Joaquín Díaz

LAS ALDEAS PERDIDAS


LAS ALDEAS PERDIDAS

Despoblados por inundación

17-06-1986



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Son muchos los cuentos y leyendas que la tradición conserva acerca de lugares abandonados. Esta abundancia no es casual -como casi todo en el mundo tradicional- y obedece, por una parte a un fin didáctico y por otra a una tentación insuperable en el ser humano de explicar los mitos a través de narraciones.

Normalmente hay dos ejemplos que se nos presentan incontestables al hablar de ciudades muertas o de despoblados. El lugar sumergido en su integridad bajo las aguas y el lugar del que sólo quedan ruinas o vestigios apoyados por una memoria histórica. En ambos casos han sobrevivido narraciones que tratan de explicar por qué se despoblaron, hallándose en casi todos los elementos de esas leyendas, motivos suficientes para pensar que, dejando aparte las peculiaridades de cada caso, las dos leyendas son muy antiguas y se aplican cada vez que las circunstancias lo hacen necesario.

Podemos observar en el primer tipo de leyenda algunas particularidades que trataré de resumir. En primer lugar, la narración nos habla de una prueba llevada a cabo con los habitantes de un lugar por un personaje divino o su representación. Es indudable que interesa transmitir a través de la tradición la forma cabal y decente de comportarse individual y colectivamente, y en esa forma tiene mucha importancia la hospitalidad: Peregrinos, viajeros, mendigos y copleros comunicaron durante siglos estas historias, transmitiendo en ellas la idea de que la caridad con el forastero era siempre premiada; basaban además su tesis en el hecho de que, según la doctrina eclesiástica, dar limosna era el camino para el cielo y un medio adecuado para demostrar la capacidad de renuncia a la propiedad.

A veces el visitante divino no necesita presentir el comportamiento de los lugareños porque ve con sus propios ojos la maldad generalizada, la perversión, la idolatría, la degeneración, o bien todos estos detalles le son narrados por el personaje que encarna la cordura dentro del desequilibrado conjunto.

La prueba, cuando la hay, suele consistir, pues, en pedir limosna o caridad a los habitantes del pueblo o ciudad, a lo que éstos van a responder de diversa manera, atrayendo sobre sí el premio o el castigo.

Éste, que sobreviene por no socorrer al forastero o por la depravación irremisible, suele llegar del cielo o proceder de las propias entrañas de la tierra: O bien un diluvio anega la población, o bien (como sucede en la leyenda del lago de Sanabria donde quien habla es Cristo disfrazado de mendigo) con unas palabras mágicas y un golpe de bastón en el suelo se hace brotar un espectacular chorro de agua que cubre por completo el lugar: "Eiquí finco mi estacón, eiqui salga un gargallón".

La muerte por ahogamiento es, generalmente, el castigo reservado a los impíos aunque hay algunas leyendas donde el incumplimiento de otras normas hace que los que habían sido salvados en primera instancia sean convertidos en estatuas de piedra o de sal por volver la vista hacia atrás. Esta prohibición aparece en los clásicos griegos y latinos (también entre los hindúes, japoneses, árabes y hebreos) con mucha frecuencia. Ovidio narra en sus Metamorfosis (1) cómo Orfeo, enamorado de Eurídice, quiere sacarla de los infiernos a través de empinados senderos y paisajes yertos; pese a la advertencia de Plutón y Proserpina de que no vuelva la cabeza hasta haber salido del laberinto infernal, Orfeo vuelve los ojos hacia Eurídice para preguntarle si se cansa, momento en que ella desaparece y él queda simbólicamente petrificado.

