LA ERA DEL BIEN Y DEL MAL

La Santa Madre Iglesia



Dos escenas en la lámina; la superior ocupa los dos tercios del total.

1. Hablar de la Iglesia es lo mismo que hablar del Vaticano, para Juan Llimona. Lo que resalta en el cuadro es la magnificencia de la obra basilical, aureolada, además, por unos rayos que irradian luz e influencia a los cuatro vientos. En la explanada de la plaza de San Pedro, grupos de personas se encaminan, a pie, o en coche de caballos, al grandioso templo, que empequeñece sus figuras. Uno de los que acuden allá, alza los brazos, extasiado, a la vista de la colosal construcción, o de la meta de sus deseos.

De esta forma, se identifica “Iglesia” con “Vaticano”, como sucedía en la lámina 24 en que se identificaba con el Papa. Eran tiempos en que los miembros de la Iglesia, los cristianos, tenían asignado un papel puramente pasivo, y sólo destacaba la jerarquía, y, en este caso, el edificio colosal del Vaticano. La visión de la Iglesia como comunidad no contaba en ese momento para el dibujante (es preciso recordar que en los retoques introducidos en estas láminas en la edición de Benjamín Martín-Andrés Codesal, el ridículo deseo de actualización les ha llevado únicamente a sustituir los coches de caballos por automóviles).

2. La escena inferior quiere hacer extensivo el concepto de “Iglesia” a todas las iglesias del mundo, por lo que aparecen multitud de edificios y templos de las más variadas formas, estilos y tamaños. Pero sólo hay una persona. Es el mismo criterio de que la comunidad de creyentes cuenta poco, y vale más expresarlo por la imagen de los templos, multiplicada en esta ocasión hasta la saciedad. También hay —no es posible ocultarlo— una visión de cristiandad, en que todo lugar, cualquier rincón, todo país, es cristiano, lo cual tampoco era exacto a la hora de publicar las láminas, tanto si se miraba a las personas, como a los países.

Luis Resines










Yo que tuve de niño, por poco tiempo eso sí, madrastra como Blancanieves, lo de la Santa Madre Iglesia tenía en mí una figuración paradisíaca: una señora exactamente igual que mi abuela, pero con una inmensidad mágica de la tierra al cielo y cubierta por un tul deslizante. Nunca he sabido a qué obedecía este delirio de seda y nunca ha desaparecido de mi mente esa ternura fantasmal sin carne, sin lugar determinado, sin perfil espiritual alguno pero incalculable.

Cuando un día, siendo ya adolescente, alguien desde un púlpito perfiló las cosas hablando de la Santa Madre Iglesia como lo hacía san Pablo en las cartas a corintios y efesios, ya no hubo remedio porque esos nombres me parecían piratas celestes y las palabras baratijas de un feriante. Le dije a mi abuela: ¿qué es eso Nunó? Y ella respondió al oído: “Niño, escucha y calla”. Y qué pena por haber abierto un poco las entrañas del conocimiento.

Antonio Piedra.
Escritor. Director de la Fundación Jorge Guillén



Exposición