LA TARJETA POSTAL
La posta o posita, es decir una serie de caballerías puestas o situadas cada cierto número de leguas, que aseguraban la celeridad en la entrega del correo, daría nombre a un tipo de tarjeta que se inventaría a mediados del siglo XIX y que se haría verdaderamente popular.
Esas "tarjetas postales", que -aunque se conoce un precedente francés en 1777- tuvieron su origen en Viena en 1869 y de la mano de Emanuel Hermann, se comenzaron a difundir más ampliamente cuando Heinrich Stephan, el director de Correos y Telégrafos del Imperio alemán las empezó a usar a partir de 1870. Algunos historiadores aseguran que la postal o carta sin sobre ya la había inventado el calcógrafo Demaison en el siglo XVIII. Otros, que ya estaba en la mente de Stephan desde el año 1865. Está descartada la teoría de que fuese la guerra franco-prusiana de 1870 el motivo que despertó el primer interés por ese tipo de comunicación y que fuera un librero francés, Leon Bernardeau, quien primero las utilizó cerca del frente de batalla para que los soldados pudiesen transmitir a sus familiares su estado de salud y la marcha de los acontecimientos bélicos (de hecho no se han encontrado postales de Bernardeau anteriores a 1902). La Unión Postal Universal creó un modelo único en 1878 (de 14 x 9 cms.) y Alemania adoptó su uso como envío económico (economía en palabras y en dinero) en 1889, teniendo su período de máximo esplendor entre 1898 y 1918 aproximadamente, aunque el coleccionismo las mantuvo después en circulación, incrementándose el interés por ellas desde 1980 hasta el día de hoy.
SU USO EN ESPAÑA
En España, las primeras tarjetas postales salieron de la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre, editándose tres millones de ejemplares en dos modalidades en 1873, enviándose ese año algo más de 300.000 tarjetas y siendo el costo de cada envío de 5 céntimos.
Cuando empezaron a ponerse de moda en Europa las "tarjetas ilustradas" -es decir con una imagen en el anverso-, los suizos Oscar Hauser Muller y Adolf Menet Kusteiner, fotógrafos, fundaron en 1890 la fototipia Hauser y Menet en Madrid, y a comienzos del siglo XX ya contaban con más de cinco mil imágenes originales, realizadas por los propios fotógrafos y otros de la época, como Káulak, Laurent o Franzen. Bien pronto empezaron a surgir pequeñas librerías en algunas capitales de provincia que editaban vistas y monumentos con propósitos fundamentalmente comerciales, aunque solían encargar las instantáneas a buenos fotógrafos y continuaban imprimiéndolas en el establecimiento de Hauser y Menet al que siguieron otros como la Heliotipia Artística Española, el establecimiento de Castañeira, Álvarez y Levenfeld, Lacoste o la fototipia de Luis Saus en Madrid y los establecimientos litográficos de Thomas o de Luciano Roisin en Barcelona. En Castilla y León tuvieron fama Jacinto Hebrero (J.H. La Minerva, Valladolid), Laurentino de la Justicia (L.J. Valladolid), Emilio Zapatero, Jorge Montero (Valladolid), Jacinto González (Zamora), Patricio Guillén (Valladolid) o Fuentes y Morillo (Zamora), entre otros. Desde 1873 a 1906 en el reverso de la tarjeta se escribía sólo la dirección. La tarjeta tenía un sello ya impreso o una inscripción que indicaba que había sido previamente pagado el valor del franqueo. A este tipo de envío se llamaba "Centero postal". A partir de 1906, se divide en dos el espacio del reverso, para contener mensaje y destinatario.
INSTANTÁNEAS PARA EL RECUERDO
Las vistas panorámicas fueron tema favorito de las postales. No olvidemos que las primeras fotografías que ilustraron las tarjetas alemanas y suizas en la década de los 70 del siglo XIX eran paisajes de montaña con los que los turistas que visitaban las zonas alpinas de la Europa Central querían recordar esos lugares o bien ser recordados por amigos y familiares a quienes enviaban un detalle gráfico y unas letras de saludo.
