Joaquín Díaz

FACIES SAPIENTIAE


FACIES SAPIENTIAE

Sobre fotografías de personajes universitarios

06-05-2015



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Entre las imágenes alegóricas que el paseante puede observar en la fachada barroca de nuestra Universidad, ocupa un lugar especial la dedicada a la Sabiduría. No podría ser de otro modo si tenemos en cuenta que el lema de la Institución es Sapientia aedificavit sibi domum. La imagen de piedra, con una pluma y un libro, tiene bajo sus pies a la ignorancia, representada por un niño con los ojos vendados.
La frase lapidaria "La sabiduría se construyó una casa", tomada del libro de los Proverbios, se completaba con las palabras "y labró siete columnas", atribuyéndose el significado por los exégetas a la profecía de Salomón en la que se consideraba a la Virgen María como el edificio en que Cristo quiso construir su primera casa. El hecho de ser una frase salomónica y la circunstancia de que el rey Salomón fuese considerado por los cabalistas como uno de sus inspiradores, hizo que, muy a menudo, se tradujeran esos siete pilares o columnas como los siete sefirot del empíreo -es decir las siete acciones creadoras de la divinidad- que nos aproximaban a la tierra los siete gobernadores. Estas interpretaciones, pese a lo críptico de sus orígenes, no estaban distantes, sin embargo de los principios de la ciencia, es decir del uso de la mente y de la necesaria adquisición del conocimiento. En la Grecia clásica, por acudir a un ejemplo siempre radical y luminoso, la Sabiduría, que era una diosa, nacía de la frente de Zeus, dejando claro que la erudición y lo que representaba sólo podía salir de una cabeza divina, ya que en esa parte del cuerpo se albergaban las más nobles esencias y los más altos pensamientos.
Quisiera recordar aquí que la sabiduría no fue nunca una cuestión de género. Y lo digo por dos razones aparentemente contrarias: la primera, porque muchas mitologías reconocen la existencia legendaria de divinidades femeninas ligadas a la inteligencia y al conocimiento, y sin embargo -y esta sería la segunda razón- no hay en esta sala ni un solo retrato de mujer como representante de esta Universidad en el siglo XIX, lo cual requeriría una explicación.
Nadie se alarme. La ausencia de la mujer en la Universidad española forma parte de la historia negra de nuestro país y ha sido estudiada y lamentada profunda y largamente. Sólo recurriré a un ejemplo para denunciar los prejuicios que ni siquiera la razón o el análisis fueron capaces de moderar: cuando la escritora palentina Sofía Tartilán solicita un prólogo a Mesonero Romanos para su libro titulado "Costumbres populares" (estamos hablando de 1881), el madrileño le contesta con una carta inadecuada que Tartilán, muy inteligentemente, utiliza para encabezar su obra, segura de que el tiempo, que todo lo cura, habría de servir no solo para valorar su esfuerzo y para encomiar su capacidad e inteligencia, sino para arrojar sobre el misógino setentón de Mesonero toda la vergüenza que su escrito le debía haber procurado si lo hubiese revisado con un mínimo sentido crítico. Leeré simplemente unas líneas: "Siempre he creído que la índole especial del talento femenino se aviene más con la expresión de los afectos del corazón, y con las galas de la poesía, que con aquellos asuntos que requieren una aptitud especial de observación y de estudio, un profundo juicio crítico, gran conocimiento del mundo, y variada y extensa instrucción". Sin palabras...
Pero si hacemos excepción de una grande de España y miembro de honor de la Real Academia Española que fue María Isidra de Guzmán y de la Cerda, doctora por Alcalá en el siglo XVIII, la primera licenciada en medicina por la Universidad Central fue Martina Castells y Ballespí en 1881. El periodista que reseñaba en la Ilustración Española y Americana el evento, se preguntaba también qué es lo que había pasado durante todo el siglo XIX que había alejado a las mujeres del ámbito académico, y recordaba como precedentes los ilustres nombres de Beatriz Galindo -fundadora del hospital de la Latina-, de Francisca de Nebrija -hija de Antonio de Nebrija y catedrática de Retórica en Alcalá-, de María de Mendoza -bisnieta del Marqués de Santillana- y de tantas otras mujeres que hasta el siglo XIX habían brillado en el mundo de la literatura y en otros campos del saber. En lo que respecta a la Universidad de Valladolid, parece que -según las investigaciones de Consuelo Flecha- la palentina María Luisa Domingo García fue la primera licenciada en Medicina, en el año 1886.
Pero la historia hay que asumirla y esa es precisamente una de las motivaciones de esta exposición. El omnisciente mundo del siglo XXI tiene también -cómo no- una serie de carencias y entre ellas, una, casi inexplicable, es la escasa iconografía de los sabios universitarios del siglo XIX y los comienzos del XX. Esta exposición pretende ser el punto de partida para una labor que beneficiará a la propia Universidad, a la ciudad y a la sociedad entera pues contribuirá al conocimiento de los rostros de aquellos ilustres nombres que dieron esplendor al ámbito académico y ciudadano durante los últimos 150 años. Aquí asumo mi compromiso de trabajar sin descanso para que en el plazo de 365 días, la Universidad de Valladolid cuente con las 100 primeras imágenes de sus prohombres más distinguidos para poder subirlas a la página web de la institución con una breve biografía y el reconocimiento al autor de la fotografía.