Joaquín Díaz

TABULA PICTA


TABULA PICTA

Presentación de un libro de José Delfín Val

29-05-2001



-.-

José Delfín Val, además de un buen amigo y un compañero de fatigas (más de una tuvimos que pasar juntos hace veinte años para realizar el catálogo folklórico de la provincia de Valladolid), además de todo eso, que no es poco, es un personaje singular. Uno puede imaginárselo a orillas de un río en pose franciscana entrevistando a los peces en vez de predicarles, o tomando una instantánea del asombroso niño que habló a las tres horas de nacer (aunque luego compruebe que lo que dijo fue ininteligible), o departiendo entretenido -como incontenible curioso que es- con las figuras de un retablo de Berruguete. Y es singular, digo, no tanto por lo que hace (que hoy día todos somos un poco cronistas siquiera sea de nuestra propia y azacaneada vida), sino por cómo lo hace. Plantea su trabajo como una búsqueda pluridisciplinaria apoyándose por igual en la indagación rigurosa y en un acendrado sentido del humor. No es extraño que confiese haber pasado buenos momentos escribiendo este libro, pues ha tenido que poner en práctica ambas capacidades -capacidades que le satisfacen- hasta llegar a transmitir al lector la sensación de que merece la pena reconciliarse con el pasado vivido por otros.
José Delfín disfruta con la Historia y con las historias, pero no sólo porque crea que cualquier tiempo pasado fue mejor -pensamiento que solemos atribuir a Jorge Manrique pero que éste copió de un himno litúrgico del primer domingo de adviento- no sólo por nostalgia, digo, sino porque juzga esas sensaciones pretéritas emocionantemente irrepetibles. Esto no son las verdades de Perogrullo, que a la mano cerrada le llamaba puño. José Delfín quiere analizar y describir unos personajes y unas circunstancias creando, imaginando sobre la seguridad de que sus contornos no van a cambiar básicamente.Ese juego literario le permite poner en práctica otra de sus aficiones favoritas:la pintura. No he hablado con él acerca del título con el que ha bautizado los textos que componen esta obra, pero creo no equivocarme demasiado si digo que lo de "fingido" está utilizado en su acepción artística, la que recoge el Diccionario de Autoridades en los siguientes términos: "Fingido, en la pintura, es todo lo que se le añade para adorno, fuera del objeto principal".
De este modo, José Delfín plasma unos personajes sobre la tabla y adorna esa tabula picta con lo que él imagina que fueron las procupaciones, ocupaciones y anhelos de esos protagonistas. Quien se adentre, por ejemplo, en el apartado que dedica a los motes, disfrutará tanto con los propios apodos como con los comentarios -a veces juiciosos, a veces disparatados- que el autor va encadenando con justeza. El que dedique su atención a los cabarets o al teatro Cervantes se verá envuelto en la peculiar atmósfera vallisoletana que se produjo desde que los habitantes de esta ciudad se asomaron con estupor a nuestra centuria hasta que la guerra segó en trágica cosecha todas las ilusiones de varias generaciones. Quien lea los capítulos que recrean instantes de la vida y la muerte de Isabel la Católica y San Juan de la Cruz reconocerá los riesgos a los que uno se puede exponer si atraviesa las puertas de la fama o se acerca a sus umbrales.
En cualquier caso disfrutará con una narración ágil, adecuadamente sazonada y salpicada de anécdotas humanas, jugosas y apetecibles como esas descripciones realistas de antiguas recetas de cocina que te hacen saborear el plato antes de probar el primer bocado. Porque José Delfín no es solamente un periodista en el sentido de que escribe y habla periódicamente, sino un escritor con una notable capacidad descriptiva y un acreditado espíritu crítico. Pero no el espíritu con que algunos actúan imitando a la zarza del camino, que arranca un mechón de lana de cada oveja que pasa, sino el espíritu positivo que juzga, que contempla el mundo y sus circunstancias para extraer de esa contemplación una experiencia sólida y un aviso sabio para el viajero que transita por la vida. La clave, insisto, es la observación serena y unas gotas de humor como antídoto para no perecer en el empeño.