Las ciudades, que habían comenzado a crecer y adquirir unas características propias a partir de 1850, también fueron motivo favorito de los fotógrafos, dando origen algunas de las instantáneas a los modelos dobles de postales para que la ciudad entera cupiera en el espacio reservado a la ilustración. La época de difusión de las postales coincidió en el tiempo con la invención y mejora de los aviones, con lo que se renovó también el gusto y el interés por las vistas aéreas que ya habían experimentado artistas como el arquitecto y grabador Alfred Guesdon que, junto con el fotógrafo Charles Clifford (establecido en la Calle de las Infantas 13, en Madrid), había realizado una serie de litografías dedicadas a ciudades españolas y basadas en las instantáneas del inglés, fotógrafo oficial de Isabel II, tomadas desde un aerostato.
CIUDADES POR FUERA Y POR DENTRO
El interés del individuo por retratar los límites de la ciudad en la que vivía es antiquísimo -casi tan antiguo como las propias ciudades- y tiene mucho que ver con una necesidad incontrolable de llenar visualmente el horizonte, o sea la línea real en la que confluyen azules celestes con ocres o verdes terrenales, pero también tiene relación con un cierto sentido de posesión de las cosas, imposible de satisfacer.
La imagen que se tenía de las ciudades a las que no se había ido nunca, solía ser -sobre todo en el siglo XIX y comienzos del XX- la de determinadas vistas de algunos de sus monumentos que se difundieron, casi siempre, por medio de tarjetas postales. Son instantáneas fijas que se repiten una y otra vez, pues lo monumental, que por lógica es la parte más inmóvil e inalterable en el perfil urbano, reitera con leves cambios de perspectiva la belleza o grandiosidad del edificio, que termina convirtiéndose en una imagen casi oficial de la ciudad. Sin embargo las tarjetas postales también apostaron muy a menudo por las calles y los pequeños edificios urbanos -palacios antiguos, casonas, soportales, recorridos peculiares- que dieron una idea más cercana y cotidiana de las ciudades.
URBANISMO E
INFRAESTRUCTURAS
Murallas, Fortalezas, Castillos, Torres, Puentes, Plazas y Parques fueron, junto con patios, claustros e interiores de iglesias, colegiatas y catedrales -con sus sillerías, retablos e imágenes- los elementos más retratados para ilustrar las tarjetas que se podían adquirir en quioscos y tiendas de recuerdos de una ciudad. De este modo se difundieron, junto a joyas artísticas de indudable y contrastado valor, las novedades urbanísticas o los últimos avances en infraestructuras: los puentes de hierro, cuyo primer ejemplo es de fines del siglo XVIII (el Iron Bridge, de 1779) o las estructuras metálicas de los pasajes y mercados, fueron buenas muestras de ese progreso imparable de la técnica y de la sociedad, que mostraba así su lado más espectacular y atrevido.
PUENTES
INTERIORES
PARQUES
PLAZAS
PERSONALIZACIÓN DE
LAS TARJETAS
Hacia 1904, dos hermanos residentes en Chicago, Luis y Manuel Mandel, propietarios de la Chicago Ferrotype Corporation, crearon un tipo de cámara que desarrollaron y perfeccionaron a partir de 1910 y que tuvo una gran aceptación hasta el año 1926. La denominaron Mandelette Postcard Camera y con ella se podían hacer instantáneas positivadas cuyo papel fotográfico incluía ya en la parte posterior el texto habitual de las tarjetas postales. De este modo muchos fotógrafos satisfacían por poco precio el deseo de sus clientes, que podían salir del estudio con su fotografía ya convertida en tarjeta y preparada para ser enviada inmediatamente a quien quisieran. No es extraño encontrar en el anverso de esas postales a personas, grupos, colectivos (serios y carnavalescos) y hasta colegios enteros que se convertían de ese modo en objeto exportable o en motivo de curiosidad y diversión. La costumbre venía a recoger una tradición que se había popularizado desde la invención de la fotografía y que consistía en hacerse una tarjeta "americana" con el nombre y la fotografía para usar como tarjeta de visita.
