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Revista de Folklore número

088



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El esquileo de lana de Cabanillas del Monte:
Un ejemplo de supervivencia paleoindustrial en la sierra Segoviana

GARCIA, Oscar Cruz

Publicado en el año 1988 en la Revista de Folklore número 88 - sumario >



Consultando la ponencia del profesor J. M.Gómez-Tabanera titulada "Mundo Clásico y Arqueología Industrial", presentada en el Simposio de Arqueología Romana celebrado en la ciudad de Segovia para conmemorar su bimilenario (1), nos hemos encontrado con una primera, pero muy útil, clasificación de temas que pueden ser tratados en el conjunto de la Arqueología Industrial general. En su apartado III, "Materias primas orgánicas de aplicación industrial" y sección 4, "Explotaciones derivadas de la Revolución Neolítica (ganadería y zootecnia)", hemos hallado los elementos de estudio siguientes: Técnicas de domesticación y doma. Obtención racional de especies animales para consumo y transporte...OBTENCION POR ESQUILEO DE VELLONES y LANAS procedentes de otras especies. Textiles de origen animal...

El trabajo que presentamos a continuación sobre un edificio de esquileo de lana de oveja, aún existente en la provincia de Segovia, no sólo quiere estudiar una actividad típicamente paleoindustrial, es decir, anterior a la Revolución Industrial de los siglos XVIII y XIX, sino también examinar con cierto detalle la articulación que en dicho lugar se produce entre una práctica zootécnica tradicional, perfeccionada por la trashumancia, y una serie de manipulaciones primarias del vellón resultante, puestas a punto por una secular experiencia en lanas; y que constituye el paso previo e indispensable para la transformación y venta de un producto final con valor mercantil.

Al versar este trabajo sobre un tema situado a medio camino entre la Arqueología Industrial general y la más circunscrita Etnología Ergológica, hemos querido encuadrar el estudio de las tareas propias de la trashumancia y del esquileo, así como la descripción de la arquitectura del edificio donde se realiza esa última labor, por sendos parágrafos de información histórica que gira en torno al mismo y sugestivo tema, desde los inicios y rápido desarrollo de la cría de ganado ovino en las mesetas interiores de la Península Ibérica, hasta su rápida decadencia y práctica desaparición de los territorios centrales españoles.

NOTAS HISTORICAS SOBRE LA EVOLUCION DE LA GANADERIA OVINA y LA CONSTITUCION DEL MONOPOLIO LANERO CASTELLANO-LEONES.

Según todos los indicios, desde tiempos antehistóricos existen en las penillanuras situadas al norte de las sierras que conforman los sistemas Central e Ibérico de la Península, poblaciones dedicadas intensamente al pastoreo de rebaños de ovejas de una raza autóctona -cuya última descendiente parece ser la llamada oveja CHURRA-, de pelo largo y basto, pero suficiente para satisfacer las muy rudimentarias necesidades de vestido de aquellas gentes, que además aprovechan la carne y la leche de estos animales para su alimentación.

A este zócalo étnico, constituido fundamentalmente por tribus de origen celtibérico (vacceos, arévacos; etc.), vienen a sumarse, en el curso de los diversos avatares históricos y con el flujo y reflujo de las distintas invasiones y despoblaciones, pequeños contingentes góticos populares reacios a la romanización, y más tarde algunos residuos beréberes escasamente arabizados y peor islamizados.

Se va formando así un tipo de humanidad ruda e independiente, de costumbres prácticamente nómadas y guerrilleras, y carentes casi por completo de un tipo de organización social superior. La extrema movilidad que proporciona a estas poblaciones la búsqueda continua de pastos para sus rebaños de ganado ovino, a los que han ido añadiendo manadas de ganado vacuno y caballar, y su magnífico conocimiento de la orografía serrana, les permiten permanecer incontaminadas e insumisas a lo largo de siglos, viviendo casi exclusivamente de sus rebaños y de los botines de guerra capturados a musulmanes y cristianos, a ambos lados de los sistemas Central e Ibérico. Son conocidos como los "SERRANOS", nombre que no sólo ha quedado reflejado en algunos topónimos, por ejemplo segovianos, a través de su arabización en "al sarrainín" (Castroserracín, Gomezserracín), sino que también se ha conservado para designar a los pequeños propietarios ganaderos, especialmente sorianos, que mantendrán a todo lo largo del siglo XVII una larguísima y muy penosa guerra de pleitos con la omnipotente Mesta.

