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Revista de Folklore número

089



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LA LACTANCIA EN LA ALTA EXTREMADURA

DOMINGUEZ MORENO, José María

Publicado en el año 1988 en la Revista de Folklore número 89 - sumario >



La lactancia es un apartado de primera magnitud dentro de los que me atrevo a definir como "cultura popular natalicia". Su importancia se manifiesta en el cúmulo de fichas que he logrado reunir en torno a la jarti de amamantar, número muy superior a cualquiera de los diferentes apartados de la primera infancia. Muchas me fueron dictadas por personas de avanzada edad, generalmente mujeres, y hacen referencia a viejas costumbres y tradiciones, algunas solamente mantenidas en el recuerdo y otras que aún se conservan en plena vigencia por toda la geografía provincial cacereña. Sin embargo, es seguro que en esta década todas habrán pasáu a la mejol vida. Razones hay de sobra para pensar que así va a ocurrir. Por ello mi exposición pretende contribuir a que en el futuro se siga conociendo esta parte de la cultura popular.

PROFILAXIS DE LOS PECHOS

Era general, en toda la provincia de Cáceres el que las mujeres, durante, el periodo del embarazo, les dedicasen una especial atención y cuidado a los pechos. Viejos remedios, que las gestantes de los últimos años han ido sustituyendo por cremas hidratantes y aguas de la moderna farmacopea, fueron utilizados durante generaciones para mantener las bellezas pectorales. La coquetería femenina no es de hoy. Una cita recogida en Montehermoso resulta elocuente: Loh mocinuh d'ahora, ¡si lo sabré Yo!, toh miran p'abaju, toh a guipal p'abaju, y pabaju, p'andibaju de la jalda toitah semuh las mehmas, toitah igualih. Loh muehtruh hombrih, d"esu na, que moh miraban y bien parriba, pa la pechuga. La que tinia bien d'aqui, güenuh pechuh, esa namoraba de refilera pa dal y pa tomal. Mo sabiamuh reflanih y to, comu que tien máh juerza un pal de tetah que doh mil parih de carretah, y máh, comu que detrá de loh picuh vienin los chicuh... iQué diga el mi hombri toh esuh de qué s'ennoviarun! iSi lo sabré yo! Poh si unu se namora de loh ojuh d'una y aluegu s'entuerta, seguritu que Coji ahjuariza... y si unu se namora de po lah tetah y s'enmuhtian, poh deja de miral a la su mujel. Asina c'ay que manteneila en güen cuidiu.

El hecho de sentirse elegante, conservando la lozanía de los pechos para agradar al marido, ha sido una constante preocupación de las mujeres de nuestros pueblos y ciudades. Soluciones para evitar su deterioro estaban al alcance de cualquiera. Al mismo núcleo de población, citado anteriormente pertenecen estas frases: Aquí siemprí guhtan lah tetah grandih y macizah, y cuandu s'ehtá en ehtáu eh menehtel andal coin tientu. Nama queal en ehtáu s'empiezan a hinchal polqu'impiezan a subil loh calohtruh, gu, gu, glu... y máh tardi la lechi. Cuandu ya s'a criainu a tetá limpia, lah tetah se desinflan y se quean comu'n globu, y la piel ehtirantá se quea igualita que la badana y toah lah tetah fofah, fofah, fofah... Comu la ubri de lah vacah, asina de feah..., c'a loh mariuh I'arrepara ni miral. ¿Que qué haciamuh? Agarral la medecina que teniamuh en la tinaja. Al queal embarazáh, toh loh santuh diah un sobón de manteca de guarrapu y se quean comu de plesiglá, c'anqui criarah te se queaban comu de moza... P'aqui era el remediu que teniamuh.

La medicina montehermoseña para conservar la elasticidad de la piel gozó de gran popularidad en todo el área septentrional de la provincia, ya sola, ya mezclada con otras sustancias. En Granadilla, a la manteca de cerdo se le añadían algunas gotas de aceite de la lámpara que alumbraba al Santísimo. En Coria, un chorrito de agua bendita. En Ahigal, la clara de un huevo de tordo. En Cerezo, un dealinu de leche de oveja. En Hoyos, varias gotas de limón. En Aldeanueva del Camino, un poco de miel.

