Joaquín Díaz

PREGÓN EN OLMEDO


PREGÓN EN OLMEDO

Pregón para las fiestas de septiembre en Olmedo

25-09-1995



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Excelentísimas autoridades e ilustres vecinos de la histórica Villa de Olmedo:

Me traen a esta localidad y, en concreto, a esta solemne circunstancia diversas razones, todas ellas agradables. La primera, y tal vez la más importante es mi vinculación sentimental y familiar con la vida local: Mi bisabuelo fue quien trajo la luz a Olmedo, un abuelo mio nació aquí y fue bautizado en Santa María, y parientes en todos los grados aún viven en la Villa. La segunda razón es de orden profesional: siempre que he venido a penetrar en los hogares y en la memoria de las personas que todavía conservan y atesoran el acervo común he sido recibido con exquisita hospitalidad. No hubiese sido justo, pues, que rechazara la amable invitación que el Ayuntamiento me formuló recientemente.

Dice un Diccionario antiguo -concretamente el de Sebastián de Cobarruvias, del siglo XVII- que pregón es "la promulgación de alguna cosa que conviene se publique y salga a noticia de todos". Es evidente que tengo una fácil tarea en ese aspecto: vengo a pregonar que se inician las fiestas de Olmedo dedicadas a San Miguel y San Jerónimo. Sin embargo, no quisiera desperdiciar esta oportunidad que se me brinda para ofrecer unas consideraciones más acerca del entorno, del contexto de esta celebración.

Los pregoneros están desapareciendo, sustituidos por la radio y la televisión y su oficio parece no tener sentido en la sociedad actual. No obstante, su forma de transmitir, de comunicar humana y directamente el mensaje, no podrá ser suplantada por ningún otro medio y a ese misterio del verbo vivo, de la palabra cálida y reciente voy a apelar esta noche.

La fiesta es un hito en el curso del año; es un alto en el ciclo vital que nos sustrae del trabajo cotidiano para insertarnos en una dinámica diferente, con la emoción y la sorpresa de lo novedoso. Pero la fiesta tiene otras facetas que me gustaría recordar ahora de forma concisa.

Primera: toda celebración posee un sentido ritual y mágico procedente de tiempos remotos y refrendado por toda la comunidad; por todos nosotros o por nuestros antepasados.

Segunda: hay en la fiesta, y particularmente en ésta, un aspecto religioso, mítico, que confiere a la simple diversión del colectivo humano una dimensión más profunda.

Conviene recordar en ese aspecto que las fiestas de San Miguel son, en toda Europa, las primeras del otoño y una especie de puente entre el final de la cosecha y el comienzo de un nuevo año agrícola. Por eso tantos pueblos en el viejo continente conmemoran desde antes del Cristianismo tal circunstancia a finales de este mes y representan a Septiembre como un joven con una corona de pámpanos y con una balanza en la mano derecha; es curioso que este último elemento aparezca también en manos de San Miguel, aunque en su caso tenga ya una connotación religiosa y esté destinado a pesar nuestras buenas y malas obras. La Iglesia, con sabiduría y prudencia fue situando sus fiestas, desde antiguo, en fechas significativas para los paganos; se llamaba paganos, precisamente, a los habitantes del pago, del medio rural, que eran los más reacios a cambiar sus tradiciones religiosas por otras nuevas -en este caso las cristianas- que les llegaban desde las ciudades. Así se incorporaron al santoral y a su simbología muchos elementos primitivos que, en el proceso de cambio, adquirieron una nueva significación. San Miguel, por ejemplo, sustituye a divinidades bélicas y es, durante toda la Edad Media, el protector de los combatientes y guerreros, razón por la cual todavía se le representa vestido de soldado y con una coraza, en virtud de su caudillaje de las fuerzas celestiales. El arcángel sustituye en el norte de Europa al dios Wotan, vencedor de dragones y serpientes, animales que en la civilización judeo-cristiana son los representantes habituales del demonio, espíritu del mal. Todo esto tiene una repercusión en la iconografía de San Miguel, así como en nuestras costumbres y en nuestra manera de proceder. Hasta hace pocos años, en muchos pueblos se contaba que cuando uno ponía una vela a San Miguel debía poner cuidado en colocársela claramente al santo, ya que si por descuido la luz se acercaba a la cara del demonio que yacía aplastado por la pierna del arcángel, Lucifer creía que la vela era para él y daba rienda suelta a su malévola imaginación; y ya sabemos todos que, precisamente el 29 de septiembre, según la tradición, era el día más peligroso para caer en las tentaciones pues San Miguel, por aquello de celebrar su día, cesaba de trabajar y dejaba al demonio suelto. Pero sigamos; yo le veo a la fiesta otra faceta, tercera faceta, muy interesante: su aspecto lúdico.

El ser humano coloca desde tiempos remotos en esos días particulares una serie de entretenimientos como danzas, juegos, música, toros, etc, que dan origen a una participación colectiva. San Miguel fue, desde siempre, el patrono de los caldereros, romaneros y campaneros (por eso había tantas campanas que recibían su nombre); me imagino que saben que a cada campana se le bautizaba y que los libros de cuentas de fábrica de las parroquias de esta Villa están salpicados de referencias a campaneros que visitaban la localidad, llamados por una u otra parroquia para sustituir una campana rota por una nueva, fundida en horno preparado a propósito por tales artesanos que casi siempre eran nómadas. Los feligreses corrían con los gastos de leña, acarreo de la misma y honorarios del campanero, así como con lo que costase dotarla del yugo de madera (que solía hacer un carretero) y las sogas correspondientes.

