LA ERA DEL BIEN Y DEL MAL

Sexto mandamiento: No fornicarás



Lámina dividida en cinco cuadros: uno central, grande, y dos pequeños en cada una de las franjas superior e inferior.

1. La escena central es el motivo en torno al cual giran los otros dibujos. Aparece en tonos dramáticos el diluvio universal (Gn. 7, 17-24). Mientras el arca flota serena sobre las aguas en crecida, una multitud de personas (y animales) busca refugio desesperadamente en los más altos picos a los que son capaces de llegar, para huir del desastre. Sus gestos de cansancio y desaliento evidencia la catástrofe en la que se ven envueltos, así como la conciencia clara de los muchos que han ido sucumbiendo a medida que subían las aguas. Son bastantes las personas dibujadas. Pero están acorralados: ya no hay otra montaña más alta a la que huir. Y el arca está demasiado distante como para buscar refugio en ella.

La escena, a propósito del sexto mandamiento, remite al pasaje que señala la causa que ha provocado la ira de Dios: “Viendo Yahvéh que la maldad del hombre cundía en la tierra y que todos los pensamientos que ideaba su corazón eran puro mal de continuo, le pesó a Yahvéh de haber hecho al hombre en la tierra y se indigno su corazón [...] La tierra estaba corrompida en la presencia de Dios; la tierra se llenó de violencias. Dios miró a la tierra y vio que estaba viciada, porque toda carne tenía una conducta viciosa sobre la tierra” (Gn. 6, 5-6.12). No se alude a pecados de impureza, pero tampoco se excluyen: pensamiento continuamente malo; la tierra —sus habitantes— corrompida; llena de violencias; estaba viciada; conducta viciosa. Una reducción lleva a interpretar estas expresiones como alusivas a vicios carnales. Y ésa es la razón de que se ofrezca esta escena como el castigo del mal, del pecado de impureza, en sus múltiples manifestaciones, mientras que los puros —“Noé era justo”— están a salvo en su refugio flotante.

2 y 3. En la franja superior, a la izquierda, están representados los malos pensamientos, consecuencia de las lecturas lascivas; a la derecha, unos niños contemplan, a hurtadillas de sus descuidados padres, unas ilustraciones que se suponen deshonestas, por el tema general de la lámina. Lecturas o ilustraciones son igualmente dignas de ser tenidas en cuenta y no es posible bajar la guardia frente a ellas para no sucumbir a la tentación que pueden provocar.

4. En la franja inferior, a la izquierda, el letrero del pie de la lámina precisa que “el deshonesto se hace esclavo de su vicio”. Un joven en el suelo, encadenado a él, sin que exista forma de liberarse de los grilletes que le amarran. Un butacón sugiere la vida cómoda y poco exigente, que propicia la deshonestidad consigo mismo; así lo sugiere el letrero al indicar “su vicio”. Sería más escandalizador presentar deshonestidades con otras personas, por las escenas que habría que dibujar. De esta forma, velada y discreta, se presenta una forma de deshonestidad, con vistas a la formación de los niños, sin querer provocar una reacción no deseada.

5. La última escena es continuación de la anterior, y otra ocasión rara en que aparecen las consecuencias del pecado. Un enfermo macilento y consumido es atendido por un religioso en una cama de hospital. Nadie está a su lado. Su salud se ha resentido al no haber controlado su sexualidad: “Efectos en el cuerpo del pecado de impureza”. Eran los criterios que se sustentaban en la época de la aparición de estás láminas: “Castigos de Dios. Dios castiga este pecado terriblemente, aun en este mundo. Las aguas del diluvio inundaron toda la tierra y sepultaron a todos los hombres, excepción hecha de la familia de Noé [...] Muchos hospitales se han abierto para curar las enfermedades, consecuencia de este pecado; sobre sus puertas sería preciso escribir: Fruto de la deshonestidad” (J. Perardi, Manual del catequista católico, Razón y Fe, Madrid, 1922, pp. 371-372).

Luis Resines













Exposición