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Revista de Folklore número

012



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La Casa de los Tres Hornos

VAL SANCHEZ, José Delfín

Publicado en el año 1981 en la Revista de Folklore número 12 - sumario >



En una visita que hicimos, en compañía del Director del Archivo de Simancas, Don Amando Represa, al bello pueblo de Montealegre, encontramos, en una casa de estilo gótico, tres tipos distintos de horno de asar. Tres hornos, situados en tres habitaciones distintas, daban que sospechar. O al menos incitaban a una pequeña investigación. Más tarde supimos que el pueblo llamaba a esta casa "la casa del obispo", porque quizá fuera residencia temporal de algún apóstol de la Iglesia, quienes, como es sabido, en el siglo XVII comenzaron a ser celosos guardadores y mantenedores de ciertas costumbres domésticas: por ejemplo, el arte del buen yantar, para el que tan buena disposición mostraban antaño clérigos, abades, frailes y obispos. La expresión "vivir como un cura" ha llegado hasta nuestros días en diversas formas de expresión, sin duda desde siglos atrás, y haciendo alusión a una vida plena de sacrificios, eso sí, pero también de venerables satisfacciones, como las que proporcionan la buena mesa, el vaso de "bon vino" y la placentera siesta: Hay ciertos sinsabores y sacrificios que la vida trae, que se sobrellevan mejor con la ayuda de Lúculo y Baco, siempre que sus artes sean saboreadas con beatifica moderación.

Una casa con tres hornos y dos puertas es una importante casa. Y así es. Arquitectónicamente esta bella, magnífica casa de Montealegre, tiene una clara estructura gótica, aunque induzca a confusión un pequeño escudo en el que aparece una cartela con una fecha de mil setecientos y pico. Este escudo puede ser un añadido posterior a la fecha de construcción de la casa.

Esta se encuentra adosada a la iglesia de San Pedro, cuya fábrica data del siglo XVII, y ya queda dicho que tiene dos puertas. Dos puertas de diferentes características, lo que hace al conjunto aún más bello. Una de ellas, la más próxima al templo y situada frente por frente de un bonito crucero de piedra, es puramente gótica: tiene el dintel en forma de arco apuntado, elemento propio del estilo. Pero tiene algo más: su distribución interior es propia de las viviendas de aquellos siglos y las hiladas de sillería y el aparejo de ciertos muretes interiores nos conducen a hacer unas connotaciones de ese estilo.

La otra puerta, de arco con dovelaje muy largo, da acceso a un amplio zaguán desde el que se accede a las habitaciones del piso alto. La casa tiene una tercera puerta, mucho más pequeña y que posiblemente fuera abierta años después de la construcción de la casona.

Hoy se encuentra en(restauración, porque su actual propietario, don Emilio Rodríguez Lobato, profesor de instituto, desea ponerla al día, con el mayor número de comodidades posibles, pero sin desvirtuar la belleza de sus estructuras. A él ha de debérsele por consiguiente la conservación de esta importante muestra de la arquitectura rural tierracampina. (¿O deberíamos decir también "de los Torozos", por ser Montealegre lugar fronterizo entre Tierra de Campos y los Montes Torozos?).

Nos sorprende don Emilio cuando nos dice una apreciación personal muy digna de tenerse en cuenta.

-Yo pienso que la casa fue construida en el siglo XVIII copiando los estilos que se llevaban en el XVI. Creo que a muchos estudiosos esta casa les va a maltraer.

En efecto, en el interior, hay entramados y estucados que son más propios de las modas de los siglos XVIII y XIX que del gótico.

En fin, si esta casa es una mezcla de estilos, una modificación constante de formas y un "tirar para añadir", según las modas de cada tiempo, algo similar, pensamos, le ocurre al castillo, al famoso castillo de Montealegre, en el que también aparecen mezclados varios estilos de diferentes épocas.

En la variedad está el gusto. Unos, como García Escobar, dicen que el castillo fue mandado construir por don Tello Pérez de Meneses en el siglo XIII; y otros, como don Esteban Garda Chico, aseguran que la parte más primitiva de la fortaleza no pasa del XIV.

¡Pelillos a la mar!

Al mar de tierra que se divisa desde el alcor donde se yergue el tremendo castillo. Al mar de tierra, al mar de Campos, en donde, desde lo alto, se pueden contemplar un gran número de pueblos.

Asegura el alcalde de Montealegre -que es hombre de buena vista- que se ven Belmonte de Campos, Medina de Rioseco, Villabaruz, Torremormojón, la torre de la Colegiata de Ampudia...

-Y en días claros se ven hasta treinta y cinco pueblos. Todos los que están en la paramera de Campos. Pero no para ahí la cosa, porque ¡fíjese usted que se ven los Picos de Europa!

Nosotros nos fijamos, y nada. Bien es cierto que el día es brumoso y que nosotros somos miopes. Conviene recordar que el castillo de Montealegre fue un castillo militar, que actuaba de enlace con los fuertes fronterizos del antiguo Reino de León, y que a la vista de sus moradores quedaban las fortalezas de Belmonte, Torremormojón y Villalba de los Alcores. Por otra, el castillo tenía fácil enlace con los de Paradillas y Ampudia por un lado, y con los de Medina de Rioseco y Mucientes, que en paz descansen, por otro.

Junto a la puerta del castillo, el Ateneo de Valladolid mandó grabar en 1975 sobre una lápida marmórea, un poema de Jorge Guillén, originario del lugar, para perpetuar en piedra lo que ya había perpetuado en papel impreso. Este es el poema:

Castillo aún, castillo con murallas
En torno al interior desierto hueco:
Erguida tu altivez sin luchas, ¿hallas
Quizá de la grandeza muerta el eco?

