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Revista de Folklore número

009



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Palabras y cosas de la arcaica alfarería medinense y de su fase de extinción

SANCHEZ LOPEZ, Ignacio

Publicado en el año 1981 en la Revista de Folklore número 9 - sumario >



1.-INTRODUCCION

La venerable antigüedad de la alfarería, ligada a los remotos periodos de la vida de la humanidad sobre la tierra, la absoluta impermeabilidad a los adelantos técnicos que aquí ha mantenido este oficio a la par tan humilde y hermoso, y, sobre todo, la circunstancia de hallarse en trance de inminente desaparición en Medina del Campo, por las razones que apuntamos mas adelante, son otros tantos motivos que nos han inducido a examinar los aspectos de la cultura popular de la comarca y su léxico, comenzando precisamente por éste de su primitiva alfarería.

Cuando se inicia la toma de estos datos, los dos únicos alfares que perduran en Medina del Campo -de los siete que hace unos 40 años existían aún en la villa- tienen al frente a los artesanos Félix Trimiño Alonso y Pablo Gimeno Galván. Ambos han seguido la tradición familiar del oficio, y los dos cuentan con bastante descendencia; pero, por desgracia, ninguno de los hijos se ha sentido atraído por la vocación alfarera.

A ello contribuye no poco la subestimación, incluso propia, de una labor que proporciona exiguo rendimiento económico. A lo largo de este comentario iremos viendo que son tantos los factores contingentes que intervienen en el largo proceso, desde la mezcla de barros al final de la cochura, que el más consumado "cacharrero", no puede estar seguro de que alcanzará el fruto de su trabajo cuando desencañe (extraiga) la hornada semanal.

Une este arte, a su natural dificultad, carácter insalubre en un clima de la dureza del medinense, puesto que obliga a mantener las manos húmedas la mayor parte del tiempo. Uno de estos artesanos, Trimiño, me manifestaba su convicción de que los dos últimos alfareros que perdió Medina murieron "de paralís por la friura del barro".

La finalidad eminentemente utilitaria de esta alfarería -que hace de muchas de sus vasijas (cántaros, botijos, etc.) elementos imprescindibles en la vida rural- no obsta para que los precios que alcanzan en el mercado sigan manteniéndose muy moderados. De aquí que estos hombres hayan tenido en ocasiones que emplearse en rudas faenas agrícolas más remuneradoras; y que, al modelar de nuevo en la rueda, se quejen -en frase de uno de ellos- de que "la herramienta y el atillo estropean el dedo pequeño, que es el que afina, el que da el cierre (vid. f.. 5) y la suavidad".

2.-LA MATERIA PRIMA

El barrero, de donde han venido surtiéndose las generaciones ,de alfareros medinenses (mediante el pago de una renta tradicionalmente módica), pertenece a la Excma. Sra. Marquesa de Bornos y está situado a la derecha del camino de las Salinas, kilómetro 1.

La tierra arcillosa va arrancándose por el sistema de talud o superficie, tras la operación de descubrir, es decir, eliminar la capa superficial de piedra o tierras de naturaleza no adecuada a este fin.

Las necesidades de los dos alfares de Medina son análogas y se ven satisfechas con un carrito de barro a la semana "menos cuando no se puede trabajar por mediación de (a causa de) las heladas" (1).

3.-PREPARACION

Para preparar el barro utilizan dos pilas contiguas, excavadas en el suelo y revestidas de mampostería, con el fin de evitar la filtración del agua en reposo. De tamaño de 2 X 1,40 X 0,60 m. y de 1,40 X 1,10 X 0,60 m., reciben el nombre de coladera y asentadera respectivamente (vid. f. 1). En la primera de estas dos se echa la tierra o tierras arcillosas, con agua de un pozo inmediato, que no debe ser demasiado salobre. Se agita con la batidera (sencilla tablita provista de un largo mango) hasta que se disuelven las partes de mayor consistencia. Cuando el batido se ha completado se va pasando esta mezcla a la asentadera utilizando una herrada (aquí cubo ordinario) para trasvasar el barro líquido, y un cedazo, a cuyo través se hace pasar para que sus mallas retengan los gorullos o pequeños grumos, así como las pajuelas o briznas cuya incorporación a la masa resulta peligrosa, ya que, al quemarse en el horno, dejan piteras u orificios minúsculos en las paredes de la vasija.

