Joaquín Díaz

LA DOMI DE “EL PRÍNCIPE DESTRONADO”


LA DOMI DE “EL PRÍNCIPE DESTRONADO”

Sobre la obra de Delibes y uno de sus protagonistas

03-03-2011



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“Cuando la tradición vuelve a hablar –escribía el filósofo alemán Gadamer- emerge algo que es desde entonces y que antes no era”. Sin duda Gadamer está recordándonos que la voz, utilizada bajo unos determinados parámetros que la modifican –como la intencionalidad en la emisión, la seguridad, la credibilidad, el tono y volumen adecuados-puede vivificar los contenidos y dar sentido verdadero al simple sonido. Muchos manuales pueden enseñar el uso de la voz, el cuidado que se debe tener en su emisión y las garantías que puede ofrecer una correcta aplicación de las técnicas. Ningún manual nos transmitirá, en cambio, la sensación de haber captado la atención o el interés en nuestro auditorio y la certeza de que nuestra palabra ha penetrado en cada una de sus mentes. El hallazgo de ese personaje –aceptado pero insuficientemente valorado en su cometido- cuyas características marcan o delimitan ciertamente el desarrollo de todo el repertorio tradicional, se lo debo en buena parte a Delibes y al análisis de alguno de sus personajes. El escritor observa al individuo y sus costumbres con la distancia de un antropólogo, describiendo su conducta sin enjuiciarla. Pero lejos de la frialdad del científico, Delibes nos acerca al lado humano de sus tipos, de modo que uno llega a sentir simpatía o debilidad por ellos. Es verdad que no nos explica cómo han recibido los conocimientos especializados de que hacen gala, ni se para tampoco a hacer una apología de ellos: le basta con transmitir un sentimiento como de admiración hacia unos individuos que poseen una sabiduría peculiar; algo que tal vez los demás no tenemos.
El aire de superioridad que adopta la Domi en El príncipe destronado, por ejemplo, cuando observa a su pequeño público hipnotizado por su interpretación del romance de la "Rosita encarnada", es el paradigma del narrador que conoce su poder de comunicación y sabe que radica tanto en lo que está transmitiendo como en el tono en que lo dice. Hay por consiguiente en ello una especialización: si alguien desea una mesa, acude al carpintero; si lo que quiere es una reja, al herrero. ¿Dónde se acude si lo que se desea escuchar es la propia historia, el patrimonio antiguo y nuevo a la vez? Sin duda al narrador especializado, que utiliza el énfasis o los silencios con dramatismo, que embelesa –particularmente al público ingenuo- con narraciones tan humanas como truculentas. La ejemplaridad, los arquetipos –el padre malvado, la madrastra infame-, contribuyen en la voz de la Domi a despertar en Quico un imaginario de pesadilla. Aquellos horribles relatos son, sin embargo, los “viejos romances con que nos criamos todos” a los que aludía Lope de Vega y que ya en su época atormentaban las noches oscuras de tantas infancias. Pero, como bien decía la Domi encarnando en sí misma las vidas de tantos desalentados juglares, “por una perra gorda” ¿qué se podía esperar?.