Fundación Joaquín Díaz

Publicaciones
Portada

Canciones Españolas en el sudoeste de los Estados Unidos

Joaquín Díaz

CDf - 140. OpenFolk, Fundación Joaquín Díaz - 2007. Disco compacto

Precio: 5 euros + gastos de envío.
Puede solicitarse en: venta@funjdiaz.net

Textos de las canciones >



English translation >



MP3: Pulse sobre el título que desee escuchar

Te quiero porque te quiero (a)
Alabado (b)
Bernal Francés (c)
Gerineldo (d)
Los Diez Mandamientos (d)
Canto de cuna al niño Jesús (b)
Sueño de un marino (b)
El borrachito (b)
La ciudad de Jauja (c)
Cuando uno quiere a una (a)
El vestido azul (b)
La firolera (d)
Don Gato (d)
La zagala del pastorcito (d)
Hilito de oro (d)
Las señas del esposo (d)
Delgadina (d)

(a) Spanish Folk Songs of New Mexico de Mary R. Van Stone, 1926
(b) Canciones de mi padre de Luisa Espinel, 1946
(c) A Texas-Mexican Cancionero de Americo Paredes, 1976
(d) Hispanic Folk Music of New Mexico and the Southwest de John Donald Robb, 1980

Joaquín Díaz: voz
Javier Coble: piano, bajo, percusión, acordeón, dulcimer, maracas, arpa de boca, guimbri, melódica, salterio de arco
Elena Casuso: voz
Diego Galaz: violines
Jesús Prieto "Pitti": guitarras, bajo
Cuco Pérez: acordeón

Coordinación: Luis Delgado
Producido por Jesús Matesanz Bellas para la Fundación Joaquín Díaz
Grabación: Javier Coble, Madrid y Luis Delgado, Urueña 2007
Mezclas: Luis Delgado, Urueña 2007
Masterizado: Hugo Westerdahl, Axis, Madrid 2007
Diseño gráfico: Luis Vincent, Urueña 2007

Portada: Freighting salt in New Mexico, Drawn by Dan Smith. 1891

HISTORIA ESPAÑOLA EN LOS ESTADOS UNIDOS

Si no hubiera existido España hace cuatrocientos años, no existirían hoy los Estados Unidos...Porque creo que todo joven sajón-americano ama la justicia y admira el heroísmo tanto como yo, me he decidido a escribir este libro. La razón de que no hayamos hecho justicia a los exploradores españoles es sencillamente porque hemos sido mal informados. Su historia no tiene paralelo...Amamos la valentía, y la exploración de las Américas por los españoles fue la más grande, la más larga y la más maravillosa serie de proezas que registra la Historia.