Homero, Esquilo y Sófocles repiten en alguna de sus obras situaciones similares. En el estudio titulado Mito, leyenda y costumbre en el libro del Génesis (2), de Theodor Gaster, éste comenta la prohibición a propósito de la mujer de Lot y la atribuye un origen muy antiguo basado en una convención mágica y religiosa que se hizo lugar común entre los hititas, los persas, los hindúes y los griegos. "Los habitantes vecinos a poblaciones donde la tradición sitúa ciudades destruidas o sumergidas en circunstancias análogas al castigo de Sodoma y Gomorra -afirma Paul Sebillot en Le Folklore de la France (3)- muestran a veces rocas más o menos antropomórficas y dicen que son personajes castigados como la mujer de Lot y por la misma causa".

Para qué seguir; la idea aún está arraigada entre nosotros aunque apenas reparemos en ella por haber alterado su significado: Entre las normas de buena educación que incluían hasta hace poco todos los manuales escolares estaba la de no mirar hacia atrás, y la verdad es que, como casi siempre, sólo se repara en esas costumbres cuando se consideran o se estudian dentro del proceso cultural del universo entero y siguiendo todos los pasos de su evolución, desde que son rituales o mitos con pleno sentido hasta que pierden su intención original.

El premio reservado a los caritativos, es, por supuesto, la salvación de la catástrofe, aunque se dan casos en que, además, se proporciona la abundancia a los virtuosos, sea en forma de pequeño panecillo que al ser introducido en el horno se hace gigantesco (como en el caso de Sanabria o de la laguna de Baracis, en Sassari, Italia) sea concediendo a un matrimonio la bendición de un hijo.

El entronque de todos estos elementos pretéritos con nuestra cultura se realiza a través de la propia tradición oral que los conserva transformándolos, pero también gracias a recursos atractivos, como el de involucrar a quien lea o escuche la leyenda con sugerencias fascinantes conectadas con el propio texto: Por ejemplo la de que quien esté libre de faltas o impurezas podrá escuchar una de las campanas del pueblo sepultado que sonará el día de San Juan. Otros factores, como la toponimia, acercan asimismo el fenómeno racionalizándolo y así vemos que muchos de los lugares donde se conserva una narración legendaria sobre un pueblo sumergido tienen nombres cuya etimología sugiere agua, inmersión, hundimiento o algo similar. Tal vez esta circunstancia esté relacionada con el hecho de que estas leyendas tienen un carácter "reversible", pudiéndose aplicar tanto para fines aleccionadores como para intentar explicar el nacimiento de un lago, labajo o fuente.

Observamos en ella y en casi todas las versiones similares de lugares despoblados, la mención a unas ruinas que evidencian la existencia pretérita de un enclave habitado y, habitualmente, próspero. Lo que desencadena la tragedia y atrae sobre todos la desgracia suele ser el enfrentamiento entre dos familias; en algunos casos -y siguiendo el modelo bíblico que tampoco era nuevo en la Biblia- el odio se produce por cuestiones de propiedad de tierras entre un agricultor y un pastor. En ese clima de apasionamiento los herederos de ambas familias se encuentran y se enamoran; por un instante parece que la cordura vuelve a reinar devolviendo a la tercera generación -a unos jóvenes- la oportunidad de regenerar sus apellidos. Pronto el destino, ese hado que se destaca tan nítidamente en las narraciones populares adueñándose de vidas y haciendas, viene a perturbar esos escasos momentos de felicidad. Y es casi siempre una vieja con mañas de bruja, una representante del mal, la que enturbia la trama por dinero o por interés. Es curioso el desamparo en que siempre deja el cuento o la leyenda a sus protagonistas más tiernos, incapaces de pensar por sí mismos y a merced de las maquinaciones de sus enemigos...

En alguna versión es la bruja también quien se encarga de perpetrar el genocidio envenenando (con una serpiente, sapos, filtro mágico, etc.) a todo el pueblo en la boda de los dos enamorados preparada para dar fin a tantos años de encono.

