Joaquín Díaz

TOMA DEL FRASCO


TOMA DEL FRASCO

El Norte de Castilla - La Partitura

10-05-2014



-.-

La palabra gastronomía, que ahora tanto usamos, es un término culto y tardío en España, aunque sus antecedentes históricos nos podrían remontar al momento en que el ser humano siente por primera vez placer al degustar los alimentos -que dejan de ser para él exclusivamente fuente de nutrición- y se aplica a prepararlos y comerlos de forma cada vez más ordenada y reglamentada, de modo que constituyesen también una fuente de salud. El proceso por el que la necesidad se convierte en arte es largo y complejo pero siempre tiene unos hitos que suponen variación o mejora en la evolución. El Marqués de Villena pensó, a comienzos del siglo XV, que todos los alimentos tendrían mejor aspecto y se deglutirían con más facilidad si estaban bien aderezados y mejor cortados, razón por la cual dedicó su "Arte cisoria" al estudio del trinchado y el cortado de las viandas. Un siglo más tarde, Ruperto de Nola, cocinero de Fernando de Nápoles, escribe en catalán su "Libro de cozina", que se reimprimirá en numerosas ocasiones hasta nuestros días. Ruperto, al igual que Villena, hacía un recorrido por cocina y mesa completando el texto con algunas recetas para “dolientes” o enfermos. Es evidente que una preocupación permanente de los tratadistas, independientemente del resultado de la preparación (sabor o gusto) y del sentido práctico (economía), es la higiene y correcta deglución de los alimentos para que sienten bien y no haya consecuencias lamentables que deban ser corregidas después con bebedizos o preparados.

Jerónimo Cortés, en su "Lunario y pronóstico perpetuo", recomienda taxativamente que, si alguna comida no sentó como debía, no se purgue uno estando la luna en signos que dominan como Aries, Tauro y Capricornio, porque se vomita y no se puede retener en el estómago, y continúa diciendo: “Siempre que la luna se hallase en signos ácueos, hará buen efecto la purga. Pero adviértase que si la purga fuese bebida, conviene que la luna esté en Escorpión, y si fuese bocado o lectuario (es decir en compota) la luna debe estar en Cáncer. Y si fuesen píldoras, en Piscis: y de esta manera los efectos saldrán muy buenos y salutíferos”. Cortés termina el capítulo dando una tabla de purgas y sangrías para saber cuándo convendrá aplicarlas y cuándo no.

Por cierto que la sangría, otro de los remedios más usados durante siglos para aliviar numerosas dolencias junto con las mencionadas purgas, tampoco se podía aplicar en todas las circunstancias. Tolomeo lo veía peligroso e incluso temerario si la luna estaba con el signo predominante. Avicena creía necesario observar cuatro circunstancias: el tiempo, la edad, la costumbre y la naturaleza del paciente. Asimismo distinguía dos tipos de horas para su aplicación, a las que llamaba hora de elección y hora de necesidad. La primera, debía de ser una hora caliente, es decir después de haber salido el sol o después de la digestión y expelidas las superfluidades. La segunda venía motivada por una enfermedad urgente, como fiebre aguda, esquinencia, frenesí o apoplejía, que no admitían prórrogas ni consideraciones astronómicas.

No hay que olvidar que, hasta tiempos bien recientes, la alimentación, la medicina y la astrología iban de la mano. Rodrigo Zamorano, el riosecano autor de un famoso libro titulado "Cronología y reportorio de la razón de los tiempos" comparaba el cuerpo humano con una ciudad bien ordenada “donde la virtud o natura es el rey, la enfermedad un tirano que contra él se levanta y la crisis es la contienda y batalla que entre los dos pasa”. No dejaba de insistir Zamorano en la necesidad de que ese cuerpo, además de alimentarse sobria y correctamente, conociese qué planetas tenían ascendencia sobre él y podían mandarle sus influencias.

