Joaquín Díaz

JUAN BAUTISTA VARELA


JUAN BAUTISTA VARELA

Necrológica en la Academia

23-01-2015



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No recuerdo con exactitud el momento o las circunstancias en las que conocí a Juan Bautista Varela. Probablemente fue su interés por la musicología vallisoletana lo que propició nuestro primer encuentro a mediados de la década de los años 70. Estaba escribiendo Juan Bautista por entonces en El Norte de Castilla una serie de colaboraciones que después salieron en forma de libro bajo el título "Encuentros con la música...desde mi mesa", publicados por la Caja de Ahorros Popular. Precisamente en la sede de aquella obra cultural, primero en la calle de Ferrari y luego en la Plaza de Fuente Dorada tuvieron lugar nuestras primeras conversaciones sobre la música y los músicos, preocupación permanente para ambos. Recuerdo la gran admiración que Juan Bautista sentía por José Subirá, acerca del cual escribió largamente dedicando una especial atención a sus trabajos sobre la tonadilla escénica, género que Subirá había estudiado como nadie y acerca del cual publicó unos insuperables trabajos. El fallecimiento del ilustre musicólogo barcelonés en 1980 fue consignado oportunamente en una necrológica titulada "Desaparición de un patriarca de la musicología española" en una de aquellas inolvidables colaboraciones de Juan Bautista en El Norte de Castilla.
Cualquiera que sea la fecha de aquel posible primer encuentro, sirvió para comenzar una amistad que ambos cultivamos hasta su fallecimiento. En particular, el año de 1980 fue pródigo en charlas, casi siempre en mi casa o en la Caja de Ahorros Popular, donde el jefe de la obra cultural, Luis Fernando González, nos convocaba con frecuencia para organizar actividades relacionadas con la música. En una de aquellas improvisadas conversaciones comenté a ambos, Luis Fernando y Juan Bautista, la posibilidad de editar una revista que dedicara su contenido al folklore, disciplina compleja y de múltiples facetas muy necesitada en la época de un órgano escrito de expresión. En poco tiempo habíamos conseguido superar las reticencias y dificultades derivadas de cualquier tarea de edición y podíamos anunciar con orgullo la aparición del número 0 de una publicación que, a día de hoy, casi ha alcanzado los 400 números y se mantiene, gracias a las posibilidades de difusión que proporciona internet, con más de un millón de visitas al año. Juan Bautista contribuyó desde el principio a enriquecer los contenidos de aquella nueva revista en dos frentes concretos: el primero, con su trabajo personal, realizando una serie de artículos sobre instrumentos musicales que fueron apareciendo en los números iniciales de la publicación y el segundo con una difusión entusiasta de la misma entre sus contactos del mundo de la música que pronto dieron fructífero resultado, con la incorporación como colaboradores de personalidades importantes en el ámbito de la cultura entre los que podría mencionar a Evaristo Correa Calderón o a Carmen Bravo Villasante. Durante diez años y a través de 31 artículos, la presencia de Juan Bautista y su magisterio ilustraron la Revista con unos contenidos que tan pronto tocaban temas de organología como se fijaban en aspectos inéditos de la iconografía musical. Otro aspecto que siempre le interesó fue el biobibliográfico, sobre el que llevó a cabo trabajos ejemplares y exhaustivos, como el realizado sobre su paisano Juan Montes -que juzgo definitivo-, o alguno menor pero siempre interesante como el que escribió -precisamente en la Revista de Folklore- sobre el músico Mauricio Farto, nacido en Santibáñez de Valcorba, en Valladolid, pero de adopción y vocación gallega, o sobre Enrique Barrera, maestro de Capilla en Burgos, colaboración que incluyó en el Boletín de esta Academia en la época en que lo dirigió.
