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Revista de Folklore número

057



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Leyendas del tesoro de Sierra Magina

AMEZCUA, Manuel

Publicado en el año 1985 en la Revista de Folklore número 57 - sumario >



La comarca de Sierra Mágina ocupa la región meridional de la provincia de Jaén, en su límite con la de Granada. Agrupa a una quincena de poblaciones asentadas en las estribaciones del macizo de Mágina, que con una altitud media de 1.420 metros alcanza su máxima altura en el pico del mismo nombre, en el término municipal de Albánchez, con 2.167 metros, siendo al mismo tiempo el pico más elevado de la provincia.

LA SIERRA MAGINA

Pese a los indudables valores de sus pueblos desde el punto de vista monumental, de sus costumbres y de su paisaje, durante mucho tiempo han estado excluidos del panorama turístico de la provincia. Tan sólo desde hace unos años la comarca está siendo visitada, en ocasiones masivamente, debido aun extraño fenómeno que se dio a comienzos de los setenta en unos de sus pueblos, y me refiero a las famosas Caras de Bélmez, en Bélmez de la Moraleda. Esta afluencia inesperada de visitantes, en su mayoría con un marcado gusto por lo oculto y lo misterioso, han divulgado a través de las páginas de la prensa y de otras publicaciones una visión un tanto esotérica de la comarca, que han hecho confundir a menudo su significado etimológico de sierra magna, sierra grande, con el de Sierra Mágica.

Y saco a colación esta introducción porque quizá el presente trabajo contribuya aún más a favorecer el aspecto mágico de nuestra sierra que, dicho sea de paso, lo tiene como toda región inexplorada desde el punto de vista de la cultura.

LEYENDAS DE TEMA HISTORICO

La mayoría de los temas legendarios que hemos recogido en esta comarca se refieren a la historia de los pueblos, de los castillos, ruinas, fuentes, cuevas, etcétera. Son narraciones en muchos casos fantásticas, pero que gozan de gran credulidad entre la gente, ya que intentan explicar el origen de las cosas, de los fenómenos naturales. Para este tipo de leyenda, la leyenda histórica, el monumento natural o el establecido por el hombre le sirve, en cierto modo, de jalón mnemotécnico. En otros casos se trata también de hechos históricos que por haberse transmitido verbalmente a través de las generaciones, han sufrido una serie de transformaciones y se han adornado con incidentes maravillosos tomados de otras tradiciones.

Leyendas sobre el origen de ciertos topónimos, sobre la conquista de castillos y torreones, luchas fronterizas entre moros y cristianos, episodios novelescos referidos a reyes y otros personajes con un marcado tinte legendario, apariciones de imágenes de santos que después serán erigidos patronos del lugar y, cómo no, el copioso repertorio de leyendas de tesoros ocultos, forman en su conjunto otra versión de la historia de la comarca que en casi nada tiene que ver con el modelo científico que conocemos por los cronistas e historiadores. Es la historia legendaria de Sierra Mágina, que durante siglos ha cumplido su función social de aproximación a las mentes rudimentarias de los nativos de una serie de acontecimientos, misteriosos en algunos casos, que más tardíamente se ha encargado de desvelar la moderna historiografía.

MOROS Y CRISTIANOS EN SIERRA MAGINA

Es indudable que el carácter del pueblo y el ambiente en que vive determinan siempre la tendencia y la nota dominante en sus leyendas. En el caso de la comarca de Sierra Mágina, cuyo suelo está sembrado de torreones y castillos roqueros, además de un sinnúmero de yacimientos arqueológicos, en su mayoría sin haber sido estudiados de modo sistemático, no nos extraña la proliferación de leyendas de esta índole. Sobre todo de leyendas de moros, personajes de talante un tanto malévolo a quienes, en cambio, la tradición les reconoce una cierta munificencia en sus magnates, que acumularon inmensos tesoros para luego darlos a la tierra.

