LA ERA DEL BIEN Y DEL MAL

Séptimo mandamiento: No robarás



Cinco escenas: dos en la franja superior y dos en la inferior; una, grande, central.

1. La escena central muestra una lapidación, a la vez que el título explicativo asegura: “El castigo de hurto en la antigua Ley”. Esto puede dar pie al equívoco. Así como había algunos delitos —blasfemia, adulterio— en los que estaba estipulada la lapidación, esto no sucedía en el caso del robo. En ese caso estaba establecida la obligación de restitución (Ex. 22, 3). Sólo había una excepción, ante una situación grave: el hurto o rapto de un israelita para esclavizarlo o venderlo; entonces estaba prevista la pena de muerte (Dt. 24, 7). Pero no para el robo de bienes ordinarios.

Sin embargo, aparece una referencia, a la que se refiere la escena, y que induce al equívoco, porque, en efecto, se habla de la lapidación de un israelita, de nombre Acán: “Todo Israel lo apedreó”. Había robado un manto precioso, doscientos siclos de plata y un lingote de oro de cincuenta siclos de peso; pero si ha sido condenado a muerte, no lo es por el valor mayor o menor de lo robado, sino porque, según la ley del “anatema”, todo lo capturado a los enemigos debía ser destruido. La violación de este precepto del “anatema” o de la destrucción, era mucho más grave que el simple robo. Y eso es lo que determinó su muerte (Jos. 7, 1-26).

El dibujo principal, falto de explicación, no es exacto.

2. En la franja superior izquierda, un hombre castiga a un chico que robaba fruta; es decir, aparecen los pequeños hurtos cotidianos, que podía cometer un niño, y que son rechazados por la escena indicada.

3. A su lado, a la derecha, aparece otra forma de hurto con violencia, el de los bandoleros que asaltan la diligencia; esta forma de robo resultaba desproporcionada a las posibilidades de los niños, pero la formación consistía en enseñar que eso estaba mal y había que evitarlo. Y la cadencia clara es que quien empieza con pequeños hurtos, y se acostumbre a seguir haciéndolos (escena 2), puede terminar como salteador de caminos si no se corrige a tiempo.

4. A la izquierda de la franja inferior aparece otra forma, por desgracia habitual, de abusar contra los bienes de otros: la usura, llevada a cabo por los prestamistas, que tomaban fiadas posesiones o prendas de los pobres, que se veían en la necesidad de empeñarlas para poder seguir subsistiendo. El prestamista está en su despacho, defendido por verjas de hierro. Ya el Antiguo Testamento se manifestaba clara y abiertamente contra la usura y contra los abusos de los prestamistas: “Si prestas dinero a alguien de mi pueblo, a un pobre que habita contigo, no serás con él un usurero, no le exigirás intereses. Si tomas en prenda el manto de tu prójimo, se lo devolverás al ponerse el sol, porque con él se abriga; es el vestido de su cuerpo. ¿Sobre qué va a dormir, si no? Clamará a mí y yo lo escucharé, porque soy compasivo” (Lv. 22, 24-25). Pese a la prohibición expresa, a lo largo de la historia son innumerables las ocasiones en que ha sido repudiado un hecho repetido de forma incesante.

5. A la derecha, incluido en el secreto de confesión, bajo el que se ampara el penitente, pues la escena así lo evidencia, una persona restituye algo que ha robado. Es la obligación inherente al arrepentimiento del robo, con lo que el pecado quedaba saldado al devolver lo ajeno.

Luis Resines













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