Joaquín Díaz

ANGEL LERA DE ISLA


ANGEL LERA DE ISLA

Texto leido en la inauguración de la Biblioteca de Urueña que lleva el nombre de Angel Lera de Isla

31-05-2003



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La inauguración de una biblioteca es siempre una fiesta. Lo es porque el libro, ese amigo que nunca traiciona y con el que podemos entablar relación cuando se nos antoja, es una explosión de ideas y de sugerencias que iluminan como fuegos artificiales la oscura noche de la ignorancia. Pero la inauguración de esta biblioteca, en concreto, es ocasión doblemente festiva porque con ella se rinde homenaje a una de las personas que más difundió el nombre de esta Villa durante la segunda mitad del siglo pasado. Me refiero, como es natural, a Angel Lera de Isla. Angel fue, profesionalmente, un escritor y circunstancialmente un periodista, y hago esta pequeña diferenciación porque, aunque un periodista es también una persona que escribe, el medio en el que trabaja no siempre le deja ni el tiempo ni el espacio para que sus ideas lleguen reposadas y feraces al papel. El mismo Angel me contaba con mucha gracia una anécdota que le sucedió en esa actividad, en su función de corresponsal en Madrid del Norte de Castilla. Eran tiempos en los que el teletipo ni soñaba con que un día existiría internet y se solía invitar a los corresponsales a enviar con antelación, a veces con excesiva antelación, su crónica para que se pudiese componer y maquetar y al día siguiente apareciese en las páginas del periódico como recién llegada a la edición matinal. A Angel le habían pedido que cubriese la información cultural de un recital de Mariemma en un teatro madrileño y nuestro autor, amigo y paisano de la genial iscariota, decidió echar a volar la fantasía y mandar a media tarde, antes del concierto, un artículo en el que el lector podía imaginarse bailando un bolero con Guillermina o contemplándola admirado mientras desgranaba las mejores coreografías peninsulares...Todo eso podía imaginarse el lector pero, ay, una mala pasada, un leve incendio entre bastidores obligó a suspender la función y la imaginativa colaboración de Angel Lera quedó como una de las reseñas más laudatorias y gratuitas a la genialidad de Mariemma que no tuvo que esforzarse en convencer al público, porque el concierto se celebró en la mente de nuestro urueñés que fue el único asistente, claro. Con muy buen criterio, Angel renunció a enviar cualquier tipo de rectificación o aclaración que no sólo no hubiese aclarado, sino que hubiese dejado atónitos a los lectores al descubrir la carencia de medios con que se hacía el periodismo en aquellas fechas. Repito que la crítica merecía la pena leerse –se non e vero e ben trovatto- porque Angel escribía magníficamente...Nuestra relación epistolar comenzó con motivo de la aparición de una revista, la Revista de Folklore, que comencé a editar hace 23 años con la ayuda de la Caja de Ahorros popular, luego Caja España. Milagrosamente, después de todos estos años la revista sobrevive a pesar de ser mensual y cuenta con espléndidos colaboradores como en su momento lo fue Angel. Cuando me escribió proponiéndome un artículo –precisamente sobre Urueña- me dio una gran alegría porque ya le conocía como autor de un librito que me había llamado la atención por su estilo y contenido: “La muerte del gurriato”. El mismo título ya desvelaba la procedencia del escritor porque cualquier persona que no fuese de extracción rural hubiese dicho “el gorrioncillo”...Rápidamente comenzamos una buena amistad que se reforzó cuando le anuncié que me vendría a vivir a Urueña. Angel fue toda su vida, como cualquier persona sensible y bien nacida, un nostálgico de su infancia y esa infancia la pasó precisamente aquí en Urueña. Las anécdotas que me contaba de sus trastadas infantiles, de su aprendizaje del medio, de su cariño por su Villa natal, me hicieron querer a esta población antes incluso de vivir en ella. Quiero recordar esta mañana a Angel Lera de Isla como a ese escritor regeneracionista que deseó lo mejor para un medio rural en trance de extinción. Su ayuda eficaz y constante desde el Ministerio de Agricultura consistió, no sólo en plantear bien los problemas de una sociedad a la que conocía perfectamente y cuyos males había estudiado y aun padecido, sino en transmitir la fuerza suficiente para convencer a quien hiciera falta, de que esos problemas tenían solución si los afectados querían que los tuviesen... Con ese mensaje esperanzador y positivo, y con la imagen amistosa y siempre atenta de Angel le dedico mi pequeño homenaje en esta mañana feliz de la inauguración de la biblioteca que llevará, con todo merecimiento, su nombre para siempre.