquellas que carecían de los rasgos propios del flamenco. Sin embargo, a finales del siglo xix algunas de estas coplas se irían “aflamencado”, es decir dotándose de cierta cadencia al final de las estrofas, aunque aún no se puede hablar de la saeta flamenca tal y como la conocemos. A pesar de ello, no todas estas coplas se aflamencaron, ya que ambas (saetas antiguas y modernas) convivirían durante las tres primeras décadas del siglo xx. Por testimonios orales, se sabe que los linarenses hermanos Cañete cantaban saetas, coplas y calvarios (aunque la frontera entre estos cantes no está muy clara) al paso de las procesiones de la Semana Santa y en especial en la del Nazareno. En esta misma línea tenemos el testimonio periodístico recogido en el Diario de Linares de 4 de abril de 1912, en donde se reproduce la letra de una de estas saetas, en concreto una que iba dirigida a la Virgen de la Soledad:

¿Dónde vais blanca paloma

a deshora de la noche?

Voy en busca de mi hijo

que lo entierran esta noche.

Tras la guerra civil española, toda esta pléyade de cantatas populares se perdió casi por completo, ya que las únicas que pudieron sobrevivir algunos años fueron los famosos “calvarios” del Nazareno. Por lo tanto, y a partir del año 1940, todas las saetas que se cantaban en las procesiones de Linares eran flamencas.

Por lo que respecta a la saeta actual o saeta flamenca, hay que decir que en sus comienzos (años veinte de la pasada centuria) se la llamaba saeta “moderna”. A esta composición sonora se la puede definir[20] como un cante o copla de cuatro o cinco versos octosílabos, que tiene su origen en el aflamencamiento de las saetas antiguas. Esta transformación tuvo lugar a comienzos del siglo xx y en la actualidad se interpreta según los aires de tres palos[21] fundamentales del flamenco. De esta manera podemos hablar de:

El esplendor de la saeta en Linares, durante los años cuarenta y cincuenta del siglo xx, vería la consolidación de la llamada saeta doble por seguidilla con su remate por martinete, una dificilísima técnica que popularizó el cantaor linarense Manuel García Rodríguez (nacido en 1917) llamado “Chato Linares” o “Tocino”. Es tanta la identificación de la ciudad con este tipo de saeta doble, que actualmente no se concibe ninguna sin ese remate patético que es el martinete. Sin embargo, no siempre ha sido así y hasta bien entrada la década de los sesenta del siglo xx, podían oírse las voces de algunos aficionados al flamenco que renegaban de esta técnica del martinete y preferían la que se cantaba por seguidillas.

A pesar de esta eclosión saetera, desde finales de los años cincuenta del siglo xx ya se empiezan a apreciar algunos signos de decadencia en el canto de las saetas. El primer intento de “domesticarlas” proviene precisamente de la Cofradía del Santo Entierro que pretende realizar la procesión de los años 1958 y siguientes al modo levantino, es decir, con cirios alumbrados con bombillas eléctricas. Esta novedad, que sin duda introdujo elementos renovadores en la anquilosada Semana Santa de aquellos años, impuso unas normas muy estrictas para el canto de saetas. De esta manera, la procesión no se detendría para escuchar la saeta y el cantaor debía empezar antes de que la imagen desfilase delante suyo y concluir una vez que ésta hubiese pasado. El resultado de esta absurda imposición fue que se dejasen de cantar saetas en la procesión del Santo Entierro, costumbre que perduró en el tiempo incluso después de que los modos levantinos se abandonasen. Afortunadamente, en los últimos años se ha roto esta tendencia y ya se escuchan en la procesión del Santo Entierro los sonidos de esta copla tan andaluza.

BIBLIOGRAFÍA

BLAS VEGA, José y RÍOS RUIZ, Manuel. D i ccionario enciclopédico ilustrado del flamenco. Madrid: Cinterco. 1985.

FERNÁNDEZ RUIZ, Alfonso y MUÑOZ ROJO, Manuel. Ser Cofrade en Linares. Linares: Diario Jaén y Radio Linares, 2003.

FERNÁNDEZ RUIZ, Alfonso y MUÑOZ ROJO, Manuel. Ser Cofrade II. Aquella Semana Santa. Linares: Diario Jaén y Radio Linares, 2004.

GALIANO, Juan Carlos. Cirio, incienso, costal y tambor. Córdoba: Obra Social y Cultural Cajasur, 1998.

HERRADOR MARÍN, Pedro Mariano. Nuestras Cofradías en el siglo xx. Tomo 1: 1896 –1936. Úbeda: Asociación Cultural Ubetense Alfredo Cazabán Laguna, 2001. www.vbeda.com.

LOPEZ SEOANE, Francisco Javier. Historia y Reflexiones de “Mi Semana Santa”. Linares: Cofradía del Santo Entierro de Cristo, 1999.

ORTEGA Y SACRISTA, Rafael. Venerable antigüedad de las Cofradías pasionistas de Linares. Jaén: Separata del Boletín del Instituto de Estudios Giennenses, 1978.

RAMÍREZ, Federico Linares. Documentos y Apuntes de tiempos antiguos (recopilación de D. Juan Sánchez Caballero y D. Feliz López Gallego). Linares: Diputación Provincial, 1999.