En la pila asentadera permanece el barro fluido doce horas, al cabo de las cuales se ha sedimentado. Se elimina el agua que flota, por medio de la herrada, o más cómodamente, por un orificio intermedio llamado sangría. El barro es tendido entonces al sol, junto al alfar para que se oree y permita enrollar la gruesa lámina resultante en pellas o porciones, que pasan al obrador .

4.-EL ALFAR

Es un patio de dimensiones no muy amplias (ver croquis) donde se encierran todas las dependencias (si cabe este nombre) del alfar; pilar, pozo, horno, cobertizo para la tamuja o combustible del mismo, zona de encerao o sequero de buen tiempo, zona de enasao y vridiao (vidriado), cuadrita del jumento, base del acarreo de los materiales y transporte del producto al mercado; y, por último, el obrador propiamente dicho. Es éste un (humildísimo) recinto cerrado, de cuatro por siete metros, donde están instalados: la rueda, sobador, y sequero para mal tiempo. Una rudimentaria estufa que quema serrín o virutas contribuye a paliar un poco la dureza del ambiente y hace posible el trabajo y laborioso secado en la prolongada época de fríos e intensas heladas.

5.-LOS UTILES DE TRABAJO

El torno de moldear (vid. f. 3) está constituido por dos ruedas de madera en posición horizontal, unidas entre sí por un eje vertical (árbol). Las funciones de cojinete (no pueden ser de sistema más arcaico) corresponden a una simple "piedra pelona" en la que el eje ha labrado una concavidad por el propio frotamiento, facilitado con unas gotas de grasa.

La rueda inferior, de algo más de un metro de diámetro, es la "impulsora", es decir, la destinada a recibir el impulso motriz del pie del artesano, y su superficie inferior casi roza el suelo. La rueda superior, cabecero, aunque más gruesa, tiene mucho menos diámetro: unos 35 cms., si bien se adicionan rodales para aumentar la superficie de apoyo en la confección de barreños y vasijas de asiento ancho, o bien una baldosa para el "cantareo" y "botijeo". Estos suplementos "van adecuaos" (pegados) al cabecero con un poco de barro y se centran convenientemente. Los rodales han de ser de pino "pino rabioso" o de chopo para que agarre el barro. Las maderas suaves no resultan aptas para este objeto.

El conjunto del rústico aparato se llama rueda. El artesano la mueve con un solo pie, y modela simultáneamente, sentado en una tabla de altura algo inferior al cabecero. No debe utilizar ambos pies, nos dice, "porque como la rueda está en fárfula, se descentraría o se caería uno un zarpazo"; es decir, que el artesano dañaría el débil apoyo de la rueda o perdería el propio equilibrio por la inercia del aparato."La giración es siempre a derechas", esto es, el movimiento se imprime de derecha a izquierda indefectiblemente.

Aunque lo esencial en el modelado alfarero es la "fórmula" (posición) de la mano del artesano -especialmente los dedos índice y meñique; y, en ocasiones, el pulgar, los nudillos o el conjunto de la palma y dedos- existen también rudimentarios instrumentos de carácter imprescindible para determinadas operaciones en este arte (vid. f. 4): La estiradera es una tablita prismática con las aristas de un lado romas y un pequeño agujero para apoyar el dedo. La pelleja, trozo de cuero grueso y resistente de forma cuadrada. Esta y la anterior ayudan a comprimir el barro (operación del estirado) y suprimir el sobrante en determinadas zonas (recortado) la pelleja en las zonas más delicadas. La badana, tira de piel fina, de unos 20 centímetros de longitud por dos de anchura, sólo se emplea para el afinado de superficies en la boca de las vasijas. El cuchillo -que siempre es de madera y recuerda a la hoja de aquél instrumento, aunque más gruesa- permite "recortar la pieza", es decir, practicar un bisel en la base para disminuir la adherencia de la base del recipiente y facilitar el paso del alambre que ha de separarlo. El alambre para cortar de unos 50 centímetros de longitud, delgado, y con dos pequeños topes de madera en los extremos, que facilitan su manejo, permite al alfarero ayudándose del movimiento de giro, separar limpiamente la vasija del cabecero. Por último, el punzón de palo sirve para emboquillar, es decir, para "abrir el bujero de las bocas y el pico en la construcción de porrones (botijos)"; también se utiliza con fines ornamentales para grabar fenefas en la superficie de los cacharros.