LAS CREENCIAS Y
EL FERVOR
Quienes estudian la cultura tradicional suelen dividirla en dos grandes apartados: el mundo de las creencias y el mundo material. Ambos conformarían toda la vida del ser humano: sus relaciones, su trabajo, sus formas de expresión y diversión, etcétera. En el primero estarían las ideas y conceptos de uso común como la religión (en una tarjeta de Guillén se habla de una iglesia en la que se han practicado todas las religiones, incluso la mitológica), el lenguaje (como vehículo de materialización y comprensión de esas ideas) y los ritos y símbolos (donde se encuadrarían las costumbres y fiestas). Lo material estaría constituido por la arquitectura (vivienda y construcciones auxiliares), los aperos (enseres, útiles de trabajo, mobiliario) y la indumentaria.
Uno de los tipos de tarjetas que se nutrió más y mejor de las creencias fue el de las instantáneas de las procesiones de Semana Santa, costumbre no exclusivamente española pero cuyos aspectos locales contribuyeron a engrosar los atractivos turísticos de muchas ciudades con su variedad y particularidades.
LOS CENTROS EDUCATIVOS
Y CULTURALES
En 1888 publicaba El Norte de Castilla: "Está llamando extraordinariamente la atención del público una fotografía del señor Sevilla, cuya composición o dibujo pertenece a nuestro querido amigo D. Leandro Villán, Director del Colegio de San Bernardo de esta ciudad, en la cual está representado un globo formado con las cabezas de los alumnos de dicho Colegio, del cual pende otro alumno agarrado en un trapecio. El globo amenaza caer en las aguas del mar y a su salvación va una barca con cuatro remeros, también alumnos del colegio y el Director manejando el timón. Es la fotografía más caprichosa que ha visto el gacetillero y que el público podrá admirar en los aparadores de algunos comercios en la Acera de San Francisco".
Colegios, institutos y escuelas ofrecían las ventajas de sus sistemas de enseñanza -eficaces y contrastados- y mostraban sus modernas instalaciones por medio de tarjetas postales que además podían adquirir después los propios alumnos internos del Centro para enviar a sus familias reclamando ropa o alimentos. Las Universidades mostraban sus fachadas centenarias o las vetustas bibliotecas, tan maravillosas como poco frecuentadas.
LOS COMERCIOS Y
EL TURISMO
Los intercambios comerciales, los pedidos, la publicidad, se hicieron durante muchos años por medio de tarjetas en las que iba impreso el logotipo de la razón comercial y sobre cuya parte posterior se colocaba el franqueo y se anotaba el pedido o la misiva correspondiente. Reclamaciones, anuncios de facturas, o simplemente la llegada correcta de una mercancía, eran motivo suficiente para el envío de una postal con su anverso publicitario y su reverso cumplimentado.
También comenzaron a utilizarse las postales para publicitar hoteles y restaurantes dotados de modernas y cómodas instalaciones o poseedores de una cocina digna del paladar más exquisito. Algunos comercios tradicionales no se quedaron a la zaga y mostraron -sobre todo para que la competencia sufriese- sus preciosos escaparates enmarcados en maderas de nogal o caoba y sus productos cuidadosamente alineados tras los cristales llamando la atención de potenciales clientes.
EL MEDIO RURAL Y
LA IDENTIDAD
Del mismo modo que la ciudad grande, con su movimiento cultural, económico y social, era un lugar propicio para la revolución de los conocimientos y las formas de convivencia, la comunidad rural -las pequeñas ciudades, pueblos, aldeas y lugares- siguió siendo durante todo el siglo XIX y comienzos del XX el ámbito más adecuado para practicar, desarrollar y transmitir lo que hoy día todavía se conoce como cultura tradicional, es decir, todos aquellos conocimientos que, decantados por el uso, iban comunicándose de padres a hijos con las lógicas variantes que cada generación introducía.
