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Revista de Folklore número

407



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La matanza en Extremadura (estudio etno-folklórico) (II)

RODRIGUEZ PLASENCIA, José Luis

Publicado en el año 2016 en la Revista de Folklore número 407 - sumario >






< Continuación del artículo publicado en la Revista de Folklore número 404

Antes de hacer referencia a la parte festiva de la matanza extremeña, conviene volver a tiempos pretéritos, cuando en España convivían las tres religiones monoteístas, y conocer la relación de estas con el cerdo. En la Edad Media no era suficiente decir que uno era cristiano viejo, sino que había que demostrarlo. Hasta del mismo dómine Cabra —retratado por Quevedo en su Buscón— se sospechó su condición de judío o de judaizante por su afán de recortar la comida a sus pupilos, por su tacañería, pues aquel «clérigo cerbatana, largo sólo en el talle» (según lo describe Lázaro, cap. III, pág. 19) no añadía tocino a la olla, y solo lo añadió «por no sé qué que le dijeron un día de hidalguía allá fuera. Y así, tenía una caja de hierro, toda agujereada como salvadera; abríala y metía un pedazo de tocino en ella, que la llenase, y tornábala a cerrar; y metíala colgando de un cordel en la olla para que le diese algún zumo por los agujeros, y quedase para otro día el tocino. Parecióle después que en esto se gastaba mucho, y dio en sólo asomar el tocino en la olla». Lo que aclara sin menor duda la irónica afirmación de Quevedo al decir que Cabra era «largo sólo en el talle»…

A la vista de esto no es de extrañar que, como recoge Marcos Arévalo, entre las acusaciones que los vecinos de Hornachos presentaron al inquisidor en su visita de 1608, le indicaran que los moriscos no hacían matanza, que cuando lo hacían ponían el cerdo «mirando allá» (es decir, hacia La Meca), que no comían «de eso» (es decir, tocino) y que comían carne «en viernes y vigilia». Esta conducta podría explicarse recordando que la religión mahometana, contrariamente a la judía o la cristiana, permite la simulación de la apostasía en casos graves, máxime si esta era fingida, como sucedía con los musulmanes hornachegos.

En relación con lo antedicho está el término marrano que, según Covarrubias, sería de raíz hebraica, porque «algunos quieren se haya dicho marrano de la palabra caldea o siria ‘Marn arha’, que vale Dominos venit» y porque «los Moros llaman al puerco de un año marrano y pudo ser que al nuevamente convertido, por esta razón y por no comer la carne de cerdo, le llamasen marrano». Esta explicación es aceptada por varios autores, aunque otros creen que marrano proviene (como el mismo Covarrubias señala al tratar del verbo marrar, fallar) del «vocablo antiguo castellano, del cual por ventura (sin embargo de lo dicho) vino el nombre de marrano, del judío que no se convirtió llana y simplemente».

Para otros estudiosos, sin embargo, el vocablo marrano procedería del árabe muharram, cosa prohibida, expresión usada para designar, entre otras muchas cosas, al cerdo. Según puede leerse en Marrano (judeoconverso), la palabra se utilizó primero en el romance peninsular para designar a este animal (documentada desde el año 965) y de forma hiriente a los cristianos nuevos (está documentada en castellano desde comienzos del siglo xiii, seguramente porque estos conversos se abstenían de comer carne de cerdo). En 1691, por ejemplo, Francisco de Torrejoncillo en su libelo antisemita Centinela contra judíos: puesta en la torre de la iglesia de Dios con el trabajo, escribía una descripción del término:

Otro nombre que les davan antiguamente por afrenta, de más de perros ó canes, que era llamarlos marranos, como lo dize Didarus á Velazquez. Pues qué razon avria para darles este nombre, llamando a los Judíos marranos? Muchas razones dan estos graves Autores [...] Otros dizen, que los Españoles les salió este nombre, llamandoles marranos, que en Español quiere decir puercos; y asi por infamia les llamaban puercos marranos a los Christianos nuevos, y dávanles, y se les puede dar este nombre con gran propiedad, porque entre los marranos, cuando gruñe, y se quexa uno de ellos, todos los demás puercos o marranos acuden a su gruñido; y como son assi los Judíos, que al lamento del vno acuden todos, por esso les dieron título, y nombre de marranos.

Derivara de donde derivase o comenzara a utilizarse antes o después, lo cierto es que, con vistas a la comunidad, la matanza era una forma manifiesta de patentizar la condición de cristiano viejo frente a los musulmanes, judíos y judeoconversos. De ahí que, por una parte, el sacrificio y posterior chamuscado del cerdo se hiciera, por lo general, en la misma calle frente al vecindario y a cuantos transitaran por el lugar; y por otra, se degustase su carne igualmente en público, invitando a compartirla, incluso, a los transeúntes que informalmente pasaran por el lugar.

Y ahora también es momento de hacer referencia al embutido más autóctono de Extremadura, y en concreto de la provincia cacereña: la patatera, picante o dulce, mal llamada morcilla porque no lleva sangre, como sucede, por ejemplo, con la de Guadalupe. Y aunque la receta puede variar según la localidad, generalmente se compone de magro y grasa del cerdo en un 50 % y de puré de patata en otro 50 %; y como condimento, pimentón de la Vera, ajo, sal, orégano y azúcar. La ventaja de este embutido es que se puede comer recién hecho, untado en pan; de ahí que desde sus inicios no haya faltado primero en las alforjas y más tarde en las fiambreras de campesinos y pastores junto con un trozo de tocino —fresco o frito en torrezno— y queso. De todo ello degustaban los pastores trashumantes que bajaban a Extremadura durante su largo viaje desde sus tierras de origen. Las otras variedades de morcillas extremeñas como las de kiko, boferas, perejileras o panaderas son más apropiadas para el cocido.

Hace años, cuando comencé a realizar mis primeros pinitos poéticos, inspirándome en un dicho infantil que oí en mi pueblo, donde se hacía referencia a la patatera sobre el chorizo («Mama, yo pan y patatera, el chorizo para papa»), escribí estos versos, que hace poco encontré entre unos viejos papeles:

Mamá, dame pan con patatera,

que está muy tierna

y a papá dale el chorizo

para que muerda…*

(*Los puntos suspensivos se los he puesto ahora).

Antes hice referencia a la prohibición que la naciente iglesia cristiana hizo de las Lupercales romanas. Esta exclusión incluyó, como es de suponer, el consumo de morcillas, tan presentes en esas fiestas. Morcillas que, como escribió el colaborador de Hoy, Alonso de la Torre, «mil años después, habría de ser un embutido de cuyo consumo se haría ostentación pues no había mejor manera de demostrar cristianismo viejo y alejamiento de cualquier veleidad hebraica que consumir morcilla», entre otros productos derivados del cerdo.