La fortuna histórica de estas gentes llega cuando, a la hora de repoblar la Extremadura del Duero, reyes y condes deciden institucionalizar y dar forma jurídica aceptable a la situación políticamente desordenada en que aquéllas viven. De esta manera, son los serranos, con sus excelentes conocimientos de la tierra y su magnífica experiencia militar, quienes se ocupan desde un principio de dirigir la defensa de los nuevos establecimientos colonizadores, y presiden la formación de las grandes Comunidades de entre Duero y sierras Centrales, organizando sus milicias y creando la famosa caballería villana. Desde este momento, el rápido ascenso social de estos serranos caballeros en las jerarquías concejiles, y el auge inusitado de la ganadería ovina de la que son en gran parte propietarios, son dos fenómenos paralelos y concomitantes. Conseguir pastizales abundantes y de buena calidad va a constituirse en el motor principal de la expansión hacia el Sur de la cordillera Central de estos poderosos concejos que, como el de Segovia, llega con relativa rapidez a ampliar su jurisdicción hasta la misma línea del Tajo. El geógrafo árabe del. siglo XII EI-Idrisí nos ha dejado constancia en sus escritos no sólo de la presencia de importantes hatos de caballos en las aldeas, hoy arrabales, que rodean el "karst" segoviano entonces prácticamente deshabitado, sino también de la existencia de un impresionante ejército de rebaños de ovejas extendido entre Medinaceli y Coimbra, presto a inundar las mesetas meridionales de la Península.

Dos hechos cruciales van a favorecer definitivamente esa expansión. En primer lugar, la victoria de las Navas de Tolosa en 1.212, que abre de par en par la vía hacia las abundantes tierras llanas, secas, escasamente arboladas pero dotadas de excelentes pastizales, de las dehesas de la Mancha y de la hoy llamada Extremadura. Y en segundo lugar, la conquista de Sevilla en 1248, que posibilita la relación del reino de Castilla y León con el Norte de Africa y con el Mediterráneo, duplicando así su comunicación con el exterior, ya que hasta esa fecha sólo podía contar con salir al mar por los puertos cántabrovascos, bloqueada ya la fachada atlántica de la Península por el reino de Portugal.

Los primeros ganados que se aprovechan de las grandes dehesas meridionales son los pertenecientes a las poderosas Ordenes Militares que han contribuido grandemente con su esfuerzo bélico y organizativo a la conquista y posterior colonización de aquéllas. Se trata de rebaños de volumen considerable, parecidos a los existentes al Norte de las sierras Centrales; para comprobarlo basta con recordar el pleito suscitado en 1243 entre las Ordenes del Temple y de Alcántara sobre la propiedad de un rebaño de 42.000 reses. Al lado de estos grandes dueños de ovejas se alinea un crecido número de pequeños y medianos propietarios de rebaños que utilizan las mismas dehesas de pasto y que configuran otro poderoso núcleo de explotación ganadera alrededor de las ciudades ya repobladas de Trujillo, Mérida, Calatrava y sobre todo Plasencia.

La importancia cada vez mayor que adquieren las labores de pastoreo de todo tipo de ganado, explica la aparición de administradores especiales encargados de supervisar la organización y desarrollo de las mismas, creándose figuras como la del "COMENDADOR DE LAS VACAS". A uno de estos comendadores o señores de las vacas, probablemente un caballero de origen serrano, se debe la fundación en Avila de una iglesia con su correspondiente colación o parroquia, bajo la advocación de la llamada igualmente Virgen de las Vacas; a su muerte, es enterrado en un lugar preeminente de la catedral de la misma ciudad, como corresponde a persona de elevado rango social.

