Joaquín Díaz

EL PODER DE LA IMAGINACIÓN...


EL PODER DE LA IMAGINACIÓN...

El Norte de Castilla - La Partitura

16-04-2011



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... Y LA PALABRA DISTINTA



La transmisión de las ideas por medio de la voz es tan antigua como la civilización, que según algunos antropólogos comenzó la mañana en que un individuo al despertar sintió la necesidad de explicar a su vecino el sueño que acababa de tener. Tan antiguo como esa necesidad de transmitir fue, sin embargo, el recelo que tal capacidad suscitó en quien no la tenía o en quien no la comprendía o no la aceptaba porque le asustaba.

Platón, uno de los primeros filósofos que usó el lenguaje -o sea la palabra- y la sabiduría -o sea la verdad- para dar una respuesta coherente a la sociedad desorganizada de su época, encontró un conflicto entre poiesis y estado, entre caos y organización, entre lo divino o intangible y la existencia cotidiana. Y en su obsesión por crear un estado ordenado y común puso en cuarentena la voz creativa por el enorme potencial que se encerraba en tan pequeño órgano, que conseguía espantar el miedo, desterrar el dolor, suscitar la alegría y despertar compasión. Preocupado por la fuerza de esa palabra que persuade con su sonido y que es capaz de evocar tantas cosas, escribe en la Republica que si alguna persona llegara con esas cualidades "habría que coronarlo y derramar mirra sobre su cabeza" pero inmediatamente habría que mandarlo a otro país.



La admiración y el temor que suscitaba a un tiempo el canto de cualquier poeta en Platón, no eran gratuitos ni fueron exclusivos de aquella época. Muchos de los cantantes de épocas más recientes, incluso actuales, soportaron esa incomprensión y conocieron sus consecuencias. Pero reaccionaron siempre positivamente. Su actitud, que oscilaba entre la "esperanza contenida" y la "prudente desesperanza" podría resumirse en estas tres cualidades que describí ya hace tiempo cuando se me pidió que analizara a la generación del 68 y sus características más esenciales:



1. Esa generación fue beligerante pero comprensiva; es decir, luchó por determinadas causas, aun sabiendo que eran causas perdidas, y creyó en ellas. A veces incurriendo en la ingenuidad, como cuando pensó que las guerras se podían evitar porque parecían un asunto entre gobernantes y gobernados o entre naciones soberanas.



2. Esa generación dio muchos tipos solitarios pero solidarios; a pesar de que las tendencias sociales comenzaban ya a inclinar a muchas personas hacia el individualismo, la palabra solidaridad fue una bandera bajo la cual se sintieron muy a gusto.



3. Muchas ideologías del pasado confluyeron en ese siglo y en esos años creando un tipo de individuo ciclotímico: entusiasta pero desesperado. Frente a los avances tecnológicos que proporcionaban bienestar, los más inquietos de esa generación soportaron crisis de angustia existencial.



En realidad, pocas cosas diferenciaban esencialmente a los cantautores del 68 de los poetas griegos o de los trovadores provenzales: usaron la palabra para sugerir o imaginar sueños eternos, gracias a esa misma palabra pudieron penetrar en las emociones y finalmente nos permitieron guardar en lo más recóndito de nuestro recuerdo aquellos sonidos convincentes emitidos por voces distintas, peculiares. El lugar común en el que todos -cantantes y oyentes- nos encontramos, al que accedimos desde diferentes caminos era nada menos que la vida y su aprendizaje, cuestión a la que el género humano había dedicado ya millones de horas y de páginas. Pero el secreto no estaba en encontrar, sino en buscar. Ese lugar común no era precisamente el paraíso ni el valle de Josafat -principio y fin de la mitología bíblica-, sino una especie de palenque donde luchar en buenas condiciones contra la realidad aplastante, contra la banalidad. Tampoco era el locus amoenus literario: ni era florido vergel ni convención poética sino más bien un emplazamiento mágico desde el que se atisbaba un mundo que jamás poseeríamos y que, por lo mismo, nos ayudaba a elevarnos y en cierto modo nos consolaba. Estaba mucho más cerca, en ese sentido, del País peligroso de Tolkien, quien al reflexionar sobre el efecto de los cuentos fantásticos como medio de renovación, de evasión y de alivio (probablemente ante una vida vulgar como la que le tocó a él mismo sobrellevar), escribió:



"Cuando en un relato fantástico llega el repentino desenlace, nos atraviesa un atisbo de gozo, un anhelo del corazón, que por un momento escapa del marco, atraviesa realmente la misma tela de araña de la narración y permite la entrada de un rayo de luz."



