Joaquín Díaz

Carta del director


Carta del director

Revista de Folklore

Máscaras

28-04-2025



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Convendría que el ser humano de nuestros días, paradójicamente tan pedante y tan timorato al mismo tiempo, se acercase un poco más a la filosofía. Más aún, convendría que él mismo fuese un filósofo, con el significado que le dio a la palabra la cultura helenística: amigo de la sabiduría, es decir, amigo de satisfacer con el esfuerzo del espíritu todas las necesidades intelectuales y morales que al individuo pudieran planteársele. Es cierto que las preguntas fundamentales que se le podrían ocurrir a la humanidad fueron ya contestadas por griegos y romanos. Al hombre de hoy, sin embargo, le parece suficiente con saber eso, y se equivoca. Deberíamos reflexionar sobre determinados interrogantes humanos (aunque otros lo hicieran antes y los solucionaran) porque hay cuestiones que son como los ritos o las costumbres: no sólo debemos saber que existen sino que hay que vivirlos y asimilarlos a nuestra propia vida si queremos darles verdadera utilidad.

Y en ese camino a recorrer nos encontraremos con la principal característica que diferencia al hombre, de otras especies: la elección inteligente. El primer problema que halla quien acepte esa proposición es que la inteligencia sólo queda demostrada en la capacidad de seleccionar y casi nunca en el resultado de lo elegido. La realidad es, y reitero la idea anterior, que el individuo, en cuanto tiene capacidad para pensar prefiere eludir intencionadamente cualquier reflexión sobre las equivocaciones previas de sus antepasados y se prohíbe con obstinación pasar por un camino que haya sido transitado anteriormente. Tal vez si la civilización occidental se hubiese inclinado por la opción vital de los sofistas, por ejemplo, en vez de elegir las ideas socráticas, toda la evolución del pensamiento que conocemos se habría desarrollado de modo diferente. ¿Quién sabe si aún andaríamos preocupados por el perfeccionamiento de la retórica o nos deleitaríamos escuchando a un orador elocuente? La vida, sin embargo, como un barco mal pilotado nos ha llevado por otros derroteros y hoy la palabra es, cada vez menos, ese perfeccionado sistema de mediación entre personas, susceptible además de reflejar un patrón de existencia.

Por poner un ejemplo, podría parecer que el uso del vocablo «máscara» lleva implícita cierta falsedad, pues trata de ocultar una realidad con una impostura. Sin embargo no hay nada que refleje mejor el carácter de una persona que la elección de la máscara con la que quiere ocultar su propia naturaleza. ¿Cabría esperar semejante ficción en cualquier otro animal de la creación?