Las anteriores palabras son del norteamericano Charles F. Lummis (1859-1915), explorador, arqueólogo, historiador, novelista, periodista, editor y filantrópico fundador de sociedades y museos, en su libro Los exploradores del siglo XVI.
Aparte de Lummis, en la Historia de los Estados Unidos hay un período de penumbra que se corresponde precisamente con la presencia española en los años precursores del dominio anglosajón. Es un momento previo al que los norteamericanos suelen elegir como verdadero comienzo de la historia de su patria. Así, la mayoría de ellos suelen saltar de los indios a los peregrinos del "Mayflower" de 1620, olvidándose de los conquistadores o adelantados españoles. Señala Fernández-Shaw con sutil intención, que ese olvido no es privativo de los historiadores protestantes, que podrían pretender el oscurecimiento de las hazañas de la católica España, sino también de los católicos, aunque por distinto motivo. Los intelectuales y dirigentes afectos a la Iglesia romana actúan todavía hoy bajo el complejo de minoría perseguida. Tratan por ello, de evitar cualquier posible tacha de frialdad anglosajona. Temen que el reconocimiento de la aportación española a la historia de su país -concebido hoy con enfoque exclusivamente sajón y protestante- equivaldría a introducir en ella elementos sospechosos de antipatriotismo.
La reiterada exclusión de lo español en la Historia de Norteamérica tiene menos fundamento si se considera la abundancia de fuentes históricas confirmadoras de aquella presencia. Es conocida la preocupación de los monarcas españoles por revestir las conquistas con el ropaje jurídico adecuado. En cualquier expedición colonizadora consta la fecha con que el escribano registraba las tomas de posesión o de la designación de determinado territorio. La burocracia, que por otra parte tanto contribuyó a la decadencia de España por la lentitud que introdujo en la resolución de problemas urgentes, es, sin embargo, causa de la abundancia de fuentes informativas. Están escritos en castellano los primeros informes que se conocen sobre la geografía, los indios y las lenguas aborígenes de los Estados Unidos. La primera partida de nacimiento registrada en el país fue la de un español. Manos españolas fundaron la primera ciudad -San Agustín en Florida, en 1565-. EI primer occidental que pisó el territorio de los Estados Unidos y permaneció en él fue Ponce de León, a partir del 2 de abril de 1513. El primer libro redactado dentro de los confines del país se debió al hermano Báez, jesuíta de las misiones de Georgia en 1569, y España también llevó a Norteamérica la primera representación teatral.
En la épica expansiva de España predominó una curiosidad exploradora no sólo en extensión, sino en profundidad. En su gigantesca vitalidad, se recorren lo que hoy día son los Estados Unidos en los primeros cincuenta años tras el descubrimiento de América. En el mapa de Diego Rivero de 1529, aparece ya dibujado el perfil de Norteamérica hasta llegar a la Tierra del Labrador; la costa del Pacífico había sido reconocida hasta el actual estado de Oregón y, años más tarde, españoles también ascenderían hasta Alaska, quedando en la toponimia norteamericana más de 2.000 nombres españoles que prueban al menos fonéticamente el paso de España por sus tierras. Pero tal expansión costera de perfiles se profundizó también durante ese primer medio siglo. En tan corto espacio de tiempo los exploradores españoles habían recorrido la mayor parte de los actuales estados de Florida, Georgia, Carolina del Norte, Carolina del Sur, Tennessee, Alabama, Misissippi, Luisiana, Arkansas, Texas, Oklahoma, Kansas, Nebraska, Colorado, Nuevo México y Arizona.
Como señala Nicolás Toscano, el flujo de esas primeras exploraciones y asentamientos del siglo XVI al XVIII, de Juan Ponce de León, Menéndez de Avilés, Hernando de Soto, Juan Vázquez Coronado, Cabrillo, Fray Marcos de Niza, Juan de Oñate, Pardo y Boyano, Espejo, Domínguez y Escalante, el padre Kino, Fray Junípero Serra y tantísimos otros, fue seguido por un reflujo contrario que llevó a la pérdida sistemática de las tierras hispanas de los Estados Unidos durante el siglo XIX, y con ellas una transformación forzosa de su identidad, sus leyes, sus instituciones cívicas y culturales, que reemplazó el rostro hispano del norte y del seno mexicano con el mito del suroeste norteamericano del "Wild West" de Hollywood.