Y es en este punto de persecución contra los judíos —añade De la Torre— cuando en la región fronteriza formada por los distritos portugueses de Braganza, Guarda, Castelo Branco y Portalegre, y los hispanos de Zamora, Salamanca y Cáceres, donde, coincidiendo con esa persecución y el descubrimiento del pimentón en Guadalupe, aparecen en el siglo xvi «unos embutidos rojos que hoy suelen contener carne de cerdo, pero que entonces llevaban pan, patata, carne de ave o carne de conejo», a los que unas veces se añadía manteca de cerdo derretida, que no se consideraba un pecado tan flagrante, y otras aceite de oliva. Y como su apariencia exterior era la de una morcilla corriente, evitaban las posibles sospechas de judaizantes. Estas morcillas, además de la extremeña patatera, reciben el nombre de alheiras y farinheiras en Portugal, farinato en Salamanca y androjas en Zamora. De la Torre añade «que no hay pruebas fehacientes de que la patatera haya sido un invento judío, pero resulta extraño que sí haya indicios de que detrás de otros embutidos esté la mano de los judíos [como sucede con la farinheira, aunque ya se hace con grasa de cerdo, y sobre todo la halheira portuguesa, esta hecha con carne de ave o de conejo, de demostrada invención judía] […] que detrás de nuestro embutido de patata y pimentón no haya habido nunca un intento de disimular un cristianismo viejo», habida cuenta de la proximidad de las tierras extremeñas con las portuguesas antes reseñadas.

En la revista cultural Ahigal, n.º 52, se hace referencia a la expresión «pase hasta la cocina» cuando alguien preguntaba en una casa si se podía pasar, ya que al ser la estancia de la casa donde se concentraban, entre otras vicisitudes, las manifestaciones religiosas, era el lugar apropiado para saber si una familia era realmente de cristianos viejos o no. Para ello era suficiente que del colgadero de ella hubiese «buenos perniles, excelentes chorizos o apetitosas longanizas». Por tanto, para evitar toda sospecha, lo más efectivo era invitar a cualquier vecino a pasar a la cocina. Así es fácil suponer que la fórmula «pase usted a la cocina servía para eliminar peregrinas sospechas de lo que [había] en la cocina y de lo que en ella» se cocía. Solución que el anónimo autor del artículo considera que pudo ser herencia de los antepasados judíos del lugar.

A finales del año 1938, corría por la comarca badajocense de Los Montes —la mal llamada Siberia Extremeña— la siguiente coplilla:

Las mujeres extremeñas

son la mar de habilidosas,

que hacen morcillas de trapo

y jabón sin tener sosa.

Con referencia a la primera parte de la letrilla, escribe Octavio González que, como en aquella época los frentes eran muy tranquilos y no se detectaba ninguna actividad bélica, la gente volvió al pueblo desde las montañas, donde se habían refugiado huyendo de los bombardeos de la guerra civil, y reanudó sus actividades agrícolas. Se recogían bellotas para el engorde de las matanzas y se iniciaba la recolección de las aceitunas.

Con la entrada del invierno y con las matanzas gordas, había de proveerse de materias imprescindibles: la tripa, el arroz, la sal, etc. Los comercios estaban cerrados, los ambulantes de Campanario ya no voceaban por las calles la venta del pimentón y de la tripa. Ya aquí vino el inventito de las morcillas de trapo. En las casas se cosían trozos de sábanas viejas con las que se pretendía suplir la tripa para las morcillas, ya que las de cerdo se reservaban para los chorizos.

Pero el invento fue un fracaso, pues una vez colgadas en los morcilleros, con el calor del fuego de la lumbre y del humo, la grasa se filtraba por el tejido y ensuciaba las cocinas y lo que quedaba, el arroz, era incomestible.

La segunda parte, la de hacer jabón sin sosa, también tiene su mérito. La sosa cáustica o hidróxido de sodio es un ingrediente químico que se utiliza para hacer jabón, tanto el industrial como el artesano. Desde antiguo en los pueblos, los posos del aceite que no eran aptos para el consumo se mezclaban con sosa y así se obtenía un jabón casero muy estimado. La falta de sosa en la zona reseñada, como en otras localidades extremeñas, se suplió con la ceniza de encina u otra madera, que contiene carbonato de sodio, consiguiendo así una saponificación parecida a la sosa cáustica industrial y, además, ecológica.

Y siguiendo con las patateras, el martes de carnaval tiene lugar la pedida de la patatera en Malpartida de Cáceres. Es una fiesta que se remonta a finales del siglo xix y radica en la costumbre que tienen los quintos y algunos jóvenes de ir pidiendo por las casas todo tipo de embutido, y especialmente patateras, para terminar comiéndoselas en las tabernas del pueblo. Y aunque hubo unos años en que la costumbre se perdió, volvió a recuperarse durante los años ochenta, concretamente a partir del año 1986.

El aire festivo que tenían las matanzas extremeñas se ponía de manifiesto en las rondas nocturnas que los jóvenes hacían por las calles del pueblo, como en Cilleros, donde los mozos salían para celebrar el evento. También eran típicas las del valle del Jerte, donde entre otras tonadillas se cantaba, por ejemplo, en El Torno:

Esta noche, vida mía,

no te rondo con guitarras,

te rondo con almireces

porque estoy de matanza.

¡Ay, que sí, que sí,

ay, que no, que no!

Si tú tienes huerto,

jardín tengo yo,

jardín tengo yo,

jardín tengo yo,

jardín tengo yo.

¡Ay, que sí, que sí,

ay, que no, que no!

Aunque en otras localidades, como Torremocha, eran los solterones quienes salían entonando cánticos locales; o rondas de menos duración que las habituales por el cansancio acumulado durante el día, caso del Puerto de Santa Cruz. Sin embargo, eran más corrientes las bromas a los vecinos. Por ejemplo, en Valdecaballeros (BA), los mozos salían con platos de gachas e iban untando el pomo de los postigos para que, cuando alguien lo asiera, creyera que estaba untado con otra cosa peor. En otras localidades, los mozos que iban de ronda llevaban la pringue arrebañada de las artesas donde se habían hecho las morcillas y chorizos para untar a sus novias y a todo aquel que se les ponía por delante. Y, en cuanto al vecindario, solían esperar a que las mujeres salieran de casa para untarlas. En cambio, en otros pueblos como Monroy, lo más habitual era robar el gallo de quien mataba o de alguno de los asistentes para luego comerlo en la taberna. En la comarca de Las Hurdes —según Félix Barroso— se hacían los pajarínuh, que eran como pellas pequeñas que los mozos arrancaban de la masa del mondongo para procurar untar la cara a las mozas asistentes a las matanzas. Estas escapaban corriendo, pero cuando los jóvenes las alcanzaban les dejaban la cara empimentonada y llena de pequeñas briznas de carne.