El período de máximo esplendor de la historia de la comarca lo encontramos precisamente en la época de la dominación árabe, cuando en las estribaciones septentrionales de Sierra Mágina se asentaba una fortaleza conocida con el nombre de Sumuntán, que a su vez designaba un amplio territorio salpicado de numerosas alquerías y lugares fortificados. Aquí se hizo fuerte el más destacado de los rebeldes muladíes, Ibn al-Saliya, que en algún momento extendió su poder hasta Cástulo y que formó a su alrededor una verdadera corte, de la que formaban parte destacados poetas que cantaron las alabanzas de este Señor, constructor de castillos y de notables edificios (1).

Sierra Mágina jugó un papel muy importante en la frontera de Granada, ya en los últimos tiempos de la Reconquista. Desde que cayera en poder de los castellanos la primera fortaleza de su territorio, Garciez, en 1231, hasta la definitiva conquista de Cambil y Alhabar en 1485, últimos castillos en poder de los árabes en el territorio jiennense, pasaron más de dos siglos y medio cargados de escaramuzas, luchas de banderías, traiciones, razzias y otros incidentes fronterizos de los que dan cumplida cuenta los cronistas del Renacimiento, y aun algunos clásicos literarios de la Edad Media, como Alfonso el Sabio y el Marqués de Santillana.

También en la literatura popular de la comarca encontramos referencias a estos momentos de protagonismo histórico, como es el caso de sus leyendas o sus Fiestas de Moros y Cristianos. Curiosamente, las últimas se dan sólo en cuatro poblaciones de la provincia: Belmez, Bélmez de la Moraleda, Campillo de Arenas y Carchelejo, todas ellas pertenecientes a la comarca de Sierra Mágina (2). Son pequeñas piezas de teatro tradicional, llamadas Autos Sacramentales, Relaciones o Embajadas, que narran las peripecias de los ejércitos cristianos cuando en otro tiempo conquistaron el castillo del pueblo y rescataron a su patrono de las manos de los sarracenos.

LA LEYENDA DE TESOROS OCULTOS

En materia de leyendas y otras narraciones más o menos fabulosas, uno de los temas que se hacen más repetitivos es el que trata de los tesoros ocultos. Tesoros que subliman sobre todo el sentido material del oro, que simboliza la exaltación de los deseos terrestres y su perversión.

Pese a su dispersión, encontramos en estos relatos una serie de analogías que nos hacen pensar en su origen llevado al terreno de los símbolos. Veamos el planteamiento general de una leyenda del género que tratamos, ateniéndonos a los seis ejemplos recopilados en Sierra Mágina y que se describen más adelante.

Según la versión popular más unánime, los moros estuvieron durante siglos acumulando riquezas con las que formaron grandes tesoros. En algunos casos se trataba de monedas de oro y de todo tipo de alhajas (El Tesoro de Cabra, Gallarín y el tesoro del Rey Almanzor) (3); en otros casos consistía en el oro o plata en bruto que ellos habían extraído de las minas (El Tesoro de Belmez), si bien se considera tesoro también al lugar secreto donde se encuentran éstas (El oro de Gualijar).

En un determinado momento, los moros son derrotados por los cristianos y obligados a huir precipitadamente hacia tierras lejanas, y no pudiendo acarrear sus tesoros, los ocultan en lugares secretos con la idea de regresar algún día a por ellos. En algunos casos dejarán guardianes mágicos que velarán por la seguridad de las riquezas, como es el caso de la Encantá o Aparecía de Belmez, o bien serán ocultadas al amparo de un confuso signo (El tesoro de la frente del toro).

La propia realidad del tesoro estará avalada por la existencia de otra leyenda anterior, que dará pruebas, incluso muy precisas, sobre su localización (Gallarín...). En otras ocasiones la información será suministrada a personas con nombre propio por parte de personajes misteriosos que aparecen y desaparecen como por encantamiento (El tesoro de Cabra, El oro de Gualijar). El sueño, considerado como una de las causas más importantes de la formación de las creencias y de los temas que se concretan más tarde en las leyendas, dará lugar a una serie de imágenes oníricas con verdadero valor para la persona soñante, independientemente de su eficacia (El tesoro del Collaíllo) .