La duración de la soberanía española en Norteamérica ha sido, en algunas regiones del país, perdurable y secular. Las enseñas españolas ondearon a los vientos de la Unión desde que Ponce de León llegó a las costas de Florida hasta que en 1822 se arrió la bandera española en California. Durante 309 años señorearon los colores españoles las tierras al norte del río Grande. Dominamos en Florida hasta 1821 y de Alabama partieron los españoles en 1813. Poseímos extensos territorios en la Luisiana -900.000 millas cuadradas- hasta 1803; en Missouri, Iowa, Minnesota, Kansas, Montana (sector oriental), North y South Dakota, Oklahoma y Arkansas permanecimos desde 1763 a 1804, y en Arizona, Colorado, Utah, Nuevo México y Texas, hasta 1821. En resumen, en la segunda mitad del siglo XVIII, España poseía aproximadamente 2/3 de los actuales territorios de los Estados Unidos sin incluir Alaska. De esos años, de 1775 a 1783, conviene no olvidar la efectiva y vital ayuda de España a Norteamérica en su Guerra de Independencia, reflejada principalmente en la actividad diplomática y bélica del gobernador español de Luisiana, Bernardo de Gálvez.
A lo largo de su soberanía hubo fuertes militares españoles en los estados de Carolina del Norte y del Sur, Georgia, Florida, Alabama, Misissippi, Luisiana, Arkansas, Missouri, Colorado, Texas, Arizona y California en número de 71. En cuanto a las misiones, en el momento álgido del esfuerzo misionero a lo largo de las costas de Florida y Georgia y en las tierras occidentales de éstas, en 1675, las misiones franciscanas alcanzaron la cifra de 66; del siglo XVII al XIX el número de misiones en Texas se cifró en 44; en Nuevo México se fundaron 51, y 19 en Arizona. La cadena impulsada por fray Junípero Serra en California desde 1769, culminó en 23. Conviene señalar que en las tierras hispanas se mantuvieron los derechos, las lenguas y la identidad del indígena.
Como dato anecdótico, cabe señalar que España ha contribuído además a la grandeza de los Estados Unidos con su moneda, el poderoso dólar. En el siglo XVIII existía el dólar español o "pieza de ocho" o "real de a 8" y Jefferson propuso el "Spanish dollar" como unidad monetaria, siendo aprobado por el Congreso en 1785, y el signo $ del dólar no es otro que el de las columnas de Hércules en ellas grabado como parte del escudo español, con el lema "Plus ultra" en la cinta que ondea a su alrededor.
Los españoles que se establecieron en lo que es ahora el sudoeste de los Estados Unidos o en las Floridas, eran colonos emigrando a los territorios recién descubiertos y conquistados, con la esperanza de mejorar sus vidas, misioneros movidos por su celo religioso y soldados de fortuna, hombres incansables y atrevidos. Había grandes diferencias entre ellos, pero todos conocían las canciones de su patria, los versos e historias en los fuegos de campamento nocturnos y también el rico repertorio de dichos y proverbios. Esos españoles dejaban tras de ellos, dondequiera que fueran, una verdadera riqueza de folklore. Por otra parte, los españoles nunca han sido proclives a hacer distinciones raciales, y de esta forma también, dondequiera que fuesen establecían contactos con los nativos. Este proceso gradualmente llevó al folklore hispano a convertirse en indígena, y por esta razón nadie se sorprenderá por el hecho de que los indios Pueblo de Nuevo México, por ejemplo, canten o reciten romances tradicionales del siglo XVI como si fueran propios.
La música popular hispana del sudoeste norteamericano tiene sus principales raíces en la española y la mexicana, no en vano México sucedió a España en 1821 hasta 1848 en la posesión .de los territorios de Nuevo México y California, y es en el estado de Nuevo México, según Vicente Mendoza, donde "la cultura tradicional hispana mantiene su lineamento más puro y mejor conservado". España siempre ha sido conocida por la riqueza de sus romances, una de las más bellas expresiones de su poesía popular. y dondequiera que los colonos españoles estaban, se podían escuchar sus romances, más puros y tradicionales en ocasiones que en la misma España. Esos romances siempre se transmitieron oralmente de generación en generación, con las ocasionales variaciones que se pueden esperar de la flexibilidad de las verdaderas canciones tradicionales. Y hoy, esos romances y canciones populares forman un espléndido folklore en los territorios colonizados por España en Norteamérica, aunque el paso del tiempo juega en su contra.

