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Revista de Folklore número

007



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Demófilo, ese desconocido...

HOCES BONAVILLA, Sabas de

Publicado en el año 1981 en la Revista de Folklore número 7 - sumario >



El siglo XIX español, posiblemente el más derrotado y vergonzante de nuestra historia patria desde que el reino visigótico sucumbió a los árabes en el 711, va adquiriendo en la retrospectiva de los años, cada vez más pesadamente, la tétrica imagen de un dolménico cementerio en cuyas puertas se han quedado de pie, estáticas y muertas, todas las andaduras sociales, culturales y políticas de nuestro fluir histórico, principalmente detenido en su evolución natural por una especie de conjuro de resistencias interiores, de todo tipo y origen, algunas de las cuales vamos a tratar, para la oportuna ilustración del tal vez inesperado encabezamiento de este artículo.

Desde hace siglo y medio o poco más, todas las crisis de "este país" están abiertas por la misma y única contingencia, de la que en esta esquinada encrucijada de Europa aún no hemos conseguido salir, esto es, la de mantener incólumes los interminables y viejos intereses reaccionarios de unas decadentes y extemporáneas clases de privados poderes, por encima y contra los que traen la ascensión de valores comunales que son, a la vez, la razón del tiempo nuevo y que se justifican en la honradez del trabajo sufrido y doliente de los sin clase. Estoy hablando del pueblo... Del que acaba traspasando siempre todas las encerronas de la Historia porque es eterno... más eterno que el frívolo tiempo de sus propios acorraladores... más que los mismos menhires de sus jalonadores prototípicos. He aquí, pues, el duelo por resolver aún de las dos Españas.

Al comenzar esta empresa sobre los saberes populares no podemos marginar un enfoque integral, en el que, junto a las precisas aportaciones a la investigación cultural y antropológica, ha de figurar colateralmente, en oportuna medida y ocasión, la saludable práctica de la interpretación histórica, inherente a todo estudio sobre el hombre. Estoy aludiendo al ciertamente bronco tema de la insoslayable y paralela crítica sociológica. Creo que no bastaría ser descriptivo. Hay que arriesgarse a ponerse del lado del hombre -en fin de cuentas de nosotros mismos- del cual se arguye un pretendido estudio; pero, ¡cuidado!, que no se queden nuestras observaciones en frías vivisecciones de esterilizados laboratorios. Fracasaríamos en la empresa, por reducción del hombre a cobaya. ¡No seamos nunca neutrales con las cosas del hombre! Sin posiciones no hay ejercicio de cultura que se tenga en pie; aunque sólo valgan para descubrir la anchura de nuestras disidencias. Quiere decirse que, según se templen las cuerdas en el apagado instrumento de esta gestión analéctica -o sease, recopiladora y restablecedora-, afrontando con cierto empuje beligerante la defensa de las manifestaciones tradicionales del hombre (antropología cultural en su denominación más generalizada), según se haga así -decía-, tal sonará de lejos y fuerte esa pequeña pero animosa orquesta de folkloristas ahora existente.

Creo pues, por mi parte, que en esta primera aportación sugerida con ocasión de la "Colección de cantes flamencos", obra procer de Machado y Alvarez, editada hizo, justamente en abril, cien años, tengo unas posibilidades tremendas de tensar esos bordones en el sentido que he aludido, y como el movimiento se demuestra andando, no voy a desaprovecharlas. Voy pues a ocuparme de una operación de reclamo, lamentablemente modesta o quizá mediocre, sobre la vida, obra y entorno de Antonio Machado y Alvarez, y simultáneamente a interpretar mi particular denuncia de las causas por las que Demófilo resulta todavía un desconocido, o peor aún, algo así como un leproso mantenido en el correspondiente lazareto del silencio, incluso con la colaboración de ciertos de nuestros budas, tenidos por grandes en la cultura oficial. Anticipemos que no creemos en la cultura oficial, ni poco, ni mucho, ni nada. Entendemos que cultura oficial es, que en el siglo XVIII Telemann figurara muy por encima de Bach... Recordemos que cultura oficial es, que hasta 1902 hubiera textos (casi todos) sobre Historia del Arte, que no mencionaran por ninguna parte al Greco (1541-1614), permaneciendo su obra, para más gloria, tirada por los desvanes y sótanos de Toledo durante casi trescientos años... Denunciemos que cultura oficial es, que Machado padre sea hoy tanto como un apestado de un tufo imperdonable: Su amor laico por el pueblo...Atestigüemos que cultura oficial es, por fin, la incultura entronizada por el aparato de bicocas con que todo poder surte y encumbra a sus aduladores... Vamos pues, a propósito de Machado y Alvarez, que tan lejos estuvo siempre de esa cultura oficial, a poner de espaldas en el suelo, un poco, los mantos de semejantes glamores.

Hagamos para ello un breve pero indispensable diseño historiográfico, en el que dejemos enmarcados los vectores sociológicos, previos a la aparición de nuestro insigne personaje, a fin de situarlo comprensiblemente en su momento y circunstancias.