La apertura de este valle del Guadiana, tan codiciado por los ganaderos norteños, impulsa a muchos de ellos a intentar, individualmente o en pequeñas cuadrillas, la aventura de las primeras trashumancias.

En un principio, los rebaños vigilados por pastores que empiezan ya a organizarse según unas jerarquías especializadas, van escoltados, dada la inseguridad aún existente en los incipientes caminos pecuarios, por guardias armadas "ESCULCAS" o "RAFALAS". A lo largo del siglo XIII surge la costumbre de reunirse tales guardias y pastores unas tres veces al año, en auténticas asambleas de carácter municipal y gremial, llamadas "OTEROS" o "MESETAS". Cuando en 1.273 Alfonso X firma el decreto de constitución del REAL CONCEJO DE LA MESTA, no hace sino confirmar una situación ya establecida, limitándose a unificar en una gran asamblea de ámbito general la multitud de "mestas" desparramadas por toda la geografía del reino. Al mismo tiempo hace prevalecer el derecho de los ganaderos norteños, máximo contingente de la recién institucionalizada Mesta, a los pastos del Sur, frente a la oposición de las Ordenes Militares y de los dueños de ovejas extremeños.

Por esas mismas fechas, va a producirse un hecho fundamental en la Historia de la ganadería ovina, y en general de la economía castellano-leonesa: la introducción en la Península, al parecer por mercaderes genoveses y a través del puerto de Sevilla, de la oveja de raza MERINA, originaria del Norte de Africa. Cruzada con ejemplares de la raza autóctona hispánica, el resultado es un animal, posiblemente más indefenso y delicado que sus diferentes progenitores, que exige de sus ciudadores un intenso trabajo de mantenimiento y selección, pero que posee por el contrario un vellón de calidad excepcional, muy superior a la del resto de las lanas europeas contemporáneas. Y este vellón se convierte inmediatamente en la base primordial de la economía castellano-leonesa, situado muy por encima de las otras materias primas producidas en el reino.

La coyuntura del mercado internacional es entonces favorable a la introducción y venta de esa lana castellana en las grandes regiones textiles europeas, especialmente en Flandes. El paulatino descenso de las exportaciones de lana inglesa, producido por factores políticos diversos y por el propio deseo de los ingleses de transformar ellos mismos su materia prima, permite a los castellanos intervenir activamente en ese mercado. Se organiza a partir de entonces un fabuloso comercio de exportación de lanas hacia los telares extranjeros. Su importancia es de tal envergadura que, desde fecha muy temprana, se establecen delegados permanentes de Castilla en las ciudades flamencas, pudiéndose constatar la existencia de una poderosa colonia vasco-castellana en Brujas a partir de 1267.

Al mismo tiempo, en el interior del reino, el auge que conocen las ferias -de principios del siglo XVI existen datos referidos a la de Medina del Campo, y de 1.399 data la de Burgos- está, sin duda ninguna, estrechamente relacionado con ese intenso tráfico lanero. En el siglo XV Burgos se convierte en el núcleo básico de concentración de la lana castellana, desde donde se distribuye hacia los puertos cántabros y vascos; y en 1.443 se constituye su Universidad de Mercaderes, en plena euforia comercial. Del volumen alcanzado por sus exportaciones laneras da idea el desembarco en el puerto de Ruán (Normandía), en 1458, de un total de 26.000 balas de lana de procedencia burgalesa, valoradas en algo más de 30.000 escudos de oro; dato significativo que ejemplifica claramente el alto nivel de intercambio comercial conseguido por la lana.