Al sur del Tajo, la cosmética fue y es diferente. En la capital cacereña, la embarazada se lava cada mañana los pechos con agua fría para que éstos sigan conservando la firmeza una vez que termina la lactancia. Para el mismo fin se los friccionan diariamente en Trujillo con hojas o con flores de verbena maceradas en vinagre. Por Alía y pueblos limítrofes preparaban un ungüento de cera, aceite de oliva y clara de huevo. Al solidificar se formaba una especie de jabón con el que se frotaban los pechos para prevenir las arrugas y la laxitud derivadas de la maternidad y de la lactancia. Costumbres como éstas ya fueron censuradas por Alonso Martínez de Toledo, hace cinco siglos, en su Arcipreste de Talavera.

Pero no sólo el cuidado preventivo de los pechos responde a un carácter de estética. También se manifiesta en ello un sentido eminentemente terapéutico, encaminado sobre todo a evitar las grietas y las morah de los pezones. Lah morah que salin alreol de lo negru de loh pechuh son a la manera paecia de lah morah de loh zarzalih y p'a que no salgan se ponin muchuh trapinuh d'aceite ehcurria, me decía una anciana de Las Mestas. Con el nombre de morah se conocen en el norte de la provincia a unas vesículas que se presentan en torno al pezón de la lactante y se suponen como la primera manifestación de lo que serán las grietas pectorales. Son numerosos los métodos utilizados para prevenirlas, aunque con frecuencia se repiten en los diferentes puntos de la región que hemos estudiado. El aceite de oliva hace su aparición en Las Hurdes en el octavo mes de la gestación, para que la embarazada impregne un paño y se frote con él los pechos. En Guijo de Granadilla y Ahigal, también hacia el mismo período, se untaban los pezones tres veces al día, coincidiendo con los toques del "ángelus", con sebo de una gata recién parida. Con vinagre se los restregaban en Robledillo de Gata, Villas buenas y Descargamaría, y con aguardiente, en algunos núcleos de La Vera. Lavados con agua y jabón de sosa son los remedios antigrietas más estimados en Miajadas y Abertura. En Jaraicejo y Serradilla, las mujeres siempre se inclinaron a sobalsi lah tetah con agua salada durante los dos o tres meses anteriores al parto. En Cañaveral, diariamente introducían, por breves minutos, los pechos en un vaso que contenía una mezcla de leche y de grasa de cerdo. Un apósito de manteca y de cera virgen, con un agujero el centro para librar el pezón, se pegaban las torrejoncillanas sobre la aréola en las últimas semanas del embarazo. En Portaje y Acehúche, las mujeres próximas a dar a luz se hacin mamal por un niño aún no destetado. Una raja de limón untada con la baba de un pequeño de pocos meses sirvió de esponja para que las naturales de Guijo de Coria, en avanzado estado de gestación, friccionaran sus pechos. De uso general en toda la provincia, y de gran estimación por las mujeres, fue, y aún me consta que se sigue haciendo en diferentes lugares, el presionarse los pezones con una moneda de plata, variando la frecuencia de la operación y el momento de llevarla a efecto de unos sitios a otros.

Si nos fijamos con detenimiento en los tratamientos anteriores, nos daremos cuenta rápidamente que estamos ante una formulación empírica que, al igual que la moderna medicina y con procedimientos no del todo diferentes a los enunciados, busca el endurecimiento de los pechos para hacerlos resistentes a las posibles traumatizaciones de la lactancia. Pero al lado de los anteriores métodos "ortodoxos", también los amuletos, según la creencia popular, impiden la formación de grietas pectorales. Lógicamente, por el peligro que para el feto suponen las cintas y los cordones que la embarazada lleve al cuello o al brazo, la mayor parte de estos amuletos se guardan en los bolsillos, faldiquerah o dobladillos de la ropa, o se sujetan a las prendas interiores con alfileres o imperdibles. A casi la totalidad de los amuletos empleados en Cáceres para estos fines se les puede aplicar el "similia simílibus curantur" de la escuela salernitana. Son objetos que por su parecido con unos pechos sanos y turgentes impedirán que éstos se deterioren mínimamente. Como ejemplos se pueden señalar las piedras que por su color y forma recuerdan a los pezones, los caracoles llenos de cera, las pequeñas caracolas marinas, los glandes de las bellotas y las peonzas.