No son demasiado frecuentes los casos en que el tesoro es descubierto fortuitamente (El tesoro de la frente del toro) o por revelación (El tesoro del Collaíllo), con lo que en cierto modo se concluye el ciclo de la leyenda. En los demás casos se da la circunstancia que aunque todo el mundo sabe de la existencia del tesoro y de su localización aproximada, nadie tiene el suficiente dinero para sondear el terreno, si bien siempre se cuentan casos concretos de personas que se dejaron su fortuna cavando túneles en busca del preciado oro. En este caso la leyenda parece inacabada, ya que siempre se espera un desenlace repentino. Encontramos entonces una serie de ingredientes que le dan a la narración el vigor necesario para que subsista al olvido colectivo; por ejemplo, el actualizar algunos argumentos de la leyenda, hasta tal punto que el propio narrador se hace muchas veces partícipe de la misma (Gallarín...), estos argumentos se han ido contemporaneizando a través de las generaciones. Esta es, a nuestro juicio, una de las características más importantes y diferenciales de las leyendas de tesoros ocultos.

EL TESORO DE SIERRA MAGINA: LAS FUENTES

El Tesoro de Sierra Mágina, objeto de nuestro estudio, no es más que la recopilación en esta comarca de una abundante colección de leyendas de tesoros ocultos, de la que hemos escogido una muestra de seis de ellas que creemos son las más representativas. La mayoría de los temas están recogidos de la tradición oral, si bien muchos de ellos no son totalmente originales, encontrándonos versiones parecidas en fuentes literarias y otros textos referidos en ocasiones a lugares muy lejanos.

La leyenda de Gallarín y el tesoro del Rey Almanzor, por ejemplo, que me contó un anciano vecino de Noalejo, nos recuerda en algunos aspectos a la leyenda de El soldado y el Gobernador Manco, que W. Irving describe en sus Cuentos de la Alhambra.

El tesoro de la frente del toro es, quizá, la más popular de las historias de este género. En la misma comarca he escuchado versiones similares referidas a los castillos de Cambil y a Carchelejo. Aludiendo al castillo de Jaén, encontramos dos versiones muy parecidas descritas por Mozas Mesa ( 4) y por Eslava Galán (5).

El oro de Gualijar es una historia que desde pequeño le he oído contar a mi abuela. Es curioso que años más tarde de ocurrir el suceso que nos describe, otro vecino de la Moraleda, que estuvo sirviendo al Ejército en Ceuta, contaría al volver una historia muy similar. En este caso, el moro viejo, al referirse a Gualijar, le enseñó incluso la llave de la casa que habitara en esta cortijada en tiempos remotos.

De El tesoro del Collaíllo, que procede de la misma fuente que la anterior, existen muchas historias parecidas. Una, por ejemplo, decía de cierta persona que soñó que en Cabrilla (Cabra del Santo Cristo), en la meseta de una escalera, había una cabra acostada y que debajo de donde estaba la cabra había un tesoro. También se habla mucho en la zona del Tío Sonsín, que se gastó toda su fortuna escarbando en Polera, en las ruinas conocidas por Las Habitaciones, porque había soñado que allí había un tesoro.

El tesoro de Belmez es recopilada en parte por Martín Serrano en su libro sobre las Caras de Bélmez (6). Finalmente, la leyenda de El tesoro de Cabra, muy popular entre los vecinos de Cabra del Santo Cristo, es copia a la letra de la versión que Eslava Galán recoge en sus Leyendas de los castillos de Jaén (7). Obsérvese su parecido con la que trata del oro de Gualijar.

En Sierra Mágina, la presencia de tesoros misteriosos está también avalada por otros factores; por ejemplo, en su toponimia, en la que encontramos con bastante frecuencia denominaciones como las de La Cueva del Tesoro o el sitio de El Tesorillo.