Todo este movimiento mercantil repercute en el predominio casi exclusivo de la actividad ganadera en el interior, que prosigue su curva ascendente. El número de cabezas de ganado aumenta casi prodigiosamente, pasando del millón y medio a comienzos del siglo XIV a casi tres millones a mediados del siglo XV. Es éste un ganado trashumante en su mayor parte, que pasa los veranos en las sierras del Norte y los inviernos en los pastos de la meseta Sur, atravesando la geografía peninsular por las famosas CAÑADAS, de las cuales las tres más importantes -la Leonesa, la Segoviana y la Manchega- surcan de arriba abajo el territorio castellano-leonés. Estas cañadas, con sus correspondientes CORDELES y COLADAS, vías de tránsito pecuario de segundo y tercer orden, dibujan aún una tupida tela de araña sobre buena parte de la piel de toro española. No pocos ni cortos tramos de estas cañadas aprovecharon la infraestructura ya existente, mejor o peor conservada, de las antiguas calzadas romanas, fundamentalmente en los escasos, poco accesibles pero muy necesarios puertos de montaña que comunican las dos mesetas interiores de la Península. Así nos ha quedado constancia de que se utilizó como vía trashumante ese prodigio de la obra pública romana que es la calzada que atraviesa el puerto de El Pico, umbral en la sierra de Gredos entre los valles del Alberche y del Tiétar. Por otra parte, esa tela de araña de las comunicaciones generales, comarcales y locales, aún sirviendo en primera instancia para el tránsito de pastores y ganados, no ha dejado de ser aprovechada por todos aquellos que se han ocupado del tráfico de mercancías de primer orden y necesidad. Esta es la razón por la cual, en el término municipal de Martín Muñoz de las Posadas por ejemplo, subsisten aún cordeles o coladas llamadas "DE LOS HUEVEROS" o "DE LOS PIMENTEROS".

Esta expansión ganadera acrecienta el papel económico jugado por la institución surgida en el siglo XIII con el fin de proteger colectivamente los intereses de los grandes propietarios de rebaños: la Mesta se ennoblece y oligarquiza, convirtiéndose en un cerrado y privilegiado grupo de monopolizadores de la producción lanera, que andando el tiempo se transformará en una mínima pero contundente facción política reaccionaria. Para comprobar lo dicho basta con observar que al frente de la Mesta se halla un "ALCALDE ENTREGADOR", cargo de nombramiento regio, muy apetecido por la nobleza cortesana y los grandes magnates del reino.

En cuanto a la Monarquía, todo su interés reside en conceder abundantes privilegios y sólida protección a la institución que ella misma ha sancionado. Evidentemente, los reyes sacan un beneficio sustancioso de la producción y exportación de lanas a Europa. Obtienen en primer lugar un importante tributo por la concesión del derecho de paso de ganados por determinados puntos estratégicos de su exclusiva jurisdicción, el llamado "SERVICIO y MONTAZGO". En segundo lugar, consiguen un muy saneado ingreso por el cobro de los aranceles aduaneros que gravan esa inmensa exportación. Y en último lugar, encuentran en este comercio la principal fuente de divisas extranjeras que confluyen hacia el reino. La lana castellana se ha convertido así en el más importante factor de conversión del país a la economía de signo monetario. La propia lengua está ahí para atestiguar el hecho histórico: a finales de la Edad Media, aunque la moneda fuerte en Castilla sigue siendo la DOBLA de oro, la que realmente circula y es utilizada a todos los niveles de transacción es el DINERO "DE VELLON ", labrado con liga de plata y cobre, que sustituye y arrincona definitivamente al viejo MARAVEDI de origen árabe.

Pero el desarrollo de la ganadería lanar promueve también la aparición a partir del siglo XIII de una incipiente industria textil. Desde mediados de ese siglo, se tienen noticias de la fabricación de paños en varias ciudades castellanas de la cuenca del Duero (Soria, Segovia, Zamora) que abastecen los mercados locales e incluso destinan parte de su producción a ]a exportación, especialmente a tierras lusitanas. Y sin embargo, esta primera expansión artesana e industrial, aunque alienta el nacimiento temprano de corporaciones gremiales y cofradías -pensemos por ejemplo en la "HERMANDAD DE RECUEROS", de Soria, creada en el mismo siglo XIII-, no logra nunca alcanzar las altísimas cotas de desarrollo logradas por la comercialización de la lana en bruto. Cierto es que en los siglos XIV y XV se fabrican paños en diversas ciudades castellanas, ampliándose la geografía de la industria textil desde la cuenca del Duero a urbes tan importantes y bien caracterizadas del reino como Palencia, Osma, Cuenca, Toledo, que consiguen en algún caso una excelente calidad en la confección, y adquieren por ello fama internacional -Enrique VIII de Inglaterra llega a presumir de tener en su guardarropa un magnífico traje de paño tejido en Segovia-.

