LA ERA DEL BIEN Y DEL MAL

La señal de la Cruz



Lámina irregular, excepcional en la colección, y especialmente en las láminas dibujadas por Joan Llimona: el cuadro 2, con la imagen de Constantino, irrumpe en el espacio del dibujo central, de la parte superior. Hay cuatro cuadros.

Comienza la primera parte, el credo, con 30 láminas.

1. El primero, en la parte superior, tiene dos niveles. El primero de ellos, marcado por el triángulo de la divinidad, muestra al Padre, junto al Espíritu Santo al lado de Jesús en la cruz. Presenta la obra de la redención, asignada teológicamente al Hijo, pero acción de las tres Personas (las láminas 10 y 12 repetirán la idea de “redención” atribuida a Jesús). Este nivel, teológico, pero invisible, el dibujante lo insinúa casi en esbozo. Además aparece el otro nivel, el aspecto histórico, con la presencia junto a Jesús en la cruz, de María, Juan y Magdalena, además de un grupo retirado de mujeres. Alude a Mt. 27, 55: “Había allí muchas mujeres mirando desde lejos, aquellas que habían seguido a Jesús desde Galilea”. El cielo encapotado añade fuerza a la imagen. Falta el dato de los bandoleros crucificados con Él, pero interesaba suprimirlos, porque el acento de la catequesis radica en la fuerza salvadora de la muerte de Jesús. En cambio, importa que el acento se ponga en la muerte voluntaria de Jesús, y no en el instrumento de su suplicio. Una inesperada lámpara, en el centro, ilumina el cuadro.

2. El segundo cuadro está constituido por la leyenda de Constantino, indeciso entre aceptar o rechazar el cristianismo. En el cuadro aparece reflejada la leyenda de su visión de una cruz, anunciadora de la victoria sobre Majencio en el puente Milvio. Pero no aparece su oportunismo político al aprovechar el potencial que representaban los cristianos, y su tardanza en bautizarse, veinticinco años después. Era natural que este aspecto no constara en el dibujo, ni en las explicaciones catequéticas.

3. El siguiente cuadro muestra a una madre enseñando a su hija a hacer la cruz, y dirigiendo la mano de la pequeña hacia su frente. Forma parte de la enseñanza doméstica y también de la catequesis parroquial (véase parecido en lámina 60, cuadro 5).

4. El último cuadro presenta a san Felipe Neri, espantando demonios con una cruz. Aparece un demonio repelido por la cruz que el santo le tiende, aunque ni siquiera le mire. Forma parte de una leyenda, no comprobada, en la vida de Felipe Neri. Se produce aquí un deslizamiento, desde el cuadro 1, que ponía la fuerza en la muerte de Jesús, a la del instrumento en sí mismo, la cruz, atribuyéndole una categoría de talismán frente al mal (en el fondo late la idea de la lucha entre Cristo y el demonio, de poder a poder).

Luis Resines










Cristo crucificado es el misterio insondable, escándalo para quienes buscan portentos y locura para quienes sólo confían en la razón.

Para los creyentes que aceptan la Palabra revelada, fuerza y sabiduría de Dios. El grito de Jesús en la cruz: “¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?”, no es el de la desesperación, sino el del amor y la entrega.

Cuando se contempla el mal que brota por todas partes, algunos exclaman: “¿Dónde está Dios?”, para concluir que no existe o que no es bueno. Entonces se da la razón a la “antiteodicea”. Pero la clave es esta otra: “Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su propio Hijo”.

La línea horizontal de estos cuadros interpreta la cruz como signo de victoria bélica, el de Constantino, o espiritual, el de san Felipe Neri. En la vertical se contempla el amor de la Santísima Trinidad acogido especialmente por la Virgen María, orante y oferente como madre de todos, y abajo, en vertical también, la ternura de una madre de tantas enseñando a su hijita la señal de la cruz que se transmite de generación en generación.

José Delicado Baeza. Arzobispo de Valladolid



Exposición