Jesús Matesanz Bellas

Se han utilizado los siguientes trabajos en este escrito:
FERNANDEZ-SHAW, Carlos M.: Presencia española en los Estados Unidos, Instituto de Cooperación Iberoamericana, Ediciones Cultura Hispánica, Madrid, 1987.
FERNANDEZ FLOREZ, Darío: The Spanish Heritage in the United States, Publicaciones Españolas, Madrid, 1971.
ROBB, John Donald: Hispanic folk music of New Mexico and the Southwest. A self-portrait of a people, University of Oklahoma Press, Norman, 1980.
TOSCANO LlR1A, Nicolás, "Consideraciones a los hispanounidenses con motivo del centenario de la Guerra de Cuba", en: 1898:Entre el desencanto y la esperanza, pp.87-108.
ALDEEU, Spanish Professionals in America, Inc. 1998.
JUNQUERA DE FLYS, Mercedes: Pioneros españoles en el lejano oeste, Editorial Doncel, Madrid, 1976.
ROCAMORA, Pedro, Critica a "Presencia española en los Estados Unidos", ABC, 25-Enero-1973, pp.49-50.
THOMSON, Buchanan Parker: La ayuda española en la Guerra de la Independencia norteamericana, Ediciones Cultura Hispánica, Madrid, 1967.
EL REPERTORIO Y SU ORIGEN