PROPICIACION DE LA LECHE

Teniendo en cuenta que los pechos son motivo de múltiples atenciones antes del parto, con mayor profusión necesitarán de cuidados cuando el alumbramiento se ha producido. La primera y principal preocupación de la parturienta es que la leche le fluya a los pechos. Fue creencia muy extendida en la provincia que la leche de los primeros días, los calostros, constituían una alimentación insuficiente para el recién nacido. Por tal motivo, muchas madres, tras dar su correspondiente tetada, acercaban al niño a los pechos de alguna nodriza vecina o conocida para que el pequeño saciara su apetito. Hasta mediados del presente siglo fueron escasas las mujeres cacereñas que no recurrieron a los más inverosímiles procedimientos para acelerar la secreción láctea. Para las criadoras de Mirabel, aunque el planteamiento sea extensivo al resto de la provincia, las razones se presentan claras: Si yo mihma tenía un níñu y no había lechi aquí (señalándose Ios pechos), poh el probí s'ehmirriaba toditu. Tenía que buhcal algotra que criara pa que le diera la teta y esu contandu que la encontrara... Lo míhmu sí me s'iba la lechí poI un suhtu o esu..., a buhcal algotra pa mamal. La lechí y lah puteríah de la botica son d'agora, que p'atrá solitu la teta y la teta. Yo pa que no me faltara el jatu, me ponía el anillu de la boa en el piquinu del pechu cuandu m'acohtaba y otru poquinu al levantalmi. Esu era p'aquí toah pa tenel lechi .

Al igual que en Mirabel, el anillo del desposorio ha sido utilizado como amuleto proporcionador de leche materna en bastantes pueblos de Cáceres: Torrejoncillo, Holguera, Riolobos, Plasencia, Ceclavín, Abertura, Conquista de la Sierra, Tornavacas, Valverde de la Vera y Cilleros, entre otros. La sortija podía ser manipulada de dos maneras distintas, ya colocada algunos minutos sobre cada uno de los pezones, como en el caso de Mirabel y en los cuatro primeros pueblos de la lista, ya colgada al cuello con un hilo de seda, como ocurría en los restantes núcleos. En Tornavacas el anillo sufría previamente un baño en la pila de agua bendita de la iglesia, y en Torrejoncillo era presentado al cura para que lo bendijese.

Otros amuletos de no menor interés para atraer la leche a los pechos la constituyen las piedras. Con el nombre de sarta de la leche conocen en Las Hurdes a una piedrecita engarzada en oro, en plata o en cobre que las mujeres de la comarca portan colgadas al cuello. Su color, generalmente blanco, por un mecanismo simpático le proporciona leche en abundancia. Otras veces son la viveza del cromado y la belleza del dije las que obran el milagro en los pechos de las hurdanas. En toda la provincia de Cáceres gozó de una muy ganada popularidad, aún no perdida, la cuenta de la leche, que las mujeres que acababan de dar a luz se ponían colgada hacia el pecho. Semejantes a la sarta de la leche, tales cuentas no eran otra cosa que piedrecillas cuarzosas, trocitos de porcelana de China, bolas de escaso diámetro, botones, conchas, elementos todos de color blanco. Hacia los años cincuenta todavía los vendedores ambulantes recorrían la Alta Extremadura ofreciendo "joyas" para favorecer la lactancia, como se patentiza en un curioso pregón recogido en Ahigal: Yo vendo. ¿Quién compra? Polviyos para jorras, pastiyas para la desazón de las preñadas, untes para la piel de las paridas y cuentas para que al nene no le falte que sacar de la teta. Para usté, cabayero, también yevo. Yo vendo. ¿Quién compra? Es una bella estampa que ha sido común a todos los países de la cuenca mediterránea.

Los mismos efectos que venimos señalando los produce en Casas de Millán el que la madre se ponga al cuello una monea de plata del rey Amadeo; en Zarza de Granadilla basta con un petacón moruno; en Villar de Plasencia, con una llave, ya que, comu la Ilavi lo abri to, si se poni al pehcuezu, p'alantri hacin que s'abran loh canalinuh de la lechi que vienin de p'al ehtómagu, que mehmamenti el cuaju puedi sel que loh tenga atahcáu d'arriba p'abaju... Si se poni la Ilavi, anqui sea la del arca, que,h chiquita, la lechi acúi a borbollón. La lactante de Cedillo se cuelga una bolsita que contenga un trozo de bula o una hoja del evangelio.

