Joaquín Díaz

PRESENTACION DE VALLADOLID HACE 100 AÑOS


PRESENTACION DE VALLADOLID HACE 100 AÑOS

Acerca del libro

27-06-2011



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La memoria, no es ninguna novedad decirlo, se erige como uno de los pilares básicos en el desarrollo y evolución de la tradición. Sin memoria no es posible la experiencia y sin experiencia se repetirían hasta el infinito los errores humanos. Sin embargo hay varios modelos de memoria que merecerían un breve comentario. La memoria individual, por ejemplo, nos atañe a cada uno de nosotros pero está condicionada por las circunstancias personales, a menudo inserta sus recuerdos de forma ordenada en un continuo vital y termina siendo un archivo monumental del que echamos mano en el momento oportuno para centrar y rememorar instantes concretos de nuestra existencia. La memoria colectiva, por otro lado, está formada por imágenes, fijas o en movimiento, que corresponden a situaciones sociales, a circunstancias compartidas, a partir de las cuales un grupo de individuos asume de forma común esas mismas situaciones; a esa memoria pertenecen buena parte de las instantáneas que componen este libro porque los monumentos, calles o edificios que aparecen llegaron y se instalaron en nuestra vida ya desde nuestro nacimiento pero evidentemente existían antes que nosotros y probablemente seguirán ahí después de que nos vayamos. Es una forma de memoria histórica a la que contribuyen las fotografías con sus imágenes fijas que hablan a quien quiera escuchar. Por supuesto que siempre cabe la precisión, el comentario, la objeción, porque aunque sean imágenes fijas y por tanto aparentemente inamovibles, cada uno tenemos una forma de mirar o una perspectiva particular que ha conseguido que almacenemos los datos de diferente manera. Para establecer de forma ordenada ese posible diálogo en el que entrará casi sin percibirlo quien se acerque a las páginas de este libro, he optado por elegir un recorrido imaginario (bueno, menos imaginario de lo que aparenta porque lo he realizado muchas veces como peatón) recorrido, digo, que, más o menos, atravesaría las vías preferidas por los vallisoletanos de hace un siglo y que podría realizar, sin ir más lejos, ese señor que está en la portada del libro y que no está hablando por el móvil como algunos han sugerido, ni quitándose una “lagaña” como ponía irrespetuosamente el remitente de la postal que usé para tomar ese fragmento de la Plaza Mayor. Es, y creo que no lo es de forma gratuita, el único personaje estático de todos los que aparecen –haciendo salvedad de la vendedora ambulante que está sentada- y da la impresión de que está reflexionando sobre los acontecimientos que han de venir. Los demás, la muchacha de servir, el chico de los recados, los labradores, el artesano que está de espaldas, están en marcha, como la ciudad en esa época. En movimiento en busca de un futuro que se iba a hacer y deshacer entre todos los que formaban el cuerpo social de la polis, de la urbe. La historia iba a ser pródiga en acontecimientos, en alegrías, en tragedias, en historias individuales y comunes. Al fin y al cabo el siglo XX es el de las grandes transformaciones sociales, económicas, urbanísticas y políticas. La humanidad dio un salto mortal –y no lo digo por el resultado de la pirueta sino por la dificultad del ejercicio- que nos ha llevado a caer de nuevo en el suelo con bastante inestabilidad. Esperemos que tras ese salto nos pensemos las nuevas acrobacias antes de ponerlas en práctica y sobre todo, si es que las vamos a practicar finalmente, que las ensayemos un poco previamente.
Precisamente para reconstruir datos que a todos nos interesan y para hacerlo desde el conocimiento histórico nos acompañan hoy dos personas que, sin duda, han ayudado de forma determinante a mejorar el contenido de este trabajo, ya que de todo lo demás que esté mal asumo la responsabilidad. Jesús Urrea y María Antonia Fernández del Hoyo han aportado, y van a aportar hoy también con sus comentarios, la visión académica, precisando fechas, comparando imágenes, descubriendo detalles, arrojando luz donde los demás no vemos más que sombras. A Jesús le he pedido que diera un breve repaso a algunas de las guías mejores que ha tenido Valladolid en los últimos dos siglos. A María Antonia, que hable de algunas colecciones fotográficas, de algunos archivos –entre ellos el de su abuelo- de los que han ido saliendo en los últimos años casi todas las instantáneas publicadas en libros sobre la ciudad. Y hablando de Archivos, debo agradecer también al personal del Archivo municipal su disposición y su afecto con el que se me hizo más llevadero indagar en el depósito de los recuerdos dormidos. También a El Norte de Castilla me llevó la curiosidad y recibí el mismo y privilegiado trato. Siempre digo que los mejores momentos de mi vida como investigador los pasé revisando los antiguos tomos de los diarios de la ciudad en la antigua sede del periódico, en Duque de la Victoria, sólo interrumpido por el saludo amable y diario de Fernando Altés, personificación de El Norte de Castilla durante tantos años. Y finalmente rendiré un agradecimiento plural a todas aquellas personas que con sus recuerdos, sus fotografías familiares, sus pequeñas aportaciones, contribuyeron a crear este trabajo que es un poco de todos y a todos pertenece.
Al Ayuntamiento de Valladolid, representado hoy aquí por Angeles Porres, primera teniente de alcalde y por Paz Altés, responsable de publicaciones, le debo, no sólo el agradecimiento por todos los documentos que han ido editando estos años pasados y que me han servido para completar la visión histórica de Valladolid, sino su afecto y su decisión de contribuir a la edición y avalar los resultados del trabajo. No quisiera olvidarme de quienes me han ayudado escaneando fotografías, sugiriendo formas, mejorando tonos, borrando rótulos inútiles para que la imprenta Casares hiciera mejor su trabajo que, como se puede ver ha sido espléndido. Al editor, Manuel Bahillo, sólo puedo decirle que espero darle mucha suerte con este su primer libro y que vengan muchos más y yo que los vea.