Joaquín Díaz

EL SOPLO DIVINO


EL SOPLO DIVINO

El Norte de Castilla - La Partitura

12-05-2012



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En alguna ocasión, cuando los periodistas se ponen incisivos y preguntan eso de “qué te llevarías a una isla desierta” o “qué libro salvarías de un incendio”, he oído decir –incluso aplicando la misma respuesta a las dos preguntas- que la Biblia. La contestación parece coherente si tenemos en cuenta que la Biblia contiene, como su nombre indica, infinidad de libros y ofrece una contestación en forma de relato para cada cuestión que podamos plantearnos. El hecho de que el libro sagrado abarque la historia entera del ser humano desde su creación hasta los futuros “últimos tiempos”, lo hace tan comprensivo como interesante, ya que de principio a fin el individuo está marcado por el “soplo divino” que nos convirtió desde el Génesis en seres espirituales pese a proceder del barro de la tierra (adamah). Yahvéh Dios sopló por nuestra nariz y transformó al Golem inexpresivo y torpe en un ser viviente e inteligente.

En el mundo judío –una de las pocas culturas que no quiere implicar a Dios en los mitos de la creación de la música- el shofar es el único instrumento gracias al cual el hombre se puede relacionar con un dios lejano, bien por indiferencia hacia los seres humanos en su propia superioridad bien por su decisión de castigarlos tras haber olvidado sus preceptos. El shofar es ese instrumento a través del cual el ser humano recuerda y trata de imitar el primitivo soplo divino. Dice la tradición judía que el toque del shofar debe parecerse al de un llanto. Dios “llora” por el ser humano cada año por Rosh HaShana, el momento en que el individuo renueva cíclicamente su presencia en el mundo y tiene una oportunidad de recomenzar y dar sentido a su existencia antes de que le llegue el día del juicio final o día terrible.



Theodor Reik –psicólogo vienés de la escuela de Freud- dedica uno de sus cuatro estudios psicoanalíticos sobre el Rito al uso del shofar en el judaísmo antiguo y concluye diciendo que el sonido del shofar despierta en quienes lo escuchan una extraordinaria emoción. Reik se pregunta por qué su toque conmueve tanto a quien lo oye, llegando a la conclusión de que se convierte en un eficaz medio de comunicación entre un ser humano arrepentido y un Yahvéh severo, haciendo uso de ese toque lastimero para convencer o aplacar a Dios y conducirlo a la misericordia. Dos parábolas del Rabino Maharash (nacido en 1834 en Lubovitch, Rusia, como Samuel Schneersohn, y considerado uno de los más respetables intérpretes de la tradición jasidita) recuerdan esa función en la interpretación de la Torá o libro guía del comportamiento. La primera rememora un relato en el que un rey manda a su hijo a otro país para aprender y conocer costumbres diferentes a las suyas. El hijo llega a identificarse tanto con la nueva vida que hasta olvida su propio lenguaje. Al regresar a su ciudad no es reconocido y no se le deja entrar. Desesperado, lanza un grito terrible que el rey escucha desde palacio identificando el sonido de la voz de su hijo. La segunda parábola recuerda la historia de un rey que, perdido en un intrincado bosque, es salvado por un hombre sabio quien le enseña a encontrar el camino. Al cabo de un tiempo, ese mismo sabio es hallado culpable de un delito y, antes de ser ajusticiado, reclama vestir la misma ropa que llevaba cuando mostró al rey el sendero hacia su palacio. El rey lo reconoce y le perdona. La enseñanza en ambos casos es que un símbolo –y recordemos que el símbolo en Grecia era un trozo de cerámica que se entregaba a alguien que se iba a ausentar para que pudiese ser reconocido al regreso-, la enseñanza, digo, es que un símbolo (el shofar) permite recurrir a la memoria de un tiempo bendecido por la creencia de que Dios había insuflado a los hombres parte de su poder.



Los toques de shofar eran denominados de tres formas, según la emisión: Tekia (que comenzaba por una especie de explosión y mantenía un solo soplo largo), Shevarim (tres soplidos de regular duración) y Terua (nueve soplos cortos). De ese modo se cumplía lo que en la Misná se ordenaba para la fiesta del año nuevo: tres toques tres veces, por el comienzo del año, por el día del juicio y por el shofar mismo que solía ser de carnero kosher (o sea apto). También se indicaba en la Misná que si uno quería poner agua o vino en el interior del cuerno para mejorar el sonido, podía hacerlo.



Muchos rabinos hablaron sobre el significado del shofar como aquel primer soplo divino que unió espíritu y materia (el instrumento sobre el que se sopla está hecho de cuerno de animal) pero otros le añadieron además el episodio de Abraham e Isaac en el que el patriarca terminaba sacrificando a un carnero que aparecía cerca de su hijo después de que la palabra de Dios le ordenara detenerse y de uno de cuyos cuernos formó un instrumento para agradecer la intervención divina. El shofar, pues, aparece siempre que hay una relación entre Yahvéh y su pueblo y al escucharlo podemos adivinar ese sentido apocalíptico que parece dictar a Isaías las palabras “aquel día se tocará un cuerno grande y vendrán los perdidos por tierra de Asur y los dispersos por tierra de Egipto y adorarán a Yahvéh en el monte santo de Jerusalén”. O aquel otro pasaje de Josué que describe la destrucción de Jericó: “Siete sacerdotes llevarán las siete trompetas de cuerno de carnero delante del arca. El séptimo día daréis la vuelta a la ciudad siete veces y los sacerdotes tocarán las trompetas. Cuando el shofar suene prorrumpirá en un gran clamoreo y el muro de la ciudad se vendrá abajo”.



En el mundo de hoy uno podría escuchar el shofar aun sin quererlo, sin necesidad de penetrar en una sinagoga o sin tener que esperar al fin de los días en que dicen bajará Yeshoua para tocarlo. El compositor muniqués Richard Strauss nos recordó su sonido en las tres primeras notas del poema sinfónico “Also Sprach Zarathustra” (luego usado con parecida intención en la película de Stanley Kubrick “2001: Space Oddysey”) y cuando Leonard Bernstein, por ejemplo, preparó para el estreno en Broadway su celebérrima obra “West side story” la denominó “East side story” y en ella una joven judía, María, se enamoraba de un guapo italiano, católico, de su mismo barrio, en el Greenwich neoyorkino. Las tres primeras notas que atacaba la orquesta en la obertura imitaban precisamente el sonido del shofar. ¿Las recuerdan?



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