La dieta de la recién parida aseguran que influye en que sea mayor la cantidad de leche que llega a los pechos. Se estima que la comida de los primeros días se convierte en leche, aunque para ello es obligado ingerir estos alimentos: chocolate, pan frito con manteca, caldo de gallina, huevos, bizcochos, leche y vino dulce. En Plasenzuela, la mujer que ha dado a luz apenas probará el agua, ya que toda la que bebe le pasará a los pechos en forma de calostros y retrasará la llegada de la leche. Por idéntico motivo en Ruanes no catan verduras, frutas y otros alimentos que consideran acuosos.

Pasados los días críticos, que en algunas poblaciones llegan hasta la cuarentena, la mujer comienza a incluir otras sustancias en la alimentación pa que la haga tenel abondancia y la lechi no ehcaséi. Los alimentos húmedos (verduras, frutas, cebollas, tomates...) y el pescado cocido constituyen la dieta del segundo período. En Casas de Don Antonio, la leche de vaca se convierte en la principal de las bebidas, y la costumbre la explican por el popular aforismo de que de lo que se bebi se cría. Sorprendentemente, en Zarza la Mayor la mujer que amamanta no toma feche, aunque sí se lava con ella los pechos cada vez que el niño pidi la teta. El hecho no hay dudas de que se basa en el principio de la magia de contacto. En Cáceres, las nodrizas ingerían grandes cantidades de agua previa disolución en ella de granos de cal. En Torrejoncillo afirman que en los pueblos de la ribera de La Fresnedosa, extremo que no he confirmado in situ, las madres menos dotadas se veían obligadas a mamarle a una perra parida para aumentar la cantidad de leche. En otras localidades (Moroy, Torremenga, Valdeobispo, Oliva de Plasencia, Ahigal, Villanueva de la Sierra, Madroñera, Santa Marta y Torre de Santa María) bastaba con que la mujer se comiera las sobras de una perra, de una gata o de otra mujer que estuviera amamantando. En estos casos las madres deficitarias les robaban la producción láctea a las otras hembras, a las que se les secaban las ubres.

Cuando en los pueblos cacereños se recurre a la devoción religiosa para aumentar la leche, saben las mujeres que han de dirigir sus plegarias a la llamada Virgen de la Leche, cuya estampa guardan junto al pecho, a cualquiera de las imágenes de Santa Ana y al serradillano Cristo de la Victoria. Este trío de deidades se ha ganado la fama de satisfacer plenamente a las nodrizas.

DE LA LUNA y OTROS MALES

La lactancia, según se creía en Cáceres hasta principios de siglo, influía en "la vida futura" del niño en caso de que éste muriera al poco de nacer. Por tal motivo las madres le prestaban más atención al que puede llamarse "contrabautizo de leche" que al propio bautismo sacramental. Sus resultados eran contradictorios. Si el niño fallecía sin mamar, iba derecho al cielo. Pero si ya había ingerido la primera tetada, marcharía al purgatorio a penar las faltas que la madre o la nodriza le transfirieron mezcladas con la leche.

Aún se conservan vigentes en toda la provincia varios augurios derivados del primer comportamiento del recién nacido ante la toma del pecho. Cuando el niño se agarra con fuerza al pezón no hace más que indicar que será un encariñado con la familia. Lo contrario indica el hecho de que el pequeño sea reacio a mamar.