Imagino que los hallazgos de ciertos restos arqueológicos muy sonados en su época habrán contribuido también a la pervivencia de estas leyendas. Conozcamos algunos: Ximena Jurado refiere en 1652 un conjunto de monedas visigodas que encontró en Cabra del Santo Cristo (8), también describe un cuenco de plata, el Vaso de Torres, que se encontró junto a esta villa y que contenía en su interior seiscientas monedas de plata (9). En la Exposición Provincial de Jaén de 1878, un vecino de Cabra presentó una abundante colección de restos arqueológicos que había descubierto en la galería de una gruta natural existente en la sierra de esta localidad (10). Por esta época se producen descubrimientos similares por Manuel de Góngora (11) y por Gómez Moreno (12) en la sierra de Torres. Más recientemente, en 1925, el Museo Arqueológico Nacional adquirió una colección de objetos visigóticos procedentes de sepulturas existentes en Campillo de Arenas, entre los que había cuentas de vidrio, de collar, una pulsera de cobre, sortijas, alfileres y una hebilla (13). Y otros muchos descubrimientos fortuitos o por buscadores de tesoros que han tenido lugar durante siglos en los numerosos yacimientos de Sierra Mágina, entre los que cabe destacar Cerro Alcalá, entre Torres y Mancha Real, abundante en restos de la época ibérica y romana.

SEIS LEYENDAS DE TESOROS

GALLARIN Y EL TESORO DEL REY ALMANZOR

Dentro del término municipal de Noalejo, pero muy cerca de Arbuniel, se encuentra el Cortijo de la Torre, al pie del cerro Atalaya, llamado así por la pequeña construcción árabe que en otro tiempo hubo en su cima y de la que hoy apenas se distinguen los muros arruinados de sus cimientos. No hace mucho, un anciano de Noalejo me contó la historia de cierto reyezuelo moro que habitó estos lugares y de un gran tesoro que esta tierra guarda en sus entrañas.

En la época de mayor esplendor musulmán este cortijo estaba en poder de un moro llamado Gallarin (14), que se había apropiado a costa de la Conquista de un extenso territorio en toda la comarca. Junto al lugar de su residencia y en lo alto de un cerro había mandado construir un torreón desde donde divisaba un amplio territorio sembrado de fortalezas y torres vigías cuyas ahumadas le advertían de los peligros de incursiones enemigas.

Contaba este gerifalte moro con la amistad y la confianza de un personaje muy principal, el rey Almanzor, aquel caudillo vencedor en más de ochenta batallas, y con frecuencia recibía sus visitas en su escondido rincón de Sierra Mágica. En una de ellas, Almanzor, como un gesto premonitorio de su trágico final en Calatañazor, le propuso esconder en algún lugar secreto de su propiedad todos los tesoros que había acumulado a lo largo de sus correrías por el suelo peninsular.

Así fue que con la asistencia de los más allegados súbditos de Gallarín excavaron un profundo subterráneo con cámaras adecuadas donde Almanzor fue colocando todas sus riquezas. Entre ellas destacaban los nueve caballos cargados de oro y el famoso collar de la Reina de Nápoles, también introdujo abundante armamento, espadas, monturas, etc., como para dotar a un grandioso ejército y, además, un retrato de todos los moros que durante siglos habían cruzado el estrecho para pisar tierra española (15). Pero una vez acabado el trabajo y después de camuflada totalmente la entrada de la caverna, Almanzor receló de su amigo y maquinó una traición que acabó con la muerte de Gallarín y de todos sus colaboradores. Derribó su palacio y la torre vigía que había construido en el monte, hasta tal punto que no quedó rastro de que aquella tierra hubiera estado poblada en ningún momento.

No pasó mucho tiempo cuando el ministro árabe tuvo que abandonar tierras segovianas derrotado y perseguido hasta que se encontró con la muerte en las puertas de Medinaceli, quedando su tesoro en el anonimato para siempre.

Según mi septuagenario informante, que cuando era joven había trabajado mucho en este cortijo, vivía cerca de Cambil una mujer muy rica que tenía mucha amistad con el obispo de Jaén. Solía visitar a menudo al prelado y le llevaba buenos regalos. En una ocasión, el obispo, en pago de su amistad le dio una copia del testamento del Rey Almanzor, que estaba en el Archivo de la catedral jiennense. Lo curioso de este documento era la descripción tan precisa que daba de un lugar muy concreto situado a una treintena de kilómetros de la capital, y que según unánime opinión podía tratarse muy bien de un tesoro.