A este tenor, también eran corrientes las bromas entre los asistentes a la matanza. Así, en Monroy, de madrugada se acostumbraba a sacar la botella de aguardiente con perrunillas. Pero a veces el licor era sustituido por agua salada y así iba pasando de unos a otros, porque el primero que picaba no rechistaba para que siguiera la broma. También se acostumbra a esconder prendas u objetos de alguno de los asistentes. En Alcántara, las bromas eran generales para todo el mundo. A las mozas, cuando más descuidadas estaban les untaban la cara con pringue, con el puche, los residuos que quedaban en las artesas después de llenar las tripas de morcilla o chorizo. Tampoco los hombres y jóvenes se libraban de ser untados por las mujeres de su confianza, que corrían detrás de ellos hasta pringarles. Pero era a las mujeres mayores, sobre todo, porque se creían a salvo de tales bromas, a quienes más se untaba y por lo general eran las primeras en recibirlas, aunque según me comunicó Juana Santano, una de sus informantes le dijo que se untaba ella misma la cara para que nadie se atreviera a untársela. También a las novatas, las que por primera vez iban de matanza, las llevaban al río a lavar las tripas y las veteranas esperaban su reacción cuando al darle la vuelta a la tripa salían las lombrices y los gusanos… Casi todas solían vomitar para regocijo de las veteranas.

Por lo general no era frecuente untar con pringue a los niños, a no ser que, como los críos metían las narices por doquier, le dieran un refregón con la sangre, el adobo o con lo que tuviera a mano el que fuera. En Valdecaballeros, a los niños que se acercaban mucho para ver cómo se deshacía el guarro, el que deshacía le daba con el dedo sucio en la cara cuando el chico estaba descuidado. En otros pueblos se les untaba con sangre o con el guiso de los chorizos para hacer ver al pueblo que se estaba de matanza y que aquella familia era pudiente. En Valverde del Fresno, a los pequeños de la casa se les llenaba con la carne de los chorizos los pequeños trozos de tripa sobrantes. Y según me cuenta Rosa Piñero, cuando a su hija (que tenía dos años) le dieron el chorizo, «se puso tan contenta que empezó a comerlo sin esperar a que se curase». En Alcántara, a los más jóvenes se les inflaban algunas tripas para que ellos jugaran como si fuera un globo, pero lo habitual era darles un trozo de tripa para que hicieran zambombas con un puchero viejo o una lata de conservas, como en Reina. En Alcántara, a los niños más pequeños también se les hacía una morcillina para que, de esa manera, ellos jugaran a la matanza. «De esa forma lúdica y divertida —me dice Juana Santano— los niños iban adquiriendo todos los acontecimientos y dominio del ritual matancero».

Y siguiendo con los niños, era costumbre en la mayor parte de los pueblos extremeños que ese día no fueran a la escuela, «porque estoy de matanza», decían. En Esparragalejo, las madres disfrazaban a sus hijas de mujeres y les ponían flores en el pelo y de esta guisa iban a visitar a la maestra. Aunque no en todos se respetaba esa tradición matancera, como por ejemplo en Garrovillas. Por lo general, a los más pequeños les hacían un columpio[1] para que no anduviesen estorbando las faenas propias de cada momento. En Trujillo (CC) decían: «Los niños y los perros, a la puerta del chozo».

En Reina —según informa Antonio Gálvez—, el hijo del dueño solía estar acompañado por sus primos y amigos y desde «punta mañana» andaban entre la gente participando de todo para que se fueran acostumbrando a los menesteres propios del evento: de las migas del desayuno, del sacrificio del animal y, sobre todo, de mantener encendida una candela para que los mayores prendieran las abulagas o aulagas que se empleaban en el chamuscado. Igualmente, estaban pendientes del matarife mientras abría al animal y a veces recibían como premio el rabo, que asaban en el rescoldo y comían más tarde. Esta costumbre —la de dar el rabo— estaba muy extendida por la mayoría de los pueblos extremeños, que se complementaba en otros, caso de Monroy, con la pajarilla o bazo, que los muchachos comían acompañado de un refresco hecho con agua azucarada y limón. En otros, después del chamuscado, cuando ponían al cerdo bocarriba sobre la mesa para abrirlo, se permitía que los muchachos se disputaran arrancarle a bocados las tetillas. Se consideraba campeón a aquel que más consiguiese arrancar. En Reina, además, acompañaban a las mujeres a la fuente a lavar las tripas y esperaban anhelantes a que les dieran la vejiga, que utilizaban para aporrear a cuantos se cruzaban en su camino; otras veces la llenaban de manteca o la utilizaban para hacerse una zambomba navideña.

Por la noche acudían más muchachos a la cena y antes o después de ella, en pandilla, iban a pegarla por las casas. Estas pegas consistían en llamar a una y decir, por ejemplo:

–¡Fulanita! (aquí, el nombre de la vecina).

–¿Quién es?

–¡Que te cuelgues el candil en el lombrigo [ombligo] y verás adónde te llega el pábilo!

Y a correr a empujones y trompicones para que les echaran agua por encima.

Otra pega:

–¡Fulanita!

–¿Quién es?

–¡Que sí, que no, que pongas a tu marido en el topetón![2]

Otra:

–Señora, que dice mi madre…

–¿Qué dice tu madre?

–¡Que si tiene una hebrita de hilo verde pa coserle el culo a la liebre!

Y a correr…

Había otras más picantes o insultantes, sobre todo cuando en la pandilla había algún muchacho mayor.

Tampoco faltaba en ciertas localidades del norte cacereño el arrojar latas llenas de piedras y ceniza en los zaguanes de las casas, provocando con el estruendo el consiguiente susto entre los moradores de las casas.

En La Codosera existía la costumbre conocida como echar los sabañones. El día de la matanza se daba a los muchachos las carrilleras y otras partes menores del cerdo para que salieran al campo a comérselas asadas. Cuando al atardecer regresaban al pueblo, su diversión consistía en llamar a los domicilios de aquellas familias que no eran de su agrado para que les abrieran la puerta, llegando a darse el caso de romper alguna ventana si nadie les abría. Una vez conseguido su objetivo, arrojaban dentro de la casa los restos de su festín, a la vez que gritaban alborozados: «¡Ahí van los sabañones!». O:

Sabañones tengo, aquí te los dejo,

sabañones son, y me voy con Dios.

Como es de suponer, seguidamente la pandilla salía de estampida, ante el general enojo de los embromados.

Otras bromas pesadas eran los zajumerios (sahumerios), sumerios en Mérida, jinás en Torrejoncillo y enyinás en Cilleros, propias del carnaval. En una lata se metían trapos viejos, cagajones de burro, guindillas picantes y se le prendía fuego. Cuando la humareda estaba en todo su apogeo, se tiraba al zaguán de la casa elegida, especialmente donde moraban las vecinas más protestonas y… a correr.