No está de más el señalar las precauciones maternas para no perjudicar la salud del lactante. Es de dominio público que unos "pechos alunados" acarrean fatales consecuencias para el niño, ya que si mamase de ellos perdería el apetito, se demacraría y, también es posible, encontraría la muerte. En Villanueva de la Sierra, Santa Cruz de Paniagua, Villa del Campo, Aceituna, La Granja y Cabezabellosa, siempre como medida profiláctica, la mujer lactante se toca los pezones con agua bendita antes de cada una de las mamadas. En Navaconcejo se santigua con la mano izquierda. En Ahigal se hace una cruz sobre ambos pechos con un pequeño crucifijo, al tiempo que dice: Por ehti Crihtu benditu, lechi santa y no jíel y vinagri. Y son incontables los pueblos en los que antes de acercar al niño el pezón la madre le hace la señal de la cruz sobre los labios y a la altura del estómago. En tolda la provincia de Cáceres se considera que los "pechos alunados" se producen cuando la madre recibe de forma directa la luz de la luna, sobre todo cuando ésta se halla en fases de llena o de creciente. Puesto que la parida no sale de casa hasta cumplir la cuarentena, tampoco debe hacerlo por las noches mientras dure la lactancia. Así me apuntaba una anciana de EI Bronco: Lo malu de la luna eh cuandu empreña. Primeru eh finina y, pocu a pocu, echa panza y s'enllena, queh cuandu dicimuh que sa preñáu. Antoncih la luna eh malina y le roba la lechi a lah mujerih pa ella y solitu le deja en lah tetah la lechi viciá y agua, queh na buenu pa loh muchachinuh. En cuanti qu'entri una raza de la luna por la ventana y la toqui de rehpajilón a la madri, ya ehtá la facatúa jecha. Por tal motivo se cierran los postigos de la casa en los partos nocturnos, y las nodrizas se encargan de no abrirlos las noches de cuarto creciente o de luna llena. Pero además de evitar la presencia física ante la luna, las mujeres lactantes recurren a otro procedimiento: los amuletos, que en el sur de la provincia gozan de enorme popularidad. Son medias lunas de hierro, hueso, plata, madera, cuero o algún otro material, con grabados de cruces, círculos, puntos, estrellas, espirales, etc., que se llevan colgadas al cuello dendi que la lechi llega, y no desaparecen hasta que ésta se retira, es decir, todo el tiempo que abarca la lactancia. Fue un requisito que los amuletos, para que tuvieran virtud, se fabricasen el día de la Asunción entre las once y las doce de la mañana, horas en las que se suponía que el sol lucía con más fuerza y, por consiguiente, la luna estaba vencida totalmente. La fabricación de un amuleto requería de un "especialista", que en los pueblos cacereños era el herrero. La virtud del objeto se potenciaba si era bendecido por el cura o se exponía al paso del Santísimo en cualquiera de los altares callejeros e día del Corpus Christi. Hacia mediados del siglo la fabricación de los amuletos lunares cayó en desuso, y en la actualidad los pocos que aún se conservan en la región pasan a mano de las lactantes en calidad de préstamos en las escasas ocasiones que siguen utilizándose.

Los pendientes en forma de media luna que fabricaban los orfebres de Ceclavín y Torrejoncillo, y que en el último de los pueblos se entregaban de regalo a las recién casadas, hay que interpretarlos como amuletos destinados a salvaguardar los pechos de las mujeres que amamantan del astro de la noche. La herencia de estos amuletos cacereños tal vez arranca del mundo fenicio, pues su semejanza con los hallados en el tesoro de Aliseda salta a la vista. Dentro de este mismo contexto de la protección se pueden incluir lah jocih de corti que el Ahigal colocaba el marido a la puerta o ventana de la estancia en la que sufría clausura de cuarentena la que había dado a luz. No existe la menor duda de que la joci es una representación bastante fiel de la luna, al igual que la herraduras que los ganaderos de la provincia colocaban en las cuadras en las que las hembras amamantaban a sus crías.

En Salorino previene contra los males de la luna en la mujer lactante el que ésta lleve al cuello un amuleto en forma de pecho diminuto y atado con una cinta doble con los colores del arco iris. Los hay de madera, cera, metal y pizarra. La forma de actuación del amuleto es sumamente fácil. Dicen en el pueblo que cuando la luna o, mejor todavía, el espíritu de la luna busca alojarse en los pechos de la mujer, se ve atraído por el pequeño dije, se introduce en él y deja a la lactante libre de todo daño. Si el amuleto se rompe, no dudan en asegurar que el accidente fue debido a que el mal de la luna se metió en su interior, mal que de otro modo hubiera llegado a los pechos femeninos.