Pero en general, es ésta una industria que no logra nunca superar sus estrechos límites originales y su primitivismo artesanal, cuya producción de paño tosco se destina fundamentalmente a un nada exigente consumo interior. Estamos entonces ante una de las más flagrantes contradicciones de la economía castellano-leonesa, contradicción que va a lastrar durante siglos el normal desarrollo del país: como contrapartida a la exportación masiva e indiscriminada de lana en bruto, se produce al punto la necesidad inversa de importar, a precios muy superiores, un volumen considerable de tejido ya industrializado. Los registros de aduanas de San Sebastián y de otros puertos vascongados atestiguan, ya desde finales del siglo XIII, la creciente entidad alcanzada por las importaciones de paños flamencos. Castilla vende materia prima y no puede sino comprar el producto manufacturado por otros, a partir de esa misma materia prima.

De esta manera se consolida una estructura de producción y comercialización que, a pesar de proporcionar grandes beneficios momentáneos, constriñe a la larga al país dentro de un sistema económico típicamente COLONIAL: dependencia prácticamente absoluta de la producción y exportación de una sola materia prima; sumisión inevitable a los vaivenes del mercado de productos terminados, por falta de infraestructura industrial adecuada que permita una intervención mínima en el mismo; endeudamiento progresivo; etc...

El estado llano, la representación en Cortes de la incipiente, y ya en camino de frustrarse, pequeña burguesía que constituyen entre otros los artesanos textiles, es el único consciente de las inmensas posibilidades que se están perdiendo en el reino de Castilla-León.

En las Cortes de Madrigal convocadas en 1438, los procuradores del tercer estado hacen una petición memorable: solicitan del rey que prohiba la entrada de paños de otros reinos y la salida de lana, con el fin de activar un desarrollo armónico de las industrias textiles castellanas, pero su súplica no es atendida.

Años más tarde, Enrique IV alienta los esfuerzos conducentes al mismo fin, especialmente en Segovia; y en las Cortes reunidas en Toledo en 1462, el mismo rey fija la reserva de un tercio del total de lana exportada para destinarlo a los telares de su reino.

Pero todos los intentos se revelan estériles. A finales del siglo XV la escasa actividad transformadora de Castilla contrasta abiertamente con el denso paisaje industrial observable en otros reinos de Europa occidental (2).

Por otro lado, la Castilla labradora y cerealista padece una falta sistemática de mano de obra que ponga íntegramente en explotación la totalidad de las tierras que de manera paulatina van formando parte del reino. Otra cara oscura de la incontrolada expansión lanera es el déficit crónico en trigo que sufre el país: los registros de aduanas también informan al respecto de importantes entradas de cereal francés en el reino. Bastará un incremento demográfico imprevisible en la población castellano-leonesa para que todas las contradicciones económicas larvadas bajo el paso de los tiempos surjan a la superficie, propiciando, en un ambiente ideológico muy distinto, la ruina del aún poderoso negocio lanero.

Y en este contexto, el campesino castellano-leonés, que sólo aprovecha del gigantesco e ininterrumpido trasiego trashumante el estercolamiento gratuito de/para sus tierras de labranza, se ve obligado por otra parte a mantener una lucha continua con los grandes propietarios mesteños, para contener los rebaños invasores dentro de los límites estrictos de las demarcaciones establecidas para su paso y descansadero, y proteger así sus campos de la pisada destructiva de la res. Además, tiene que contemplar con impotencia, ya que la jurisdicción y el usufructo de la energía hidráulica de las aguas corrientes no suelen pertenecerle, cómo un gran número de molinos de molturación de cereal se transforman en batanes de desengrasado y enfurtido de paños, aprovechando sus propietarios señoriales el auge económico inusitado de la cría de ganado ovino y de sus derivados inmediatos, la producción de lana y de paño tejido.

