Joaquín Díaz

MAXIME CHEVALIER


MAXIME CHEVALIER

Presentación del profesor Chevalier en la Cátedra de Estudios sobre la tradición

12-03-1993



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Una personalidad tan rica como la del profesor Maxime
Chevalier tendría —de hecho tiene— un curriculum suficientemente
amplio como para ocupar cumplidamente todo el tiempo que
quisiéramos dedicar a esta presentación. Los curricula, sin
embargo, son a veces exiguos para conocer a una persona, siquiera
nos sirvan para admirar la extensión o profundidad de su trabajo.

Una de las obras del profesor Chevalier, editada en 1975 por
Gredos y titulada Cuentecillos tradicionales en la España del
siglo de oro, descubrió a muchos españoles( entre los cuales me
incluyo) una faceta casi ignorada —o poco valorada— de la vida de
nuestro país en los siglos XVI y XVII: la del humor. Cierto que se
conocía el placer que causaba a Lope o Cervantes el uso de
cuentecillos (cuando no de frases o palabras de esos mismos
cuentos) cuya gracia radicaba en el modo de narrarlos, puesto que
el fondo era conocido de todos, o en la ventaja que se pudiese
sacar de ellos para apoyar la comprensión o memorización del
pasaje de una obra. Lo que Chevalier descubría en su trabajo era
que todos nuestros antepasados estaban allí, contando el cuento
o siendo destinatarios de él: clérigos, criados, jueces, ladrones, mercaderes, médicos, labradores, venteros,hombres y mujeres, Quevedos y Gracianes, todos sin
excepción protagonistas de un humor inigualado en elegancia por
grueso que fuese su contenido. Y era esa donosura expresiva hecha
lenguaje trasparente, ese cristal antiguo —todavía intuido y casi
siempre añorado en algunos de los chistes actuales— lo que el
profesor Chevalier nos mostraba al aplicar sabiamente su azogue
de modo que nos viésemos reflejados con todas nuestras
capacidades y carencias. No era la primera vez que Maxime
Chevalier se adentraba en el siglo de oro español: sus trabajos
sobre Ludovico Ariosto confirmaban la influencia del Orlando en
un centenar de romances de los siglos XVI y XVII; por otra parte
su dominio sobre las obras literarias de la época le permitía
sacar a la luz esos "cuentos familiares" que la gran mayoría de
eruditos del XIX había ignorado casi por completo y que
hispanistas del XX como espinosa o Boggs habrían deseado
conocer. Resultado de ese trabajo que hermanaba folklore y
literatura fueron dos libros fundamentales suyos: Cuentos
españoles de los siglos XVI y XVII y Cuentos folklóricos
españoles del siglo de oro. n período de ocultación en el siglo
XVIII, debido al desprecio consciente de los literatos ilustrados
hacia lo rústico y especialmente hacia las causas inadvertidas
arrastradas por el torrente de la tradición, provocó que el
resurgimiento del cuento popular en el XIX llegara de la mano
paternal y cuidadosa de los escritores románticos, en constante
vela por la apariencia templada y virtuosa de las costumbres.

También a ese periodo y a alguno de sus más conspicuos
Representantes (Fernán Caballero, Coloma) dedica su atención el
profesor Chevalier llegando incluso hasta la época de la novela
regional (Pereda, Palacio Valdés, la Pardo Bazán) y el reencuentro
con el cuadro rural y sus expresiones, preteridas temporalmente
pero nunca olvidadas en la tradición oral.

La finalidad principal del cuento, de la narración personalizada efectuada ante un auditorio, parece ser, desde los tiempos en que la humanidad comienza a utilizar la razón, la de transmitir conceptos intelectuales o emocionales de índole mítica, histórica,moral o simplemente práctica. Quiero decir con
esto que la comunicación de todos esos conocimientos siempre se
realizó con la presunta intención de que el ser humano
"controlara" —por decirlo con una expresión muy actual— todo lo
que le rodeaba; de que el individuo tuviera conocimiento, previo
a su propia relación experimental con el medio, de aquello que iba
a tocarle vivir (incluso lo desconocido o imprevisible), proporcionándole al mismo tiempo unas claves de comportamiento ante cualquier contingencia. Chevalier contribuye con sus estudios al redescubrimiento y observación de esas
claves, ayudándonos a distinguir entre una ética superior y la
moral de ocasión; aportando al estudio riguroso y diacrónico del
género una metodología convincente; familiarizándonos, en fin, con
personajes y temas creados y recreados en otros siglos gracias
a sus acreditadas antologías.

Por todo ello y por la devoción particular que siento por su
talante, es un placer dar la bienvenida a esta cátedra al profesor
Chevalier y escuchar su sabio dictado.