La mezcla de estos sahumerios era variada: goma de alpargatas, que desprendían mucho humo y olían muy mal; recortes de los casos de las caballerías que quedaban alrededor del banco del herrador o cualquier otro cuerpo que ardiera y desprendiese olores fétidos (cuanto más, mejor). En la zona de Las Hurdes y Santibáñez el Bajo, las enyinás o zajumerios contenían pelos de viejas y bolas picantes. En Albalá y Serradilla, eran una mezcla de pajuelas, pimienta, sal y azufre, que colgaban encendidas en lugares ocultos. También era costumbre en la zona de Cáceres —escribe Félix Barroso— que cuando se terminaba de llenar se hiciera «una morcilla con las rebañaduras de las artesas y agua, las cuales eran arrojadas en los zaguanes de los vecinos más quisquillosos con el fin de que se reventaran y ensuciasen el mismo. Cuando protestaban, se les hacía la promesa de limpiarlo ‘mañana’, al tiempo que se le cantaba alguna ‘revolea’ de letra punzante». La ‘revolea’ —continúa Barroso Gutiérrez— era un canto utilizado solamente con ocasión de la matanza, cuya finalidad era «acabar de enterar al vecindario del acontecimiento para que no pasase desapercibido a ninguno». Se trataba, pues, de una manifestación folklórica callejera, donde los niños y las mozas de la matanza mostraban su alegría acompañándose de tapaderas de latón, cencerros y otros ruidosos instrumentos diversos, donde cabría señalarse algún tipo de ritual destinado a ahuyentar a los seres maléficos, evitando así que estropeasen la carne y la chacina.

Las revoleas podían ser de temas intrascendentes, como estas que recogió la Cofradía Extremeña de Gastronomía:

Si esta calle fuese mía

yo la mandaría empedrar

con naranjas y limones

y en cada puerta un rosal.

En esta callecita

lo tengo todo:

tengo suegra y cuñada

y el bien que adoro.

Por esta calle me voy,

por la otra doy la vuelta

por donde quiera que paso

tengo las puertas abiertas.

O zahirientes y malintencionadas:

Es mi amante carrero

con cinco mulas,

tres y dos son del amo,

las otras son suyas.

En esta callecita

huele a borrego,

alguna zurripuerca

lo está comiendo.

En esta calle vivía,

ya no sé si vivirá,

la que lava los pañales

en el agua de fregar.

Y a cada estrofa, seguía el inalterable estribillo:

¡Ay, madre! La cazuela

el aire cómo la revolea.

Igualmente, era costumbre gastar bromas a los solteros/solterones y solteras/solteronas. Si había solteros y solteras maduritos, se les picaba para que intentaran entablar relaciones. Por lo general, tanto el uno como la otra solían ponerse colorados y bajar la cabeza de vergüenza, aunque también los había descarados que no se amilanaban y contratacaban pinchando a quienes los embromaban. Incluso les hacían alusiones picantes sobre la vida matrimonial que ruborizaban a las más jóvenes. Y si algún hombre se quedaba solo entre muchas mujeres, no lo dejaban en paz, pues se convertía en el blanco de todas las bromas. Especialmente si era soltero…

No faltaban tampoco los chascarrillos, las anécdotas de otras matanzas, los cuentos, las leyendas —algunas de miedo— o los chismes que corrían por el propio pueblo o por las aldeas vecinas. Eran tertulias animadas entre trago y trago o entre los pequeños descansos en las faenas donde la mayor parte de las veces salía el donaire y el gracejo de los presentes.

En La Codosera, por la noche, antiguamente, las personas que intervenían en la matanza se reunían alrededor de la lumbre y entonaban cantigas, canciones rayanas, propias de esta localidad fronteriza —rayana— con Portugal, en las que solían intervenir parejas de viejos o de jóvenes y a través de ellas expresaban su estado de ánimo, sus sentimientos, declaraciones de amor, odio, etc. hacia una persona o personas determinadas. Según me informa M.ª Isabel Mero, directora de la Universidad Popular, estas cantigas eran de origen galaico-portugués y me envía algunas, recogidas por María Miranda Piris, aunque me comenta M.ª Isabel que estas cantigas «en su expresión —del idioma de la raya— conciben sentido», sentido que se pierde fuera de su contorno originario. De todos modos, he aquí una muestra:

Cantigas en castellano

Cantiga 1

El tintero hace moho,

la pena una nostalgia,

mi corazón se oscurece

al ver tanta falsedad.

En el libro de la lealtad

di vueltas a todas las hojas,

amor que tanto me querías

y ahora ni para mí miras.

Ahora ni para mí miras,

yo así haré también,

mientras hay dos hay donde elegir;

quiera Dios que atines bien.

Cantiga 2

¡Oh, qué hermosas candadoras!,

más que habla tan saludable,

merecían una silla

a los pies de la Virgen María.

No me estés alabando,

esto para mí es peloteo,

yo bien sé que canto mal,

es una vaga imitación.

Cantiga 3

Ahora mismo observé

que los dedos no son iguales,

mi pareja es de los más lindos

no despreciando los demás.

Cantigas en portugués

Cantiga 4

Meu amore já me deu

palabra de casamento,

sao palabras dadas a porta,

sao voces levas o vento.

Cantiga 5

Choiva agua, choiva agua,

choiva agua, chiva trigo,

na tierra do meu sogro

pro filho casar con migo.

Cantiga 6

A mina sogra dis que tem

una prenda para me dare,

si ela nao me der o filho

a prenda pode arrecadare.

Cantiga 7

Entre pedras e pedrinhas

nacen cravos cardinais

nao seis qué sina é a mina,

que dada vez te quero mais.

Cantiga 8

Desfolhei un malmequeres

a ver si me querías bem,

todas me deciam que nao,

nao tens amizade a ninguem.

Cantiga 9

Quem ama para dar provas

debe três causas cumplir:

tocar violao, fazer trovas,

havendo luar nao dormir.

Tampoco los muchachos se libraban de ser objeto de ciertas bromas. Por ejemplo, según recoge la Cofradía Extremeña de Gastronomía, en algunos lugares, a los adolescentes más cándidos se les mandaba a la farmacia a buscar un kilo de cuernos de boticario, con lo que se exponía a la regañina del farmacéutico o del mancebo. Otras veces se les mandaba a casa de un familiar —previamente avisado— a buscar el molde, y este tenía preparado al infeliz un costal lleno de piedras, que cargaba al hombro, provocando al llegar las carcajadas consiguientes entre los asistentes a la matanza. Así, en Las Hurdes —me comenta Félix Barroso—, la broma recibía el nombre de moldi de loh gruñuéluh —molde de los buñuelos—. Consistía en enviar a los muchachos a tal o cual casa del pueblo, a fin de pedir ese supuesto artefacto. Estaba ya previamente de acuerdo alguna persona mayor asistente a la matanza con algún otro vecino que vivía a la otra punta del pueblo. Cuando este recibía al muchacho, ya le tenía preparado un saco lleno de trastos viejos y pesados, bien atado por el pezón. El muchacho, con gran esfuerzo, se lo cargaba a las espaldas y sudaba la gota gorda hasta llegar a la casa donde se celebraba la matanza. Luego, se desataba el saco y se vaciaba. La gente, al ver que solo venían trastos viejos y pesados, reventaba de risa y decía que el vecino se había equivocado y que le tocaba a otro muchacho llevar el saco de vuelta, con todos los trastos. Y, así, hasta que los sufridores se percataban de que todo era una broma. Con el moldi de los farinátuh o jarinátuh pasaba lo mismo. Los farinatos son unos embutidos que se realizan con gorduras del cerdo y pan asentado. En realidad, tales moldes no existían.

