LA ERA DEL BIEN Y DEL MAL

Virtudes: La fe



Aparece únicamente con una franja horizontal en la parte inferior. El resto, en dos mitades desiguales: la de la izquierda con un solo dibujo y la de la derecha con tres.

1. El dibujo principal es el de la alegoría de la fe, con una matrona con los ojos vendados, una antorcha en la mano izquierda, y un símbolo eucarístico en la derecha. Por si acaso quedaran dudas sobre su identidad, está sobre una peana en que aparece la palabra latina “Fides”.

2. El dibujo primero de la parte derecha presenta la Biblia, sobre la que aletea la paloma del Espíritu Santo. Se trata de mostrar que la Escritura es palabra inspirada de Dios, y que, por tanto, desde la fe, debe ser leída e interpretada no simplemente como una historia humana, sino como la historia de la relación de Dios con los hombres.

3. Similar a la lámina 12, aparece la escena en que Jesús enseña desde la barca a la multitud que se congrega en la orilla. Su relación con la fe es clara porque se trata de llegar a percibir que la doctrina de Jesús es divina, y que Él es Dios.

4. El cuadro cuarto presenta la imagen del papa que entrega un documento a un sacerdote arrodillado que lo acoge reverente, como muestra de la actitud con que deben ser recibidas todas las enseñanzas del pontífice. Hay una graduación que pasa de la escena anterior a esta otra, como ocurría también en la lámina 12.

5. En la franja inferior, una sola imagen que presenta un concilio, con una serie de obispos reunidos en torno al papa, para estudiar y establecer afirmaciones sobre la fe de la Iglesia. Expresamente se hace referencia a la cuestión de la infalibilidad, de manera que todo lo que emane del concilio no puede ser discutido.

Luis Resines










La fe —como el amor— es ciega pero aquí aparece con una antorcha, que irradia luz.

La fe —como el amor— es un salto en el vacío, la famosa “apuesta” de Pascal, pero aquí todo irradia seguridad, confianza.

Para la lección, más que los ingenuos dibujos, quizás, importa la estructura, un gran retablo clasicista, muy compensado: a la izquierda, una franja vertical ancha, con la protagonista; a la derecha, tres momentos de la divina enseñanza.

Reposa los pies la fe sobre un plinto clásico; las columnas se rematan con capiteles jónicos; la ancha basa, en grisalla amarillenta, finge un relieve; hasta los árboles del fondo recuerdan Los pinos de Roma, de Respighi. Todo transmite la solidez inmutable de la Iglesia.

Si vieran estas viñetas, ¿qué sentirían el angustiado Miguel de Unamuno o Antonio Machado, “siempre buscando a Dios entre la niebla”? Estamos aquí en el polo opuesto del “silencio de Dios”: la Divinidad nos habla por medio de la enseñanza eclesiástica.

Nos conmueve —¿cómo no?— la resonancia infantil de estas viñetas. Pero sentimos más próxima la visión de Machado: “Ayer soñé que veía / a Dios y que a Dios hablaba / y soñé que Dios me oía...” Aunque concluya con el misterio: “Después soñé que soñaba”.

Andrés Amorós. Catedrático de Literatura



Exposición