LA ERA DEL BIEN Y DEL MAL

La Redención. Fue crucificado



Lámina entera, sin subdivisión alguna.

Aparece la cruz en el suelo, y sobre ella, tendido, Jesús. Un único ejecutor procede a clavar la mano derecha (la otra mano ya está clavada y puede deducirse que los pies también).

Dos personajes en pie representan a los magistrados y autoridades judías: uno mira con gesto adusto; el otro podría estar hablando con el primero, mientras su mano derecha apunta a Jesús en el suelo; bien puede pensarse que se está burlando de la víctima (Lc. 23, 35). Más atrás, en un plano inferior se distingue a un soldado romano a caballo (¿el centurión de Lc. 23, 47?); además unos hierros de lanzas, numerosos, hacen presumir un fuerte contingente armado, a fin de evitar disturbios.

La visión de Jesús en escorzo, recuerda inevitablemente el dibujo de san Juan de la Cruz, con Jesús crucificado, también en escorzo, pero en esa ocasión cenital, pues la cruz ya ha sido izada; también recuerda la Crucifixión. Cuerpo hipercúbico, de Dalí, con la diferencia de que fue pintado en 1954, años después de que hiciera lo propio Llimona.

Llama la atención tanta sobriedad en el dibujo. Cuatro personas destacadas, más otras solamente insinuadas. Con bastante frecuencia las representaciones de la crucifixión presentan el momento mismo ya realizado, y los cuerpos de los ajusticiados pendientes del instrumentos de tortura. Suele ser habitual que aparezcan las tres cruces con Jesús y los otros dos salteadores ajusticiados en el mismo momento. Y forma parte casi inseparable la presencia de María, Juan, y otras personas afines a Jesús. Sin embargo, puesto que Llimona ya había llevado a cabo un dibujo semejante (lámina 1), optó por no repetirse, y apostó por un enfoque inusual, original. Casi parecen cobrar más protagonismo los dos magistrados judíos que verifican la ejecución de la sentencia romana, por la que tanto y tan arduamente han peleado, a fin de conseguir la muerte que habían decidido en el juicio en el Sanedrín, ante el Sumo Sacerdote (Mt. 26, 66), así como en la decisión previamente tomada, a raíz de la resurrección de Lázaro (Jn. 11, 53).

Cuando se ha representado el hecho mismo de la crucifixión, era frecuente un grupo de verdugos, frecuentemente caricaturizados en el rostro, los gestos o la conformación corporal. También aquí se aprecia la sobriedad serena. Prescindiendo mentalmente del resto del dibujo, el verdugo podría pasar por una excelente representación de un artesano, un carpintero, en el desempeño de su oficio. Incluso sus rasgos son bellos: ni un rictus de maldad ni de horror. En plena acción, cumple su cometido con exactitud y profesionalidad. Medio sentado, martillea con la derecha el clavo que sujeta con la izquierda. Ni siquiera aparece con indumentaria típica de soldado romano, cuando eran ellos mismos los que llevaban a cabo la ejecución de la sentencia, para lo que no se requería ninguna capacitación especial. El dibujante ha centrado la escena, dejando a un lado elementos accesorios. No ha querido que aparecieran otros verdugos repartiéndose las ropas de los condenados (Jn. 19, 23-24).

Aún hay otro detalle más: tampoco aparece, en la cabecera de la cruz, el “título” que precisaba la condena; por él hubo fricciones entre Pilato y las autoridades judías, interesadas en que apareciera su versión. Llimona lo ha omitido (como dejándolo para cuando se hubiera inmovilizado al condenado). Pero en lugar del “título”, aparece sobre la cabecera de la cruz el nimbo crucífero que hay en otras láminas (desde la 9 hasta la 13) que denota la condición divina de Jesús. Un rasgo, sencillo, casi coincidente con la misma dirección del madero, que da el toque magistral al dibujo.

Luis Resines













Exposición