La cosa venía ,de antiguo. En el proceso de integración social entre los distintos pueblos de España, -las cortes centralistas de finales del XVIII- el despotismo ilustrado perseveró en su empeño de no querer ver los hechos de las costumbres más que a través de una administración en extremo celosa de sus derechos y de sus prebendas, en aras de un sacrosanto uniformismo estatal que venía del absolutismo francés -encima con casi dos siglos de retraso- y que prevaleció, si bien desastrosamente, en tiempos de ese garañón necio que se llamó Godoy. Contra esta helada dictadura administrativa -por otra parte superficial- el pueblo reaccionó diversamente según las regiones. Jaime Vicens Vives, el famoso y cabal historiador catalán, en su "Aproximación a la teoría de España", nos explica cómo el pueblo procuró captar, de tales estilos de gobierno, lo más festivo, dirigiéndolo incluso en formas folklóricas que, ante la imposibilidad de forzar la barrera que separaba a los dos mundos -la burguesía cortesana y el pueblo llano- dio a luz el fenómeno del casticismo hispánico, siendo de mediados del siglo XVIII el origen de la corriente popular que, partiendo del vacío de la época de los últimos Austrias, va a acabar por crear el marchamo de la España costumbrista: Los toros, el flamenquismo, la gitanería, el majismo, etc...

Frente a este movimiento popular, se desarrollan por las alturas sociales las polémicas con el nuevo pensamiento francés: La filosofía de la Ilustración, que introdujo en España los conceptos de la reforma educativa y social del país para intentar "sui generis" -es decir, no como en la Europa enciclopedista o protestante- ponernos de alguna manera a la altura de las otras naciones continentales, en aspectos tales como los económicos, científicos, técnicos, religiosos, etc. Estas ideas fueron difundidas más o menos tamizadas por la criba de la ortodoxia católica -o sea, el ungüento desungüentado- durante cuatro generaciones de eruditos que podrían estar representados por los padres Feijoo y Flórez en una primera onda, y más tarde por otra de Campomanes y Jovellanos. Con no poco trabajo fue prendiendo el espíritu crítico de los enciclopedistas franceses en la clase alta española, bastante negada de antiguo a una disposición intelectual o a una simple inquietud cultural. El caso fue que, entre los núcleos minoritarios en que agarraron algo las corrientes europeas de los siglos XVII y XVIII, y el estado "asilvestrado y montés" en que permaneció el grueso de la burguesía más adinerada, nació la incomunicación entre el gusto por lo selecto -mal asimilado-, y el aprecio de lo popular -igual de mal entendido por esa clase "cultoburguesa"-. Una dicotomía maniquea entre supuestas enemigas. Por añadidura, el programa reformista de Godoy fue echado por la borda, y durante los veinte años de su nefasta privanza se incubó en muchos españoles el espíritu revolucionario que había de estallar -con algunas ilusas resonancias de revolución francesa- en el motín de Aranjuez, de cuya verdadera interpretación no podemos sino resaltar que, por primera vez en la Historia moderna de España, un monarca -Carlos IV- fue sencillamente destronado por una algarada de la acción popular. Tan es así, que apenas cincuenta días después, el pueblo, de nuevo protagonista en masa, se echó esta vez sobre los franceses, volviendo a ser detonante de la convulsa historia decimonónica española, ya iniciada desde aquella memorable y trágica jornada del 2 de mayo. Todas estas acciones populares fueron a plasmarse, transfiriéndose, después de la derrota y expulsión del francés, en aquella carta constitucional de 1812 que traía la proclamación de la libertad de imprenta, la supresión del Santo Oficio, y en ciernes, la perspectiva de la desamortización o puesta en circulación y venta de las propiedades y latifundios eclesiásticos. Ante la Europa sorprendida, España se alumbraba como centro de la revolución liberal, pero hete aquí que el retorno de Fernando VII interpuso nuevamente a tal proyectó la muralla absolutista, y los liberales hubieron .de refugiarse en las sociedades secretas o el exilio, en donde acabaron respectivamente, originando la permanente conspiración, o bien trayendo el romanticismo a su regreso, una vez muerto Fernando VII, quien, no contento con su desastroso reinado hubo de legar al país además una cruel guerra civil norteña entre los partidarios legalistas de su hija -Isabelinos- y los ardientes y machistas seguidores de su hermano -Carlistas-, desencadenándose a partir de aquí la consiguiente elevación al protagonismo político en la nación de algunos jefes castrenses, con un interminable período de pronunciamientos del militarismo español decimonónico que llega hasta nuestra última civil.