6.-CONSTRUCCION DE LOS CACHARROS

La elaboración de cualquier vasija va precedida indefectiblemente por un amasado del barro, sin perjuicio de las operaciones preparatorias del mismo ya descritas, y en razón de la naturaleza del recipiente a construir. Esta última puesta a punto del barro tiene lugar sobre una tabla, adosada ala pared del recinto, llamada sobador. Sin tal operación la pieza se "arruinaría" (desplomaría) al intentar modelarla. De allí se traslada el barro a la rueda sin dejar de tortearlo.

El artesano adhiere la pella al cabecero de la rueda y, haciendo girar ésta, va centrando el barro dándole forma de cono.

El proceso de elaboración común a la mayor parte de las vasijas exige después las siguientes operaciones (vid. series fotográficas): hacer boca, esto es, hundir el vértice del cono introduciendo los pulgares. Dar tiro, al cuerpo de la vasija, para lo cual se comprime en ambos sentidos la pared, a veces con ayuda de la estiradera o la pelleja. Afinar, suprimiendo barro sobrante en determinadas zonas. Darle la fórmula o forma especial de la vasija. Darle el cierre -utilizando para ello el dedo meñique- si se trata de botijos, hucha o recipiente análogo de forma cerrada. Alisar la superficie eliminando cualquier irregularidad. Hacer fenefas (cenefas) u otro tipo de decoración grabada. Recortar la pieza, es decir, practicar con el cuchillo un bisel en la base, para que la propia presión de la vasija no vuelva a adherir la superficie a medida que se va cortando en la operación siguiente. Por último, el alambre, deslizándose entre la base y el cabecero o rodal, corta limpiamente y permite separar el objeto de la rueda.

Durante todo este tiempo el alfarero ha utilizado un pequeño baño (cualquier recipiente de boca ancha) con agua, en el que introduce con frecuencia las manos para mantenerlas libres del excesivo barro que se les pega, y con la humedad necesaria al modelado.

Aunque no común a todos los cacharros, es también operación interesantísima la del zurcido o acoplamiento de partes de algunas vasijas que han de ser construidas fragmentariamente. El cántaro, por ejemplo que en casi todas partes se construye de tres piezas, ha sido simplificado a dos solamente por los alfareros de Medina (vid. serie fotográfica): sobre la rueda se coloca la totalidad del barro que consumirá la vasija. Primeramente se labra en forma invertida la boca y parte superior del cántaro, que se corta de la pella inmediatamente. Con el resto de la misma se construye el capillo (cuerpo o zona más ancha). Aunque ambas partes se hicieron sin medida, con sólo la intuición del alfarero, se acoplan después perfectamente y resulta difícil apreciar dónde está el zurcido.

El proceso de modelado en la rueda no incluye el "enasado", o colocación de las asas a la suerte de vasijas que las necesitan. Tal operación debe practicarse más tarde, las paredes delgadas y blandas de un cántaro o una barrila no soportarían el peso del asa ni la presión necesaria para pegarla, sólo las manos expertas del alfarero pueden levantar y trasladar una pieza recién cortada, de la rueda al sequero, sin que se deforme el barro tierno. Debe, pues, mediar un espacio de tiempo para que las piezas se enceren (oreen o endurezcan un poco) antes de enasarlas. En verano, pocas horas bastan; en los inviernos húmedos, se requerirán hasta tres días en el sequero cubierto.

La materia más apta para construir el asa es el barro de recortes y rebabilla, que el alfarero fue quitando de sus manos mientras trabajaba en la rueda, y posee mayor sazón y humedad. Con él construye un morrillo alargado que va estirando y cortando en la longitud precisa de las asas, al mismo tiempo que las adhiere al cuerpo de la vasija.