Esta señora guardó el documento en su cortijo con la idea de algún día prestarle un poco de atención, cosa que no ocurrió nunca, pues al poco tiempo una grave enfermedad acabó con su vida. El cortijo pasó entonces a manos de los patronos de mi interlocutor y cicerone en esta historia, encontrándose presente cuando los nuevos dueños descubrieron el documento. Lo leyeron en voz alta, sin comprender al principio su significado, y cuando sospecharon lo que podía ser guardaron celosamente el papel donde nadie pudiera encontrarlo. Pero no contaron con la avisada memoria de su moza, que aprendió el texto de corrido y que sería de la siguiente forma:

A cinco leguas de Jaén, sitio de la Torre, señas más principales: la loma de las Cabras y el castillo derribado en la atalaya que divisa siete torreones. El terreno que allí existe tiene dedos y yemas y rayas en las piedras. Un árbol negro con un tronco muy grueso y unos endrinos. Tres mogotes de piedra hechos de la mano del hombre, uno enfrente de Coloma y los otros al hilo de éste. De uno de ellos baja un carril desmochado de piedras, cuando acaba, a tres metros en dirección al sol saliente, una piedra igual de ancha que de larga tapa un agujero y a continuación un pasillo ancho y largo, no hagas caso de cuanto veas ni oigas, sigue adelante hasta que veas, al final, dos poyos grandes.

En un principio las pesquisas se dirigieron al castillo de Arenas, en término de Campillo de Arenas, donde, según cuentan, más de una fortuna se ha derrochado cavando túneles por los alrededores, y aun la vida de algún desafortunado que la arriesgara remontando sus peligrosos paredones.

Al no encontrarse nada las prospecciones cambiaron de escenario, llevándose a cabo más recientemente en el cortijo de la Torre, sin que hasta hoy sepamos de ningún descubrimiento importante.

EL TESORO DE LA FRENTE DEL TORO

En otro tiempo, en las estribaciones de la sierra de Huelma, en un amplio territorio que va desde Polera al cortijo de los Moros y Gualijar, existían numerosas aldeas y torreones habitados por moros, que al amparo de las frescas y abundantes aguas del Gargantón habitaron estos lugares durante siglos en pacífica tenencia de sus tierras, hasta que un día tuvieron que huir hacia tierras africanas expulsados por los castellanos.

Muchas son las historias que se cuentan de su estancia en esta comarca y sobre todo de los tesoros que se vieron obligados a dejar escondidos pensando que algún día podrían regresar para llevárselos.

Una de estas leyendas es la que trata de cierto cacique moro que por mejor ocultar sus riquezas ideó un ardid con el que durante mucho tiempo, siglos, consiguió despistar a los numerosos buscadores de tesoros que han frecuentado aquel lugar.

Y es que cuando no quedó un moro en la zona y tomaron posesión de las tierras los primeros cristianos, llamó su atención la extraña figura que habían dejado grabada en un risco muy saliente a poca distancia de donde comenzaba la tierra de monte. Consistía la figura en la cabeza de un toro y debajo una inscripción que decía:

Frente al toro está el tesoro

Huelga decir la cantidad de personal que durante tanto tiempo se desplazó a las Cabritas para calcular in situ la dirección de la mirada del toro, animados por el suntuoso botín que suponían habían escondido los moros. Las primeras pesquisas se dirigieron al castillo de Solera, que llenaron de galerías y pasadizos sin encontrar nada. Después ampliaron la búsqueda al mismo Morrón de Solera, Aulabar y hasta la Sierra de Cabrilla.

Uno de aquellos cortijeros, testigo día a día del incesante ir y venir de la gente, vivía en un pequeño cortijo al pie mismo del risco donde estaba la cabeza del toro. Este cortijero, cerrado y testarudo como ninguno, pues se había criado entre aquellas sierras, se enfadaba a menudo con los visitantes, sobre todo en el buen tiempo, cuando éstos aplacaban los rigores del estío con los tomates y pepinos de su bien cuidada huertecilla. En una ocasión en que su disgusto había alcanzado límites extremos tomó el azadón en sus manos y se fue hacia la cabeza del toro dándole tantos golpes que no quedó rastro de su existencia. Los que fueron al otro día a visitar el grabado de la pared encontraron en su lugar una hoquedad en la roca completamente vacía. Y en cuanto al labriego autor del desafuero, desapareció de la noche a la mañana sin que jamás se tuvieran noticias de su paradero. Desde entonces es opinión generalizada que los moros habían escondido su tesoro en el interior de la frente del toro y que fue encontrado por aquel cortijero que, en su testarudez, rompió el encanto de la leyenda.