Esta saga muy resumida -tanto que incurre en simplificaciones por no alargar más la descripción-, de río revuelto económico -la desamortización eclesiástica-, además de la ya apuntada confrontación espiritual -lo popular y lo selecto-- y mediada la centuria, el seis de abril de 1846, vino a nacer por una esquina de la periferia española -Santiago de Compostela- un hombre con una de las mentes más anticipadas y claras de lo que paradigmáticamente iba a resultar el penoso e inmisericorde camino de padre de la cultura popular española, a la que tan paciente y humildemente se acercaría, para conocerla, ganarla y proclamar su defensa desde el mismo seudónimo, Demófilo: El amante del pueblo, Antonio Machado y Alvarez. El arriba firmante, conocedor apresurado y rudimentario de una limitada parte de su obra -cuya recopilación de títulos densos y desperdigados procuraremos transcribir en este número-- y operando con unos datos no muy abundantes de sus rasgos biográficos y familiares, no quiere dejar de señalar el juicio personal que ha experimentado según iba poniéndose en contacto con la vida y los trabajos de Machado padre: He sentido siempre una emoción irritada e incontenida, de muy difícil canalización racional, cuantas veces su lectura averiguada, me ha permitido adentrarme en el escondido rastro -paradójicamente anchísimo- de este espíritu precursor y esclarecedor de hace un siglo, al que es de rigor declarar como de "interés nacional" ( valga la mala reputación del latiguillo) un inmediato rescate de su obra para honra de nuestra verdadera y propia cultura. Como no soy un iluso ni un romántico, sé que tal propósito nos va a costar no sólo el esfuerzo y las desesperanzas de toda reivindicación, sino el desgaste amargo de confrontarnos con el "señoritismo cultural" que llamaba el segundo de sus hijos, Antonio. O como lo explicaba también aquel "pelotari de Patmos", Miguel de Unamuno, cuando refería que los males de nuestra sociedad procedían de su parcelación en estratos incomunicados: "Una burguesía sin pueblo conduce al bachillerismo. Un pueblo sin universidad a la populachería". Don Miguel exageraba por lo menos en la segunda parte de su aserto, arrastrado por los prejuicios de su brillante militancia academicista. De momento, dudamos de las posibilidades reales de conducir al pueblo, a todo el pueblo, a la universidad. En segundo lugar habría que plantearse: ¿A cuál universidad? Porque si es a la actual, hacinada-atocinante, más vale santiguarse y olvidarlo. Y por último, y en defecto de todo ello, lo que podría hacerse no es, evidentemente, dirigir el pueblo a la universidad, sino llevar al universitario al pueblo, a enderezarse de su cultura libresca y a aprender en la pizarra de la propia facies humana. El pueblo es ya la primera y más antigua universidad... "El pueblo sabe más", decía Machado hijo, y añadía por boca de su heterónimo -su otro yo- Juan de Mairena:... "el saber universitario no puede competir con el folklore... porque todo lo que no es folklore es pedantería..." El pelotari de Patmos -como le puso Machado hijo a Unamuno, con remoquete de instantánea sureña- atemperaría sus contundencias y acabaría por reconocer: "Sí... la forma la da el poeta, pero la materia viene del pueblo... es el individuo más el pueblo el que mejor concreta los vagos anhelos sociales... El hombre que más recoge para sí el alma popular, más original aparece... Los grandes genios de la literatura no han hecho sino informar de la materia poética difusa en la tradición del pueblo". Cito de memoria a Demófilo -por no encontrarme en mi casa mientras escribo este artículo- cuando señalaba, seguramente reflejado y mirándose en su padre Antonio Machado Núñez, que "el poeta lúcido no es el que censura al pueblo, sino el que enaltece sus manifestaciones". Por otra parte, y ya que tampoco soy un irresponsable -pues como creo recordar, según nos destaca en una introducción a la "Colección de Cantes..." el poeta Félix Grande: quemar paladinamente incienso por el pueblo, tampoco garantiza el pasaporte de abogado de su cultura-, me voy a esforzar en quitarle hierro a mi visión sociológica (siempre asomará alguna veta inevitable porque es una mina la biografía del personaje), conteniendo mis sentimentales impaciencias contra el sonrojante, prolongado y sospechoso olvido para con Demófilo, a fin de animar a una reivindicación, lo más eficaz posible, por la vía de la movilización de intelectos -algunos de nuestros mayores errores étnicos han consistido en sentir, cuando se requería pensar y al revés- hacia un hombre que trabajó en nuestros temas de las expresiones artísticas y populares, como un amante, y acabó dominándolos como un maestro. Hermosa hipótesis de trabajo personificada en Machado y Alvarez para nuestra mejor instrucción: Sentimiento e inteligencia oficiando juntos, corazón y cabeza, pasión y ciencia... He ahí al hombre...