En general, además del columpio, y si hacía buen tiempo, los muchachos se entretenían en la calle con toda clase de juegos, la mayoría de las veces improvisados. Por ejemplo, en Hinojal —según me informa Fidel Durán—, las niñas jugaban con el garguero del cerdo. Una vez limpio, lo ataban en uno de sus extremos y soplaban por el otro. Luego dejaban salir el aire, que hacía un ruido parecido al que hacen los globos cuando se desinflan. También se solía recurrir a los juegos clásicos: las canicas, el burro, el aro, la rayuela, la comba, el clavo, la calva (Galisteo)…

Otro juego ocasional era el del resbaladero, que recibía distintos nombres según las localidades: rebaliza, resbaladera, revalaera, refalaera… Para ello, se elegía un desnivel del terreno en plano inclinado que estuviera próximo a la vivienda donde tenía lugar la matanza y los chicos iban deslizándose por él como si de un tobogán se tratase usando los zapatos o zapatillas como deslizadores, aprovechando que en ese tiempo el terreno solía estar embarrado o húmedo. Se trataba de guardar el equilibrio, sin bien no todas las veces se conseguía, de ahí que la mayor parte de las ocasiones fueran los pantalones quienes suplieran la labor del calzado…

Y volviendo al tema del columpio, era muy común que los niños, especialmente los mayores, una vez subidos en él, retrasaran lo más posible el momento de pasar a otro el sitio. Para dirimir estas infantiles discordias, los más pequeños solían recurrir a los mayores, aunque en algunos pueblos acostumbraban a utilizar como cronómetro dirimente de tal cuestión retahílas poéticas o determinadas canciones monorrítmicas, acompasadas al rítmico movimiento del columpio para que, una vez concluida la tonada, el que estaba subido en él dejase el puesto a otro.

Una decía:

En la calle del Turco mataron a Prim

sentadito en su coche con la Guardia Civil.

Al llegar la noticia al hijo mayor:

¿Quién ha sido el cobarde?

¿Quién ha sido el traidor que a mi padre mató?

Otra:

–¿De dónde viene el ganso?

–De la tierra del garbanzo.

–¿Qué trae en el pico?

–Un barbárico.

–¿Quién lo peló?

–El agua que cayó.

–¿Dónde está el agua?

–La gallinita se la bebió.

–¿Dónde está la gallinita?

–Poniendo el huevo en su casita.

–¿Dónde están los huevos?

–Los frailes se los comieron.

–¿Dónde están los frailes?

–Diciendo una misa a la Virgen del Carmen.

Y otra:

–¡Recorcho, recoña!

–¿Quién ha visto una vieja bailar?

–A la chica, a la grande,

a la de mi lugar.

Estribillo

–Vino Vicentín a peín,

vino Vicentón a peón,

vino María la fea.

¡Apea!

Y una cuarta:

A la una, anda la mula,

a las dos, el reloj,

a las tres, el marqués,

a las cuatro, un buen salto,

a las cinco, un buen brinco

a las seis, cachi, cachi, el almirez,

a las siete, carapuchete,

a las ocho, pan y bizcocho,

a las nueve, coge la burra y bebe,

a las diez, la vuelve a traer,

a las once, llama el conde,

a las doce, les responde:

Tran, tran,

¿Quién es?

La perra sanaguanguina

que estaba royendo un hueso

de puro tieso que estaba

le daba con la manina,

pin, pon,

correr tras de mí

correr tras de mí.

¡A escurrir, a escurrir el aceite!

Y con el «a escurrir el aceite», que se prolongaba mientras el columpio seguía balanceándose, se daba paso a otro chico.

Tampoco deben olvidarse los apodos que surgieron en torno a los oficios relacionados con la matanza, apodos que incluso hoy día siguen conservando sus familiares: Manuel Matanza, Ti Ambrosio el Matachín, Miguel el Chicha y tío Juan el Matarifi, que era ayudado por su hijo Eduardo el Pinchi, Floro Morcillica, entre los matarifes o carniceros[3]; María Mondonguera, por las excelentes mondongas que hacía; ti Juana la Choricera, especialista en hacer buenos chorizos; la señá Clotilde Cachuelera, que hacía unas excelentes sopas de cachuela; ti Luisa la Tripera, porque iba vendiendo tripas por los pueblos montada en una burra vieja, con su marido, Manuel el Tripero; Félix el Especiero, encargado de dispensar cuantas especias eran imprescindibles para la elaboración de los embutidos: comino, orégano… Y entre los cuidadores de cerdos: Emilio el Guarrero, Feliciano el Porquero, Felipe el de la porcá…

Y fuera ya de contexto, no debe olvidarse a Manuel Godoy, natural de Badajoz, que era apodado el Choricero, mote que hacía referencia a la provincia natal del favorito, pues Extremadura se consideraba el centro de la ganadería porcina española en aquellos años.

También la matanza extremeña ha aportado ciertos refranes a la paremiología nacional. He aquí algunos:

* «Gorrino que en la mesa chilla, ya está oliendo a morcilla». Cuando se está procediendo a degollarlo.

* «Por la Navidad, ten ya tu puerco en sal». Alude a los tocinos del cerdo, que se meten en sal para conservarlo; o lo que es lo mismo, que por esa fecha debe estar ya hecha la matanza.

* «Mata tu puerco en invierno si quieres conservarlo bueno». El invierno y los fríos son los más apropiados para curar los productos del cerdo.

* «Si tengo vino, aceite y manteca, tengo la botica cerca». Hace referencia a lo saludable que son esas tres cosas.

* «Si quieres pasar un buen año, mata un marrano». Por los alimentos que se obtienen de ese animal.

* «Desde la cabeza hasta el rabo, todo es bueno en el marrano». Los derivados del cerdo son apreciados por todos.

* «Del cerdo me gusta hasta los andares». Igual que el anterior.

* «Más judíos hicieron cristianos el tocino y el jamón que la Santa Inquisición». Alude a lo estimados y buscados que son los productos del cerdo.

* «Chorizo, jamón y lomo, de todo como». Por lo gustosos que son.

