Joaquín Díaz

A JOSÉ DELFÍN VAL EN LA FERIA DEL LIBRO


A JOSÉ DELFÍN VAL EN LA FERIA DEL LIBRO

Acerca del locutor y periodista

06-05-2014



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Aunque ya conocía a José Delfín de la radio de siempre -yo comencé a ir por la Voz de Valladolid cuando se celebraban los certámenes de coros en fechas navideñas, que -por cierto- casi siempre ganaba la Escolanía la Salle en la que cantaba- inicié una colaboración más intensa con él cuando la Diputación de Valladolid, y en concreto su presidente, Miguel Molero, nos encargó un cancionero de la provincia en 1976. Al presentar poco después la primera entrega del trabajo tuvimos que advertir que, del mismo modo que muchas cosas habían cambiado en la apreciación de los investigadores hacia el medio rural, también se habían producido transformaciones en el propio ámbito, objeto de tales observaciones. Y añadíamos: "En ese aspecto las últimas recopilaciones tienen un valor trascendental; y no tanto por los datos -al fin y al cabo son sólo datos- que pudieran acrecentar el fondo de materiales recopilados, cuanto por la necesidad que el habitante del medio rural tiene en estos momentos de reafirmar su cultura. Tradición es entrega (viene del verbo latino tradere) y las últimas generaciones se han inhibido, por distintas causas, de realizar esa transmisión. Cualquier esfuerzo por devolver su antigua dignidad a los ancianos -de los que usualmente, se recogían la experiencia y sabiduría colectiva- o cualquier gesto en el recopilador que indique interés por una forma de vida menospreciada o ridiculizada en ocasiones, serán válidos y comprensibles para las nuevas generaciones.
El trabajo de un recopilador consiste, pues -terminábamos diciendo en aquella presentación-, en algo más que en el simple acopio de datos. Debe convencer, con su interés y su presencia, acerca de la validez de un modo de existir perfeccionable, como todos, pero en modo alguno defectuoso o despreciable".
Debo decir ahora que el homenajeado José Delfín Val y quien les habla dedicaron entonces todas sus habilidades y todo su esfuerzo profesional y personal para que aquella necesidad de atención o de afecto hacia la gente del medio rural y su cultura, se plasmaran en un programa que tuvo un notable éxito de audiencia. Gracias, sin duda, a la inconfundible voz de Pepe y a su habilidad para relacionarse con la gente, el programa fue seguido mientras duró por miles de radiooyentes; gracias a su curiosidad y a sus preguntas, mucha gente conoció la parte más humana e interesante de cada uno de los pueblos que fuimos recorriendo. Probablemente hicimos de notarios ante las últimas voluntades de un mundo que no quería morir pero que indefectiblemente había cambiado. Más que un testamento redactábamos un testimonio, o sea el recuerdo de un testigo; de alguien que había tomado parte o había vivido todo lo que contaba. Partiendo de la idea de que el ser humano es un misterio, un enigma sin resolver, fuimos tratando de acercarnos a las preguntas claves de ese mismo enigma, porque -entonces como ahora- las preguntas nos interesaban más que las respuestas. Las palabras con las que se construyen esas preguntas, más que significar cosas significan relaciones, y esas relaciones –con la naturaleza, con las personas, con las formas inteligibles- son la base de nuestra existencia y la verdadera explicación de nuestra presencia en el mundo. La clave de todas las vidas. Seguramente Pepe, que es un erudito y un curioso impenitente, recuerda la existencia de un libelo al que los jesuitas consideraron críptico y los dominicos herético, que se titulaba El libro de todas las visiones. Su autor, que murió misteriosamente al escribir la palabra Finis, describía la historia de un alquimista descubridor de un azogue para espejo en el que todas las miradas podían quedar atrapadas y reflejadas. Creo que aquel programa, pese a parecer inicialmente modesto, nos sirvió para encontrar en la tradición ese azogue capaz de captar una multitud de visiones distintas de la vida, del amor, del trabajo, de la sabiduría, del conocimiento.
Todavía hoy sigo encontrándome con gente que recuerda con cariño y nostalgia aquel programa de radio que difundía cultura nuestra y además cultura divertida, porque nos lo pasábamos muy bien y se notaba. Aquellos años de trabajo y de viajes por la provincia de Valladolid acrecentaron y afirmaron una amistad que después hemos cultivado, porque las amistades, como las plantas, necesitan riegos, aunque sea con caldos de la tierra.
Por eso y muchas cosas más -como decía nuestro inefable Luis Aguilé- me uno sinceramente al homenaje que hoy se le ofrece a José Delfín como escritor y como persona, porque en ambas facetas ha conseguido una rara excelencia que a él le honra y a sus amigos nos enorgullece.