EL ORO DE GUALIJAR

Son muchas las historias que se cuentan, en ocasiones por sus propios protagonistas, referidas a la guerra de Africa. La que ahora relato le ocurrió a uno de Bélmez de la Moraleda, Domingo el Pincel le decían, que falleció hace ya muchos años.

Cuentan que cuando estaba el frente en Tetuán, un día, Domingo observó a un moro viejo, de extraña figura, que parecía vivir ajeno completamente a los aconteceres diarios de la guerra. Vestía chilaba larga y turbante, con una barba abundante y blanca que ocultaba parte de su arrugado rostro, del que apenas se distinguían unos ojos nublados por una ceguera casi total.

En los días siguientes el soldado andaluz, sin saber por qué, como cautivado, se fue acercando a aquel viejo de figura un tanto patriarcal. En una ocasión el moro, como sintiéndolo cerca de sí, levantó su mano señalándole con las yemas de los dedos y le preguntó que quién era.

-Un soldado español -le contestó Domingo.

-y ¿de qué parte vienes? -volvió a interrogarle el moro.

-De Jaén, de un pueblo que le dicen La Moraleda.

El anciano, de pronto, levantó el entrecejo como deslumbrado por una idea luminosa y apretándole en el hombro con temblorosa mano, comenzó a repetirle incesantemente:

-¡Gualijar, Gualijar! ¡Mucho oro, mucho oro!

Cuando Domingo el pincel le contó el lance a su capitán, que también era de esta zona, comprendieron que el moro se refería al torreón arruinado de Gualijar, el de las Cabritas de Huelma. Al día siguiente los dos militares se fueron temprano al lugar donde el moro se solía sentar a tomar el sol con el fin de preguntarle más señas sobre el oro de Gualijar, pero el árabe no asomó por allí en todo el día, ni tampoco en los siguientes, y aunque organizaron una minuciosa búsqueda por aquellos alrededores con la asistencia de la mayoría de los soldados de la compañía, no consiguieron noticia alguna sobre su paradero, ni allí parecía saber nadie de su persona.

Como tampoco se ha sabido nada de ese tesoro de Gualijar, aunque algunos han gastado ratos cavando los cimientos del castillejo. Los más figurados piensan que aquél es uno de aquellos moros que un día tuvieron que abandonar la península huyendo y derrotados, y que escondieron sus tesoros en lugar secreto para un día, en tiempos más propicios, regresar a por ellos.

EL TESORO DEL COLLAILLO

Remontando la ladera sur de Cerro Gordo, en el término municipal de Bélmez de la Moraleda, están los Colloíllos, unos cuantos cortijos desperdigados que aprovechan las últimas tierras roturables de la sierra para la siembra y el olivo.

Cerca de uno de ellos, el del Tío Minuto, dicen que en tiempo de moros existió un cementerio y no es raro que de vez en cuando la reja del arado descubra alguna de sus sepulturas. Uno de aquellos cortijeros fue Francisco el del Collaíllo, del que cuentan cierto suceso que le aconteció con estas tumbas.

y es que una noche el Tío Francisco soñó que había un tesoro enterrado en un cerrete que había detrás de su cortijo. El lugar exacto lo señalaban tres sepulturas moras situadas en forma de aspa, convergentes en un punto donde podía buscarse el tesoro.

Aquel sueño se le repitió varias noches hasta convertirse en una pesadilla. En una ocasión en que se despertó angustiado, por la misma razón se levantó bastante airado y cogió el azadón y se fue a cavotear el cerro. Inmediatamente comenzaron a aparecer señales de las tumbas del sueño. Calculando el lugar señalado, a poco de ahondar el azadón dio con un cacharro que tenía forma de cantarillo. Con esfuerzo logró sacarlo, ya que era pesado, pero al volcar sobre su mano parte del contenido comenzó a salir un polvo negro que colmó el enojo de Francisco y agarrando el cántaro por su asa lo lanzó al aire haciéndose mil pedazos al estrellarse contra las peñas.