Mi cordón informativo, para reunir unos datos biográficos que acompañaron con cierta precisión el atrevido ejercicio, por mi parte, de recordar las extraviadas circunstancias de un sabio que se llamó Antonio Machado y Alvarez, es una peripecia ilustrativa .de en qué estado nos encontramos las nuevas generaciones interesadas por los estudios folklóricos, que no pienso escamotear: En el antiguo Instituto de Cultura Hispánica (cuya nueva nomenclatura no tengo el más mínimo interés en aprender) existía un Centro de Estudios de Música Andaluza y Flamenco, meritoriamente promovido hace unos doce años por Eduardo Montarco, en labor personal con la División de Estudios de las Culturas, en la Unesco. Allí se aglutinó un notable grupo de especialistas, y yo, por mi parte, empecé a familiarizarme prácticamente con la problemática general de la etnomusicología, después de haber realizado estudios en Madrid y en París, colateralmente a mi formación de músico. Toda esta empresa se encuentra actualmente naufragada y completamente caída en el olvido, si no es por la documentación conservada (no sé exactamente dónde) con ocasión de los estimulantes trabajos realizados durante unas Reuniones Internacionales y algún estudio-proyecto, obviamente frustrado, para unas investigaciones de musicología comparada, entre el folklore indoiraní y el cante flamenco, de las que me hubiera tenido que encargar por ofrecimiento del mencionado Centro. Pues bien, el Centro no figura ya en el nuevo Instituto de Cultura Hispánica. Ha desaparecido sin dejar rastro, aunque me imagino que el Conde de Montarco habrá salvado personalmente todo el material reunido de aquellos estudios. Por otra parte, yo sabía que hace unos pocos años, en uno de esos brotes de entusiasmo -muy parecidos a un acceso de sarampión- de la nueva hornada de beligerantes con este desdichado oficio de escudriñar desde tantos puntos de vista los saberes populares, en la librería "El Brocense" de Madrid, hubo una ilusionada y festiva reunión para instar estudios en cuestiones de folklore y antropología, imprimiendo textos de estas disciplinas, agotados o nuevos e inaugurando la serie intencionadamente con la "Colección de Cantes" de Machado y Alvarez. Esta editorial, llamada precisamente Demófilo, se las prometió para llenar el vacío en tales áreas culturales. Pues bien, la librería "El Brocense" se encuentra en reforma por inmediato cambio de orientación comercial dentro de la industria del libro, y la editorial Demófilo ha cerrado después de una docena de publicaciones de las que tampoco se sabe ya por dónde puedan rodar, dada la cortedad de sus tiradas. Debe quedar pues avisado -y tristemente claro- que cualquiera que sienta la vocación de pueblo se ha de hacer a la idea de que no hay más posibilidad de trabajo y aprendizaje que el que uno mismo desarrolla. Paradójicamente el material bibliográfico es -al contrario de lo que cabría suponer-, numeroso, pero se encuentra endiabladamente disperso; yo diría más, sádicamente desorganizado, como voy a tener la oportunidad de ilustrar.

Voy a partir, para resolver este ensayo sobre Demófilo, de un único trabajo, prácticamente: El que se encuentra publicado en la revista "Cuadernos Hispanoamericanos", del antiguo Instituto de Cultura Hispánica, con ocasión del centenario de los hermanos Machado, conmemorado en 1975. Se trata de un notabilísimo estudio de literatura folklórica española, original de un brasileño graduado en letras, Carvalho-Neto, cuya tesis, presentada en la universidad de Sao Paulo le valió el título de doctor en 1971. En él presenta a su vez, una numerosa bibliografía sobre el género, de la que se deducen algunos textos importantes en los que él mismo, previamente, libó preciosos datos que yo voy a sintetizar. Además del propio Carvalho-Neto, las fuentes de autores que más referencias aportan sobre Machado y Alvarez parecen ser las que ofrecen Alejandro Guichot y Sierra por dispersa obra, Sendras y Burin en un estudio biográfico contenido en la Revista de España (15 de agosto de 1892) seis meses antes del óbito de Machado y Alvarez. También Rodríguez Marín, en referencias sobre su obra, y posteriormente Luis de Hoyos, Miguel Pérez Ferrero, José M. Gómez Tabanera y recientemente el poeta Félix Grande en un excelente estudio introductor a la mejor reedición moderna de la "Colección de cantes flamencos", realizada por el Centro de Estudios de Música Andaluza y Flamenco, bajo las diligencias del esforzado -y nunca bien ponderado- Montarco. Sin duda me dejo nombres, básicamente por la excusa de ser textos que, o bien nunca tuve la ocasión de hojear ni de prestado -como los de Cejador Frauca (1918) o el apunte de Joaquín Sama en el Boletín de la Institución Libre de Enseñanza (1893), o bien porque las referencias son de orden esporádico salvo desconocimiento propio, muy posible en tan diseminada cuestión. No obstante, casi todos estos autores y otros que saldrán han sido mayor o menormente considerados por Carvalho-Neto, resultando su obra suficiente y bien resumidora para la ocasión, aunque yo la presente en diferente orden y personal disposición.