ROSE, Hugo James. Linares 1875. H. J. Rose un capellán ingles en el distrito minero. Traducción y recopilación del Colectivo Proyecto Arrayanes. Linares: Ayuntamiento de Linares. 2011.

SÁNCHEZ CABALLERO, Juan. Las Calles de Linares. Linares: Ayuntamiento de Linares. 1990.

Archivos

Archivo Histórico Municipal de Linares (AHML).

Archivo Histórico Provincial de Jaén (AHP).

Archivo Histórico Diocesano de Jaén (AHDJ).

Hemeroteca de la Biblioteca Provincial de Jaén.

Publicaciones periódicas

Boletín del Instituto de Estudios Jiennense. BIEG. (1953- ).

Cruzada. Revista de mensual de Acción Católica (1951-1959).

El Eco Callejero. Semanal Informativo de Linares. Primera Época (1984-1991).

Linares. Revista mensual de información cultural. (1951-1959).

Cruz de Guía. Publicación anual de la Agrupación local de Cofradías (1956-).

Periódicos locales y provinciales: Diario de Linares, Diario Regional, El Noticiero, El Eco Minero, El Día, Linares, La Unión, La Provincia, Jaén, Ideal.

Notas

[1] Archivo de la actual Cofradía del Santo Entierro de Linares: Libro de actas nº 1, f. 4.

[2] AHML. Cofradía de Ntra. Sra. de las Angustias. Sobre petición de escrituras… Leg. 2562-31, f.1

[3] Algunas cofradías de estos tiempos se organizaban internamente mediante escuadras, que estaban dotadas de mucha autonomía y que tenían como titular a una determinada imagen.

[4] Según la propia hermandad, el obispo de Jaén reconoció, mediante un documento de 28 de agosto de 1996, que la cofradía data de tiempo inmemorial.

[5] HERRADOR MARÍN, Pedro Mariano. Nuestras Cofradías en el siglo xx. Tomo 1: 1896 –1936, Asociación Cultural Ubetense Alfredo Cazabán p.16. Laguna www.vbeda.com

[6] ROSE, Hugo James. Linares 1875. H. J. Rose, un capellán ingles en el distrito minero. Traducción y recopilación del Colectivo Proyecto Arrayanes. Excmo. Ayuntamiento de Linares. Linares. 2011, p.313.

[7] En los documentos internos de la cofradía se indicaba hasta el año 1964: ”Tercio de penitentes del Santo Sepulcro, con la cruz al frente y un tambor”. A partir del año 1965 y posteriores, deja de aparecer esta frase.

[8] RAMÍREZ, Federico. Linares: documentos y apuntes de tiempos antiguos (recopilación de D. Juan Sánchez Caballero y D. Félix López Gallego). Linares. Edita Diputación Provincial. 1999, p.330-331.

[9]Ramírez F. Apuntes…, o.c. p.331. El autor escribió estos apuntes alrededor del año 1890, cuando la tradición ya había desaparecido.

[10] RAMÍREZ, F. Apuntes… o.c. p.396-399.

[11] Agustín Rubín de Ceballos, religioso español, obispo e Inquisidor General de España. Durante su mandato como obispo de Jaén (1780-1793), publicó en el año 1790 un nuevo índice de libros prohibidos y promulgó un edicto en el que también prohibía la circulación de impresos que propagaran ideas de la Revolución Francesa.

[12]Ramírez, F. Apuntes… o.c. p. 396-398.

[13] Rafael Ortega y Sagrista, escritor e historiador, uno de los autores más destacados del panorama intelectual contemporáneo de Jaén. Gran exponente del costumbrismo jiennense, trabajó en la elaboración de los archivos históricos de las cofradías locales, siendo cronista en muchas de ellas. También fue asiduo colaborador en varios periódicos de ámbito local como Jaén, Ideal y el Boletín del Instituto de Estudios Giennenses, entre otros.

[14] Esta tradición fue recuperada por la Cofradía del Nazareno en el año 2009, al constituir su “centuria Romana Nazarena” con la misión de escoltar el trono de Jesús Nazareno durante la procesión y montar una guardia frente al mismo, la noche del jueves al Viernes Santo.

[15] ROSE, H. J. 1875…, o.c. p. 374.

[16] Este autor habla de “los Dolores de Nuestra Madre de la Angustias”, de la que pudo derivarse el nombre de Virgen de los Dolores.

[17] AHML. Cofradía de Ntra. Sra. de las Angustias… Leg. 2572-1, p.146.

[18] Las calles de San Juan de Dios y Chimeneas son las actuales Teniente Ochoa y Marqués, respectivamente.

[19] Instrucciones para la organización de las procesiones del Santo Entierro y Ntra. Sra. de La Soledad, años 1964-65. A.H.M.L. Leg. 1577.

[20] BLAS VEGA, José y RÍOS RUIZ, Manuel. Diccionario enciclopédico ilustrado del flamenco. Cinterco. Madrid, 1985.

[21] Según el DRAE: Cada una de las variedades tradicionales del cante flamenco.



Tradiciones de la Cofradia del Santo Entierro de Linares

PADILLA CERON, Andrés

Publicado en el año 2012 en la Revista de Folklore número 372.

Revista de Folklore

Fundación Joaquín Díaz