Acerca de Montes hablábamos muy frecuentemente. Juan Bautista me preguntó a veces sobre las posibles fuentes de algunas de sus obras, en especial aquellas que de una forma u otra tuvieron relación con el repertorio de la tradición. Le preocupaba en especial la balada "Negra sombra", que Varela consideraba como uno de los temas más populares del músico lucense no sólo por el hermoso y romántico poema de Rosalía de Castro sino por la bella melodía de que Montes lo acompañó. Después de estudiar algunos cancioneros del siglo XIX le sugerí que tal vez Montes hubiese tenido conocimiento de un cancionero editado por Lázaro Núñez Robres en 1867 con canciones de toda la península en el que se incluía una Muñeira y un tema denominado "Canto asturiano" cuyas seis primeras notas eran las mismas con las que comenzaba el célebre "Negra sombra". ¿Casualidad? Juan Bautista opinaba que tal vez en la época en que Montes fue pianista, primero en el Círculo de las Artes y posteriormente en el Casino de Lugo, pudo conocer la recopilación de Núñez Robres e incluso tocar algunos de sus temas al piano en aquellas largas y tediosas sesiones a las que le obligaba un contrato un tanto leonino suscrito con ambas entidades por el músico. En cualquier caso, e independientemente de que le sirviera de inicial inspiración, ambos coincidíamos en que la obra de Montes tenía un toque especial que era solo suyo y no merecía la pena buscar más motivos ajenos.
Durante muchos años tuvimos la suerte de compartir aficiones y amigos. La afición por la investigación y por la música nos permitió descubrir y apreciar los procesos de creación y difusión de instrumentos musicales. Como decía, suya fue la idea de dedicar artículos monográficos en la Revista a diferentes instrumentos históricos o populares y a él habría que achacar el mérito de haber despertado vocaciones en algún lutier o en algún instrumentista, además de en algunos investigadores que siguieron sus pasos y sus documentados trabajos. También hablamos mucho sobre personajes relacionados con la disciplina musical, en particular sobre aquellos que, por una u otra razón tenían interés especial para cualquiera de los dos. Después de haberse inaugurado el Centro Etnográfico de la Diputación en Urueña, por ejemplo, tuvimos varios encuentros con Fray Pedro de Urueña como tema central. Fray Pedro fue monje del císter, personaje nacido en la villa de Urueña a comienzos del siglo XVII, ciego de nacimiento, y uno de los ingenios musicales más destacados de esa centuria. Pedro ingresó en el Monasterio de la Santa Espina tras superar numerosas y arduas pruebas que demostraban su capacidad para la vida monástica. Pronto destacó en los estudios musicales y de astrología, acerca de cuyas materias escribió dos tratados, Arte nuevo de la Música y Astronomía y Astrología. En la misma época destacaba también en la Espina Juan de Caramuel, uno de los escritores más admirados del siglo XVII, quien publicó 250 obras acerca de los temas más variados y casi llegó a cardenal. Es probable que Fray Pedro conversara frecuentemente con él y de esas conversaciones salieran las propuestas musicales que el ilustre urueñés hizo en sus trabajos. Todos estos temas, como digo, entretenían nuestras charlas y nos llevaban de una cuestión a otra con extraordinaria facilidad.
Respecto a los amigos, el Padre José López Calo, infatigable investigador y divulgador de los archivos catedralicios y académico de honor de esta institución, fue uno de ellos. El Padre Calo contribuyó con su buen criterio y mejor opinión a difundir los trabajos de Juan Bautista en Galicia. A Juan todo lo gallego le era familiar y de todo extraía algún dato que su erudición y conocimiento le permitía relacionar con personas, lugares y cosas. De nuestras conversaciones acerca de la zanfona dedujimos que teníamos también conocidos comunes pues, mientras él conocía a Jesús Pérez, artesano que fabricaba para la Diputación de Lugo con ayuda de su hijo Luciano, yo tenía ya relación con otro constructor, Amadeo Goyanes, lutier que había trabajado con Faustino Santalices en la recuperación del instrumento en la España