Joaquín Díaz

PREGÓN COFRADIA VIRGEN DE LA CONCHA


PREGÓN COFRADIA VIRGEN DE LA CONCHA

Agradecimiento a la cofradía zamorana

10-09-2004



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Mis primeras palabras deben ser de agradecimiento al Presidente y hermanos de la Cofradía de la Virgen de la Concha por haber querido honrarme este año con su medalla a propuesta del Ayuntamiento. Al honor extraordinario que supone estar vinculado a una cofradía tan antigua, se puede añadir la relación de afecto que me une a Zamora, ciudad en la que nací hace ya muchos años. Las cofradías son herederas de una riquísima historia de beneficencia y piedad cristianas (ya desde las primeras Cortes se habla de cofradías para dar de comer a los pobres, para enterrar a los muertos y para luminaria) y han mantenido hasta nuestros días, gracias a sus estatutos particulares, una disciplina en el correcto cumplimiento de sus fines. Éstos, por lo general, eran, además del perfeccionamiento personal de los cofrades, invitar al resto de la comunidad a observar las prácticas religiosas prescritas por la Iglesia durante el año, así como (a través del ejemplo) promover el fervor y la piedad populares con devociones concretas durante la Cuaresma que culminaban en la conmemoración de la Pasión de Cristo y, a veces, en su escenificación. Los miembros de cada cofradía según su propio deseo (hasta el siglo XVIII) tenían distintos cometidos y obligaciones a los que se ofrecían voluntariamente. El incumplimiento de dichos ofrecimientos era sancionado por la Junta General, que tenía lugar una vez al año, con un castigo económico que iba a engrosar las arcas, generalmente exiguas, de la cofradía. A partir del XVIII, el mismo deterioro de la primitiva filosofía de las cofradías y el cambio en las costumbres vino a cambiar su influencia dentro de la Sociedad. En la actualidad creo que su supervivencia o engrandecimiento pasan por un estudio minucioso de sus estatutos y un aprovechamiento correcto de las características religiosas y profanas de sus leyes internas, camino en el que la Cofradía de la Virgen de la Concha ha marcado un magnífico ejemplo.
Mi vinculación con Zamora, siempre que hay ocasión lo repito, se enmarca en ese espacio que la mente humana dedica a la evocación, allí donde se confunden la genética y el recuerdo para crear un mundo elevado y hermoso al que dan forma la herencia y la educación. Aquí me cristianó don Clemenciano y aquí di mis primeros pasos bajo la atenta mirada de mis padres y del aya Marcelina, que era de Padornelo. La vida, que me llevó después por los derroteros de la investigación y de la música, no pudo desvincularme de Zamora, a donde volví muchas veces para aprender de sus gentes y disfrutar con sus paisajes.
Ese aprendizaje, la captación de la ética y de la estética zamoranas, me ayudó mucho a la hora de emprender el último trabajo que, según me dicen, es la razón por la que la Cofradía, en reunión general, me otorgó la medalla.
Los Museos etnográficos aparecen en el siglo XX como una necesidad del individuo por valorar y ordenar los objetos que le rodean o que le sirven para expresar y comunicar sentimientos, según un criterio o un método. Existe previamente, sin embargo, una relación entre el ser humano y las piezas concretas, que nos lleva inevitablemente, si queremos comprenderla y desentrañarla, al mundo de las creencias y de la educación. El individuo sueña, imagina, intuye, crea, y todo ello lo hace condicionado por algunas obsesiones, como la de encontrar explicación a su vida o la de reconocer la existencia de voces superiores -anteriores y posteriores a él- a las que trata de imitar o venerar. Sin embargo, frente a criterios de coleccionismo y conservación que sirvieron en el pasado, un museo de nueva creación debe intentar integrar tendencias novedosas, líneas diferentes de investigación, acomodando adecuadamente las antiguas necesidades y actividades museísticas con el abanico de ofertas culturales que hoy, necesariamente, debe mostrar un museo bien gestionado.