7.-PRODUCTOS DE LA ALFARERIA MEDINENSE

Para apagar la sed existen tres recipientes de distinto tipo: el porrón o tradicional botijo, con asa, boca para llenarlo, y pico para beber a "cañote": la barrila, más panzuda, con una boca bastante grande (vid. f. 22); y el botijo campero, alargado, con dos asas y una sola boca estrecha, que naturalmente sirve para llenarlo de agua y para beber (vid. f. 23).

El cántaro medinense no excede nunca de la capacidad de 11 o 12 litros. Tal vez por su carácter manejable se construye siempre con una sola asa. Los tamaños más frecuentes son los que oscilan entre los 5 y 8 litros, ya que el carretillo apenas se usa en la localidad para transportar cántaros. Uno de nuestros informantes nos dice que antes se hacían cántaros, de calculación y se poteaban (aforaban), marcando con una señal el nivel alcanzado por el líquido medido exactamente. Las cantarillas suelen ser de dos, tres y cuatro cuartillas.

El barreño se llama en Medina más comunmente baño. Los de mayores dimensiones, baño de matanza, por ser éste su destino más frecuente; y, también, barreñón. La palabra lebrillo es desconocida en la comarca. Resulta muy importante en la elaboración de esta vasija que el asiento alcance exactamente el mismo grosor que la pared, porque si queda ralo (delgado) se aseda (agrieta) al hacer el tiro (al secar el barro).

Los pucheros se extienden en una gama de tamaños, desde medio hasta siete cuartillos. El más pequeño se llama papero, porque en él se hacían las papas o sopas de pan con aceite y azúcar empleadas en la alimentación infantil, naturalmente antes de los avances de la dietética moderna.

De mayor cabida son las ollas, con dos asas y boca más ancha que el puchero; su capacidad suele oscilar de 8 a 1 cuartillos, pero las hay hasta de 10 litros.

Las tapaderas se consideran piezas aisladas y se confeccionan en muy diversas medidas por emplearse indistintamente para toda clase de recipientes.

Las cazuelas y platos también alcanzan una elevada graduación de tamaños.

Las asaderas, por su forma oblonga, son objeto de una curiosa elaboración. Se inicia el proceso como para construir un baño (vid. serie fotográfica de éste), que como se sabe es redondo; se corta la pared lateral separándola del fondo, lo que permite aplastarla hasta alcanzar la forma alargada que tiene la nueva vasija; por último, se confecciona el fondo definitivo que se zurce a la pared lateral. Recuérdese lo que hemos dicho a propósito del riesgo del asedao al hablar del baño, y que esta pieza también sufre por el gran tamaño de su fondo (vid. f. 24). Otro peligro a evitar, en la terminación de ésta y las restantes vasijas de boca ancha, es la del empollao; se denomina así al fenómeno de coger aire o fallar la cohesión del barro en el borde del recipiente, accidente que una vez producido es difícil de subsanar y origina fracturas en el horno.

Las macetas, en Medina llamadas más frecuentemente tiestos, se hacen "con o sin peana", es decir, con pie y estrangulación, a modo de copa. Es ésta la pieza en que más se prodiga la ornamentación grabada.

Se construye el tazón sin asas, pero es más usado el cuenco o taza de un asa con el cuerpo ligeramente más ancho que la boca.

Pocas son las tradicionales huchas de barro que el alfarero necesita construir. Al llegar a este punto el artesano se extiende en consideraciones sobre el vertiginoso descenso de la virtud del ahorro infantil.

Además del orinal de forma común, construía para enfermos otros dos tipos: la perica, alta y con asas; y la relojera, para impedidos en cama, recipiente redondo, aplastado, de amplia boca y tubo lateral (vid. f. 25).

Zurciendo dos piezas cilíndricas de 50 cms. de longitud por 15 de diámetro se originan chimeneas; que, después de cocidas, sustituyen a las de uralita en algunas viviendas.