* «Cuando no tengo lomo, chorizo como». Porque todo lo del cerdo es apetecible.

* «Al fraile y al cochino, no les enseñes el camino». Porque se acostumbran enseguida a lo bueno.

* «Eres más presumío que un gato en una matanza». Hace referencia a quienes alardean y presumen cuando se ven aliviados momentáneamente de sus estrecheces por un golpe inesperado de la fortuna.

* «Ron, ron, ron… con esta canción, traga el comilón». Alude al ruido que hace el animal cuando come.

* «Cuando el cerdo está cebado le dice al amo: o me matas o te mato». Porque una vez que el cerdo está en su momento para ser sacrificado, alargar indefinidamente su muerte supone unos gastos innecesarios al dueño.

* «Cuando te den la cochinita, tira de la soguita». Recomienda ser diligente en aprovechar cualquier ocasión beneficiosa cuando se presente.

O como decía aquel: «Ya puede nevar: tengo puerco muerto, leña en el corral y vino en el bodegón; qué más quiero, Señor».

Y, así, como todo un vocabulario específico relacionado con la tradición matancera. He aquí algunos, aparte los que hayan podido mencionarse a lo largo del texto, recogidos por Viudas Camarasa y Murga Bohígas:

– Adobo (Tierra de Barros). Masa de chorizo o morcilla.

– Agutilomo (Torrejoncillo). El embutido más grueso del cerdo.

– Ajeno (Villanueva del Fresno). Cerdo y, por extensión, todo animal intruso en la piara.

– Albardilla (Zorita). Bazo del cerdo.

– Alma (Badajoz, Mérida). Tocino de cerdo que solo comprende una franja desde el cuello a la parte posterior del vientre. En otras localidades, esternón del cerdo o de otro animal.

– Apellaízo (Oliva de la Frontera). Referido al cerdo, es el animal que se une a la piara y es tolerado con el tiempo, pero sin formar parte de ella.

– Armilla (Aceituna). Páncreas del cerdo.

– Arrocera (Santiago de Alcántara). Morcilla hecha con arroz.

– Artesuela. Artesa pequeña donde se llevaban las tripas al arroyo para lavarlas.

– Asaúra. Hígado.

– Bacoro (San Benito de la Contienda). Cerdo.

– Bacuriño (Olivenza). Cerdo pequeño.

– Bacharola (Badajoz). Desperdicios vegetales con que se engordan los cerdos en las huertas.

– Banca (Oliva de la Frontera). Banco rudimentario donde se pone el cerdo para matarlo y donde se menudeaba antiguamente la carne para los chorizos.

– Bara (Trujillo). Piara de cerdos.

– Barangola (Villanueva del Fresno). Conjunto de cerdos pequeños que van detrás de los gordos en la matanza.

– Barbilla (Oliva de la Frontera). Preferentemente, lechón atrasado, no desarrollado por completo.

– Barrañón. Comedero de madera donde comen o beben los cerdos y otros animales.

– Barreaero (Trujillo). Charco donde se revuelcan los cerdos.

– Barrearse (Mérida). Revolcarse los cerdos.

– Barrigá (Cilleros, Mérida y otros lugares). Zona del tocino correspondiente a la parte baja del vientre del cerdo.

– Batuco (Zorita). Pocilga.

– Berbajo (Cilleros). Comida para los cerdos hecha con desperdicios, harina y salvado. En la Siberia Extremeña, mezcla de orujo y salvado que se daba como alimento a los cerdos.

– Bobo (Arroyo de la Luz, Malpartida de Cáceres). Buche del cerdo que se come tradicionalmente guarnecido con berzas o coles el día de las Candelas.

– Buche (Valencia de Alcántara). Estómago del cerdo relleno de fragmentos escogidos del animal recién matado, que suelen ser trozos de costillas, magro, lomo, oreja, rabo…, condimentado con ajo, pimentón, etc. Este buche, cocido con coles, deja un caldo fuerte y encarnado, sabrosísimo, con el que se hace un arroz colorao que se sirve casi seco. En Valencia de Alcántara es típico comer el buche el domingo de carnaval o domingo gordo (Antonio Murga Bohígas). Y en Arroyo de la Luz se come el día de las Candelas y el domingo gordo de carnaval con las coles.

– Bofeña (Mérida). Morcilla hecha con el bofe del cerdo.

– Bofera (Cilleros, Malpartida de Cáceres, Zarza de Montánchez y otras localidades). Morcilla hecha con sangre, bofe, tocino, pimentón y ajo.

– Bondejo (Zorita). Menudo del cerdo.

– Botiquillo (Hervás). Pocilga o cuchitril que antiguamente había en las casas, bajo las escaleras, para guardar a los cerdos.

– Buche (Alburquerque, Alcántara, Badajoz). Embutido hecho de huesos no limpios de carne. Con ellos se rellena el esófago del cerdo y se aliña con sal, ajo, aceite de oliva y pimentón.

– Caballeras. Nombre que en Pescueza recibe la forma de columpiarse los niños en las matanzas.

– Cacholada. Es uno de los pocos platos extremeños hechos con base de cerdo que lleva huevo. Para su confección se usa concretamente el estómago, el hígado y la manteca del cerdo junto con chorizo y huevos.

– Cachuela. Es un producto típico de Extremadura, especialmente en la provincia de Badajoz. Consiste en hígado de cerdo frito en manteca del mismo animal con ajo, cebolla, pimentón y otras especias, machacado y cocido al final. Recuerda en su aspecto a la manteca colorá andaluza. Se consume untado en las tostadas, como un paté. También se conoce como caldillo. En numerosas localidades de la comunidad es típica la sopa de cachuela, hecha con el hígado del animal. El hígado forma parte de la sopa de cachuela, típica de varios pueblos de la comunidad.

– Calapacho (Acehúche). Cuenco de corcho donde se lavan las tripas del cerdo en la matanza.

– Calavera (Conquista de la Sierra). Morcilla hecha con calabaza.

– Caldillo (Arroyo de San Serván, Salvaleón). Guiso de la matanza hecho con hígado, bofe, perejil, clavo y sal.

– Caldiyo (Badajoz). Guiso que se hace en las matanzas con agua, sangre y algunas vísceras del cerdo. También, guiso hecho con bofe, hígado, sangre, etc. del cerdo, y todo ello condimentado con ajos, pimentón, pimienta...

– Calesa (Mérida). Gusano que cría el jamón.

– Candonga (Mérida). Embutido a base de vísceras.

– Canizo (Santiago de Alcántara). Palos colgados del techo para curar la chacina.

– Caraca (Madroñera). Morcilla.

– Caraco (Badajoz). Estómago de los cochinos.

– Carquesa (Zarza la Mayor). Planta semejante a la retama que se utiliza en el chamuscado del cerdo.

– Carrillá (Tierra de Barros). Carne de la cara del cerdo.

