Joaquín Díaz

Editorial segundo trimestre 2023


Editorial segundo trimestre 2023

Parpalacio

El patrimonio inmaterial

30-06-2023



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Hace algo menos de un siglo, la sociedad estaba de espaldas a todo lo pretérito y el eslabón que debería habernos unido a un pasado rico y diverso estaba roto. Rotas también las amarras del barco que iba a transportarnos al futuro, iniciado ya el viaje al progreso y todas las miradas puestas en una tierra que prometía no defraudar. Entonces casi nadie identificaba las «cosas de viejos» con el patrimonio y mucho menos se atrevía a denominar «inmaterial» a todo aquello no tangible que provenía de épocas remotas pero que, aunque fuese a trancas y barrancas, estaba aún presente en nuestra manera de ser y expresarnos. Más de una vez percibimos en escritos de Delibes su desazón cuando se denominaba «cultura tradicional» a lo que, según su criterio, era simplemente cultura, sin adjetivos de ninguna clase.

Miguel Delibes




Gustavo Bueno



Durante los últimos cien años muchos investigadores han dedicado todo su esfuerzo a valorar y hacer valorar lo patrimonial, comprobando que –pese a ser lo inmaterial un tesoro al que la oralidad suele conferir las características más destacadas– el patrimonio es uno, y no puede separarse lo intangible de aquello que es objeto de su descripción. Los griegos llamaban idea a la apariencia de las cosas, es decir a la percepción particular que podían tener de los objetos, cuya sensación encerraban en un campo mental al que después recurrían cada vez que necesitaban relacionarlo con otras representaciones de esos mismos objetos. La idea de una silla, por ejemplo, se formaba en su mente al pensar en un objeto funcional sobre el que podían sentarse y al que podían sacar algún partido, pero no tenía que ver con la imagen concreta de una silla sino que se manifestaba de forma abstracta. La silla existía –o coexistía, como diría el filósofo y escritor Gustavo Bueno– desde el momento en que la pensaban: idea equivalía a pensamiento e imagen a representación, aunque muchas veces se confundieran o se usaran indistintamente ambos conceptos.




Del mismo modo, lo inmaterial no se podría explicar sin la existencia de lo material, así que las palabras con que nos expresamos definirán con más o menos exactitud los objetos a que se refieren. La memoria ayuda al campanero a recordar los toques con que trasmitirá a sus vecinos los acontecimientos del día, del mes o del año. Pero necesita la cuerda, el badajo y el vaso de la campana para que ésta se mueva y transmita los sones que se expresan en un lenguaje peculiar y familiar. Sin la memoria que coordina recuerdos y acciones, sin las cancioncillas con que se ayuda a repicar, sin los movimientos precisos de sus muñecas que sujetan las sogas, sin la técnica de los antiguos fundidores y los metales que se mezclan para obtener un sonido limpio, sin los toques que hablan la lengua común, no existiría lo inmaterial y lo material estaría plagado de carencias.


Campana



Estamos atados a nuestra historia. Unidos a la sangre de quienes nos precedieron y nos transmitieron las costumbres, la forma de comportarnos, el alma de las cosas. Todo eso se nos entregó para que cuidásemos de ello y no para despreciarlo o dilapidarlo. Palabras, sentimientos, conocimientos útiles y prácticos.

Los conocimientos a los que denominamos inmateriales, pues, son expresiones verbales (relatos, canciones, refranes, oraciones, dichos, comparaciones, etc.), complementarias de una cultura almacenada por el individuo a lo largo de períodos de tiempo dilatados; esa complementariedad viene dada precisamente por la posibilidad de que tales expresiones le ayuden a comprender mejor o contextualizar aquellos conocimientos que son la base de la mentalidad. Cuando esa mentalidad le caracteriza frente a otros, le confiere además una identidad. Hay un tipo de identidad «natural», procedente de la acumulación de valores éticos y estéticos, que se va formando en una comunidad a lo largo de su historia, y hay otra especie en la que, con todas esas cualidades, se construye un modelo de comportamiento colectivo, algo así como un espejo en el que nos reconocemos y nos reconocen los demás. Durante siglos, la enseñanza de ese comportamiento se hacía a través de fórmulas atractivas, convincentes, que envolvían a quien las escuchaba y le seducían sin remisión por serle tan familiares como el rostro del ser amado o el paisaje.


Ese ejercicio de responsabilidad –aunque se haga de forma personal– se hace cada día más necesario pues la tendencia social acomoda al individuo en posiciones claramente pasivas que le alejan de sus compromisos como ciudadano e incluso como ser humano y le apartan de una actividad para la que todos estamos legitimados, siempre que conozcamos en la medida de lo posible, naturalmente, esos asuntos patrimoniales, lo cual implicará un interés por ellos así como un estudio y valoración de todos sus extremos. Hay que buscar una alternativa a la pasividad que ataje el progreso de la trivialidad y la aceptación de lo vulgar como medida de todo. Como escribía Fernando Pessoa, «en la vida de hoy, el mundo sólo pertenece a los estúpidos, a los insensibles y a los agitados».

La reflexión del gran poeta y pensador portugués, escrita hace más de un siglo, no ha dejado de tener actualidad. Las crisis más dañinas son las crisis del espíritu y de la sensibilidad. Recobremos, en estos tiempos en que parece que el mismo tejido social está en cuestión, en que se desmoronan los mundos artificiales de una economía sobrevalorada, la capacidad de observación para volver a descubrir un patrimonio que debe seguir perteneciendo a todos.

Fernando Pessoa