Tal vez sea por ahí, por ese resquicio a través del cual parece que penetra un rayo de luz, por donde deberíamos buscar el origen del misterio en las voces distintas. Son distintas no porque sean bellas, bien timbradas, educadas según la ortodoxia académica, sino porque nos sugieren un espacio mítico en el que las palabras tienen una densidad de peso mucho mayor que el que habitualmente poseen en los diccionarios al uso.



Muchas personas parece que cumplen canciones en vez de años. Algunos de los mejores hitos de su vida han estado señalados por la aparición de determinadas canciones -rayos de luz- que marcaron su existencia o la dieron sentido. Puede que no recuerden el día que cumplieron 20, 30 o 40 años pero no olvidarán jamás el momento en que compraron un disco de Paco Ibáñez y escucharon su voz condensada y recia invitándolos a masticar y deglutir las palabras de los poetas o aquel otro día en que percibieron a María del Mar Bonet dando vueltas a la noria del vinilo y allegando aromas del Mediterráneo. Lo mismo se podría decir de otros como Amancio Prada, o Pablo Guerrero, o Marina Rossell y tantos y tantos... De una u otra forma se han adherido como lapas a nuestro sentimiento. ¿Y por qué? En realidad, muchos de los mensajes que nos transmitieron ya existían previamente en libros de poesía y no nos habían llamado tanto la atención. ¿Qué ingrediente añadieron ellos al cantarlos? ¿Tal vez el encanto arcaico del arte verbal? ¿Algún elemento paralingüístico de esos que tan a menudo son objeto de estudio riguroso en los ámbitos académicos? ¿Acaso la emoción de las palabras como libertad o amor que siempre necesitan ser pronunciadas para ser creídas? Hay que tener en cuenta además que muchas de las personas que fueron "oyentes" –y recalco la palabra- en aquella generación, no fueron nunca a un recital ni pudieron escuchar en directo a sus cantantes o poetas favoritos. Simplemente se limitaron a seguirlos por la radio o a poner sus LPs, eso sí, leyendo fervorosamente una y otra vez las notas que los acompañaban: imaginando, en suma. Probablemente quienes con sus discos nos ayudaron a imaginar, usaron la palabra y su sonido no sólo para transmitir mensajes a una sociedad que, es cierto, aprovechaba cualquier circunstancia (como un recital, por ejemplo) para reunirse, sino para dirigirse al corazón de muchas personas que escuchaban a solas y en silencio. Nueva forma de escuchar la música que vendría a añadirse a las ya tradicionales y colectivas. En cierto sentido, esa fórmula íntima, personal, de oír música transformó tanto la perspectiva del oyente como lo hizo la lectura silenciosa a comienzos del Renacimiento. Escribía Mateo Alemán en su Ortografía castellana sobre ese proceso: "Cuando en alguna lectura de consideración hay escritas cosas alegres, parece que a gritos dicen los ojos lo que se va leyendo con ellos, y centelleando en el rostro, se rasga la boca para que pueda salir por ella el gusto. Y si son tristes, el resuello cerrado y oprimido casi revienta el corazón en el cuerpo".



Me da la sensación de que, tanto esa lectura íntima de los albores del siglo de Oro como la escucha recóndita y doméstica de los discos de los años 60 tuvieron un origen similar y un resultado parecido: la imaginación al poder, aunque corriese el riesgo de quedarse anclada en la realidad antes de haber salido del puerto. Bueno, al menos nos quedamos para siempre con la certidumbre del poder de la imaginación, algo que ya intuía la Internacional Situacionista cuando lanzó en el mayo francés del 68 aquel famoso eslogan que dio en el blanco.