Ese envenenamiento de la fuente o pozo parece dejar claro que cualquier vestigio posterior de vida es imposible, al representar el agua no sólo el origen de la existencia sino la posibilidad de continuarla, de fertilizar. Esto no es simplemente un recurso mitológico: Cuando Fermín Caballero escribe el pasado siglo en su Fomento de la población rural (4) los obstáculos que se oponen al desarrollo de la población en terreno rústico, habla de impedimentos físicos, legales y económicos, y entre aquellos, el principal, la falta de agua. Hoy día sabemos que las causas de despoblación han sido múltiples a lo largo de la historia (pestes, peligros de invasión, falta de productividad en las tierras...) pero hasta nuestros días ha llegado la creencia de que las aguas envenenadas por una mano alevosa, eran la causa principal de la mortandad inexplicable.

En el caso de las dos leyendas que hemos visto, pues, son las aguas -que sepultan el lugar o que lo dejan sin habitantes- el medio de que se sirve el destino para llevar a cabo ese aparente castigo sobre un colectivo concreto de personas. Fijémonos en esa índole punitiva pues suele ser la génesis de circunstancias anteriores y posteriores que alientan la narración: se castiga la maldad, la falta de caridad, el enfrentamiento entre familias... ¿Por qué quiere la memoria popular conservar esa irremediable relación entre castigo y despoblación? Parece como si la historia del género humano se representara como una especie de arquitectura en la que los materiales son siempre los mismos, aunque, al ser colocados de un modo u otro, formen figuras diversas. El robo del fuego, el diluvio, la madre virgen, el héroe que vuelve a la vida resucitado, el respeto a los astros, la eterna juventud, son elementos que, tan pronto aparecen en narraciones populares con un fin didáctico y despojados de su dramatismo esencial, como constituyen la piedra angular de colectivos humanos, alentando sus aspiraciones espirituales y dando vida a sus liturgias.

Puede que, como uno de esos arquetipos eternos, esté grabada en el inconsciente colectivo la idea elemental de que la despoblación es un castigo para una comunidad; y no deja de ser sintomático que ese castigo venga unido casi siempre a las aguas, símbolo de un mundo diferente -superior o inferior- que encierra la fertilidad y la muerte.

En cualquier caso no podemos evitar analizar el tipo de soporte sobre el que estas historias se han propagado. En la mayoría de los casos se alude claramente en el título a la palabra "leyenda", haciendo ver de forma explícita que lo relatado no es un cuento o una fabulación sino algo que realmente sucedió en tiempos más o menos antiguos. Entre los relatos verosímiles, las leyendas se caracterizan por narrar geográficamente; dentro de este tipo concreto de narración habría otras tres subclasificaciones que definiríamos como leyendas fabuladas, leyendas recordadas y leyendas racionalizadas, haciendo referencia en el primer caso a sucesos que incluyen elementos o seres sobrenaturales, aunque éstos aparezcan relativizados tanto por la pátina de la cotidianeidad como por el propio narrador que hace al mismo tiempo de "traductor" y "valedor" del hecho. En el segundo caso -el de nuestras dos leyendas- se recuerda un hecho según lo narraron testigos supervivientes o vecinos, mientras que en el tercero se ofrece siempre una explicación coherente de los hechos contados, dejando de tener éstos definitivamente un aspecto mágico.

Lo importante del caso que nos ocupa es que se nos narra, como algo cierto y relativamente reciente (si bien en un tono intemporal), una idea antiquísima cual es la de la regeneración del universo por el agua -sea a través de un diluvio o de una inundación- y tenga o no el hecho carácter punitivo.


(1) Publio Ovidio Nasón: Las metamorfosis. Madrid, Espasa Calpe, Colección Austral, nº1326, 1963; p.185. Libro X, I.
(2) Theodor H. Gaster: Mito, leyenda y costumbre en el libro del Génesis. Barcelona, Barral ed., 1973
(3) Paul Sebillot: Le Folklore de la France. París. Maisonneuve, 1968. Tomo I, pp.305-6.
(4) Fermín Caballero: Fomento de la población rural. Madrid, Imprenta Nacional, 1864.