Joaquín Díaz

CUENTO Y POESIA PARA MAYORES


CUENTO Y POESIA PARA MAYORES

Los relatos y la vejez

11-06-2000



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Cuando hace más de treinta y cinco años decidí dedicarme a la recopilación y al estudio de la tradición, la sociedad entera vivía complacientemente de espaldas a su pasado y pocas personas apostaban por la preservación de cualquier clase de valores o conocimientos de tipo tradicional. Todo parecía indicar que en la sociedad industrial no había espacio para el recuerdo, para la sabiduría de uso colectivo, esa que había condicionado e impulsado durante siglos la creación poética o musical, al tiempo que permitía acumular y fijar normas, leyes, costumbres y hábitos. Se vivía obsesionado por el progreso y en ese concepto no cabía lo antiguo, ni siquiera lo venerable, porque era sinónimo de caduco, viejo o inútil. Mirar atrás significaba debilidad.
En el cómputo global de la historia de un país o una civilización, treinta años no son nada y sin embargo la leve perspectiva cronológica ya nos permite vislumbrar las consecuencias de aquel grave error. Tanto si se trata de crear literatura como si se trata de repetir lo que la tradición nos ha legado para que se transmita oralmente, el ser humano necesita expresar sus emociones y sus sentimientos a través de la palabra, procurando además hacerlo con la adición de criterios estéticos. Cada frase, cada poema es como un latido, que le recuerda que su corazón palpita y que esa vida procede de la masa de su propia sangre, la misma que le vincula a un apellido, a una cultura y a una tierra.
Por eso creo que tiene tanto sentido que la creación literaria esté unida a los mayores; porque es como un reconocimiento a un pasado lleno de vivencias que ha posibilitado ese presente del que ahora disfrutamos y nos dirige hacia el futuro que entre todos queremos firmar. Me parece correcto además que se hayan elegido dos géneros literarios como la poesía y el cuento para expresar todo eso. Pese a que el cuento tuvo, desde el siglo XVIII -como escuela de costumbres que era- una consideración negativa (recordemos el “no me vengas con cuentos” o el ofensivo “eres un cuentista”), posee sin embargo en su estructura un potencial como ningún otro género en la literatura. La muestra evidente la tenemos en el relato de tipo tradicional, cuya temática, tan numerosa y tan diversamente tratada, abarca todos los aspectos de la vida del individuo, desde sus relaciones con los demás, hasta sus relaciones con los animales o con el entorno natural. En cualquier caso, más que la tipología de esos cuentos –que es muy abundante y muy representativa- nos debe interesar el contenido y la casuística. ¿Qué es lo que hace tan atractivos los cuentos de La cenicienta o de Caperucita ? Indudablemente el carácter y las reacciones de los protagonistas, más que los personajes mismos. En el relato de La cenicienta se reconoce el premio a la humildad, el castigo a la soberbia, el triunfo del amor por encima de las más adversas dificultades; en Caperucita, más allá de la positiva relación intergeneracional (nieta y abuela), está la victoria del ser humano sobre lo oscuro, lo numinoso, representado por el bosque y por el animal más genuino de ese lugar misterioso que asustó al individuo durante cientos de generaciones.
Estamos, por tanto, ante un género de estructura cerrada que se abre en sus contenidos a cualquier posibilidad que quiera darle su autor con tal de que esa posibilidad venga en forma de catecismo: con preguntas y respuestas. Sobre la vida y la muerte, sobre las pasiones, los anhelos, las esperanzas, las creencias. Ahí están todas esas ideas y esas situaciones que preocuparon a nuestros antepasados y nos siguen preocupando a nosotros pese a los asombrosos avances técnicos.
Cualquiera que sea la forma y cuaquiera que sea el nombre que esa forma recibe, la humanidad necesita expresarse y lo hace a través de sus propios relatos. Hace años, cuando todavía no se había dado esta reacción tan valiosa y necesaria de interés hacia lo patrimonial, escribía yo que el cuento –mejor dicho, los contenidos del cuento- ante el olvido o la postergación de la sociedad se habían refugiado en los chistes, fórmulas más cortas y más sencillas de recordar pero dotadas de la misma intencionalidad. Recordaba entonces dos ejemplos que vuelvo a traer aquí para demostrar cómo una situación o una idea pueden atravesar los tiempos y las fronteras sin necesidad de salvoconducto. Juan de Arguijo en su libro de cuentos publicado en el siglo XVI, escribía lo siguiente:
“Don Diego Tello, un caballero de Sevilla, perdió la vista de un ojo refinando un poco de pólvora; y oyendo referir muchos milagros que la imagen de Nuestra Señora de la Consolación había hecho aquel año, hizo la romería y, al entrar en la capilla, se untó con el aceite caliente de la lámpara muy devotamente ambos ojos, con lo cual sintió grande dolor en ellos y no veía con ninguno. Y daba voces diciendo:¡Madre de Dios, siquiera el que traje!”
Pues hace unos años, como digo, circuló un chiste que, con todas las limitaciones del lenguaje escrito que ahora le doy, venía a decir más o menos esto:
“Un devoto de la Virgen de Lourdes, impedido y en silla de ruedas, decide ir al Santuario para pedirle a la Virgen que sane su dolencia y le permita volver a andar. Al llegar a la gruta, la enfermera que empuja la sillita de ruedas, en un descuido, deja rodar ésta, con enfermo y todo, por una gran cuesta que acaba en un muro de piedra. En el vertiginoso descenso se oye al devoto gritar: ¡Virgencita, por lo menos que me quede como estaba!.
Los comentarios sobran y con esto acabo.La memoria y el lenguaje siguen siendo los mejores medios que tenemos a nuestros alcance para expresarnos y que nos entiendan. Los mejores caminos para que circulen por ellos nuestra imaginación y nuestros recuerdos. Concursos como éste pueden suplir con éxito el intercambio generacional de conocimientos que tanto enriquecía la educación de los más jóvenes hace años, justo antes de que nos convirtiésemos en esa aldea enorme que ahora somos. Las distintas edades siempre tuvieron su tiempo y su espacio particulares pero confluían en esas veladas o seranos donde la experiencia se hacía común y la memoria colectiva.
Repito: el progreso, los avances tecnológicos no nos pueden hacer vivir aislados en individualidades que afecten la propia salud social. El esfuerzo ha de ser de todos y todos seremos sus beneficiarios.