Aparte de la malévola influencia de la luna sobre la leche materna, hay otras causas por las que ésta se convierte en nociva para la salud del pequeño. Esto sucede principalmente cuando se le da el pecho a un niño de sexo opuesto al que se amamanta. Si por alguna circunstancia especial hay que cumplir con la simultánea lactancia, la madre o la nodriza tendrá que lavarse los pezones con aceite antes de cada una de las tetadas, puesto que de esa manera el niñinu anticinu de la lechi se jinca l´aceiti, porqui I'aceiti no se limpia... y, cuandu entra la lechi, I'aceiti va delantininu jaciendu güen cuerpu. Toitu lo cura I'aceiti, c'anqui la lechi vaya maliciá no pue jacel dañu nengunu. La anterior explicación fue dada en Garrovillas, aunque hace unos años se podían recoger citas semejantes en toda la provincia. En Madroñera, el lactante que mama de su madre hallándose ésta embarazada, adquiere unos granos en la cara, en el pecho y en los costados, muy dolorosos, que sólo desaparecen si se le administra al pequeño una toma de caldo de perra recién parida o de perro recién nacido. Incluso, en la mayoría de los pueblos de la región, las relaciones sexuales de la madre intoxican la leche, acarreándole al niño enfermedades de la piel. Si estos contactos íntimos se intensifican, la leche desaparece de los pechos. La siguiente cita proviene de La Abadía: Al soltal al niñu del vientri toah engordan la cara, loh pechuh y to... Si aluegu le da por enrebujalsi a ca intanti, poh se quean lamináh, y toa la sangri la chupa el su mariu, de mo que la bomba se quea sin la gasolina pa subil la lechi pa lah tetah... y el niñinu a pasal gazuza, o a dali cosucah que le dañin la trimpina, o a buhcal a otra galga que le dé de la su teta sin la querencia. Anti diciamuh las unah a lah otrah cuandu viamuh que la lechi rinquiaba: "Que lo vah a crial malamenti, si le quitah la teta y no Ian saliu loh dientih". Ya con lah boticah no eh igual que anti. Visto desde esta perspectiva, parece que la lactancia, con toda su gran complejídad, constituyó en muchos casos un verdadero control de la natalidad.

También los granos o ezcemas llenan la piel del niño por otra razón muy distinta, aunque la leche sea igualmente el medio transmisor. Tal cosa sucede cuando el infante es amamantado de unos pechos de los que previamente haya mamado una serpiente. Consejos de esta calaña se escuchan por todos los puntos de la geografía regional, estando la creencia emparentada con ciertos mitos peninsulares que ya hemos estudiado en otros trabajos. Aseguran que las serpientes, los bahtarduh y loh culebronih, se sienten fuertemente atraidos por el olor de la leche de las mujeres. Cuando en la oscuridad de la noche la madre, adormecida, acerca al niño a su pecho, el reptil se interpone entre ambos, mete la cola en la boca del pequeño e introduce en la suya el pezón de aquélla. La mujer ni por asomo se da cuenta del engaño. En Navas del Madroño tienen conciencia de que la serpiente es una bruja metamorfoseada. Pero, afortunadamente, existen remedios para librarse del inesperado y sorprendente chupóptero. Se queman gomas alrededor de la casa o se hacen pequeños zahumerios en la habitación donde duermen los padres y el niño. Así actúan en Navalvillar de Ibor, Pedroso de Acim y comarca de Trujillo. En Torrejoncillo, Casillas de Coria, Ahigal y Sierra de Gata colocan un plato con leche en la ventana del hogar o junto a la gatera de la puerta para que la serpiente sacie allí su sed y deje tranquilos los pechos femeninos. Los amuletos, por su parte, ahuyentan igualmente a los reptiles. El más empleado fue siempre la higa de azabache, que la madre llevaba al cuello o colgaba a la cabecera de la cama. En la comarca de la Tierra de Granadilla se utilizó la cabeza de serpiente desecada al sol, siguiéndole a poca distancia la quijada de un lagarto. Ambos amuletos debían permanecer próximos a la cabecera de la lactante. En Zarza, pueblo de esta misma zona, solían mantener un lagarto vivo en la casa, ya que el lagartu eh mu enemigu del bahtardu y el culebrón bahtardu le tie máh mieu c'al diablu. Si mehmu entra pa la casa, va el lagartu y le jaci cohquillina a la mujel y la ihpierta. Poh ya sabi la mujel quel culebrón anda rondandu por la casa... ya tental s'a dichu, pa que no le chupi de lah suh tetah. Anti era sagráu lo de matal un lagartu, comu lah golondrinah.