Antonio Machado y Alvarez, gallego sólo de nacimiento como ya hemos indicado, era hijo de Antonio Machado y Núñez y Cipriana Alvarez. El padre sobrevivió dos años al propio Demófilo y era profesor de Física en la Universidad de Santiago, trasladándose, al poco de nacer nuestro personaje, a Sevilla, donde fue gobernador civil con el gobierno provisional del General Prim y catedrático de Historia Natural en la Universidad hispalense; posteriormente sería rector, según nos descubre Manrique de Lara, a quien no habíamos citado. De Machado abuelo -para diferenciarlo del padre y del hijo- hay incontables referencias literarias y familiares, pero, como resalta Carvalho-Neto, ninguna revela el hecho, fundamental dentro de la gens Machado, de que también fuera un folklorista. Lo prueban diversos hallazgos como el de las colaboraciones en la revista "El folklore andaluz", donde hay un estudio, si bien no terminado, tan inesperado como sugerente sobre "El folklore del perro". También en la fundación de la Sociedad del Folklore Andaluz figura su firma junto a la de Rodríguez Marín y Machado padre, que hacía de secretario. Por su parte, la madre, Cipriana Alvarez y Durán, no fue simplemente una "señora de su casa". Tuvo tiempo y talento para participar activa y creativamente en las vivencias y aficiones folklóricas del grupo familiar. Publicó también en la revista "El folklore andaluz" cinco cuentos cuyos títulos reseña Carvalho-Neto de fuente debida a Guichot y Sierra, y que no dudamos en transcribir por nuestra parte: La mano negra, Una rueda de conejos, La serpiente de las siete cabezas, Las velas, y Las tres Marías. Aportó a su hijo Machado y Alvarez algunos de los "Cuentos populares españoles" reunidos por él, como "El barquito de oro, de plata y de seda" y "La sirena". A su vez, doña Cipriana publicó sus "Cuentos extremeños" y un estudio de "Culinaria popular extremeña", y en el año de 1885 aún tuvo empuje para fundar, junto a Felipe Muriel, la sociedad "Folklore de Llerena", en la provincia de Badajoz, según vuelve a recoger Carvalho-Neto de Guichot y Sierra. La gens Machado tenía en 1885 ya en su seno las tres generaciones: El abuelo con edad indeterminada, el padre con 39 años y el hijo con 10, todos unidos en una artesanal pero eficacísima labor de admiración folklórica que ejercían casi como un negocio familiar, aunque precisemos con Sendras y Burin que como inversión a fondo de pérdidas e incluso de salud. Sólo enriquecían sus espíritus, recordándose que doña Cipriana leía en voz alta para sus nietos, los romances recopilados por el tío abuelo Agustín Durán, de quien hablaremos en alguna otra parte. En tales veladas hogareñas se fueron moldeando las almas sencillas y populares de los hermanos Machado que, entusiasmados de niños con tales lecturas, procuraban al día siguiente hacerse con las más predilectas para solazarse, según Pérez Ferrero, como hoy -diríamos- los adolescentes meten en la cassette su rockero favorito. Así se perfilaban antes -añado yo-, los genios de las difíciles musas Polimnia, Erato y Calíope... Y así se idiotizan ahora -concluiríamos de paso- los horteras de las fáciles masas por todos los medios electrocutadas, robotizadas y flipadas.

Pero sigamos con la gens Machado. Corresponde decir algo ahora del propio Demófilo. Trasladado de pequeño con su familia a Sevilla, allí se educó hasta licenciarse en Derecho con 23 años, y dos más tarde en Filosofía y Letras, ejerciendo posteriormente la abogacía, y llegando en su carrera al cargo de juez. Casóse con Ana Ruiz, el personaje más anónimo, sufrido y trágico de esta familia, como luego tendremos ocasión de esbozar. Tuvieron seis hijos: Los dos grandes poetas Manuel y Antonio, un feliz y acertado pintor -aunque no celebrado-, José, y los tres pequeños, Joaquín, Francisco y Cipriana.

Desde el primer momento, Machado padre, ya por el año de su primera licenciatura, 1869, exterioriza sus conocimientos de formación "folklorista" que había adquirido bajo su padre -de modo "adlatere" a su graduación académica- y la segura familiarización con la obra del pariente de su madre Agustín Durán, de quien, repetimos, incluiremos breve reseña. Doce años antes de su "Colección de cantes flamencos" plantearía formulaciones populistas que serían la constante de su vida, continuadas más tarde por sus dos hijos poetas. Así, en 1869, dejaría dicho: "¿Queréis conocer la historia de un pueblo? Oid sus romances. ¿Aspiráis a saber de lo que es capaz? Estudiad sus cantares". (De la introducción al estudio de las canciones populares, 1869). Pero, al poco de estas iniciaciones, en 1872, Machado y Alvarez abandonará sus quehaceres folklóricos para dedicarse a la cátedra de Metafísica de la Universidad de Sevilla. Nos llaman la atención sus posibilidades muy dúctiles de funciones académicas diferentes. Esta no explicada deserción folklórica por parte de Machado padre, está solamente aludida por el autor en tres líneas de su "Post-scriptum"": "Circunstancias que no importan para nada (!) y de que hago caso omiso al benévolo lector, cavilaciones filosóficas... hiciéronme abandonar por el año 1872..." Esta confesión un tanto velada, ha sido resaltada por todos los estudiosos, sin meterse en conjeturas sobre tal actitud. El caso es que a mí me parece posible presumir una explicación. Sencillamente, detrás o al lado de las "cavilaciones filosóficas" de Machado, lo que estaría pasando por su vida, sería la etapa llamémosla prenupcial, durante la que aparecería en algún momento Ana Ruiz, y, como siempre pasa en tales avatares, una "magistral pereza" suele adueñarse del hombre más activo cuando le llegan los enredos del corazón. Demófilo debió casarse hacia el 73... Manuel le nace en el 74... O mucho me equivoco, o lo que le ganó al Folklore un tiempo la partida no fue la Metafísica, sino alguien "con prendas de mujer andaluza", sobre la que Machado habla, generalizando, en su "Post-scriptum", donde demuestra una capacidad de análisis psicológico y aun unas valoraciones físico-dinámicas sobre la mujer, que es imposible inventarse si no ha sido removida el alma previamente por tales observaciones.

