Joaquín Díaz

ISHINOHANA


ISHINOHANA

Para un disco de Luis Delgado

14-04-2011



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Todos estamos protegidos por la sombra de la utopía. En algunos casos –por desgracia cada vez más frecuentes y mayoritarios- esa sombra se extiende y se cierne amenazante sobre quienes han elegido un espacio habitado para vivir e ilusoriamente lo han bautizado con algún topónimo. Utopía es un término tan equívoco que descoloca a quienes pretenden colocarlo en algún lugar. No en vano su etimología está reclamando permanentemente la desubicación inteligente en un espacio que se da la mano con la ucronía. No sé a quién o a qué habrá que agradecer la disponibilidad constante de la utopía como recurso terapéutico en ese nosocomio que es la sociedad moderna. La utopía humanista, que se inicia en Petrarca y se cierra con Erasmo de Rotterdam después de dos siglos de sueño inconcluso para la belleza, el arte y la inteligencia, pretendía el retorno a los valores de las culturas griega y romana y algunos aseguran que fue la base de una nueva civilización. No lo sé. Tal vez prefiero no saberlo. Creo que la utopía es como la rosa –mejor no tocarla, porque es así- y se aparece (como la Virgen a los pastores) en esas oquedades recónditas donde no se practica lo banal ni se respiran globalizaciones forzadas. Viajemos con el equipaje ligero de este trabajo desde nuestra propia habitación, como recomendaba de Mestre, y sintamos el vértigo del no-sitio para disfrutar mejor de ese “lugar bajo el sol donde no existe la tristeza”.