Modelos en miniatura de casi todas las vasijas y otros juguetes de barro se construyen en buen número en los alfares de Medina para su venta directa con destino a los niños de la localidad, o por encargo de los traperos; que, con el resto de su mercancía, los empleaban para el cambio por los productos (de desecho) que van buscando de pueblo en pueblo (vid. f. 28).

Al margen de la cacharrería que pudiéramos llamar común, es típicamente medinense el cañadón, gran recipiente de unos 16 litros de capacidad y amplia base de sustentación, destinado al ordeño de las ovejas (vid. f. 119).

En ocasiones los alfares de Medina han hecho de encargo ánforas para ornamentación de altares; jardineras o recipientes para colgar plantas de la pared y del techo, bebederos para aves, botijos de trampa con numerosos picos, por uno sólo de las cuales sale el agua, mojando al bebedor inexperto (vid. f. 29), etcétera. En el alfar de "Cheli" se conserva, como obra maestra del artesano Balbino Trimiño, su padre, ya difunto, una cruz hueca de barro vidriado, hecha de numerosas piezas zurcidas, con abundantes motivos ornamentales, y dispuesta para ser iluminada interiormente mediante lamparillas de aceite (vid. f. 30).

8.-DECORADO y VIDRIADO

La decoración empleada en la alfarería medinense es de extraordinaria sencillez. Existen, sin embargo, dos procedimientos que a veces se simultanean, en una misma vasija. El primero se practica en la rueda: con ayuda del punzón de madera -que, según vimos, sirve también para emboquillar- se graban fenefas (cenefas) de diverso tipo (vid. f. 31), procurando que la incisión sea muy superficial para no perforar las delgadas paredes del recipiente. A veces con sólo los dedos, se marcan líneas sinuosas, se hacen picos simétricos o se ondula el borde de la vasija. El segundo procedimiento consiste en pintar, con ayuda de una pluma de ave, letras iniciales, nombres cortos, o algún motivo vegetal esquemático, sobre la superficie del cacharro. Es muy de notar al respecto -en abono del carácter primitivo de la alfarería medinense- que la utilización de la pluma es procedimiento arcaico, toda vez que los lugares alfareros de la provincia de Salamanca han introducido el empleo del aguamanil para trazar los dibujos, aunque aquellos artesanos recuerdan todavía que sus antecesores empleaban la pluma con este fin. (Vid. pág. 41 de la obra de L. L. Cortés "Alf. pop. sal".)

El material empleado en la pintura es greda blanca (tierra de Segovia) que apenas se advierte recién aplicada a la vasija en verde (en crudo), pero que modifica la coloración posterior en la zona impregnada, haciendo aparecer el dibujo, después de la cocción del vidriado.

Antes de vidriar, toda vasija debe ser enjuaguetada, es decir, bañada en un líquido que se prepara con el juaguete o tierra especial traída del paraje denominado "los Pizarrales", mezclada con agua a partes iguales; sin esta operación no destacaría el típico color rojo con que las vasijas salen del horno. El juaguete debe darse con el barro todavía húmedo, si se hace en seco, se cascaretea (descascarilla). (En la localidad vallisoletana de Portillo, en la que el barro es más fuerte (arcilloso, compacto), es preciso socochar (alentar en el horno) previamente.)

El vridiao (vidriado), que impermeabiliza determinadas piezas, y les da hermoso brillo y color, se consigue con minio o alcohol mineral (óxido y sulfuro de plomo) en proporción de cinco partes para tres de juaguete ya preparado.

El artesano lo hace correr hábilmente por el interior de la vasija que quiere impregnar, con un rápido movimiento de giro para no consumir demasiado, o lo vierte con un cuenco en las zonas exteriores.

9.-EL SECADO y COCCION DE LAS VASIJAS

La paulatina pérdida de humedad y sazón de los cacharros para su paso al horno, es un proceso delicado, que depende fundamentalmente de la calidad del barro y condiciones del tiempo reinante, pero que difícilmente puede ser alterado sin grave riesgo de malograr todo el trabajo previo.