Transcurren siete años y surge la ocasión de colaborar en la revista "La Enciclopedia" de Sevilla, en la cual abre una sección de literatura popular, con lo que vuelve a la carga de la ciencia folklórica. Es curioso apuntar que tal retorno, por solicitud de Francisco Rodríguez Marín -según es bien sabido- fue auspiciado ( según aporta Félix Grande por fuente de Miguel Pérez Ferrero) por aquella escritora española de origen suizo-alemán, casada tres veces aquí, Cecilia Böhl de Faber y Larrea, más conocida por su seudónimo "Fernán Caballero". Lo que descubrimos inmediatamente es que la novelista de inspiración católica no tuvo la satisfacción de ver consumado su trabajo de rescate, pues murió en 1877, dos años antes de la vuelta al redil folklórico de Machado padre. Y fue desde ese año de 1879, y durante otros seis o siete, cuando se desarrolla un profundo trabajo de investigación creativa analíticamente maestra, que todavía no se ha podido organizar dentro de un completo trabajo de obras patermachadianas, no sólo por desperdigamiento y aun extravío parcial de las mismas (a la marcha del hijo en el éxodo de 1939 a esa "horrenda patria del exilio" -al decir de Félix Grande-) sino, ¡todavía! por el poso de ignorancia y rencor que conservó la política cultural de la postguerra.

"En 1886 -atestigua Sendras y Burin, recogiéndolo Carvalho-Neto-, Machado padre cesa en absoluto de sus trabajos folklóricos... desalentado y triste por el fracaso de su noble empeño, habiendo consumido en aquella hermosa obra el dinero y la salud, y necesitando dedicar su actividad a otra cosa que aunque no le produjese gloria le rindiese provecho para sostener su numerosa familia". En este país -digo yo- las historias de los investigadores científicos y culturales se parecen unas a las otras como las desgastadas cuentas de un rosario de miserias. Y agrega Sendras Burin: " Y como si aquel edificio hubiese estado sostenido únicamente por él, van desapareciendo poco a poco todas las sociedades folklóricas, hasta el extremo de apenas quedar rastro de aquel robusto y fecundísimo movimiento... que ha dado sus frutos en Francia (1883), en Italia (1884), en los Estados Unidos y en otros países... y que, accediendo a iniciativas de Machado se ha organizado el primer congreso de Folklore en París (1890), y está próximo a celebrar el de Londres..." "Estas sorderas nacionales -dice hoy Félix Grande- ya no nos sorprenden". Manuel Machado confirmó las observaciones de Antonio Sendras y Burin de 1892, en el prólogo de la edición argentina de "Cantes Flamencos" en 1946.

Los años póstumos de Machado y Alvarez transcurren en Madrid, cambiando de uno a otro domicilio, al parecer, para que sus hijos Manuel y Antonio estuviesen cada vez más cerca del emplazamiento de la Institución Libre de Enseñanza. ¡Ah, diablos, cuántas sombras sobre el trato al personaje, salen ahora de su reposo con estos esclarecimientos! El ideal de la sociedad católica estaba en el "Syllabus" o catálogo de errores modernos condenados por el Vaticano en 1864, donde se anatematizaban entre otras: La libertad de enseñanza, la libertad de conciencia, la libertad de prensa, el sufragio universal... y así hasta ochenta prohibiciones... Esto ocurría también hace menos de cien años, pues se repitió en 1907, imponiéndose en la encíclica Pascendi, de Pío X, el juramento antimodernista contra los propios filósofos y pedagogos católicos. Es de imaginar la "sorpresa" de la Iglesia cuando sus hijos andaban ya por el krausismo, popularizando en España por Sanz del Río, filósofo, Salmerón, filósofo y Presidente de la Nación, Giner de los Ríos, pedagogo y filósofo..., etc. Como quien dice unos descastados advenedizos que se inventaron la Institución Libre de Enseñanza, origen de los pensadores de la generación del noventa y ocho, en alguno de cuyos ciertos valores, Machado y Alvarez se anticipó brillante y proféticamente. ¡Ya vamos desenredando la madeja un poco! ¡Sigamos a ver si sale más, que está muy liada y mi pueblo no conoce su historia! Decía que Machado y Alvarez salió de Sevilla para Madrid al final de su breve vida (aun siendo todavía muy joven, menos de cuarenta años), creciéndole la familia, hasta que se ve materialmente necesitado de aceptar cargos en donde sea: En Puerto Rico. Allá se va el padre de la ciencia folklórica española, incluso aparentemente alegre, pues va a ser Registrador de la Propiedad y sólo piensa ya en arreglar la economía de los suyos. Baldía ilusión: Al poco tiempo cae enfermo, va a buscarle un cuñado, que le trae consumido a Sevilla, y Ana Ruiz, su reservada y sufrida esposa únicamente tiene tiempo para viajar en soledad a esa ciudad y ver morir a un hombre viejo de 47 años, el 4 de febrero de 1893.

Me toca ahora referirme a la obra del personaje, tras el esquema de su semblanza biográfica, salpicada de las -para mí- imprescindibles enmarcaciones y alusiones sociológicas, sin reparar en disidencias. Me niego a hacer sociografía a secas, es decir, simple descriptiva. Yo sé que la cultura, antigua o nueva, es una guerra del espíritu y en esa guerra he tomado partido que defenderé insistentemente mientras no me conste claro lo contrario.