El actual suroeste de los Estados Unidos fue parte de la Corona Española hasta el primer cuarto del siglo XIX. Abarca este terreno una inmensa y vasta extensión de llanuras interminables, tierras áridas y hostiles, frondosos bosques de encinas y pinos, altiplanos, grandes montañas frías y escarpadas, cañones, zonas paradisíacas de eterna primavera, la costa Californiana del Pacífico, y la del Atlántico en Texas. Formaron parte de la Nueva España los actuales estados de Arizona, California, Nevada, Texas, New Mexico, y partes de Utah y Colorado, región comparable por lo menos a la mitad de Europa. La tierra de las aventuras de El Zorro, Billy el Niño, de Gerónimo y sus bravos guerreros, de El Río Grande Bravo del Norte y del Cañón del Colorado. Esta vasta región estuvo bajo dominio español desde 1540 hasta finales de1821, momento en que México se independiza de España. Pero no durará mucho el gobierno mexicano en estas tierras, pues en 1835, Texas se independiza de México y en 1845 se une a los Estados Unidos. En 1846 éstos declaran la guerra a México y en 1848 tras el Tratado de Guadalupe Hidalgo, México cede Texas y vende Arizona, California, Nuevo México, Nevada, Utah y parte de Colorado a los Estados Unidos pasando a ser Territorios de la Unión.
La historia de cada Estado se desarrolla distintamente y sus geografías y diferentes influencias harán que cada lugar obtenga su sabor propio y peculiar. Por ejemplo, la influencia religiosa en Texas y Arizona fue Jesuita, hasta su expulsión, y en California y Nuevo México, franciscana. Los puertos marítimos de California y Texas gozaban del contacto e influencias llegadas de otras tierras. Arizona y Texas (Nuevo Santander) por sus fronteras sureñas tuvieron siempre una comunicación más directa con México. En cambio la región del norte de Nuevo México y sur de Colorado, situado en los altiplanos del sur de las Rocosas, se desarrolló bajo un aislamiento casi hermético, razón por la cual se mantuvieron hasta nuestros días no sólo una fuerte identidad española sino rastros vivientes del folclore ancestral español, empero en vías de extinción. Entre los hispanos nuevo mexicanos perduró hasta hoy día la memoria de que fueron españoles, tanto que el español cervantino, como leguaje, aún se habla en los pueblitos de las montañas del norte del Estado.
No fue antes de 1912, cuando Nuevo México dejó de ser Territorio de los Estados Unidos para convertirse en el Estado de 'New Mexico'. Sus habitantes, indios e hispanos no hablaban la lengua del imperio de Washington sino la de sus ancestros indios y españoles. Fue después de la Segunda Guerra mundial cuando el proceso de "anglosanización" se aceleró. Hasta entonces las lenguas y tradiciones nuevo mexicanas se habían mantenido en auge.
En esta grabación Joaquín Díaz ofrece una selecta variedad de canciones españolas del suroeste de los Estados Unidos compuesta de romances, cantos religiosos, canciones infantiles y coplas. Son éstas testimonio de la presencia cultural española en esta amplia región durante más de tres siglos y que cayó en el olvido hasta los días de Aurelio M. Espinosa y Ramón Menéndez Pidal.
Durante el tiempo de la conquista y colonización, España exportó todo su aparatus musical al Nuevo Mundo, donde arraigó fuertemente y perduró a través de las generaciones. Don Juan de Oñate fundó la primera colonia española en lo que hoy día es el suroeste de los Estados Unidos. El 11 de julio de 1598 Oñate asentó su caravana cerca del actual Pueblo (Indio) de San Juan (Nuevo México.) Este extenso territorio fue la nombrada Provincia de la Nueva Mexico, situada en el extremo norte de la Nueva España. En 1610 se fundó la Villa Real de la Santa Fe como capital de la Provincia siendo a través del Camino Real de Tierra Adentro la ruta de conexión con la capital de la Nueva España, la Ciudad de México, separadas una de la otra por 2.400 kilómetros aproximadamente.
El pequeño grupo de hermanos franciscanos que llegó con Oñate rápidamente comenzó su labor religiosa construyendo misiones con el propósito de crear el Cielo en la Tierra. Para 1629 existían veintiséis misiones a lo largo del Río Grande. En ellas los religiosos crearon "escuelas de leer y escribir, cantar, y tañer todos instrumentos...[y] escuelas de todas artes" En ese entonces los coros de las misiones, integrados por indígenas, cantaban los oficios religiosos a cuatro voces doblándolas con chirimías, bajones, cornetas, trompetas y órganos. Uno de los estilos de canto religioso traído por los franciscanos fue el Alabado. Hoy día existen grandes colecciones de estos que en su mayoría son tonadas primitivas y monótonas. El Alabado de esta grabación tradicionalmente se cantaba al rayar las primeras luces del alba como alabanza en gratitud al sol que trae un nuevo día. Por esta razón, se conoce también como Canto del Alba o Canto al Alba. Además de cantos religiosos, la orden franciscana trajo asimismo el teatro litúrgico. Los Pastores o La Pastorela destacó como el drama más popular hasta nuestros días desde Texas hasta California. El Canto de Cuna al niño Jesús, canto de arrullo que llegó a sonar en toda casa como nana popular, originalmente formaba parte de la pastorela, desprendiéndose de ella posteriormente.