Algunos fotógrafos añadían al encanto un poco forzado de esos lugares unas composiciones "artificiales" que hicieron cada vez más increíble el entorno en que se mostraban esos personajes "arcádicos" y sus viejos oficios. En cualquier caso, al estilo de los diccionarios estadísticos y geográficos del siglo XIX, la tarjeta postal ofrecía la posibilidad de conocer una provincia y sus características por medio de un completo panorama en el que se incluía mapa, tipos peculiares, vistas monumentales y productos típicos. Saturnino Calleja, el editor, creó una "Tarjeta Postal Artística" en la que conocidos pintores mostraban cómo eran las mujeres españolas.
TIPOS Y TRAJES
A finales del siglo XIX la indumentaria tradicional, es decir el traje que diferenciaba porque iba unido a un oficio, estaba empezando a cuestionarse desde el medio urbano, de modo que ya no era un signo de distinción precisamente (a pesar de las joyas y los bordados) sino más bien una señal distintiva. El primer fotógrafo que se atreve a mostrar algunas parejas en traje "regional" es el francés Jean Laurent a quien se encarga que retrate a los grupos que van a bailar en la boda de los reyes Alfonso XII y Mercedes de Orleans. Poco tiempo después esas fotografías, sacadas de su contexto, serán utilizadas y convertidas en postales por el mismo Laurent y finalmente por otros editores de tarjetas como Romo y Fèssel o Lacoste. Este último, heredero de la fototipia de Laurent y Compañía (Roswag) en 1900, mantuvo también el negocio de venta de tarjetas postales con reproducciones de las pinturas del Museo del Prado y amplió a otros museos su actividad.
CONTENIDOS
La forma y el tamaño de la tarjeta postal condicionaba el contenido del mensaje. Como es lógico no se podían escribir largas misivas ni entretenerse en florituras literarias. Quien escribía sabía que en la síntesis estaba el éxito de la comunicación, de modo que algunas postales reflejaban esa condición con frases tan escuetas como "Llegué bien", "Te quiero" o "Muchas felicidades".
También era apropiado el espacio de una tarjeta para ofrecer excusas brevemente o para reclamar algo sin demasiadas palabras o para reprender a alguien por su pereza o por su aparente desapego ("Te diré que es un gachó, que le he escrito tres veces y no ha tenido la amabilidad de contestarme"). En la tarjeta de la imagen, el comandante Pedro Vives escribe al Centro Aerostático de Guadalajara para comunicar que el globo en el que iba junto a otros dos militares había aterrizado sin novedad y que no era necesario que enviasen a buscarles porque podían volver por sus medios. Eso sí, después de haber soltado unas cuantas palomas -costumbre de la época- que llevaban en la cesta junto con los aparatos de medición y los pertrechos correspondientes.
NOTICIAS Y SUCESOS
A comienzos del siglo XX hubo algún editor -francés, por supuesto- que se atrevió con la moda y con la vorágine de lo noticioso tratando de crear en la sociedad una necesidad de consumir noticias y llegando a publicar incluso unas tarjetas que pretendían sustituir al periódico. De hecho, comienzan a ponerse de moda las tarjetas postales conteniendo fotografías de hechos reseñables y particularmente de aquellos que reflejan alguna noticia de interés público como una guerra o la llegada del Rey o la Reina a algún lugar. En general, cualquier suceso tenía más interés si incluía en la imagen figuras humanas, particularidad que se ha mantenido hasta nuestros días, en que se valoran más por parte de los coleccionistas aquellas tarjetas que van animadas con personajes.
SENTIMIENTOS
Los sentimientos fraternales, las muestras del más sincero compañerismo, las demostraciones de amor, amistad o camaradería, las emociones filiales, el patriotismo, la fidelidad, la piedad hacia los ancianos, llenan las postales de los últimos 150 años. Una felicitación, una reunión, una celebración familiar, un encuentro, un acto público de homenaje, una procesión cívica o religiosa que provocara sensaciones... cualquier excusa era buena para ser reflejada en una tarjeta y para ser interpretada en clave de recuerdo sentimental.