Vamos pues a la selección de trabajos impresos, por libros, revistas y originales de Antonio Machado y Alvarez. Existe al respecto una cabal y espléndida referencia del poeta Félix Grande que hace en veinte páginas la introducción a los Cantes Flamencos en la edición promovida por el Centro de Montarco. He aquí, pues, el inventario de trabajos y escritos más completo que se conoce de Machado y Alvarez desde su reincorporación a las tareas de investigación folklórica en 1879 al entrar en la revista La Enciclopedia, con cuyos trabajos despertaría inmediatamente los elogios de expertos europeos como Köhler "el sabio más entendido en cuentos populares de Alemania", Schuchardt, célebre profesor de Graz, el Conde de Puigmagre, hispanista francés autor de "Antiguos poetas castellanos" y "La corte literaria de Juan de Castilla", el mitógrafo italiano Pitré, y otros muchos:

1880. Colección de enigmas y adivinanzas en forma de diccionario. Sevilla. Imprenta Baldaraque, 446 páginas. Contiene 1061 adivinanzas españolas, apéndices de cuentos y acertijos gallegos, endevinallas catalanas, mallorquinas, valencianas, casadielles asturianas, divinetas ribagorzanas, charadas, enigmas, acertijos y soluciones. Notas bibliográficas.

1881. Colección de Cantes Flamencos. Sevilla, Imprenta "El porvenir", O'Donell 46; 227 páginas. Contiene un importante prólogo del autor sobre la naturaleza de los cantes y una exhaustiva colección de coplas -unas novecientas- clasificadas en soleares de tres versos, soleariyas, soleares de cuatro versos, seguiriyas gitanas, polos y cañas, martinetes, tonás y livianas, deblas y peteneras, así como una pequeña biografía del célebre cantaor de su época Silverio Franconetti, del que recuerda Félix Grande en versos de Lorca: "Su grito era terrible / los viejos / dicen que se erizaban / los cabellos / y se abría el azogue / de los espejos". Coplas más usadas por éste, además de casi trescientas notas a pie de página con una mayor información de filología calé. También una relación de ochenta cantaores conocidos o recordados. Obra maestra y precursora del género.

1883. Poesía popular. "Post-scriptum" a la obra de Rodríguez Marín "Cantos populares españoles", Sevilla, Alvarez y cía. editores. Numerosos datos autobiográficos y un muestreo de amplia cultura antropológica se añaden a los propósitos del autor en esta obra, al considerar los orígenes de la poesía popular española.

1884. Estudios sobre literatura popular. I parte. Madrid. Librería de Fernando Fe. 218 pp. Reúne numerosos artículos dispersos de diferente época, muchos de ellos aparecidos en la revista La Enciclopedia.

1904. Artículos varios. Madrid. Librería de Fernando Fe. 112 pp. Libro póstumo con el subtítulo de "Obras completas. Tomo I) del que Carvalho-Neto disiente por la precariedad e inexactitud con su correspondiente contenido, que son sólo artículos inéditos reunidos por un anónimo y supuesto homenajeador a la memoria de Machado y Alvarez.

Hasta aquí la producción enlibrada. A continuación un catálogo de artículos y folletos sustanciales.

1879. Fernán Caballero. Cuentos, oraciones, adivinas y refranes populares o infantiles. Sevilla. La Enciclopedia: Números del 15 de marzo de 1879 y 15 de mayo de 1879.

1881. El Folklore español. Sociedad para la recopilación y estudio del saber y de las tradiciones populares. Bases. Sevilla. Transcrito en "El folklore andaluz". Sevilla. Alvarez y Cía. editores; páginas 501 a 503.

1881. Circular del Folklore Andaluz dirigida a las provincias andaluzas. Sevilla. Transcrito igualmente en el "Folklore Andaluz" Sevilla, Alvarez y Cía. editores, pp. 503 a 505.

1881. Titín. Estudio sobre el lenguaje de los niños. Publicado y traducido en la Revista "Philological Society".

1881. Cuentos populares de la Alta Bretaña. Reseña crítica de tal obra de Sebillot. Madrid. Revista ilustrada de Madrid nº 30.

1882. Memoria leída en la junta general celebrada por la Sociedad Folklore Andaluz. 30 de abril de 1882. Transcrita en el "Folklore Andaluz".

1882. Juego de San Miguel y el diablo (Según Guichot y Sierra).

1882. Juego de la cuerda (Idem).

1882. Juego de la rueda (Idem).

1882. Canto al distinguido poeta sevillano don Luis Montoto; transcrito en el "Folklore Andaluz".

1882. Introducción. Transcrito en el "Folklore Andaluz".

1882. Juegos infantiles españoles. Transcrito en el "Folklore Andaluz".

1882. Libros y artículos de folklore publicados por nuestros socios honorarios. Cuentos. Transcrito en el "Folklore Andaluz".

1882. Mapa topográfico tradicional de la provincia de Sevilla. "Folklore Andaluz".

1882. Mapa topográfico tradicional. "Folklore Andaluz".

1883. La niña de los ojos negros. Idem.

1883. Carta al señor don José Pitré. Idem. Los pregones.

1883. Miscelánea I. Idem (Colección de hechos folklóricos).

1883. Miscelánea II. Idem (Romance cantado).

1883. Miscelánea IV. Idem (Filología, exorcismos...).

1883. Supersticiones populares francesas. La yerba que extravía. Idem.

1883. Titín y las primeras oraciones. Traducido a cuatro idiomas.

1883. Cuestionario para el acopio de materiales del pueblo castellano. Madrid. El Globo. 3 de noviembre de 1883.

1883. Interrogatorio para el mapa topográfico tradicional de Castilla.

1884. Cuentos populares. En Biblioteca de las Tradiciones españolas. Librería de Fernando Fe. Tomo I. Madrid. pp. 101 a 195.