Por otro lado, y como era de esperar, llegaron también los demás estilos musicales seculares de la cultura española de la época. Entre los conquistadores hubo músicos, cantores y tañedores de instrumentos y uno que otro instruyó a los indios en sus artes. Junto con ellos llegó el Romancero, tan popular en esos tiempos que penetró hasta los más recónditos lugares a lo largo y ancho del continente americano, desde la Tierra del Fuego hasta el suroeste de los Estados Unidos. Presta como ejemplo de ello las recopilaciones de romances que existen por toda América. En el suroeste en concreto se conservan las de Américo Paredes en Texas; Luisa Espinel en Arizona; Aurelio M. Espinosa y Charles F. Lummis en California; A. M. Espinosa, Arturo L. Campa y Rubén Cobos entre otros en Nuevo México.
La tradición de trovar, de echar versos, como comúnmente se ha llamado este arte, se trasladó a América durante la Conquista y la época Colonial siguiendo el ímpetu ya emprendido en el medioevo por trovadores y ministriles españoles. En Nuevo México estos cantos populares mantuvieron su integridad y pureza original. De acuerdo con Vicente T. Mendoza, magno musicólogo mexicano, y según se mencionó en el artículo previo general : es, por lo tanto, Nuevo México como un remanso en donde la cultura hispánica mantiene sus lineamientos más puros y mejor conservados.
Hasta el siglo XIX, por doquiera amos, criados, labriegos, pastores y mendigos cantaban romances tradicionales por todo el suroeste. En Nuevo México la tradición se extiende hasta la primera mitad del siglo XX, con hispanos e indios cantando y recitando romances españoles. La zagala del pastorcito, cuyo origen se remonta al siglo XV, es el antiguo y famoso romance de la Dama y el Pastor extendido por toda la península y por varios países del continente americano. En Nuevo México se conoce también como El pastor tonto. Lo más interesante de este romance es el final, pues difiere de las versiones peninsulares. En él el pastor se arrepiente de no haber aceptado los requiebros de amor de la zagala y acepta su proposición, pero para ese entonces ya es demasiado tarde y ella se desquita rechazándolo.
El Gerineldo de esta selección contiene regionalismos y arcaísmos que entreabren una puerta a la vida rural del suroeste. Las versiones recogidas, fieles a las españolas y nada fragmentadas demuestran cuán popular fue este romance del ciclo carolingio, de donde proviene el típico dicho de: Está hecho un Gerineldo, para designar a alguien que va bien vestido o que es galán. Según R. Menendez Pidal, los romances nuevo mexicanos de Gerineldo asemejan las versiones andaluzas. Este ejemplar curiosamente ha trocado al rey Carlomagno por el emperador Carlos V de España.
La primera referencia de Las señas del esposo es de Juan de Ribera en 1605. Trata el tema antiquísimo de la fidelidad conyugal en la literatura occidental. El presente ejemplo está fragmentado. En ciertas partes lo conocen también como La Recién Casada.
La versión tejana de Bernal Francés, recogida por A. Paredes, es sin duda de procedencia mexicana y más reciente, no sólo porque se desarrolla en la ciudad de Durango, México, sino también por su final trágico a balazos, y despedida al estilo del corrido mexicano. Divulgado bajo el nombre de Elena o La Desdichada en algunas ocasiones se ha entremezclado con el tema de La Esposa Infiel. Debió de gozar de gran fama durante la intervención francesa en México, pues la mayoría de las versiones recogidas mientan lugares de la geografía de este país.
Es difícil no encontrar la Delgadina en sus muchas versiones a todo lo largo y ancho del continente americano. Se trata de uno de los poquísimos romances que aún se cantan en el suroeste. La diferencia más notable es que perdió el principio Real peninsular: Tres hijas tenía un rey,... El rey moro tenía tres hijas,.. y empieza siempre con Delgadina...
No podía faltar en esta recopilación Los Diez Mandamientos como romance burlesco que integra elementos religiosos con elementos de ingenio poético y satírico, donde el cantor confiesa haber roto todos los mandamientos sólo por amor. Se halla por casi toda Latino América.
