Joaquín Díaz

LA ENCINA


LA ENCINA

Para recibir la Encina de honor en Salamanca

20-07-2014



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Me van a permitir que comience estas palabras de agradecimiento con una cita bíblica, como en los sermones de antes. Dice "el libro de los libros" que "los locos tienen el corazón en la boca", y yo creo que en las semanas precedentes me he acercado un poco a esa locura ante tantas muestras de afecto que me han llegado de todo el mundo al saber que se me había otorgado la encina charra. Todas esas felicitaciones, me han obligado a convertir en palabras lo que el corazón sentía. Sin duda el prestigio del premio y el carácter y tradición que ya posee han influido en ese hecho. Gracias a todos, y especialmente a quienes pensaron que mi nombre podía estar entre los ilustres que ya lo recibieron.
Hace años grabé un disco que titulé "Dendrolatrías", que era mi particular homenaje a esos árboles que tanta importancia tienen en la vida de cada persona. A la sombra de una encina me ponía a pensar de pequeño, como dicen que hacía el más importante de los dioses griegos, Zeus, y así me sentía yo en la ingenuidad de la infancia: como un dios que podía controlar el universo. Otros estudiosos de la mitología hablan de que la encina le servía como apoyo al soberano de hombres y dioses para emitir sus oráculos.
A mí la encina siempre me pareció el mejor de los árboles porque tenía tres virtudes de las que los humanos podemos tomar ejemplo: la generosidad -la encina alimenta y da calor a todos los seres que la rodean-, la paciencia -la encina crece lenta y moderadamente y es el antídoto contra la prisa o la precipitación- y la fortaleza -la encina tiene un peso y una densidad que la hacen casi única-. Estas virtudes, combinadas con la longevidad consiguen que la encina pueda ser considerada con ventaja como una metáfora de la tradición: la tradición significa entrega -de conocimientos y de la propia vida-, significa respeto por lo natural y por la naturaleza, y requiere mucha firmeza en las convicciones; mucho amor por lo propio, por el patrimonio, que es todo aquello que nuestros padres nos dejaron y que cada generación lucha por conservar y revivir.
Nunca como en este momento he tenido tan fuerte la sensación de que lo mejor de mi vida han sido los demás. Todos estos años pasados -que ya son 50-, dedicados a esta hermosa profesión donde he aprendido tanto de quienes me rodeaban, los he gastado en demostrar que la tradición no era esa pesada carga de la que había que despojarse para viajar más ligero hacia el futuro, sino todo lo contrario; tengo la certeza de que cuanto más escasa y menguada sea la base sobre la que se asienten nuestros pies, menos posibilidades tendremos de elevarnos sobre el presente para encarar un porvenir fecundo. Hagamos como Zeus. Subámonos a una encina para divisar mejor el futuro pero hagámoslo con el apoyo de unas raíces profundas y de un troco firme como una roca.
Y despojémonos de lo inútil. Dejemos a un lado lo accesorio para quedarnos con lo esencial para vivir. Recuerdo el cuento que me contaba mi madre de aquel rey que teniéndolo todo enfermó de tristeza y tuvo que ser atendido por los médicos del reino; ninguno daba con el remedio hasta que uno recomendó la curiosa solución de imponer sobre los hombros del monarca la camisa del hombre más feliz que se encontrara. Después de buscar días y días escucharon, detrás de una peña, a un pastor que reía, cantaba y parecía el hombre más dichoso del universo. Al saltar los soldados sobre él para arrebatarle la camisa se encontraron con el chasco de que no la llevaba.

Bueno, pues hoy me siento como aquel pastor: no me cambiaría por nadie en el mundo; creo que, sin tener nada, lo tengo todo: El afecto, la comprensión y el reconocimiento a mi trabajo. Gracias otra vez y para siempre por todo ello.