Es evidente que los intereses y criterios con que nacen hoy los nuevos Museos añaden retos a la museología tradicional, que en España nació, en muchos casos, como consecuencia de la Desamortización, es decir, como resultado de un acto de enajenación contrario al espíritu de respeto por lo artístico, que tuvo que compensarse forzadamente, como siempre, con la creación de las Comisiones Provinciales de Monumentos en 1844 y la iniciativa de los primeros Museos en los que las Diputaciones provinciales reunieron, al estilo de los príncipes renacentistas, todo el arte procedente de iglesias, conventos y monasterios desamortizados. De cualquier manera, a los afanes diversos -personales, artísticos, recopiladores, históricos o científicos- de los dos siglos pasados se incorpora en estos momentos la necesidad de una información exhaustiva que facilite el acceso a la documentación con una tecnología avanzada.. La colección no debe estar ya aislada sino perfectamente contextualizada y las piezas acompañadas del mayor número de datos cuya accesibilidad sea sencilla. Toda esa información también se podía reunir en el pasado pero lo que la hace ahora más valiosa es, como digo, que sea tan fácilmente accesible a través de puntos informáticos situados en la propia sala de exposiciones o a través de un buscador de consultas en la red.
En los últimos tiempos, y sobre todo desde el campo de las ciencias sociales, se viene insistiendo en las cuatro funciones que debe desempeñar el patrimonio artístico y cultural: servir para el estudio y aprovechamiento por parte de cualquier miembro de la sociedad; preservar del olvido o del deterioro el bagaje histórico y cultural; servir de acicate para la creatividad y, finalmente, constituir una base sobre la que el individuo se integre en la sociedad que le identifica. A eso deben unirse las tres características que hacen de un museo una institución ejemplar y útil: disponer de buenas piezas, tener buen criterio para seleccionarlas y buen gusto para exponerlas. Todo eso lo tiene el Museo Etnográfico de Castilla y León en Zamora.
A estas alturas del siglo XXI nadie duda de que un Museo es un magnífico marco para el encuentro entre la cultura y el público. Cierto que éste suele mantener una actitud pasiva y que es difícil a veces atraer a los visitantes, pero las piezas etnográficas (y me remito simplemente a las estadísticas) tienen, tanto en calidad de objetos como en su conjunto, un aprecio especial del público y una rentabilidad social y cultural elevadísima. La curiosidad que despiertan se debe a muchas razones: son piezas vivas por sus materiales, con el atractivo de su belleza o valor y con su calidad de mediadores entre el arte y el individuo. Un museo de etnografía, por tanto, tiene unas funciones claras promocionales, didácticas, científicas y sociales. Su relación con la sociedad no debe acabarse en la simple visita, sino que ha de aprovechar esa atracción ya mencionada para organizar actos, llevar a cabo talleres pedagógicos y tener un contacto permanente con la investigación a través de un Instituto que le vincule con la Universidad. Su relación con otras instituciones españolas y extranjeras le permitirá establecer convenios con empresas, con universidades públicas y privadas y con administraciones o fundaciones de igual o similar dedicación para la realización de exposiciones temporales, firma de convenios, acuerdos de publicaciones o ayudas a la investigación. Disciplinas jóvenes como la museografía, dedicada a las cuestiones técnicas (arquitectura del edificio, señalización, equipamiento, temas expositivos), y la museología, que abarcaría asuntos históricos y sociales, deben ser el marco científico perfecto para que la institución pueda ordenar, sistematizar, difundir y enfatizar la colección o colecciones que contiene, pero jamás un fin en sí mismas. Desde mediados del siglo XVIII está claro que el museo tiene ya ese carácter público, pero tal cosa no significa que sólo sirva para acoger al público sino que el público debe ser su fin principal y su mayor desvelo.
Zamora alberga por fin un Museo Etnográfico que a estas alturas, no habiendo cumplido siquiera un año de vida, está considerado como una institución ejemplar en muchos ámbitos de España y del extranjero. A los zamoranos corresponde ahora defenderlo, velar por el cumplimiento de sus fines principales y quererlo como se quiere un bien patrimonial, es decir, algo heredado de los padres. En este día tan especial, hago votos por que esa vinculación sentimental y afectiva se mantenga mucho, mucho tiempo. Gracias a todos