Junto al castillo el pueblo se recoge,
y allí resiste con modestia grave.
El trigal se reduce, busca troje.
Fuerza da el pan. A Dios la boca alabe.

Aquel buen feligrés del siglo XV,
Viejo y nuevo, ¿qué Dios tendría a mano?
¿Era limpio de sangre, rudo, lince?
Montealegre sin monte alegre, llano.

El castillo divisa la llanura,
Tierra de Campos infinitamente.
Todo en su desnudez así perdura:
Elemental planeta frente a frente.

Pero siempre el castillo es quien domina.
Bajo esa cruda luz historia aflora
Que sostiene un lenguaje con su mina.
Pasado cierto va un futuro ahora.

Pero volvamos a la casa, a la vieja, a la ignota vivienda de los tres hornos. Y a su dueño:

-Según he oído decir, resulta que he pagado una cifra desorbitada por ella, a juzgar por cómo están los precios por aquí.

-¿Cuánto?

-La casa me ha costado doscientas mil pesetas.

-¿y cuánto piensa gastarse en la restauración?

-Calculo que me saldrá por unas quinientas mil. Pero merece la pena.

-¡Ya lo creo que merece la pena! Y muchos vallisoletanos se lo agradecemos.

-Cierto. El día menos pensado se vendría abajo: está muy descuidada.

¿Por qué tres hornos y distintos? Es evidente que esto ha de tener una explicación: Cada uno de los hornos cumplía una función distinta. El primero, instalado en una habitación solo, era para cocer el pan. El segundo horno, que había sido construido aprovechando una rinconada de un pasillo que da a las corralas, resolvía el condimento cotidiano. Y el tercero, un horno de Pereruela, era en el que se hacían los asados de carne.

El más interesante de los tres es este último, en razón de su elementalidad y antigüedad. Esta clase de hornos se siguen haciendo aún en el pueblo zamorano de Pereruela y no han cambiado nunca de conformación: son campaniformes, como una media naranja con un portillo abierto, de unos veinticinco centímetros de cada lado, y todo él con un diámetro de base no superior al metro. El espesor de sus paredes de barro no sobrepasa los tres centímetros.

Como en el caso que nos ocupa, estos hornos solían colocarse sobre una poyata de metro y medio de alto y se recubrían después de adobe. De esta forma se les protegía de posibles resquebrajaduras y, por ende, conservaban aún más la temperatura interior. Todo el horno, por tanto, era cubierto por un artificio de barro y paja cuya esbeltez quedaba al criterio del consumidor.

Nuestros conocimientos de los hornos zamoranos y de su frecuente utilización en las viviendas rurales de Valladolid, eran entonces muy elementales. Don Amando Represa, al día siguiente, nos facilitó la siguiente papeleta: En 1827, el Dr. D. Sebastián de Miñano, en su Diccionario Geográfico-Estadístico de España y Portugal, T. VI, pág. 512, dice de Pereruela: En este pueblo se halla la fábrica de loza basta, conocida con el nombre de Zamorana, cuyo barro es el que más resiste a la acción del fuego, por lo cual es preferida a la mejor que hay en su género, no sólo dentro, sino fuera de España. Miñano se lamenta de que a pesar de su antigüedad, los alfareros de Pereruela, no han modificado la forma de las vasijas que fabrican, haciéndolas más manejables y cómodas, sin duda por ignorar "los principios del dibujo". Y termina con esta consideración derrotista y pre-noventayochocentista: "Triste condición de los establecimientos de nuestra España".

Por último, Madoz en su "Diccionario Geográfico-Estadístico-Histórico de España y sus Posesiones de Ultramar", tomo XII, 1849, pág. 814, dice hablando de la industria de Pereruela: "Alfarería, a que se dedican todos los vecinos; el barro para la fabricación es de tal calidad, que se endurece cuanto más se tiene al fuego; por ello, son sumamente apreciadas sus vasijas, que transportan los naturales hasta los países extranjeros" -137 vecinos.

Curioso que en estos textos se hable de vasijas y no de hornos.

PERERUELA.-Datos para la historia de la alfarería:

La alfarería de Pereruela parece que en lo antiguo fue importante y rentable. En el Archivo de la Catedral de Zamora hay una sentencia, en pergamino, de 1410, sobre la distribución del "barro de Pereruela", y pocos años después, en 1429, otro documento por el que el Cabildo de la Catedral zamorana adquiere por compra parte del barro del lugar de Pereruela y del de Las Chanas. (Guía-Inventario de los Archivos de Zamora y su provincia. A. Matilla Tascón. 1964)

En 1754, al prepararse la operación "Unica contribución" por el Marqués de la Ensenada, Pereruela responde al interrogatorio que se le formula, y en su respuesta 17, dice: "En este lugar y en su término hay un mineral de barro para la fabricación de cántaros, ollas y botijos, y por el uso de esta tierra para fabricar dichas obras se le paga en cada un año a Don Melchor de Guadalajara, vecino y regidor de Zamora, 612 reales de vellón, sin saber por qué motivo cobra dicha cantidad". Don Melchor, por tanto, era a mediados del XVIII el dueño de la materia prima de los alfareros. Y en la respuesta 32, relativa a oficios artesanos, se da una relación nominal de 27 alfareros y sus ingresos anuales, así como de otros 38 "labradores-alfareros", lo que hace un total de 69 vecinos dedicados a tal industria, que es casi más de la mitad del censo de población, evaluado en este momento en 129 vecinos". (Archivo de Simancas, Unica Contribución. Libro 667, nº 56.)

Sin ser todo, esto ya es bastante.




La Casa de los Tres Hornos

VAL SANCHEZ, José Delfín

Publicado en el año 1981 en la Revista de Folklore número 12.

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