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Revista de Folklore número

092



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Reflexiones Rocieras

GARRIDO PALACIOS, Manuel

Publicado en el año 1988 en la Revista de Folklore número 92 - sumario >



Yo diría los Rocíos que ininterrumpidamente se dan por estas fechas bajo distintas advocaciones, y luego constataría el término ROCIERO como nombre del que peregrina a El ROCIO de Almonte. Eran PALMEROS los que iban a los Santos Lugares y regresaban con palmas testigos; eran PEREGRINOS los que seguían la ruta del Camino de Santiago para postrarse en el Campo de la Estrella ante la tumba del viejo Apóstol; eran ROMEROS los que llegaban a Roma a orar ante Pedro y Pablo. Por esta Andalucía Baja se suelen llamar ROMERO o PEREGRINO tanto al que va a la romería de Montemayor como a la Peña, siendo la de El ROCIO la que acuña nombre propio, ROCIERO, para el que cada año camina hacia la aldea. Se quiera llamar así o asao, es un hecho que a hora fija los pueblos remueven ancestros y se ponen de viaje hacia sus lugares sagrados; es tiempo de pedir, recordar, agradecer, ofrendar; vivir más allá de la rutina diaria; sagrados y comunes, no sólo por geografía, sino por etnia, filosofía, religión. No es hecho exclusivo del cristianismo; cualquier otra cultura puede ofrecrnos ejemplos de este fenómeno social de movimiento humano cuya meta es siempre el lugar sagrado, bien Santuario, Catedral, Ermita, incluso cuevas, aunque según interpretaciones, el primer santuario escogido por y para la Divinidad fuera el bosque, lugares, en fin, donde se venera imagen de culto comunitario. En los programas de cualquiera de estas fiestas, lo que he llamado al principio Los ROCIOS, desbrozando publicidad -que también cabría hablar de ella; hay quien cree que no participar con su anuncio en los folletos o revistas de la Santa o el Santo les puede traer perjuicio a lo largo del año-, y bastante palabrería, que merece menos atención, se puede distinguir entre líneas una serie de actos, litúrgicos o no, que va dando cuerpo a la ritualización; ya que el fin principal de cualquier romería es contactar con lo sagrado, veamos que lo primero que han de hacer los que van es purificarse; he ahí el primer enunciado de los programas: misa, reunión de grupo en comunión, digamos, identificación; la Divinidad, a través de sus mediadores, Santos, Vírgenes, llama a los humanos, aquí a los de Castillejos, allí a los de Almonte, llámese Piedras Altas o Rocío; pero los quiere limpios por dentro, o en pasiva, la comunidad escoge ese día para sentirse llamada y para ser digna de ser recibida por ELLA, dando lo más puro de sí, el alma lavada de errores, faltas, odios, lo que en cristianismo se llama pecado; nada mejor para sentirse parte de esa Divinidad que hacerla propia, meterla dentro del cuerpo comiéndola en Sagradas Formas, cosa, por otra parte, antigua, que cuenta con variantes curiosas como la de los aztecas anteriores al Descubrimiento, según el maestro Frazer recoge del historiador Acosta; así, por mayo, precisamente, y por diciembre, hacían de masa de harina la imagen de la Divinidad, y la rompían después en trozos que eran repartidos y comidos; se anula con ello por una tregua, necesaria por otra parte, carne adentro, la disposición al mal, al disgusto, a la pelea; el ánima anda proclive al amor Divino, sin descuidar el terreno, pues suelen ser días fértiles para ese otro milagro humano del emparejamiento. Para llegar al sitio sagrado se camina; ese andar es ya PENITENCIA que purga. Se hace ante los demás, ante el «otro» que no camina, para, a más de penar, sentirse parte de esa Divinidad que se lleva a hombros, que se eleva por encima de lo humano, ofreciéndole flores, símbolo aquí de la pureza a la que se llega tras la comunión religiosa. Todos conocemos casos de personas que solamente entran en el Templo ese día, y que, incluso, confiesan y comulgan, ausentándose de él el resto del año, hecho que refleja la necesidad del individuo de contactar con lo Sagrado a períodos de tiempo, a coincidencias de memoria. El camino se puede hacer a pie, como debió de ser en origen, reflejando austeridad, siendo el espíritu lo más rico a llevar ante el Ser Sagrado; otros utilizan ese camino para mostrar su riqueza, su poder, con los que, igualmente, creen estar más cerca de esa Divinidad que espera a todos; si se repasa la historia de las peregrinaciones, éstas pueden distinguirse por sus ascetismos; largas y tediosas, el camino estaba plagado de escollos, a veces extremos, pero que, en vez de acobardar a los romeros, los estimulaban.