A finales del siglo XVIII corrieron un sin fin de romances culteranos impresos en hojas sueltas por España, sobre todo por el Levante y Andalucía de donde pasaron a América. La Ciudad de Jauja es uno de ellos. En este lugar fantástico nadie trabaja ni puede trabajar. Allí la geografía es comestible y la diversión asegurada. Este lugar ya sea isla, ciudad o país encierra los sueños de prosperidad y abundancia que para muchos estaban puestos en América donde todo era posible, hasta una ciudad de Jauja. En las versiones americanas la comida peninsular se ha sustituido por la comida local como los tamales, atole y tortillas.
La Copla popular, tan en auge en los siglos XVIII, XIX como género lírico tuvo una gran acogida en el suroeste, donde se recogieron cientos de ellas. Existían incluso competiciones donde los cantadores se retaban unos a otros. Gozaban de gran respeto en la sociedad y no había evento social sin sus coplas. En el siglo XIX los cantadores del suroeste viajaban hasta México a participar en las competiciones que allí se celebraban. En esta grabación dos coplas dan testimonio de este género. Una amorosa: Te quiero porque te quiero; y la otra humorística y conocida por todo el suroeste con variaciones según la época y lugar: La Firolera, con su estribillo inconfundible Firolirolí, firolirolí, firolirolera,… En algunas versiones el estribillo acaba con la frase: tu amante esperándote está. Las coplas difieren de un Estado a otro. En Nuevo México dice, La pobre viuda lloraba/ la muerte de su marido./ Debajo de la camalta/ ya tenía otro escondido. Y en California, -Muchacho, corre al panteón,/ dile al maestro albañil/ que le aprieten bien la tierra,/ no se les vaya a salir.
De los españoles que llegaron al Nuevo Mundo en diferentes etapas, hubo castellanos, andaluces, gallegos, aragoneses, etc. y aún hoy día muchos cantos del suroeste, México y otros países, conservan el sabor de sus tierras de origen. La versión de Arizona de El vestido azul es sin duda española en todos los sentidos, con la famosa frase de, a la jota, jota, tratando mantillas y mentando a Sevilla. Esta jota fue muy popular en Madrid en el siglo XIX y se cantó hasta la primera mitad del siglo XX en la zona del valle de Altar, situado en el sur de Arizona.
En algunos casos la gente olvida el nombre original de una canción y pasa a conocerse por la primera frase del estribillo. Esto sucede en Cuando uno quiere a una, conocida también como: A la jota, jota. En el drama de los Pastores de Agua Fría, Nuevo México, uno de los cantos dice así: A la jota, jota, cantemos pastores/ viva la partida de los cantadores/ A la jota, jota, canten el retiro/ viva la partida del joven Trujillo. La ciudad de Santa Bárbara, California, tenía renombre por sus cantos y bailes de jota que perduraron hasta principios del siglo XX.
Durante la segunda mitad del siglo XIX y primera del XX, compañías de teatro y en especial de zarzuela actuaron por todo México llegando hasta el suroeste de los Estados Unidos. Algunos de estos grupos venían directamente de España y anduvieron en gira durante años. El Sueño de un marino y El Borrachito pertenecen a estos géneros: la primera al Teatro musical y la segunda a las Tonadillas usadas en los entreactos de las zarzuelas, donde posteriormente en el sur de Arizona los jóvenes la cantaban cuando salían de fiesta por la noche.
Dentro del ámbito infantil está Don Gato, que en Nuevo México se considera romance de relación y según Rubén Cobos es un tipo de canción popular que narra las hazañas de animales o insectos de manera exagerada y cuyo tema es un tanto absurdo. Algunas de las versiones de Don Gato tienen un carácter muy local pues en ellas aparece el nombre de un famoso doctor, en aquel entonces, el doctor Don Carlos o Don Ventura Lovato. En las versiones del suroeste, la muerte de Don Gato es definitiva, al contrario que en España donde siempre resucita.
Hilito de Oro, conocida también como Ángel de oro o Hebritas de Oro, la cantan niños y niñas acompañando un juego infantil documentado en España desde el siglo XVI y que se difundió por toda América. Tradicionalmente en España empieza con los versos: De Francia vengo, señora; y en América comienza comúnmente con: Hilitos, hilitos de Oro, o en singular como en este caso.
Esta selección de temas que Joaquín Díaz presenta abre una ventana a la huella cultural española impresa en el suroeste de los Estados Unidos. Tal presencia ha sido desacreditada y rechazada durante largo tiempo. Sin embargo, estamos presenciando nuevas publicaciones y trabajos como éste que están generando una nueva visión más realista de la historia y cultura española en las provincias del extremo norte de la Nueva España. Su importancia es renovadora, puesto que reanudan lazos entre un mismo pueblo en ambos lados del Atlántico. Lo cual nos llevará a recobrar la memoria histórica de que gracias a la presencia española en el continente norteamericano los Estados Unidos existen hoy día.

Tom Lozano