Joaquín Díaz

EL SILLON DEL DIABLO


EL SILLON DEL DIABLO

Leyenda tradicional recreada

22-02-2000



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Dentro del libro Tradiciones universitarias de Saturnino Rivera
Manescau aparece esta leyenda a la que un sillón de cuero del
siglo XVI todavía existente en el Museo Provincial sigue dando
alas. Según se desprende de la narración, el licenciado Andrés de
Proaza fue condenado por practicar la vivisección en un niño. "Se
le formó proceso —continúa Rivera— y el Tribunal Universitario le
condenó a que puesto que sea en la cárcel real de esta villa sea
della sacado caballero en una bestia de albarda, con soga de
esparto a la garganta y con pregonero que publiquen su delito, sea
traido por las calles públicas y acostumbradas de esta villa y
llevado a la plaza pública de ella sea ahorcado y ahogado hasta
que muera naturalmente“.

El tema del médico que tiene tratos con el diablo para
conseguir curaciones o efectos milagrosos es muy antiguo y ya
aparece en el XVI una Historia del Doctor Johann Fausto, precedente de todos los Faustos románticos literarios y musicales.

En cualquier caso el tema del sillón está muy bien hallado y
bien tratado por Rivera Manescau que da a la tradición
universitaria categoría de auténtica leyenda.


EL SILLON DEL DIABLO



El pequeño Alonso trató de abrirse paso entre la multitud que
observaba la escena; mejor acomodado ya, escuchó al pregonero
recitar su monótona y terrible cantinela...

—"De orden de Su Majestad..."

Absorto como estaba no se dio cuenta de la presencia a su lado
de Juan, rapaz de la misma edad y compañero de juegos.
—Eh, Alonsico; ya sé algo.

Alonso despertó de su ensueño y escurriéndose ambos como
sabandijas consiguieron salir del tumulto.

—¿Es don Andrés?.

—Sí, mi padre lo ha dicho mientras almorzaba. Le han condenado a
la horca. Vamos...

Corriendo por el dédalo de estrechas calles que llevaban al
Esgueva llegaron frente a una gran trasera cerrada.

—¿Está la llave?

—Si, aqui está.

Juan había metido la mano por un hueco que quedaba entre dos
adobes del dintel y había sacado una llave de considerable tamaño
con la que abrieron el viejo portón.

—Cierra presto, no vaya a pasar alguien.

—Están todos en la plaza, no tengas cuidado.

Bajo la tenada, en el lugar de siempre, estaban los trompos que el
licenciado Andrés de Proaza les había regalado. Sin hablar, sentian
la misma sensación de impotencia y de rabia: el licenciado era su
amigo y siempre había sido amable con ellos. Se sentaron un
momento a liar los trompos.

—¿Y por qué será?.

—Algo he oído a mi padre sobre Rodrigo. Ya sabes que desde que se
perdió por el Corpus no han podido encontrarle. Ahora acusan a don
Andrés de haberlo retenido y no sé qué más cosas.

—Mentira —dijo Alonso bailando su peonza—, mentira todo.

—Mira Alonsico —Juan se había acercado a una de las ventanas de
la casa—; desde aquí se ve bien el despacho del licenciado.

A un lado de la mesa, como separado a propósito, había un sillón
frailero de cuero repujado. La luz que entraba por la ventana daba
un sorprendente brillo al respaldo satinado por el uso.

—Vámonos antes de que nos echen de menos...

—Tranquilo,aún no habrá acabado todo.

Volvieron a abrir la puerta de hombre de la trasera y después de
echar una rápida mirada a uno y otro lado salieron, cerrando tras
ellos y dejando la llave en el mismo y escondido lugar de donde
la tomaron.

—¿Jugamos esta tarde?.

—Si, quedamos en la plaza después de comer.

Apenas llegó Alonso a su casa, su madre le recibió con un bofetón.

—Pero madre,si no he hecho nada...

—No has estado viendo ahorcar al licenciado y allí es donde te
lo debía de haber dado, para que no caigas tú nunca en las mismas
tentaciones.

Con la cara aún dolorida preguntó:

—¿Qué tentaciones?

—¿No has oido que don Andrés fue el que mató a Rodrigo?

—¿A Rodrigo?. Eso es falso.

—Tú qué sabras…,y cosas peores le hizo antes de matarlo. Siéntate
a la mesa y calla, que como sepa tu padre que habéis estado
jugando en el corral del licenciado te muele a palos.

—Pero si...

Alonso calló prudentemente al escuchar los pasos de su padre en
el zaguán. El hombre entró, saludó levemente con un gesto familiar
a su mujer y se fue a lavar las manos en la jofaina.

—¿Habéis llegado a algún acuerdo, marido?

—¿Cómo puede haberlo?. Esos muebles no los quiere nadie. Después
de lo que dijo en el juicio el licenciado todo el mundo cree que
el sillón está embrujado y quién sabe si toda la sillería. La
Universidad se quedará con ellos.

—Podías al menos haber pujado por la cama...

—¡Maldito negocio! ¿Quién va a querer dormir donde ha dormido el
demonio? Ese hombre era un condenado. Yo estuve en el juicio y vi
su mirada extraña cuando declaraba. Le oí decir que quien se
sentara en el sillón tendría grandes poderes pero no siendo
sanador y sentándose tres veces moriría; y aún llegó a decir que
no intentasen destruirlo pues quien tal hiciera habría de
fallecer también.

—¡Jesús! ¿Cómo puede ser todo eso?.

—Y yo qué sé,mujer. Más no podrá contar, que ya le apretaron bien
el garguero.

—Sí, yo lo vi, y quise llevar a Alonso pero como siempre no estaba
en casa.

Un pescozón cayó sobre el muchacho que apenas tuvo tiempo de
encogerse de hombros.

—Si no obedeces a tu madre cualquier día te pasa lo que a Rodrigo
el de Juana. ¿Es que no te das cuenta de los peligros que hay hoy
día en la calle? ¡Cuerpo de...!