Jerónimo Cortés, cuyo lunario mencionado se publicó en innumerables ediciones desde el siglo XVI al XX, trata los llamados días judiciales como peligrosos para el cuerpo humano y su funcionamiento. Los denomina “caniculares” y escribe que “la común opinión de los astrólogos y médicos expertos es que los días caniculares duran por espacio de cuarenta días, que es lo que se detiene el sol desde que nace con la canícula hasta que acaba de pasar toda la imagen del signo del león. Este espacio de tiempo y días caniculares son tan fuertes y perniciosos que Hipócrates vino a decir y aconsejar a los médicos no diesen medicina alguna a los enfermos en dicho tiempo”. En efecto, Hipócrates, en el libro de la epidemia, desaconsejaba los cauterios y las incisiones en los miembros y pedía que se guardaran esas mismas reglas en los dos solsticios y equinocios, añadiendo que eran de tanta importancia estas consideraciones astronómicas para la medicina, que no debía de haber médico que no fuese un poco astrólogo.

Las alteraciones que el firmamento podía provocarnos estaban perfectamente previstas y descritas por los sabios gracias a la observación e interpretación previa de la máquina del mundo, idea representada por una serie de 11 círculos concéntricos en cuyo interior estaba la tierra, a partir de la cual once cielos o atmósferas contenían sucesivamente a la luna, mercurio, venus, el sol, marte, júpiter, saturno, el firmamento, el cielo cristalino, el primer móvil y el cielo empíreo. A partir del octavo cielo, es decir del firmamento, todavía visible a los mortales, se producían numerosos efectos que tenían su influencia sobre la tierra según la posición de las estrellas y los planetas.


Nicolao Florentino era un galeno de los que también conferían gran importancia a la luna, aunque se curaba en salud haciendo la salvedad de que “aunque la luna señale e influya una cosa, Dios nuestro señor puede, y está en su mano ordenar, otra muy diferente, y que no pocas veces por yerro de los médicos, por algún desorden de los enfermos o por otras causas, se hace mortal la enfermedad que de suyo no lo fuera”. Según sus palabras, “para juzgar el suceso de la enfermedad se han de saber dos cosas. La primera, el propio día que comenzó la enfermedad o se sintió de mala gana. Y la otra, el día de la conjunción propasada. Sabidas estas dos cosas bien y fielmente, se miran los días que hubiese desde el día de la conjunción hasta el día que comenzó la enfermedad inclusive. Sabido, pues, este número de días, se buscará por la tabla siguiente (y adjunta una tabla), y enfrente de aquel número se hallará el suceso de la enfermedad”. La dicha tabla contiene treinta números, alguno de los cuales sugiere unas explicaciones que me parecen tan poco exactas como las predicciones del Zaragozano, que a veces pronosticaba que llovería...o no. En cualquier caso, este Nicolao Florentino debía ser un médico un tanto sibilino y de letra complicada, ya que transcribiendo Luis de Oviedo (en el "Método de la colección y reposición de las medicinas simples") la receta de uno de sus jarabes, el de achicoria -con el que según él se curaba la opilación del hígado, aunque ahora nos parezca un gazpacho extravagante-, varias veces se queja de la dificultad de lectura y de comprensión. Para ese jarabe debía usarse la "endivia doméstica, la endivia silvestre, la achicoria, tarasacon (de cada uno dos manojos), cicerbita, hepática, escarola, lechugas, sumaria, lúpulos (de cada uno un manojo), cebada con la cáscara, alchechengues (de cada uno una onza), regaliza, culantrillo de pozo, doradilla, polítrico, adianto, cuscuta (de cada uno seis dracmas), raíces de hinojo, raíces de apio, raíces de esparraguera (de cada uno dos onzas), cuézase en la cantidad de agua que bastare y cuélese y con azúcar blanco y duro se haga jarabe, y por cada libra de él se ponga a cocer de buen ruibarbo cuatro dracmas y de espica cuatro escrúpulos, atados en un lienzo ralo, el cual a menudo se exprima en el entretanto que el jarabe se cuece".

El número 11 de esa tabla mencionada de Florentino, por ejemplo, habla de un proceso tras el cual el enfermo “presto sanará, o luego morirá”. No sé si por culpa de tales vaguedades –o tal vez precisamente por ellas- estos libros tuvieron un éxito notabilísimo, sobre todo entre los que quedaban vivos y podían contarlo, ya que no se sabe de ningún fallecido por su causa que volviera del otro mundo para hablar en contra de sus efectos.