El barro fuerte (arcilloso, fino y compacto) se "aseda" (agrieta) casi siempre si se le "obliga la sequía" (si se fuerza el secado). El barro -dice el alfarero "cuanto más fino es más bronco para secar". A veces, en la preparación inicial de la mezcla, es preciso echar arena "para matarle la bravura" (para que no salte durante el secado o la cochura). El barro flojo (arenoso), seca mejor, pero se repasa (filtra) más, por su carácter poroso, lo que lo hace inhábil para ,la construcción de piezas que necesitan cohesión.

En verano puede abreviarse el tiempo de secado con mucha cautela {si el sol está "de pino"), de que el asiento de los recipientes sea sometido a su acción por igual. Tan pronto las piezas se van avellanando (oreando), deben retirarse del aire para que no se manquen (contraigan, deformen). (Vid. f. 32).

Los estantes del alfar quedan convertidos en sequero único de invierno (vid. f. 33); allí permanecen las vasijas alineadas o encastilladas en torres durante un espacio de tiempo que se aproxima a la semana. Las piezas cerradas, del tipo del botijo o la hucha, son menos frágiles en la cocción y el secado que las abiertas, como el baño o la cazuela.

El horno alfarero en su conjunto adopta forma de prisma cuadrangular, está constituido por un cuerpo inferior (caldera), excavada casi en su totalidad en el mismo suelo para ahorrar obra, y un cuerpo superior de forma cúbica y dimensiones de un metro y medio aproximadamente de arista.

La caldera se construye ligeramente abovedada y con soluciones de continuidad entre unos y otros arcos del ladrillo, para que el fuego pueda caldear la parte superior que ocupan los cacharros.

La .boca de la caldera, bramera, por alusión al "bramido" o sonido de la corriente de aire y el crepitar de la combustión, se encuentra al nivel del suelo, lo que obliga a practicar un pequeño foso para facilitar su alimentación (vid. f. 34). El combustible aquí empleado es la tamuja de pino; si es de la raza "negral" o resinera, permite hacer la cocción en una hora u hora y media menos que si se emplea la de pino "albar" o piñonera. La cantidad consumida de este tipo de combustible suele ser de unas diez cargas (el contenido de dos carros pequeños) para cada hornada. Como instrumento, que permite ir introduciendo esta materia por la estrecha boca y distribuirla para regular la combustión, se utiliza una horquilla bidente de hierro, con púas pequeñas y largo mango.

En el cuerpo superior del horno se colocan ordenadamente las vasijas, en razón de su tamaño y del mejor aprovechamiento del espacio disponible. Esta operación se llama encañar, y requiere mucha habilidad para que el peso de unos cacharros no "pique el ala" (deforme las paredes) a los restantes. El trabajo se facilita mediante una tabla, apoyada en la gran muesca de una de las paredes, en la que puede posarse el alfarero cuando todavía las vasijas no han alcanzado el nivel suficiente para ser manejadas desde el pretil superior.

Terminada su colocación, se procede a cubrir los cacharros con el "retejón de cascos viejos" (trozos de otros cacharros que se rompieron en hornadas anteriores). Con ello, el calor se concentra, y se tapan las "aspiraciones" de la llama para que no suba la morceña (ceniza volátil), que se pega al "vridiao y lo relame". La vasija relamida pierde gran parte del valor por su feo aspecto.

El encendido del horno se verifica simultáneamente con el comienzo del encañado, para irlo templando. El tiempo de cochura es de cinco a seis horas. La tamuja se va echando "horquiná a horquiná" con gran precaución, pues si se "obliga" al horno -aunque sea en la fase final en que está ya "entregao" o al "remate"- los cacharros se afogonan o llamaretean: aparecen renegridos y se tornan excesivamente porosos.

Otro accidente frecuente tiene como causa un incompleto secado. Entonces "la friura del barro riñe con el fuego" y el horno da "saltos" (estallidos por la evaporación del agua intersticial). Cuando esto ocurre "se le reposa" una media hora para que el calor remanente complete el secado, y luego se reanuda la combustión.

De aquí que, en determinados días de niebla fría invernal, se hace imposible la cocción, pues la sola humedad que las vasijas captan del ambiente basta para producir el fenómeno dicho.

