Joaquín Díaz

Editorial


Editorial

Parpalacio

Los juegos

30-03-2015



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Todavía son práctica habitual en muchos pueblos, a pesar de la pérdida de tantas tradiciones, los juegos del tipo “calva” o “tarusa”, entretenimientos antiguos que siguen teniendo numerosos partidarios, así como otras muchas competiciones de tino o puntería. En lo que respecta a la actividad preparatoria o de adiestramiento, desde siempre los juegos tradicionales –y ahora los deportes- han tenido como una de sus principales cualidades la del tino. Y es importante señalar que atinar no es –ni lo ha sido nunca- lo mismo que acertar. Ya desde el siglo XVI la primera palabra designa la acción o efecto de apuntar o tratar de acercarse a un blanco, mientras que la segunda es inequívocamente dar en él. En ese proceso que lleva de uno a otro concepto y que requiere esfuerzo, repetición y espíritu de superación está la clave de toda actividad deportiva. Por eso la mayoría de los deportes autóctonos (calva, tanga, rana, bolos, etc.) basan su funcionamiento en la mayor o menor cercanía que se consigue arrojando un objeto hacia otro fijo que se sitúa a una distancia determinada. En la destreza y puntería, tanto como en la regularidad en el tino, están el éxito o el triunfo.

El desarrollo del ingenio es otra de las características que podrían hacer de los juegos, particularmente de los autóctonos, una fuente de interés en el siglo XXI. De nuevo la palabra ingenio nos permite adentrarnos en el sentido profundo de los conceptos. Ingenio viene de “genius” dios que en la antigüedad clásica velaba por cada persona y se identificaba con su suerte. Creían los antiguos con razón que cada individuo tiene una personalidad doble, una de cuyas facetas le permite crear y otra repetir. Esta precisamente es una de las características más valiosas de la tradición: los conocimientos que se entregan de una generación a la siguiente son susceptibles de alteración y modificación. Mientras un tanto por ciento muy elevado de esos conocimientos se mantiene, preservando la esencia y el estilo de esos materiales, otro tanto por ciento permite que, de tiempo en tiempo, cuando es necesario, las formas se renueven. Es lógico pensar que si se hubiera procedido de otro modo jamás nos hubiera llegado ningún tipo de conocimientos del pasado. Es condición indispensable, pues, que exista la creación dentro de la tradición aunque esa posibilidad exige un gran control sobre el repertorio; la persona que introduzca elementos nuevos debe ser un experto en los antiguos, lo cual, no sólo le permitirá elegir lo mejor y más adaptable de la tradición, sino construir sus nuevas ofertas sobre bases tan esenciales como el conocimiento del proceso de entrega y el estilo. Es imprescindible que quien se vaya a encargar, por ejemplo, de seleccionar y adaptar las normas o reglas de un juego tradicional a una normativa común deba conocer el mayor número de versiones de ese juego, así como las circunstancias y contexto en que se desarrolla y ha desarrollado.

El entretenimiento ha pasado de tener un significado menor, de ser una distracción leve que nos sacara momentáneamente del ámbito de nuestro trabajo, a ser una parte fundamental de nuestras vidas al ocuparse de regir y gobernar nuestro tiempo de ocio. La valoración de ese tiempo, las posibilidades de aprovechamiento a favor de una realización más completa de nuestras facultades físicas y psíquicas, depende en gran medida del acierto en la elección de aquellos entretenimientos que no sólo nos permitan alejarnos de la monotonía o del cansancio de la ocupación diaria, sino que además representen una prolongación de nuestra personalidad y de nuestro interés por controlar el azar.

Juegos de azar y campeonatos con apuestas demuestran todavía hoy la afición de los labradores y ganaderos a los lances de fortuna que lo mismo les llevan a participar en las tradicionales “chapas” que a apostar por un galgo de los muchos que se crían y aprecian en el campo o por un buen jugador de trinquete. Acerca de las chapas, la tradición exige que se jueguen en Semana Santa porque también los soldados romanos que rodeaban la cruz en que murió Cristo se jugaron a caput aut navis sus vestiduras. La hipocresía de un Estado-poder recaudador ha salvado de esa manera el obstáculo de afrontar una responsabilidad moral con una pirueta legendaria. En épocas de prohibiciones generalizadas, el juego de pares y nones –el tradicional Castilla o León del anverso y reverso de las monedas antiguas- quedaba restringido a un par de días en el año y bendecido por la costumbre. El afán actual por “normalizar” lo distinto, de triturar y hacer puré cualquier alimento que pudiese atragantársenos, lleva una vez más a la Administración a sustituir el hábito por la norma escrita, para controlar cualquier posible beneficio y fiscalizarlo. El fondo de la cuestión, no nos engañemos, es el virus social que subyace en casi todas las actividades que hoy pueda emprender el ser humano: el poder omnímodo del dinero.