Aún a mediados del siglo XIX, en pleno auge del regeneracionismo, Julio Senador explicará, en su "Canción del Duero", la masiva deforestación castellana, con estas o parecidas palabras -citamos de memoria-: "El mundo medieval imaginó al demonio con pezuñas de cabra u oveja. y tenía toda la razón".

ETNOGRAFIA DE LA TRASHUMANCIA

Ya se van los pastores
A la Extremadura,
Ya se queda la sierra
Triste y oscura.
...............
Ya se van los pastores
Hacia la majada,
Ya se queda la sierra
Triste y callada.

(Canción popular de Soria)

Si entendemos por etnografía la descripción de las fases evolutivas y de las formas comúnmente aceptadas como definitivas, de cualquier aspecto cultural de un pueblo, no cabe duda que el estudio de la trashumancia y del esquileo de lana, al menos en aquellos de sus aspectos que han perdurado casi hasta nuestros días, encaja perfectamente en la categoría antes definida.

Rastreando entre libros de reciente publicación facsímil, con contenidos de honda tradición segoviana, de fines del siglo XVIII o principios del XIX, nos hemos encontrado con un precioso "Viaje por España" escrito por el pintor y escritor castellonense Antonio Ponz, que en el Tomo Décimo -Carta Séptima- de su obra hace una minuciosa, completa y muy interesante descripción de estas actividades pastoriles, ya en aquel tiempo contempladas y sentidas, con verdadera anticipación moderna, como característica de una cultura popular muy arraigada y varias veces centenaria. La curiosidad ilustrada de Ponz es en este sentido coincidente con la de su amigo Jovellanos, que llega a realizar en algunos de sus escritos, auténticos estudios folklóricos, para apoyar en la tradición popular su amplio y muy ambicioso empeño de adecentar la vida española a todos sus niveles.

Es digno de admirar en el libro que comentamos, la escrupulosidad con que Ponz nos transmite el léxico especializado y la expresión idiomática típica, utilizados en dichas tareas: instintivamente, sin metodología aprendida, acierta a descubrir el pintor/escritor que toda conservación etnográfica empieza por ser una fijación correcta de un determinado lenguaje (3).

Se llama por lo común ganado MERINO, MESTEÑO o TRASHUMANTE -es lo mismo que decir TRANSMIGRANTE-, a todo aquél, que, partiendo de las montañas de origen (León, parte de Aragón, Castilla y Cuenca), realiza un ciclo completo de ida a tierras llanas (Extremadura, La Mancha, Andalucía) y vuelta a sus montañas, al cabo de un año. Se diferencia así del ganado ESTANTE que permanece siempre en su tierra de nacimiento. El trashumante viaja pues hacia el Sur para pasar allí el invierno, razón por la cual a las tierras llanas se las llama también INVERNADEROS, y retorna hacia el Norte para pasar aquí el verano o agosto, denominándose entonces las montañas AGOSTADEROS. Entre una y otras estaciones de trashumancia, pueden recorrer los rebaños de 100 a 160 leguas, equivalentes a unos 560 y 890 kilómetros respectivamente.

Es admirable ver como un animal tan torpe y desvalido como la oveja, puede llevar un ritmo de marcha tan ligero y regular como el de un infante en campaña; y se da el caso de que los rebaños realicen igual jornada que la de un hombre a pie, cuando falta pasto en las cañadas o están alejados los abrevaderos seguros.

Después del esquileo, emprenden los ganados viaje hacia sus agostaderos entre finales de mayo y principios de junio. La primera tarea que deben entonces realizar los pastores es RETAZAR, o sea repartir sus rebaños en las diferentes majadas, calculando a simple vista que haya proporción justa entre la cantidad y calidad de los animales y la extensión y bondad de los pastos. La segunda consiste en DESCORDERAR, es decir, separar los corderos nacidos en el Sur de sus madres, para formar con ellos hatos distintos. Esta última operación se realiza a veces en los mismos esquileos, cuando el invierno ha sido favorable y la cría viene pujante.