1884. Introducción a la Biblioteca de las Tradiciones populares españolas.

1885. Analogía entre algunas cantigas gallegas y otras coplas andaluzas, castellanas y catalanas. En el Cancionero popular gallego, Tomo I de Pérez Ballesteros. Madrid, Librería de Fernando Fe.

1885. Breves indicaciones acerca del significado y alcance del término Folklore. Madrid. Revista de España. 25 de enero de 1885. pp. 195 a 207.

1885. El folklore del niño. Juegos infantiles. Revista de España.

1886. El folklore del niño. Juegos de niños de ambos sexos. Revista de España.

? El ahorcado a lo divino. Revista de Filosofía, Literatura y Ciencias de Sevilla. .

? El garbancito. Sevilla. La Enciclopedia

? El médico bonito. Sevilla. Revista de Filosofía, Literatura y Ciencias de Sevilla.

Machado y Alvarez publicó además otros numerosos trabajos en los diarios "El progreso", "El globo", "El día", "El liberal", "El imparcial" y "La época", así como en el "Boletín de la Institución Libre de Enseñanza", cuyo material insta Carvalho-Neto a investigar y reunir. Por otra parte, Machado padre no se limitó a sus propios trabajos, sino que tiene traducidas la "Historia de los musulmanes en España", de Dozy, en 1878, la "Antropología" de Edward B. Taylor, en 1888, y la "Medicina popular" de Guillermo Jorge Black en 1888, obras que enriqueció con notas y apéndices.

Respecto al tío de su madre, Agustín Durán, que tanta importancia tuvo para la iniciación literaria desde pequeños de la gens Machado, hay que resaltarle como un gran romancista, cuya obra cumbre fechada en 1851 "El Romancero General o colección de romances castellanos anteriores al siglo XVIII recogidos, ordenados, clasificados y anotados por..." (Madrid. Rivadeneyra), es una compilación de la épica y la lírica popular, que entronca con nuestras más ricas fabulaciones poéticas, constituyendo un archivo de nuestra literatura popular y agráfica, salvada por ingente labor de este humanista, también desconocido (va de genios sin gloria).

Dice Julio Cejador y Frauca: "Durán vió como nadie que el teatro español era manifestación del propio pueblo, continuador de la épica del Romancero, y puso como fundamento de la verdadera literatura al arte popular, nacido de las circunstancias etnográficas, de las creencias religiosas, de la historia de la raza, y así rechazó el clasicismo como cosa extraña... Esta honda visión del arte, visión folklórica, nacional, popular, fue el primero en tenerla en España..., muy por encima del mismo Menéndez y Pelayo, que tuvo por principal criterio estético la belleza externa del clasicismo... Mientras los demás literatos admiraban lo extraño, y sobre todo lo francés, Durán defendió la literatura española en la epopeya, el teatro y la lírica. Asentó la crítica literaria sobre los firmes fundamentos del elemento popular..., y así puede llamársele fundador de la crítica histórica de nuestra literatura...". Así se expresa también Guichot y Sierra al igual que su contemporáneo Nicomedes Pastor Díaz.

Y esto es todo. Sólo me queda terminar con un devoto recuerdo, con una sentida remembranza recogida por el historiador Tuñón de Lara -junto con Vives, uno de los pocos oficiantes fiables con nuestra propia historia-, y referida a la pieza humana más discreta y anónima de los Machado: Ana Ruiz, la esposa del folklorista y la madre de los poetas Manuel y Antonio. Félix Grande lo recuerda muy oportunamente por la pluma de Pérez Ferrero: "En el mes de febrero .del 39, una muchedumbre de empavorecidos, de desgraciados, con los restos de un ejército en derrota, se empuja, se atropella, pugna, intenta llevarse los enseres más útiles o los recuerdos más queridos, para atravesar la frontera de Francia por el Pirineo Catalán...". En esa marcha del fracaso y de la derrota, nos viene a decir después Félix Grande, se arrastran también camino del exilio Ana y su hijo Antonio, el lírico impregnado de tristeza y pesimismo. Ella, ancianísima y silenciosa, sin comprender ya nada de lo que estaba pasando. El, famélico y enfermo, con unas carpetas de escritos que finalmente perderá por entre el tumulto y la levantarena de la retirada. Se dice que en algún momento de esas horas sin piedad, Ana Ruiz, atolondrada, anciana y pequeña, entreabre a su hijo, camino de tierra francesa esta pregunta, no se sabe si de ensoñación o de locura:

"-Hijo, ¿llegaremos pronto a Sevilla?" A las pocas semanas de cruzar la frontera, Antonio muere en Collioure. Tres días después expira también la madre.

Hace poco, quisiéronse traer los restos del poeta a España, quizá para cumplir con ese rito hispánico de mover tardíamente esqueletos, en vez de acomodar a tiempo a sus inquilinos.

Desde luego, algunas gentes de este país no tienen remedio.



Demófilo, ese desconocido...

HOCES BONAVILLA, Sabas de

Publicado en el año 1981 en la Revista de Folklore número 7.

Revista de Folklore

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