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Dendrolatrías

Joaquín Díaz

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Dendolatrías

El título de un disco, como el nombre y los apellidos de una persona, no puede ser producto de una casualidad. Detrás de la simple palabra se amontonan sentimientos, alegrías, tristezas, pasiones, huellas y evocaciones que han atravesado los siglos para llegar al presente en forma de recuerdo numinoso. Tal vez por eso Unamuno definía la lengua como "la sangre del espíritu", es decir como una metalengua que explica los arcanos del corazón.

La Dendrolatría tiene aquí dos sentidos: en primer lugar, mi adoración hacia la naturaleza, que es real y que me ha quitado más de una vez de la cabeza la idea de que el ser humano es el centro del universo. En segundo lugar esa dendrolatría –esa veneración al árbol– tiene sentido porque todas las personas que están en este disco han sido, en algún momento de mi vida, raíz o ramas o delicado brote que me han aportado su savia, su fuerza, su bondad o su ternura. A todas admiro y de todas me he enriquecido. Gracias por eso y por todo lo demás.

Joaquín Díaz



TEMAS EN EL DISCO:

- El Pino

- Dime Ramo Verde

- Seguidillas del Laurel

- El Granadillo

- En Toda la Quintana

- Ya Viene Mayo

- La Enramada

- Estaba La Pájara Pinta

- Urte Zaharreko Koplak

- Naranjas Tiraba El Conde

- Mare de Deu del mon - Madre del Mundo

- La Flor del Agua

- Romance del Apóstol Santiago



Joaquin Diaz
El hombre que veneraba a los pinos

La infancia del niño Joaquín Díaz (Zamora, 1947) olía a resina y tamuja. Joaquín tenía siete años, un pinar a las puertas de casa y un padre que le enseñó a amar la naturaleza como parte de nosotros mismos. Algún tiempo después, este gran investigador, etnógrafo y folclorista ha querido testimoniarle a nuestro medio ambiente una pequeña parte de todo ese cariño recíproco. Estas Dendrolatrías que a más de uno nos han hecho buscar en el diccionario constituyen de entre el inmenso catálogo de melodías tradicionales que don Joaquín guarda en los legajos de su memoria una colección de canciones consagradas a árboles, arbustos, forestas y hasta creencias seculares en torno a nuestros bosques. Y, de paso, una oportunidad de compartir casa, mantel y fogón con algunos de los discípulos más distinguidos que a este sabio afable de luengas barbas le han ido saliendo a lo largo de todo este tiempo de magisterio sonoro.

No, no están todos los que son. Si el señor Díaz tuviera que grabar con todas las ramificaciones que en el folk peninsular han ido brotando del árbol de su talento habría tenido que entregamos un álbum triple, o quíntuple, o vaya usted a saber. Pero sí, todos los presentes en este disco hermoso y sereno forman parte del nutrido elenco de folcloristas que han bebido de la caudalosa fuente de un hombre que lleva cuatro décadas preservando los tesoros musicales que nos legaron nuestros tatarabuelos y cuenta con más de 600 piezas registradas en la Sociedad de Autores. Sólo un número más: el disco que ahora usted curiosea hace el número 71 en la colección de Joaquín. Eso, si sus propias cuentas no fallan...

Dendrolatrías se grabó, como todas las grandes obras de su ilustre firmante, en la cocina de la casa que don Joaquín regenta en Urueña (Valladolid), bajo la atenta mirada de la pareja de cigüeñas que desde hace más de una década domina la espadaña de la preciosa iglesia local. Allí, con ese mismo cuidado artesanal con el que se condimentaría un rico cocido castellano, fueron naciendo estas trece sustanciosas raciones folclóricas, alianzas entre amigos que se conocen, respetan y a buen seguro admiran.

Joaquín lleva más de 30 años sin actuar en público y nunca le han interesado ni la popularidad ni cualquier otra formulación de nuestras humanas vanidades. Pero allí, al abrigo de aquella casa empedrada y acogedora, ha tenido a bien trasladarnos una nueva lección magistral de nuestros ancestros. Él gusta de sentirse útil al prójimo, como aquel náufrago que protege algún trascendental mensaje en la botella con la esperanza de que, algún día, llegue a manos de quien sepa apreciarlo. Y sí, señor Joaquín, quédese tranquilo: el mensaje lleva varias décadas llegando a orillas muy diversas, aunque en este país permanentemente desagradecido pudiera no parecerlo.

Disfrútense ya, sin más, las nuevas andanzas ecomusicales de un melodista rabiosamente moderno, en contra de lo que algún otro moderno falsario pueda haber llegado a pensar. Y recuérdense las palabras de este maestro entrañable que un buen día decidió instalarse en ese diminuto pueblecito amurallado y medieval de la imponente meseta vallisoletana: "Antes la naturaleza la cuidábamos entre todos. No hacia falta ninguna ONG ni nada parecido, porque pastores y labradores sabían que debían preservar los caminos como sus mejores tesoros. Hoy en día la naturaleza se ha convertido en una especie de espectáculo, y lo malo es que casi todos nosotros ejercemos de espectadores pasivos...".

Fernando Neira