– Casamiento (Mérida). Operación de trabar las cuerdas de los chorizos a fin de que se puedan colgar.

– Cascabuyo (Valencia de Alcántara). Parte de la pezuña del cerdo que se tira.

– Cebollera (Santiago de Alcántara). Morcilla hecha con cebolla.

– Cecina (Malpartida de Plasencia). Embutido de la matanza.

– Chacinero (Tierra de Barros). Dependencia donde se cuelga y cura la chacina.

– Chachabinas (Cañaveral). Huesos de la mandíbula del cerdo.

– Chamusca (Arroyo de la Luz, Cilleros, Badajoz, Mérida). Escobas u hojas secas que se destinan a chamuscar el cerdo en la matanza.

– Chanfaina (Arroyo de San Serván). Guiso de la matanza hecho con hígado, bofe, perejil, clavo y sal.

– Charanga (Conquista de la Sierra, Garrovillas, Madroñera). Morcilla hecha con verdura.

– Chicorzo (Las Hurdes). Pocilga.

– Chirichofa (Valencia de Alcántara). Chorizo, jamón, etc. En Alburquerque, fritura de carne, jamón, chorizo, lomo, etc.

– Chirichufla (Guareña). Chirichofa.

– Chorizá (Montehermoso). Chorizos y morcillas que se han hecho en una matanza.

– Cochinera (Cilleros, Moraleja, Torrejoncillo). Pocilga.

– Cochiquera (Cáceres). Pocilga.

– Cocinajo (Las Hurdes). Patatas, cebada y salvado cocido para alimentar a los cerdos.

– Colgaero (Mérida). La junta de dos chorizos atados.

– Comeero (Tierra de Barros). Comedero para los cerdos.

– Cominera (Santiago de Alcántara). Morcilla hecha con comino, manteca de cerdo, pimentón, ajo, sal, etc.

– Concejo (Torrequemada). Rebaño de cerdos.

– Condío (Plasencia). Morcilla. En Brozas, Sierra de Fuentes y La Siberia, tocino, morcilla y otro tipo de embutidos que se echan al cocido.

– Conducho. Residuos de la matanza del cerdo, grasa, trocitos de chorizo que se utilizan para untar las tostadas de pan.

– Corgaeru (La Codosera). Conjunto de vísceras del cerdo.

– Cornata (Las Hurdes). Pequeño embudo que se usa para hacer la chacina, embutiendo por ella en la tripa la masa del mondongo.

– Corquiña (Las Hurdes). Embutido para hacer la chacina.

– Corte. Se refiere a la sangre que mana de la herida del cerdo durante el sacrificio y que se remueve constantemente para que no se coagule mientras se enfría.

– Cortejá (Las Hurdes). Pocilga.

– Cortella (San Martín de Trevejo). Lugar donde se guardan los cerdos.

– Cotubillo (Arroyo de San Serván, Malpartida de Plasencia y otros pueblos). Articulación de la pata del cerdo, que va desde el codo a la muñeca.

– Crestón (Oliva de la Frontera). Verraco, cerdo padre que se echa a las puercas para la procreación.

– Cucharilla (Torreorgaz). Bazo del cerdo.

– Cúcharro (Mérida). Dornajo para uno o dos cerdos.

– Cuchillo de vuelta (Malpartida de Cáceres). Cuchillo usado para separar el tocino de la carne magra en la matanza.

– Cuchillo matachín (Malpartida de Cáceres, Zorita). Cuchillo usado por el matarife para degollar el cerdo.

– Cuchillo picador (Malpartida de Cáceres). Cuchillo usado para trocear la carne en la matanza.

– Curadero (Montehermoso). Palos que penden del techo en sentido horizontal donde se cuelga la chacina.

– Destajarlo. Referido al cerdo, despedazarlo.

– Embutidora (Mérida). Aparato para llenar las tripas con la mezcla del embutido.

– Endoque (Malpartida de Cáceres, Sierra de Gata). Máquina pare embutir chorizos y morcillas.

– Enfusar (Las Hurdes). Embuchar, embutir en la tripa la cerda del cerdo después de adobada.

– Farinato (Las Hurdes). Morcilla hecha con pan o harina.

– Fariñera (Santiago de Alcántara). Morcilla hecha con harina de trigo y grasa del cerdo.

– Farropo (Alburquerque, San Vicente de Alcántara). Cerdo.

– Freje (Montehermoso). Nombre que recibe una sopa hecha con sangre en las matanzas.

– Gamellón (Cilleros). Especie de pila o artesa de madera donde se echaba de comer a los cerdos.

– Garrapín, garrapino (Las Hurdes). Cerdo de seis o siete meses.

– Guarrapinu (Coria). Cerdito.

– Guarrapo (Aceituna, Guijo de Granadilla, Las Hurdes, Zorita). Cerdo.

– Guarrapu (Ahigal). Cerdo.

– Guerguero (Zorita). Esófago del cerdo.

– Guisque (Aceuchal, La Siberia). Palo con una pequeña horquilla que se emplea para colgar y descolgar la chacina del colgadero.

– Gurrar (Las Hurdes). Gruñir los cerdos.

– Guto (El Torno). Chorizo que se hace con la carne de la cabeza del cerdo.

– Jacinero (Arroyo de San Serván). Sitio del sobrado donde se cuelga la chacina.

– Jaramugo (Mérida). Hojarasca con la que se chamusca la piel del cerdo.

– Jarinato (Las Hurdes). Morcilla hecha con pan o harina.

– Jaronda (Olivenza). Cerda.

– Jerre, jerre (Arroyo de San Serván). Voz para llamar a los cerdos.

– Jeto (Aceuchal). Piel que cubre la cabeza y el hocico del cerdo.

– Lanchillas (Zorita). Elementos que rodean el corazón del cerdo.

– Landrillas (Pescueza, Torreorgaz, Trujillo). Mollejas del cerdo.

– Lichón (Las Hurdes). Lechón, cerdo.

– Llena (Arroyo de San Serván). Segundo día de la matanza del cerdo.

– Lustre (Mérida). Se dice de la morcilla hecha a base de sangre.

– Machaca (Alburquerque). Hacha que se utiliza en las matanzas para partir los huesos.

– Magra (La Siberia). Jamón; carne curada de la pierna del cerdo.

– Malditos (Alía). Chorizos hechos con el intestino grueso del cerdo.

– Mameya (Oliva de la Frontera). Apéndice cutáneo que en forma de pezón o tetilla alargada presenta entre la región submaxilar y la garganta casi siempre cabras y cerdos y que sirve como característica zootécnica en ciertas especies de animales.

– Marceño (Mérida). Cerdo nacido en el mes de marzo.

– Marío (Alburquerque). Bollo de chicharrón aplastado.

– Marrana (Cilleros, Las Hurdes). Tocino fresco.

– Marranar (Las Hurdes). Matar el cerdo para venderlo en fresco.