Pero me separo del tema; estábamos hablando del patronazgo de San Miguel y, es notable que algunos consideran al santo como protector de los toros. Tal costumbre procede, posiblemente, de su primera aparición en la tierra, que la hagiografía sitúa en la localidad de Gárgano hacia el año 390 de nuestra era. En esa ocasión, San Miguel protege a un toro que, descarriado del resto de la manada, está a punto de ser sacrificado por su dueño, muy enojado por haber ido a situarse el animal en un lugar inaccesible. Al lanzar una flecha envenenada con la intención de matar a la pobre bestia el viento modifica su dirección y la flecha regresa para clavarse en el arquero que la había disparado.


Sin duda San Miguel sigue en nuestra época protegiendo a los astados, pues las costumbres cruentas en torno a su sacrificio se han suavizado. Documentos antiguos nos hablan de espectáculos en que, una vez era agotado el animal por los nobles que le alanceaban desde sus caballos, salían los monteros que le desjarretaban con sus afiladas medias lunas para que cayese al suelo, donde el pueblo terminaba con él a cuchilladas. Muchas bulas papales intentaron acabar con esto, pero a veces los propios reyes, amantes del espectáculo, lo protegían; como Felipe II cuando dispone que la Bula redactada por Pio V en contra de las fiestas taurinas, en que se excomulgaba a los participantes en tales actos, sea publicada, sí, en uno de sus reinos, pero precisamente en aquél en que menos afición había: Portugal.

Aún me queda una consideración acerca de la fiesta y suplicaría atención porque la juzgo fundamental: En un tiempo en que nuestros hijos van camino de ser castellanos sólo de nombre porque cada vez se asemejan más a niños de Nueva York, de Berlín o de Londres, la fiesta nos refresca la memoria colectiva actualizando nuestras señas de identidad. Y una Villa con historia tan fecunda como Olmedo, que ha sido sede del tribunal de la Chancillería (aunque una de las veces fuese por una peste que se desató en Valladolid); que ha obligado a reyes y a privados a tenerla de su parte para asegurar la hegemonía de su poder en Castilla; que está presente en todos los tratados mariológicos del mundo por ser su Virgen la de la Soterraña; que mantuvo durante más de un siglo una cátedra de Gramática, a costa de la parroquia en la que nos encontramos y la de San Miguel, erigiéndose en ejemplo no sólo por la cultura que en ella se impartía sino porque eran los propios feligreses quienes la mantenían; una Villa que ha traspasado las fronteras llevando su nombre en alas de la fantasía a la imaginación de tantos lectores que en todo el mundo conocen las aventuras y desventuras de su caballero, don Juan de Vivero; una Villa que guarda en su subsuelo y en sus monumentos, misterios todavía velados -y viene a cuento que comente en este momento unas líneas, que al azar encontré el otro día en uno de los libros de la parroquia de San Miguel, en las que se hacía mención a un pasadizo existente entre la capilla de la Soterraña y el altar de la capilla de los Olmedilla; dejo el caso a la curiosidad de los investigadores...-

Pues como decía, una Villa así aún puede ser ejemplar por otro motivo más: Su cultura tradicional.

Hemos de procurar integrar en la educación de los más pequeños todos aquellos elementos que hemos recibido por tradición de nuestros antepasados y que aún sirven, que aún se pueden incorporar a la vida actual. El lenguaje, el vocabulario rico y preciso, la frase acertada o el refrán oportuno, ¿vamos a permitir que se pierdan? ¿Queremos olvidar la sabiduría y la experiencia de siglos en unos pocos años? Los quintos de Olmedo sólo aceptaban ser recogidos por sus superiores después de haber pasado bajo el manto de la Soterraña que tradicionalmente les ampara. ¿Se perderán todas las tradiciones seculares?

Sabemos que la esperanza del futuro está en los niños y los jóvenes, pero no olvidemos jamás que la prudencia y el conocimiento suele ser característica esencial en los más ancianos. Animo a los jóvenes a que, junto a las ineludibles diversiones de hoy que nos ligan a un presente vivo y dinámico, pregunten a sus mayores por juegos y formas de expresión del pasado. Reivindico lo antiguo -lo antiguo y bueno, por supuesto- ya que un pueblo sin historia, sin raíces, se va agotando y muriendo poco a poco. Decían los pastores de por aquí, refiriéndose a la cruda temperatura que les tocaba sufrir en los inviernos, el siguiente refrán:
Del San Miguel primero al San Miguel segundo
yo sería pastor de todo el mundo;
del San Miguel segundo al San Miguel primero,
no quiero.

Yo sí quiero ser pregonero de un tiempo espléndido ("Mal tiempo por San Miguel Dios nos libre de él", dice el refrán); pregonero de todo un año de prosperidad; de unas fiestas dichosas y entretenidas para todos.

Que la reina de este año Belén y sus damas, Rosario, Inmaculada, María Angeles y Mayte sean como esas estrellas que, según la tradición, se pueden ver el día 29 de septiembre, incluso a mediodía, por ser el más luminoso del calendario (no en vano sigue siendo el día elegido para ajustar los relojes de sol).

Estoy seguro de que mi bisabuelo se sentiría bien representado si comprobase que he venido a encender una luz, por pequeña que sea, para la esperanza, la convivencia y la felicidad de Olmedo.

Con la efímera y leve autoridad que me confiere el cargo de pregonero, declaro inauguradas las fiestas de San Miguel y San Jerónimo de 1985. Felices Fiestas a todos.