Los que conocieron el caso dicen que al otro día, cuando salió el sol, los Collaíllos resplandecían como bañados en oro. Era el polvo de oro del cantarillo que el Tío Francisco había despeñado aquella noche.

EL TESORO DE BELMEZ

Cuando se marcharon definitivamente los moros rebeldes de Belmez, tuvieron que irse huyendo porque eran de los últimos que quedaban ya. En su huida no pudieron llevarse los tesoros que tenían en el castillo, que eran muy abundantes porque en aquella tierra había mucha riqueza, minas de plata, que ellos sacaron a flote.

Entonces, para preservar el tesoro del saqueo de los cristianos, lo metieron en las más profundas mazmorras del castillo y para su custodia dejaron un ánima, una Encantá de castillo. Dicen también que por ello en las Sagradas Escrituras de los moros decían antiguamente de este pueblo que "si supieran los labradores de Belmez de la Moraleda, lo que había en el Cerro de la Silla, labraban la tierra con reja de oro". El Cerro de la Silla está precisamente enfrente del castillo de Belmez.

Son muchas las gentes que han venido a cavar túneles en el castillo buscando la puerta del tesoro, pero nadie ha dado con ella, además la Encantá se aparece frecuentemente por las noches y su resplandor se puede ver en ocasiones desde los cortijos de Belmez.

Hace muchos años vino al pueblo una mujer que decían que era medio sabia (bruja) y que decía que aquí había mucho oro enterrado. Se quedó durante algún tiempo y contratando a varios obreros se gastó todo el dinero que tenía en cavar y ahondar estos cerros, sin conseguir sacar nada de provecho. Al final tuvo que marcharse completamente arruinada, pero con la obstinación de los muchos tesoros y riquezas que sin lugar a dudas guardan estas sierras en sus entrañas.

EL TESORO DE CABRA

Un campesino al que pedí de beber en una calurosa siesta del estío me contó esta historia, sentados cerca del borde de la carretera que va de Bedmar a Belmez, a la sombra de un repoblado pino.

El bisabuelo de mi abuelo o el bisabuelo de mi bisabuelo estuvo una vez en Granada sirviendo al rey o atendiendo a cualquier otro asunto y subió a ver la Alhambra porque se la habían ponderado mucho. La Alhambra es un cerro donde hay un castillo y una fuente. Enfrente de la fuente, en la puerta del castillo había unos poyos de piedra y mi bisabuelo se sentó allí a hablar con unos moros viejos que tomaban el sol. Uno que tenía la barba blanca, cuando supo que era de Cabra le dijo que él era también de allí, pero que tuvo que cerrar su casa e irse a Granada cuando llegaron a Cabra los castellanos, hacía ya muchos años. Para señal le dejó ver una llave grande y vieja que decía que era la que abría su casa de Cabra y le contó que en el castillo del pueblo había dejado enterrado un tesoro de muchas piezas de plata y oro y de perlas dentro de un cántaro que tenía pintadas una mano abierta y una llave.

Atardeció y refrescó el día y los moros se fueron a sus casas y mi bisabuelo a su cuartel o su fonda. Al otro día mi bisabuelo volvió a subir porque tenía poco que hacer en Granada o porque se había aficionado a la plática del viejo, pero ya no lo encontró ni a ninguno de los que con él estaban en el día de antes. Preguntó a un portero con gorra de plato que había en la puerta de la Alhambra para cobrar la entrada a los turistas y el otro le contestó con malos modos que ya no había moros en Granada.

Cuando mi abuelo volvió a Cabra y contó lo que le había pasado con el moro de la Alhambra muchos se rieron de él y creyeron que le habían tomado el pela viendo que era de pueblo, pero a poco comenzó a haber mucho trasiego nocturno en el cerro del castillo y se veían luces moverse y a las primeras casas del pueblo llegaban con las rachas de viento favorable, rumores que parecían de pico y pala. Como el cementerio está al pie del cerro del castillo algunos achacaban las luces a las ánimas, que cuando se les pone poco aceite en las palmatorias andan trapaceras y pesquisidoras de la noche, y los otros ruidos a otros ejercicios de los inquietos difuntos.