de los años 50 y 60. Recuerdo muy bien a Amadeo Goyanes y, aparte de su zanfona que todavía guardamos en el Museo de Urueña y de la gaita que me hizo, que actualmente está en el Museo de Silos, tengo algunos otros recuerdos de él a los que ahora me referiré. Me lo presentó Luis de Castro, médico gallego que residía en Valladolid y persona muy interesante con quien pude conversar a ratos perdidos acerca de temas de iconografía. No olvidemos que, además de catedrático de Historia de la Medicina en la Facultad de Valladolid, Luis de Castro fue el autor de un libro extraordinario y original titulado Un médico en el Museo, Estudio biológico-artístico del Museo Nacional de Escultura de Valladolid. Pues bien, un buen día me llamó el Doctor Castro para que fuese a su casa pues estaba allí Amadeo y quería que viese la zanfona que llevaba…Quedé entusiasmado del instrumento y tras algunas breves conversaciones que intercambiamos decidí comprarle la pieza. Como tenía bastantes dudas acerca del instrumento y no podían resolverse en una sesión, accedió a prestármelo para ver cómo me sentía con él pero, para mi desconsuelo, al cabo de un mes -cuando ya estaba embalado aprendiendo a tocarlo- mandó con un propio a buscar la zanfona (por cierto que la tuve que llevar a las tantas de la mañana al tren correo que pasaba por Valladolid camino de Monforte) pues la necesitaba para una romería…Al cabo de un tiempo volvió a pasar por Valladolid y ofrecérmela de nuevo pero le dije que de ese modo no terminaría nunca de aprender y le propuse que me la vendiese definitivamente: tras algunos titubeos me pidió 40.000 pesetas y se la compré, pero como le parecía que me había pedido mucho, me regaló finalmente una gaita preciosa de ébano fabricada por él…Goyanes era un personaje muy peculiar del que en la actualidad se está terminando de escribir una biografía. Recuerdo que cuando llegaba a Valladolid no se atrevía a entrar en la ciudad por el tráfico y quedábamos a las afueras, en un sitio que él conocía y que le resultaba familiar y cómodo, de modo que nos entrevistábamos como si fuésemos traficantes de algún producto prohibido tratando de esconderse de no se sabe qué control o vigilancia.
En lo que respecta a la relación de Juan Bautista con los artesanos lucenses mencionados, fue su permanente curiosidad la que le llevó a visitar el taller que finalmente se convertiría en el Obradoiro e Arquivo de documentación musical. Este taller había iniciado en el año 1951 una andadura larga y fructífera partiendo del interés y de la iniciativa de Antonio Fernández López, un empresario bien conocido en el mundo de la economía en España en los años posteriores a la guerra, pues a la puesta en marcha de empresas como Pescanova, Antibióticos o Cementos del Noroeste, se unió una actividad de mecenazgo inusitada para un ingeniero de la época. Antonio Fernández creó en 1948 la Granja de Barreiros y poco más tarde el colegio Fingoy, basado en los principios e ideario de la Institución Libre de Enseñanza, uniendo a todo ello la iniciativa cultural de la Editorial Galaxia en la que contó con la ayuda de Álvaro Gil Varela. Juan Bautista conoció a Jesús Pérez, hijo de otro artesano y fabricante de gaitas y zanfonas, Paulino Pérez, en el momento en que el taller y archivo de Lugo tomaban un nuevo impulso bajo el patrocinio de la Diputación lucense, de modo que unió su entusiasmo, como siempre solía hacer, para contribuir a la difusión y consolidación de un gran proyecto que hoy día es una espléndida realidad.
El afán por conocer y la generosidad para hacer a los demás partícipes de sus investigaciones caracterizaron en vida a Juan Bautista Varela de Vega, de quien aprendimos a amar la musicología y a disfrutar aún más con la música a través del mejor conocimiento de sus autores o intérpretes. La musicología vallisoletana perdió con su fallecimiento uno de sus mejores representantes pero su familia, sus amigos y compañeros le recordamos permanentemente. Descanse en paz.