Joaquín Díaz

LA ALDEA MUERTA


LA ALDEA MUERTA

Leyenda tradicional

22-02-2000



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Sobre pueblos abandonados incide la literatura popular
—cuentos,leyendas y romances, fundamentalmente— con relativa
frecuencia. Las versiones más abundantes nos presentan una aldea
cuyos habitantes no tienen piedad de un peregrino o mendigo, por
cuya causa son sepultados bajo las aguas. Sólo se salva una
persona que ha ofrecido un bollo al viajero (que suele ser Cristo
disfrazado) que al ser introducido en el horno aumenta
milagrosamente de tamaño. Después de salir del pueblo el mendigo
clava su bastón en el suelo produciéndose un enorme borbotón de
agua que cubre por completo el lugar. La tradición conserva además
el hecho legendario de que las campanas del pueblo anegado suenan
solas la noche de san Juan, pudiendo escucharlas sólo quien se
halla en gracia de Dios.

Otro modelo de relato recuerda el despoblamiento de una villa
—llamada en algunos lugares "la ciudad de la rosa"— por la muerte
de todos sus habitantes al ingerir un veneno que les es
administrado casualmente (en una boda por ejemplo) o a propósito.
En este caso suele ser un enfrentamiento entre dos familias lo
que provoca una terrible maldición que cae sobre ellos y sus
descendientes. Incluso algunas leyendas introducen la variante del
apasionado amor entre los herederos de las ramas enfrentadas, lo
que provoca un caso similar al contemplado por narraciones
paradigmáticas de la literatura universal como Romeo y Julieta.

En todas las circunstancias sólo queda una vieja que relata
el doloroso caso a quien quiera oirla, haciendo especial mención
a la forma de envenenamiento (serpiente, salamanquesa, sapo, filtro
mágico). Esta fórmula tiene su precedente español en la leyenda
aljamiada de la obra Alhadiz de Ibrahim: Abraham llega a una
ciudad en la que hay una torre y encuentra a todos sus habitantes
muertos; sólo puede hablar consecutivamente con cuatro aves las
cuales le confiesan que viven en aquel lugar desde hace mil, dos
mil, tres mil y cuatro mil años respectivamente. Al preguntar a la
última por la historia de la ciudad contesta: "No lo sé más que
tú sino por lo que me fizo a saber mi hermana, que vivió muy
grande tiempo, ue en su tiempo que ella vivió que conoció una
vieja de muy grande tiempo de los de esta ciudad, que la salvó Alá
de lo que deballó sobre ellos, que no quedó ninguno sino aquella
vieja. Y dijo que los de esta ciudad eran que no mandaban con la
razón, ni se devedaban de ninguna cosa esquiva. Y deballó Alá sobre
ellos una voz que murieron más presto que pestañada de ojo".

LA ALDEA MUERTA

—Abuela, arrímese al fuego y cuéntele a este forastero la historia
del pueblo de arriba, que yo se lo he dicho y no me cree.

—Es que las jóvenes no hacéis más que comprometer. Sólo sabéis
decir mentiras y picardías...

—No es eso abuela —terció el viajero—, es que me parece increíble
que todo un pueblo pueda desaparecer sin quedar nadie.

—Nadie; y que nos aguarden allá muchos años. Sólo yo quedé y porque
ese día me tocó la vecera de las cabras y no pude ir a la
boda; alguien tenía que salir con el ganado y fui yo como podría
haber ido cualquier otro vecino. ecuerdo que ni al portal de las
casas salió nadie a dejar los animales; creo yo que ese día se
reunieron solos en la plaza de lo atareado que andaba todo el
mundo en los preparativos de la fiesta. ¡Infelices!. Velados y
todo, familias enteras. Tuvo que ser triste morir así. El veneno de
la salamanquesa es de lo peor que hay. a decía mi madre que en
gloria esté, que si te muerde la salamanquesa coge la pala y vete
a la iglesia...Pues ni tiempo les dio a estos desdichados de
hacerse la sepultura. Todos tenían la lengua fuera cuando yo
llegué y ni siquiera las criaturas más inocentes habían dejado
de probar la sopa hecha con agua de aquel pozo. El veneno pasa del
paladar a la andorga y de la andorga a la sangre más rápido que
una exhalación. Yo tengo ahora un dicho que es mio, de mi
caletre, vamos, y que me parece que es más cierto que la luz del
día: si bebes de un pozo con salamanquesa, sin devagar te vas a la
huesa. Así perdí a todos los mios; mis dos hijos, mis nueras. Nadie
me quedaba allí, así que di todo lo que tenía a la iglesia de este
pueblo y aquí me vine a vivir de la caridad de estos venteros, que
mientras mis hijos vivieron fueron como hermanos. La posada es
distraída y por aquí pasa mucha gente. Yo les ayudo en la
cocina, doy conversación a los que llegan y todas las mañanas, eso
sin falta, traigo para mí un cántaro de agua de la fuente. Un
consejo le doy: no beba nunca agua de pozo; a todo el que me quiere
oír se lo digo. Todos los mios se fueron así, ya ve...