Si, una vez el horno en calda, entra mucho aire frío por la boca de enrojar, las vasijas se ventean, es decir, se contraen y agrietan por el brusco contraste de temperaturas.

Cuando el horno "ha cogido la calda hasta arriba", esto es, cuando se ha puesto totalmente al rojo su contenido, se introduce un palo, que se inflama, y permite, a su luz, comprobar si brillan o no los cacharros. En caso afirmativo, con la barreta de catar se saca una pieza, cata, para asegurarse de que el vidriado ha "reditido" (derretido) por completo. Si así fuese, se deja enfriar lentamente.

Conviene señalar que, si el material empleado es alcohol mineral, se corre el peligro de que las vasijas en contacto se peguen al fundir el vidriado y se deterioren al desunirlas. Para evitarlo se colocan unas trebedillas de barro separando los recipientes. Con el minio de plomo no existe el riesgo de la pegadura.

La confirmación de que el vidriado ha fundido completamente debe hacerse también por razones de seguridad, ya que el compuesto de plomo, en pucheros y otras vasijas faltos de cocción, puede producir intoxicaciones.

Cuando el horno se ha enfriado, se procede a desencañar y comprobar los resultados pieza por pieza. Para ello el alfarero fía, más que de su propia vista, del sonido que produce la vasija al golpearla con los nudillos. La más pequeña hendidura por donde el líquido pudiera repasarse, queda así acusada. Si la grieta es minúscula, se llena de agua el recipiente, para que "se asombre" o "dé la nota" (se humedezca en la zona dañada). Estos casos, así como el de alguna pequeña pitera (orificio) -que haya quedado al quemarse una brizna vegetal incluida accidentalmente en el barro- pueden subsanarse, o bien con nuevo vidriado y cocción, o por medio del taponado con una mezcla de ladrillo machacado y sebo.

10.-LA ECONOMIA DEL ALFAR

A lo largo de esta exposición hemos visto los innumerables peligros que acechan a la hornada, y que pueden malograr, en circunstancias desfavorables, a la totalidad o la mayor parte de las vasijas que la integran.

Por otra parte, la ganancia es tan moderada que el alfarero sufre muy grave quebranto si no puede sacar a la plaza su lote semanal de cacharros para mantener el ritmo económico de su pequeña industria.

Al tradicional mercado medinense de los domingos afluyen los vecinos de los pueblos bien comunicados. Aprovechando esta circunstancia, los dos alfareros hacen escaparate de su mercancía sobre el suelo (de tierra), y se inicia el regateo con las "barateras", como suelen llamar estos artesanos a su clientela femenina. En contraste con los restantes productos del mercado, los cacharros se mantienen en precios muy bajos a pesar del carácter utilitario de la mayor parte de las vasijas.

Al día siguiente, el artesano cargaba, a lomos de borriquillo, o en un carrito, lo que no logró vender, y recorría los pueblos menos comunicados, para intentar dar salida al fruto de su laborioso trabajo.

Las excelentes comunicaciones de Medina podrían haber favorecido el envío a puntos más alejados, pero sólo figuran en los recuerdos gratos de estos dos alfareros algunas expediciones de tiestos a Reinosa y Bilbao. La oferta de otros alfares que contaban a su favor con el precio del transporte, por su mayor proximidad, ha hecho imposible mantener la venta en aquellos puntos. La competencia de Arrabal de Portillo se acusa ya en localidades tan cercanas a Medina como es Pozaldez, por lo que respecta a porrones principalmente. En el mismo Medina, las tinajas y cántaros de la localidad salmantina de Cantalapiedra, especializada en su producción, riñen en precio, aunque el barro es de inferior calidad.

Estas últimas consideraciones sobre motivos externos que influyen en el colapso de la actividad alfarera medinense -junto a aquellos otros motivos intrínsecos de que nos ocupábamos en la introducción- nos hacen abundar en el criterio de la conveniencia de reflejar el panorama local de uno de los primitivos oficios, modestísimo, pero lleno de dignidad e interés y cuya extinción dará a su vocabulario el carácter de léxico archivo, así como a su contenido la condición de historia de una de las manifestaciones de tradición popular incapaz por su prístina estructura de acomodarse a los moldes de la vida presente.
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(1). En ocasiones preferimos transcribir literalmente las palabras o frases de nuestros informantes, para conservar todo el sabor popular y sinceridad de la información.
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ILUSTRACIONES.

