Joaquín Díaz

ROMBO


ROMBO

Sobre una colaboración en la revista Rombo

13-12-2016



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Las fechas del calendario tienen diferente significado para cada persona. Algunas se recuerdan con afecto y otras se prefieren olvidar, pero casi siempre unos determinados guarismos encierran sucesos cuyas claves son personales y difícilmente transferibles. La década de los años 80 del siglo pasado comenzó para mí con un hecho -la aparición de la Revista de Folklore- que después de casi cuarenta años me sigue llenando de satisfacción y terminó con otra circunstancia -mi traslado al pueblo de Urueña- que ha marcado los últimos años de mi vida. Y en medio de la década, hacia 1984 creo recordar, una invitación a participar en la revista Rombo me permitió colaborar en una tarea bien hermosa -la de interesar a los niños por la música- y difundir entre los más pequeños la afición hacia los instrumentos musicales.
Todo ello se debió sin duda al entusiasmo y al exquisito olfato periodístico de Ramón García, escritor al que siempre me unió una gran amistad y que por la época de que estoy hablando dirigía la revista Rombo. Ramón había tomado como un empeño irrenunciable que la publicación interesara cada día a más personas, que sus contenidos fuesen diversos y atractivos, y que colaborasen gentes no siempre relacionadas con el mundo del automóvil. En mi caso, la sugerencia vino por la vía de la organología, aspecto al que había dedicado siempre mucha atención y que finalmente vendría a ser la piedra angular del museo de Urueña. En otra publicación que también dirigía Ramón -los Cuadernos vallisoletanos- habíamos hecho una primera prueba y el resultado, altamente positivo, nos alentaba a intentarlo de nuevo aunque dirigiéndolo en esta ocasión a un público infantil. La revista Rombo tenía un suplemento para niños titulado Tu Tobogán con formato de comic y a todo color, que entretenía e ilustraba a los hijos de los trabajadores de FASA. Allí, y a través de 12 colaboraciones dibujadas magníficamente por Pedro Sancho, traté de despertar la curiosidad de niñas y niños hacia unas piezas que, a pesar de su evidente antigüedad, parecían sugerir siempre una nueva lectura, ofreciendo la posibilidad de ejercitar y deleitar todos los sentidos. En una doble página fuimos incluyendo instrumentos bien conocidos y populares (como la guitarra o la flauta de tres agujeros) junto a otros más raros y sorprendentes (como la chilla o la ginebra) con cuya lectura estoy seguro disfrutaron niños y mayores haciendo buena la frase horaciana de "enseñar deleitando". Mis colaboraciones terminaron en el número 50, pero me dejaron el buen sabor de boca de una obra realizada con cariño que había ido despertando afición e interés en los muchos lectores de la revista, quienes me enriquecieron a menudo con sus comentarios y sugerencias. Esas colaboraciones vinieron a corroborar asimismo que los automóviles Renault -y lo puedo decir después de haber recorrido más de un millón de kilómetros en ellos- eran algo más que una marca y tenían un significado familiar, cercano y entrañable.