– Marranás (Arroyo de la Luz). Despojos o asaduras del cerdo.

– Marranchona (Villanueva del Fresno). Cochina de un año que no ha parido todavía.

– Marrano. Cerdo que ha dejado de mamar.

– Matancero (Arroyo de la Luz). Dícese del cerdo ya cebado.

– Matancia (Coria). Matanza del cerdo.

– Matanchín (Arroyo de San Serván, Malpartida de Cáceres, Zorita). Matarife. Cuchillo usado por el matarife para degollar al cerdo en la matanza.

– Matarí (Mérida). Matarife.

– Matochos. Escobas que se usaban para limpiar los cerdos después de chamuscados.

– Matojo (La Cumbre). Escoba para chamuscar los cerdos.

– Matona (Montehermoso). Mesa grande de madera de encina sobre la cual se mataba el cerdo.

– Mecío (Las Hurdes). Comida para los cerdos.

– Melondrongo (Zorita). Tocino añejo del cerdo.

– Migaja (Pescueza). Torrezno.

– Molondrosco (Las Orellanas). Picadillo de chorizo, morcilla, etc. aliñado y dispuesto para ser embutido.

– Mondonga (Santiago de Alcántara). Morcilla hecha con los vientres de reses menores mezclados con el sebo grasiento del cerdo.

– Mondongo (Montehermoso). Carne picada. En Mérida, morcilla hecha con sangre y tocino de cerdo.

– Mondongueras (Arroyo de San Serván). Tripas anchas del cerdo.

– Moraga (Campanario, Madroñera). Trozo de carne que sirve de prueba en las matanzas.

– Morcilleras (Arroyo de San Serván). Tripas estrechas del cerdo.

– Morocón (Mérida). Morcón.

– Morquerón (Albalá). Morcón. En Arroyomolinos de Montánchez, embutido hecho con las costillas del cerdo.

– Morterón (Cáceres, Badajoz). Clase de embutido del cerdo.

– Muchacho (Zorita). Estómago del cerdo.

– Noque (Albalá). Embutidora.

– Pala herreña (Zorita). Pasa usada en la matanza.

– Paleta (Mérida y otros lugares de Extremadura). Jamón delantero del cerdo.

– Payo (Alcántara). Vejiga del cerdo, que se rellenaba igual que el buche. En Malpartida de Cáceres, estómago del cerdo.

– Pestorejo (Arroyo de San Serván). Tocino fresco de escaso grosor. En Mérida y otras localidades, tocino de toda la cara y cabeza del cerdo.

– Pelaílla (Mérida). Cerdo pequeño. En Badajoz, pelaiya.

– Pernejón (Pescueza). Codillo del cerdo.

– Perrengue (Santiago de Alcántara). Chorizo hecho con carne de vaca o cabra.

– Pigpierno (Arroyo de la Luz). Cotubillo, codos de las patas del cerdo.

– Pipierno (Alcuéscar, Almoharín, Montánchez y Serradilla). Pata o pezuña del cerdo.

– Pique (Mérida). Alfiler de mango largo que se emplea para pinchar el embutido a fin de que salga el aire por los orificios.

– Piro (Fuentes y Segura de León). Cerdo pequeño desde que nace hasta los cuatro o cinco meses, pelaílla.

– Pitarrero (Badajoz). El que trafica con cerdos al menudeo en ferias.

– Porcá (Guijo de Coria). Piara de cerdos.

– Porquero (Las Hurdes). Intestino ciego del cerdo. En Sierra de Gata, hombre que cuida de la porcá.

– Presa (Tierra de Barros). Tocino, morcilla, chorizo, etc. con que se hace el cocido.

– Pringue (Arroyo de San Serván). Manteca especial preparada en las matanzas con aceite y sal.

– Probadilla. Prueba; es decir, carne aliñada destinada para hacer los chorizos y las morcillas, que se daba a probar a los asistentes a la matanza para ver su punto de sazón.

– Puchero (Mérida). Presente de matanza.

– Pulgarejo (Zorita). Vísceras del cerdo.

– Quico (Las Hurdes). Nombre de una morcilla hecha con sangre, cebolla y especias.

– Ruñir (Alburquerque). Gruñir.

– Sajurda (Acehúche, Cilleros, Zarza la Mayor). Zahúrda.

– Sajurdón (Cilleros). Zahúrda grande.

– Sangraera (Santiago de Alcántara). Recipiente para recoger la sangre del cerdo en la matanza.

– Saúra (Mérida). Asadura.

– Sillo (Malpartida de Cáceres). Olla grande de barro vidriado donde se guarda el mondongo del cerdo.

– Sorroscar (Guijo de Granadilla). Chamuscar.

– Talbina (Alburquerque). Papa de harina o cebada para los cerdos. Según la RAE, la talvina son gachas que se hacen con leche de almendras.

– Terecina (Trujillo). Gusano del jamón.

– Tisquío (Aceituna). Cerdo.

– Toca (Zorita). Envoltura del bazo del cerdo.

– Tostón (Coria y alrededores). Cochinillo asado.

– Turra (Torrejoncillo). Embutido hecho con sangre del cerdo, cebolla, perejil y especias.

– Zajurda (Arroyo de San Serván, Oliva de la Frontera, Navalmoral de la Mata). Corraleta para los cerdos.

– Zajurdón (Mérida). Zahúrda. Por extensión, casa sucia.

– Zurrapa (Arroyo de San Serván, Tierra de Barros). Unto para tostadas. También zurrapita.

Continúa la tercera parte en la
Revista de Folklore 411: La matanza en Extremadura (estudio etno-folklórico) (y III)





NOTAS

[1] En Extremadura, el columpio tenía diferentes nombres: alisaero (Oliva de la Frontera); alisarse (columpiarse); boyero (Ribera del Fresno); bullero (Valencia de Alcántara); cambullero (Alcántara); columbio (Tierra de Barros y Mérida); cunaero (Mérida); escambullero (CC); espilongaero (Montehermoso); guindaero (Casar de Cáceres); remeciero (Puerto de Santa Cruz) y tincana, en Las Hurdes. Y la acción de columpiarse: calambearse, en Mérida; cambullirse en Garrovillas y guindarse en Casar de Cáceres.

[2] Topetón: «Poyo o cornisa que está encima de la chimenea, donde se suelen poner platos, pucheros, etc. Creo que se llama así por estar más bajo y para acceder al interior de la chimenea hay que agacharse para no topar con el borde» (Antonio Gálvez). Reina (BA).

[3] En Cilleros, los matarifes solían cobrar antiguamente un duro o dos por su trabajo.



La matanza en Extremadura (estudio etno-folklórico) (II)

RODRIGUEZ PLASENCIA, José Luis

Publicado en el año 2016 en la Revista de Folklore número 407.

Revista de Folklore

Fundación Joaquín Díaz