En algunas ocasiones no se toman las precauciones defensivas contra las inoportunas visitas de las serpientes, y las mujeres se ven en la necesidad de atajar el mal cuando éste ya ha hecho mella en la piel del niño. Entre los remedios curadores está el de envolver al cuerpo del pequeño una camisa de culebra, quemándose después. Dicen que con el fuego se consume el mal que el niño ha transferido a dicha camisa. La práctica fue usual en Arroyo de la Luz y en Malpartida de Cáceres. Otras fórmulas empleadas recuerdan los mecanismos sanadores de los "aires" gallegos. Así, en Oliva de Plasencia, hasta no hace mucho, el niño recobraba la salud si la madre, luego de rociarlo con agua bendita, recitaba la siguiente plegaria:

Una culebra llegó
y de mil pechos mamó,
pero la Virgen María
mamando la sorprendió.

Por beber de esa leche
yo te condeno
que por el día y por la noche
andes arrastra por el terreno. .

y para que así ande
toda la vida,
recemos a Dios un Padrenuestro
y un Avemaría.

La prevención de las grietas, como vimos anteriormente, constituyó una preocupación de la embarazada. Sin embargo, y a pesar de los ese mal es algo que va íntimamente unido a la lactancia. Cuando las grietas aparecen, la madre o la nodriza echa mano la correspondiente medicina, que generalmente provoca una curación rápida. En Hervás recetan un lavado de los pechos con agua de manzanilla tres veces al día, empezando siempre por el izquierdo. Para el lavatorio utilizan en Ahigal una mezcla de romero cocido y vino blanco. Las proporciones varían según los casos, dependiendo de la profundidad de las grietas. Con leche de burra, puesta una noche al sereno, se frotan los pezones agrietados las mujeres de Galisteo. Friegas con grasas de cerdo es el remedio empleado en Montánchez, mientras que en Descargamaría suelen utilizar el aceite de oliva. La baba de un perru lazarillu goza en toda la provincia cacereña de la virtud de sanar todo tipo de llagas y de grietas pectorales, amén de las otras partes del cuerpo. La ceniza que se logra al quemar la ubre de una vaca, si se mezcla con sebo constituye un precioso bálsamo, al igual que el tuétano de toro. Pero ningún remedio es tan eficaz como el que deriva del propio niño. Su orina aplicada directamente con un paño cura las grietas al instante, según creencia de Cabezabellosa y Aceituna. La baba del pequeño supuesto causante de las grietas logra prontos efectos si con ella se lavan las aérolah, al decir de los naturales de Cañamero. En Cañaveral y Alcuéscar basta con poner al niño para mamar en posición contraria a como lo venía haciendo habitual- mente. En Navalmoral y Almaraz se hace indispensable dar una tetada completa a un niño de sexo contrario al que se amamanta. En Ahigal aseguran que el mal se soluciona si es un mozo entrado en quinta el que lambi la teta. Como procedimiento médico- religioso aparecen las friegas con cera de la tantas veces útil vela de tinieblas, que se constata en Coria y Serradilla; con cera del cirio bendecido el día de las Candelas, en Cáceres; y las oraciones a Santa Catalina, que hasta no hace mucho dirigían las nodrizas del norte de la provincia con problemas de grietas, y a Santa Agueda, cuya virtud sanadora es reconocida en todos los pueblos de la Alta Extremadura. Solían las lactantes recitar unos versos en su honor, en los que se narraba el martirio sufrido por condena de Quinciano, y que terminaban con esta jaculatoria:

Santa Agueda bendita,
por eso te quiero rogar,
que me cures los mis pechos,
que el niño pueda mamar.

