Joaquín Díaz

AGAPITO MARAZUELA


AGAPITO MARAZUELA

Sobre el famoso músico segoviano

07-03-2013



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Agapito Marazuela ha sido y continúa siendo un personaje clave en la revitalización de la cultura popular castellana. Si bien el tiempo y las circunstancias me llevaron a realizar labores diferentes a las suyas dentro del camino que él tan pródigamente abrió para las generaciones siguientes, hay un punto en el que coincido plenamente con él y cuya ejemplaridad continúa y continuará sirviendo de modelo para quienes se apasionen por el ámbito de lo popular. Me refiero a su ejercicio convencido de una actitud ética, con la que supo jerarquizar los valores esenciales colocando al ser humano por encima de todo. Un talante estoico ante las dificultades y un concepto desprendido y magnánimo de la amistad hicieron de su vida, difícil y comprometida, un espejo en el que aún hoy -con una sociedad cada vez menos participativa y de espaldas incluso a su propio destino como colectividad- podemos mirarnos ventajosamente.
Lo importante no es la tonalidad de una canción, ni la versión rara, ni la ejecución virtuosística, sino el individuo que crea, que convierte todo eso en un estilo tradicional, en un arte popular, con un matiz personal eterno y efímero al tiempo. Porque en la capacidad de inventar, de transmitir convenciendo, está, qué duda cabe, el secreto de una cultura perfectamente integrada en la vida de cada ser humano, que ha sobrevivido a los tiempos y a las generaciones.
Habrá que aceptar, pues, que la transmisión de este tipo de conocimientos se basa, tanto en la acción colectiva que va puliendo y perfeccionando la herencia recibida, como en la actividad de ese tipo de creadores capaces de captar una idea (generalmente antigua y representativa) convertirla en imagen y comunicarla a los demás con un lenguaje sonoro, oral y gestual adecuado.
Todo: desde la asimilación de la temática, el uso correcto de los mitos y la sabiduría para convertirlos en palabras, hasta la fuerza para transmitirlos enriqueciendo el contenido -todo, digo- está dentro del individuo y le va moldeando, realizando y engrandeciendo en la medida que es autor de un patrimonio cuyo aprovechamiento va a pertenecer al común de la colectividad en la que vive y a la que está enraizado.
Siempre que he escrito acerca de Marazuela he recurrido a los recuerdos personales, no muy numerosos pero intensos, que me permitieron conocerle mejor y admirarle más. Marazuela consiguió ese envidiable estado, reservado a una escasísima minoría, en el que vida y oficio se mezclan y confunden en armonía, contribuyendo a perfilar o completar la personalidad de un individuo. Agapito fue un hombre íntegro a quien se obligó, más a menudo de lo necesario, a mostrar y demostrar que su vida estaba firmemente asentada sobre unos principios éticos en cuyas esencias basaba la seriedad de su carácter y la fuerza de su comportamiento. Además de eso, que ya le habría convertido en un ser especial, Agapito era un hombre enamorado de su oficio y convencido de la importancia social y humana que la defensa de ese oficio podría tener en la sociedad de su tiempo y en la prolongación natural de sus resultados. Con un orgullo inusitado, Marazuela pregonaba la dignidad del músico en el mundo rural y la necesidad de prepararse más y mejor para responder con propiedad a la llamada del Arte. Sólo de ese modo se explica su defensa casi en solitario de la tradición y de su patrimonio, frente a una sociedad preocupada por otros temas mucho más banales y prosaicos. La postura personal y profesional de Agapito, sin fisuras ni vacilaciones, salvó muchas formas antiguas del olvido injusto y preparó el natural advenimiento de otras generaciones que no vieron ya en lo patrimonial el aparente castigo de la historia, sino el mejor premio a la fidelidad de la sangre. Entonces como ahora Agapito Marazuela fue un ejemplo impagable, un bastión inaccesible a los caprichosos ejércitos de la novedad, una figura heroica en cuyo espejo siempre limpio puede mirarse quien crea en el reflejo de la identidad y en la cualidad del conocimiento.