Lo cierto es que el cerro del castillo comenzó a llenarse de hoyos y que cada vez se veían más luces allí arriba y los fragores excavadores arreciaban. Nadie decía palabra en el pueblo pero los vecinos se encontraban embozados y nocturnos, con el azadón al hombro, por calles y caminos hacían como que no se veían. Algunos más previsores se llevaban hasta la mujer para que los acompañara, arrebujada en una manta y sentada en una piedra, por si el tesoro era demasiado grande para transportarlo una persona sola.

Con el tiempo se fue cansando la gente de fatigar al monte con las cavas, cuando ya no quedaba palmo de tierra que no hubiesen removido un par de veces, y se fueron olvidando del asunto. Ya va para muchos años que no inquietan las noches con luces y azadonazos nocturnos. Ahora en el cerro de San Juan -que así llamamos al cerro del castillo- sólo se ve la torre airosa de un blanco palomar, con palomas en las piqueras despulgándose al tranquilo sol mañanero.

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(1) AGUIRRE SADABA, J. y JIMENEZ MATA, María C.: Introducción al Jaén Islámico. Jaén, 1979, págs. 143-145.

(2) Existen referencias a otras fiestas de Moros y Cristianos que en otro tiempo tuvieron lugar en varios lugares de la provincia. La más antigua fue la celebrada en Jaén en 1463 (Crónica del Condestable Don Miguel Lucas de Iranzo. Ed. de Carriazo, 1940, págs. 98-102) y otra en el viaje de Felipe IV a Sevilla en 1624 a su paso por Castellar y Santisteban del Puerto (Mercado Egea, J.: Felipe IV en las Andalucías, Jaén, 1980, pág. 17). También hay noticias de las fiestas de moros y cristianos de Alcalá la Real que celebraba en el siglo XVIII.

(3) Los títulos que aparecen entre paréntesis se refieren a las leyendas que se describen al final.

(4) M. MOZAS MESA: Jaén Legendario y Tradicional. Jaén, 1959, pág. 351.

(5) J. ESLAVA GALAN: Leyendas de los castillos de Jaén. Jaén, 1981, pág. 27.

(6) M. MARTIN SERRANO: Sociología del Milagro. Las caras de Belmez. Barral Editores, 1972, págs. 77-78.

(7) ESLAVA GALAN, ob. cit., pág. 51.

(8) Ximena JURADO: Catálogo de las Iglesias Catedrales de Jaén y Baeza y Annales de este Obispado. Madrid, 1652, pág. 87.

(9) Ximena JURADO: Antigüedades de la Diócesis de Jaén. Ms. 1.180 de la Biblioteca Nacional. Libro 1º, fol. 90 v. Publicado en el resumen que de este documento hace el P. Recio en Bol. I.E,G., nº 23, 1960.

(10) Arqueología y Numismática en la Exposición Provincial de Jaén de 1878. Don Lope de Sosa, 1930, pág. 135.

(11) Antigüedades prehistóricas de Andalucía, págs. 77.78.

(12) Misceláneas, C.S.I.C., pág, 93.

(13) Objetos visigóticos hallados en Campillo de Arenas. Don Lope de Sosa, 1929, pág. 108.

(14) El cortijo a que se refiere la leyenda se llamaba en el siglo XVI "La Torre el Gallarín". Sus tierras entraron a formar parte de las propiedades de doña Mencía de Salcedo, camarera de la emperatriz doña Isabel de Portugal y más tarde de la casa del Príncipe Felipe, que adquirió mil fanegas de tierra en 1533 y 500 en 1554 en los llamados "Entredichos de Nohelejo". Aunque parte de las tierras de la Torre el Gallarín, que en total pasaban de 500 fanegas (medida de Granada) de terreno de labor le fueron expropiadas años más tarde por los jueces de términos, de nuevo consiguió hacerse con ellas a base de recursos judiciales y finalmente, en 1567, comprando el resto de las que no le fueron devueltas.

(15) El detalle del retrato de los moros" tiene una cierta significación mágica. Es como si se tratara de un encantamiento, que una vez roto convertiría a los retratos en verdaderos guerreros.



Leyendas del tesoro de Sierra Magina

AMEZCUA, Manuel

Publicado en el año 1985 en la Revista de Folklore número 57.

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