Croquis de la planta del primitivo alfar medinense.

Fig. 1. -Pilas coladera y asentadora. El mango de la batidera se ve sobresalir de la primera. A la izquierda se aprecia la tierra arcillosa que va a ser vertida.

Fig. 2. -El barro, ya batido y colado, es expuesto al sol para que se oree o encere.

Fig. 3. -La rueda o torno de moldear. A la derecha la tabla en que se apoya el artesano. Cruzando el primer plano la tabla donde coloca las piezas.

Fig. 4. -Los instrumentos auxiliares del alfarero. Sobre su brazo han sido colocados: el alambre para cortar, el cuchillo, la estiradera, la pelleja y la badana.

Fig. 5. -Sobre el sobador, el artesano pone el barro, con el último amasado, antes de comenzar a moldear.

Fig. 6. -La pella, ya torteada, en disposición de comenzar la elaboración de un baño.

Fig. 7. -Operación de hacer boca.

Fig. 8. -Dando tiro.

Fig. 9. -Dando la fórmula.

Fig. 10. -Recortando la pieza.

Fig. 11. -Operación de alisado.

Fig. 12. -Sólo las manos expertas del alfarero pueden levantar y trasladar una pieza recién cortada sin que se deforme el barro tierno.

Fig. 13. -La pella conteniendo la cantidad de barro suficiente para hacer un cántaro, está siendo centrada, para comenzar el proceso.

Fig. 14. -Fase primera: la boca y parte superior del cántaro se construyen en forma invertida. En el ángulo izquierdo se ve el baño para humedecer las manos durante el trabajo.

Fig. 15. -Cortando con el cuchillo esta primera pieza del cántaro.

Fig. 16. -Con el resto de la pella se construye el capillo: iniciando la segunda fase del proceso.

Fig. 17. -"Dando tiro" con la estiradera.

Fig. 18. -Afinando el capillo.

Fig. 19. -La fase más interesante de la construcción del cántaro: acoplando las dos piezas para su zurcido.

Fig. 20. -El alambre corta limpiamente y permite separar el objeto de la rueda.

Fig. 21. -Las hábiles manos del alfarero trasladan la vasija, recién terminada, sin que se deforme.

Fig. 22. -Barrila.

Fig. 23. -Botijo campero.

Fig. 24. -Apréciese la grieta o "aseado" que ha sufrido la asadera del centro.

Fig. 25. -La relojera

Fig. 26. -La construcción de vasijas en miniatura, se hace sobre el extremo de la pella.

Fig. 27. -el pequeño tamaño de las vasijas de juguete, aconseja utilizar sólo dos dedos para su manejo.

Fig. 28. -Apréciese la diferencia de tamaños entre los juguetes de barro y el recipiente normal.

Fig. 29. -Botijo de trampa.

Fig. 30. -Las cruces construidas con motivos ornamentales por el artesano Trimiño

Fig. 31. -Cazuela decorada con fenefa

Fig. 32. -Las piezas en el sequero. Se aprecia por el color más claro, que las de la derecha han recibido ya el baño de juaguete.

Fig. 33. -El sequero de invierno ha de instalarse en el interior.

Fig. 34. -Desde el foso y a través de la boca (bramera) de la caldera, observa el alfarero la combustión de la tamuja.

Fig. 35. -Cubriendo con el retejón, para terminar el encañado.

Fig. 36. -Sobre la ribera del Zapardiel, frente al castillo de la Mota, aparece el fruto del laborioso alfar en el mercadillo dominical, coincidente en día con los seculares mercados de lanares de Medina del Campo.



Palabras y cosas de la arcaica alfarería medinense y de su fase de extinción

SANCHEZ LOPEZ, Ignacio

Publicado en el año 1981 en la Revista de Folklore número 9.

Revista de Folklore

Fundación Joaquín Díaz