LA LACTANCIA MERCENARIA

Ocurría muchas veces, a pesar de los intentos de toda índole, que la leche no llegaba a los pechos de la madre, lo que suponía un problema tanto económico como psíquico. Por lo que respecta a lo pecunario, las citas son elocuentes. Sirvan algunas como reflejo: Al faltal el jatu se buhcaba otra paría de pocu tíempu que se vía que teníera lechí en abondancía... ¡Amuh, que salía cara la cosa! Llévala pa la tu casa dali comía que jaga lechí, dalí jabíuh, dalí regaluh, dali de to pa tenela contentíta y pa que no le se jueran loh maluh jumuh pa lah tetah. Y si era de pa juera, viaji pa buhcala y viaji pa Ilevala..., y pa doh, polqui traía al su niñu y críaba dambuh a la pal. Ya va una a la botíca y se compra el biberón y ¡santah pahcuah! C'ay pa unuh pocuh de díah, y to máh baratu a la larga y máh desenreáu. Si éstas son palabras de una madre con insuficiencia láctea, en el mismo sentido se orientan las dichas por una nodriza: Yo síempra juí honrá, honrá comu la que máh. Nunca he pídíu na poI críal muchachinuh de otrah, y esu c'an siu variuh, peru lo que me daban lo cojía. Cael, caí con genti mu güena que m'achipotaban y de lo que me daban comiamuh en la mi casa bíen comiuh toh loh de la mí casa... Lo uniquitu que quería era que la teta rejundiera lo que juera menehtel... P'aqui teniamuh algunas mujerih... ¡válgame Dioh! Mehmamenti empezaban a dal la teta y la su ama se portaba bien... A los pocuh diah, en cuanti que se guipaban que'l niñu ehtaba jechu a la su teta, le pidian al ama el moru y el tesoru... La probi se lo tenía que dal pa que no se le juera la tia pelleja, polquel niñu ya no quería otra teta que la desa jitana y, si se la quitaban, a lo mejol ya no mamaba y se moría... Eh cabía genti mu gitana que lo lah conozu, y asina no podía sel..., c'arruinaban a una familia pa sacal el niño palantri. Eran genti sin un peñihcón de concencia. El otro punto negativo de la lactancia ajena tiene una importancia si cabe mayor que el simplemente económico, ya que el aspecto psicológico afecta por igual, al menos en teoría, a todas las clases sociales. Ha sido creencia en toda la provincia que el niño amamantado por una extraña acabará sintiendo más afecto por ella que por su propia madre. En Santibáñez el Bajo suele oirse con relativa frecuencia que el niñu mama la querencia con la lechi, frase que resume la concepción de todos los pueblos cacereños. Incluso los refranes inciden sobre el particular, en lo que parece ser un mecanismo defensivo contra la crianza de las nodrizas, al menos cuando intervienen otros factores distintos a la insuficiencia láctea de la madre: Vali máh suol de paria que lechi de nodriza; Niñu s'eh de la que paci, que no de la que naci; Eh más madri la que cría que la que pari; ¿Cuál eh la tu madri, Enriqueta? Poh la que a mí me dio la teta... Por otro lado, hay datos de sobra para pensar que entre los niveles sociales más bajos la lactancia materna se equipara al parto y a la fertilidad femenina mientras que loh pechuh que se resequínan después de dar a luz encuentran su sinónimo en la esterilidad. No hace muchos años presenciamos en un pueblo de la Alta Extremadura la clásica riña de dos mujeres. Una de ellas, creyendo haber encontrado un insulto apropiado al caso se dirigió a la contrincante en estos términos: Treh (hijos) me s'an ehpicolgáu de ca teta, treh..., peru a tí ni te s'ehpicuelgan ni te se van a ehpicolgal. Ehmeril (estéril), q'uerih una ehmeril! Semejantes sinonimias las encontramos en las primitivas sociedades actuales.
Antes de que los productos dietéticos suplieran la falta de leche materna y pusieran fin a la lactancia mercenaria y a la popularización de la nodriza, podríamos ver que tanto la una como la otra se sustentaban en dos presupuestos distintos: insuficiencia de leche y prestigio social. En el primero de los casos, sobre todo tratándose de familias de condición humilde, la mujer recurría dentro de su pueblo a otra que hubiera dado a luz por las mismas fechas y que presentara unos pechos desarrollados. En Ahigal, entre las que tenían niños pequeños mjrábamu cuál tinía máh lechi pa crial al suyu y al ajenu... Alguna genti sabía muchu d'ehtu y eran lah que miraban. Comu anti nacian a barullu, c'anqui lah había ehmirriá, también apaecían muchah con la pechuguera peru que bien llena. Le s'echaba el quinqué a una, y le dicía la madri del niñinu: ¿Quieh críal al mi nófitu? , qu'eh qu'ehtoy farta. S



LA LACTANCIA EN LA ALTA EXTREMADURA

DOMINGUEZ MORENO, José María

Publicado en el año 1988 en la Revista de Folklore número 89.

Revista de Folklore

Fundación Joaquín Díaz