Hoy, la abundancia de medios de transportes pueden hacer que un romero atienda a dos advocaciones en el día. Ya en el lugar, surge la verbena, la fiesta, donde el llegado es recibido con comida y bebida abundantes; produce alegría la entrada de un nuevo adepto, se refuerza el grupo, es gozo interno que sale a emparentar con el ROMERO venido, digamos, un poco elevado por esa otra comunión pagana del vino y la tapa, cobijado todo bajo el manto de la misma mano bienhechora que nunca va a castigar duramente en esos días, pase lo que pase. El lugar sagrado se convierte, pues, en meta de penitencia. Llega luego el paseo a caballo, dando su tinte social al evento el más poderoso se mezcla con el menos para adorar juntos a aquel PODER superior que no conocen, pero que intuyen allí, que temen ambos, haciéndolo uno sobre el podio de su silla de montar; otro sobre sus pies, a ras de suelo, reafirmando distinción. El Hermano Mayor porta una vara patriarcal con la que guía a la comunidad. Va en cabeza, preside, nada se hace sin él; es el elegido, el mediador auténtico en el plano social, junto al sacerdote, en el espiritual, ambos en concordato imprescindible como Maestros naturales de ceremonia; no se concebiría sin ellos.

La carne y el vino que este Hermano Mayor reparte gratis rememora los antiguos sacrificios de animales que se le hacían a la Divinidad, que, a su vez, eran cazados por él, gula mayor, el más hábil, diestro, valiente, capaz de proteger, premiar, castigar, matar incluso. Hoy la mayordomía se canaliza a través de responsabilidades, muchas veces burocráticas, organizaciones de pujas y mantenimiento de imagen, cofradías, etc., aunque no se desprende de la pátina de elevado rango social. Aquella carne y aquel vino primarios eran también una comunión.

La cosa es que, a pesar del tiempo aparentemente largo transcurrido, nuestros días no son sino un arañazo en la gran historia de la Humanidad, y nuestras semejanzas con los primeros tiempos son más numerosas que las diferencias que podamos tener. Este y tantos rituales como repetimos cada año, que consideramos útiles para nuestra llevancia de la vida, lo adeudamos a un pasado salvaje, que nos lo legó en herencia, por mucha fanfarria que le echemos a la cuestión de haberlo inventado. Debemos a los predecesores más de lo que tenemos nuestro, meollo que suena dentro de la cáscara que lo recubre, tantas veces cerrada para siempre, cuando lo removemos en las fiestas, núcleo cada vez más inasequible; dice el maestro: «Aquello que llamamos verdad no deja de ser la hipótesis que nos parece mejor.» Dice Xenófanes en el poema «Naturaleza de las Cosas»: «El hombre ha creado a los dioses a su propia semejanza», según sus necesidades, dice ¿quién? En fin, hablaba al principio de ROCIERO, como el que peregrina a la aldea mágica de Almonte, a ese templo-bosque de Doñana en peligro de extinción; pero, en realidad, no sé si quería decir algo más. Igual sí y ahora no caigo.



Reflexiones Rocieras

GARRIDO PALACIOS, Manuel

Publicado en el año 1988 en la Revista de Folklore número 92.

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