Durante todo el tiempo en que la oveja permanece en las montañas de origen, no deja de ingerir sal especialmente preparada por sus cuidadores, para compensar la excesiva frescura y las carencias nutritivas de la hierba de altura.

Entre los días 24 y 30 de junio, se sueltan los moruecos padres de los rebaños para que se mezclen con las hembras. Siglos de observación y de experimentado conocimiento de los animales por parte de mayorales y rabadanes, presiden la selección de los machos destinados a la reproducción. Para cumplir con esta función y asegurar una cría con lana de calidad, conviene que aquéllos tengan las condiciones siguientes:

-que sean de PRIMER CORTE, es decir altos y corpulentos; y CORRESPONDIENTES A TODOS CUATRO, o sea de forma cuadrada y vientre hondo y ancho.

-que tengan la CABEZA ACARNERADA, es decir abultada en su parte superior, y más chata en la inferior .

-que no PINTEN EN VETAS NEGRAS, entendiendo por ello que no las tengan en astas, ojos, lengua, ni en ninguna otra parte del cuerpo.

-que no PINTEN EN ROBISCO, es decir que el color de su vellón no tire a pelo de zorra, más bermejo. Estas dos últimas condiciones son esenciales para conseguir una cría con lana lo más blanca y uniforme posible, de pezuñas a hocico y cola; pues sólo el color blanco es apreciado en la industria textil de paño fino, por ser capaz de recibir cualquier género de tinte.

-que tengan MUCHA CAPA, esto es que su vellón sea espeso, y al mismo tiempo suave, delgado y algo mantecoso

-que su vellón FORME CABEZA, es decir que cada pelo remate en una especie de cabecilla mínima.

-que sean de BASTANTE ESTAMPA, o sea con pelo largo en todo el cuerpo.

-que sean BIEN CERRADOS, es decir muy lanudos desde los ojos hasta las pezuñas.

-que sean LARGOS DE AGUJETAS, entendiendo por ello que tengan los testículos colgantes y poblados de lana.

-que no sean ALDIBATOS, es decir que carezcan de pelo largo y basto en los glúteos y en la "gorja", que es la arruga de piel que le cuelga al animal entre garganta y pecho, como al buey. Por otra parte, son muy apreciados los machos con grandes gorjas y rugones en el pescuezo.

Además de los moruecos destinados a la reproducción, existen en todo rebaño hatos separados de carneros sin castrar que no sirven sin embargo para la generación, y de los que se aprovecha la carne y la lana, y de mansos castrados que tienen una carne delicadísima aunque menor densidad de vellón. Es preocupación ineludible de los pastores el conseguir que todas las ovejas conciban al cabo del mes, o mes y medio como máximo, en que andan mezcladas con los moruecos, pues así vendrán todas a parir al mismo tiempo..

Los machos cambian de nombre con la edad; pues a los que tienen un año se les llama CORDEROS, BORROS a los de dos, ANDRUSCOS a los de tres, TRASANDRUSCOS a los de cuatro, CERRADOS a los de cinco, y por fin REVIEJOS a los que superan los cinco años. Se les conoce la edad por el número de dientes o PALAS de la mandíbula inferior; así la dentición completa de esta última, ocho palas, corresponde a un animal de cinco años, razón por la cual se le llama cerrado. Hasta los seis años la res conserva bien su salud y fortaleza, y la máxima calidad de lana y carne; pero a partir de esa edad envejece muy deprisa, a causa principalmente de la caída o del excesivo desgaste de los dientes, no sobrepasando por lo general los siete u ocho años de vida.

En cuanto a las señales físicas de las hembras que apuntan a una mayor probabilidad de tener cría con lana de calidad, son prácticamente las mismas que las ya descritas para los carneros. También se las selecciona según una serie de detalles exteriores que revelan una mayor capacidad para la gestación, parto y cría de los corderos.

Así se valora sobre todo que sean CALVITAS, es decir limpias de pelo en la cara; que sean CORNUDAS y de TESTA CHICA y RECOGIDA; y que tengan buen cuerpo, vientre hondo y ancho, y ubres abultadas y largas. Las ovejas con cabeza grande y lana en la cara, las llamadas CALAMORRAS, suelen tener maternidades difíciles, lo que les hace aceptar mal al recién nacido aunque sea el suyo propio.

Fecundadas las ovejas y separados los moruecos a su hato correspondiente, permanecen los rebaños en las sierras hasta finales de septiembre, época en la que reemprenden el viaje de ida hacia las tierras llanas. En esa fecha existía la costumbre, caída ya en desuso en las postrimerías del siglo XVIII, de pintar las espaldas y lomos de las reses con almagre, óxido de hierro de color rojizo, disuelto en agua. Parece que las muy diversas maneras de aplicación de este almagre, contribuían como una marca más a diferenciar las cabañas y reconocer en seguida a sus respectivos dueños.

El itinerario seguido por los rebaños en su marcha hacia el Sur es siempre el mismo, y está regulado por muy antiguas Ordenanzas Reales que tienen singular y rigurosamente en cuenta su procedencia y destino. Goza este ganado trashumante del privilegio de pastar en todas las tierras comunes y baldíos que encuentre a su paso, a lo largo de las vías especiales de tránsito pecuario. Al atravesar con frecuencia grandes terrazgos de cereal, vid u olivo, o extensas dehesas de jurisdicción municipal o privada, deben aquéllos ceñir su travesía a ciertas veredas muy características, llamadas CAÑADAS DE PASO (LIBRE) o COMUNES. Está establecido, por Ley y Costumbre, que estas cañadas no tengan, en sus tramos más angostos, menos de 90 varas -unos 75 metros- de ancho, para permitir una buena fluidez en el paso del ganado. En el Cuaderno de la Mesta se encuentran recopiladas todas las Ordenanzas que a lo largo de siglos han regulado la inmunidad y conservación de esas cañadas, así como las formas de pago de indemnizaciones por los daños que animales y hombres pueden ocasionar en propiedades vecinas, y de tributos cuando los rebaños cruzan por puertos de muy significativa importancia estratégica.

El ganado recorre estas cañadas, adecuando su ritmo de marcha a las cambiantes circunstancias de las mismas: en tramos largos y estrechos con escasez de pasto, los animales culminan jornadas diarias de hasta 6 y 7 leguas -entre 33,5 y 39 kilómetros-, diciéndose entonces que VAN DE ACOGIDA; cuando por el contrario, la cañada se ensancha por terrenos comunes de pasto abundante, los animales se remansan paciendo a su solaz, sin dejar por ello de avanzar alguna legua al día.

Una vez llegados a su destino, deben los mayorales repartir el sector de dehesa que les corresponde entre sus distintos rebaños. La primera división en MILLARES y QUINTOS, corresponde a hatos de 1.000 y 500 cabezas respectivamente. Tanto en invierno como en verano el ganado siempre campa al raso, encerrándose por la noche en rediles seguros para evitar que ninguna res se descarríe.

Instalados ya animales y hombres, y repuestos de la fatiga del camino, empieza la temporada más crítica de la trashumancia y la más sacrificada para los pastores: el tiempo de PARIDERA y AHIJEO. A medida que se acerca la fecha prevista para el parto de las ovejas, en torno a la Navidad, deben de separar en primer lugar las estériles o machorras de las preñadas; y según van éstas pariendo, apartar las madres recientes de las que aún no lo son. Se constituyen así distintos hatos de ovejas que los pastores llevan a descansar a diferentes MAJADAS, provistas de abrigo más seguro y pasto más abundante, y preparadas para tal fin desde el invierno anterior.

La oveja pare sola, sin ninguna necesidad de auxilio humano; no obstante, raro es el caso en que la cría recién nacida se aficiona, con la prontitud de un instinto normalmente desarrollado, a la ubre materna.

Limpia la oveja de barros, reanima el pastor al cordero con el calor de su cuerpo o de la lumbre si está frío, y



El esquileo de lana de Cabanillas del Monte:
Un ejemplo de supervivencia paleoindustrial en la sierra Segoviana

GARCIA, Oscar Cruz

Publicado en el año 1988 en la Revista de Folklore número 88.

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