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Revista de Folklore número

432



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Fuegos rituales en Extremadura: Las luces de ánimas

DOMINGUEZ MORENO, José María

Publicado en el año 2018 en la Revista de Folklore número 432 - sumario >



Cuentan que en el mundo celta la fiesta llamada Samhain, que se celebraba en los primeros de noviembre, era la más importante de su calendario, ya que en ella se conmemoraba el nacimiento del Año Nuevo. Pero curiosamente la fecha de esta celebración, de eminente carácter ígneo, como Frazer destacara en su momento, no guarda una concordancia directa con equinoccios o solsticios, ni tampoco con las épocas principales del año agrícola (siembra y recolección). Por el contrario, sí que tiene gran significado dentro del mundo pastoril, como era el celta, ya que es el heraldo de los fríos y, por consiguiente, el momento del regreso de los ganados a sus cabañas de invierno.

Esta vuelta de los pastores, no solo en el mundo celta, sino en toda Europa, coincidía con el retorno anual de las almas de los antepasados a sus antiguos hogares para alegrarse con su prosperidad, calentarse en el fuego y recibir el cariño y el agasajo de sus parientes[1].

Sin necesidad de buscar una continuidad cultual o pervivencia, aún hoy nos topamos con una estrecha relación entre el Primero de Noviembre, el fuego y los difuntos. Y esta relación, sin obviar otras muchas áreas de la Península, se hace muy patente en Extremadura, zona en la que vamos a centrar este trabajo.

Me refería un pastor de Ahigal que un día de Todos los Santos se quedó a dormir en una caseta junto a la majada en la que se guarecía su rebaño. A una hora indeterminada de la noche se despertó al oír un extraño ruido en el aprisco. Puesto que había buena luna, desde la tronera pudo ver cómo las ovejas, que sorprendentemente estaban fuera de la tenada, iban entrado de una en una. Aquella forma de moverse el ganado le resultó familiar, ya que así actuaban las ovejas cuando su padre, que había fallecido hacía casi un año, procedía a su recuento. El pastor me aseguraba que su progenitor había vuelto aquella noche para contar el rebaño y que se habría retirado satisfecho al ver aumentado el número de cabezas.

Esta certeza en la llegada de los difuntos en esta noche de noviembre ha venido condicionando el comportamiento o la actuación de sus familiares o herederos. No quedan lejos los días en que de manera generalizada, aunque aún la costumbre no se ha extinguido por completo en pequeños núcleos rurales, se dejaba la lumbre del suelo encendida y, junto a ella, platos llenos de viadas para que las almas que visitaban sus antiguas moradas saciaran el apetito al lado de las reconfortables ascuas[2]. Sin embargo, en esta marcha nocturna es factible que los difuntos se pierdan en el camino, razón por la cual sus seres queridos muchas veces, como ocurre en Pedro Muñoz y Azabal, procedan a orientarlos mediante el encendido de velas y candiles en las ventanas.

El difunto que murió en gracia distingue perfectamente estas luces que le ofrecen sus familiares de aquellos otros resplandores que emanan de las almas condenadas a vivir errantes por las faltas que cometieron en vida, faltas derivadas casi siempre de una indebida apropiación, por cambio de mojones, de tierras vecinas[3].

Pero no solo la luz señala el camino del difunto hacia su antiguo hogar, sino que también alumbra el sendero que le conduce al más allá. Esta es la función de las palmatorias, lamparillas de aceite o candiles que, como sucede en Cáceres y Guijo de Santa Bárbara, se encienden a la cabecera del enfermo cuando entra en agonía[4]. Por lo general son velas que debieron ser bendecidas el día de las Candelas[5]. Es la misma intencionalidad que se busca mediante la colocación de otras luminarias a los lados del cadáver. En Alcuéscar las personas allegadas al difunto llevan candiles y velones para que ardan en la casa e idéntico envío hacen a la iglesia para que luzcan durante la misa de cuerpo presente. El encendido y cuidado del mismo corresponde a la velera, mujer entre cuyos cometidos también está el amortajamiento. Por la comarca de La Vera los parientes, los amigos y vecinos acuden a la casa doliente «provistos de la clásica farola bien atizada y bien limpios los cristales, pues ha de lucir toda la noche»[6].

No olvidan los extremeños el carácter augural de estos fanales, especialmente los que atañen a su chisporreteo. Cuando así sucede no existe la menor duda de que al finado le llegó la muerte estando en pecado y se halla dando a Dios cuenta de ello. En ese instante suelen incrementarse las oraciones por parte de los presentes con el fin de apaciguar la cólera divina[7].

Al igual que las citadas costumbres, también ha pervivido hasta tiempos muy cercanos aquella otra de colocar un cirio en la propia mano del moribundo, actuación documentada en estas tierras desde hace siglos. Basta recordar la información de Luis de Quijada con respecto a la muerte de Carlos V en el cacereño monasterio de Yuste. Estando a punto de expirar «... se le puso la candela en la mano derecha, la cual yo le tenía y con la izquierda extendió el brazo para tocar el crucifijo…»[8]. Aún se asegura en Piornal que el poner una vela de la Candelaria en la mano del agonizante le ayuda al buen morir[9].

El hecho de no encender una luminaria en el momento de la muerte por parte de los deudos condena al difunto a vagar el resto de sus días en total penumbra, como pudo comprobar un vecino viudo de la hurdana alquería de Cabezo. Cuando en plena noche procedía en el monte a la muda de unas colmenas se encontró con un grupo de personas que marchaba a su vera. Los caminantes que, a pesar de que el hurdano lo ignoraba, formaban una «procesión de muertos» le indicaban que la persona que venía en último lugar lo ayudaría a cargar los corchos. Todos, excepto esta, que era una mujer, portaban una vela en la mano. Al tenerla a su vera el colmenero le preguntó:

-Señora, ¿cómo es que no lleva vela, si tos los demás llevan luz?

Y ella contestó:

-Porque tú no me alumbraste a la hora de mi muerte. Yo soy tu mujer y ando por la otra vida sin luz por tu culpa[10].

No deja de ser curioso que entre las prescripciones del luto en Extremadura están las de no encender lumbre en la casa por un periodo que suele oscilar entre uno y siete días. Durante este tiempo los vecinos, amigos y familiares llevan la comida a los dolientes. Tal comportamiento lo explican por el hecho de que el ánima no tome excesiva querencia al calor de la casa y trate de permanecer en ella de manera indefinida[11].

Y vuelven las luces a formar parte de los consiguientes ritos funerarios. Para el acompañamiento de la casa a la iglesia los cereros, miembros de alguna cofradía, reparten velas entre los asistentes, siempre que estos no acudan con candelas o faroles de su propiedad. Tal actuación se repite camino del cementerio. También un buen número de candelas rodean el cadáver durante los oficios religiosos[12]. En Garrovillas ha sido costumbre que durante el ofertorio de la misa de cuerpo presente la candelera, a cuyo cargo está el cuidado de la cera, haga entrega al sacerdote de tres velas encendidas que luego se destinarán al culto de las Ánimas Benditas. Por su parte en Casar de Cáceres «la Ofrendera lleva a la iglesia cinco velas encendidas en una mano, y en la otra un cesto con el pan y vino de la misa»[13].

Estas ofrendas de velas en las misas de cuerpo presente, en novenarios y en cabos de año vienen a ser residuos de viejas prácticas de tipo supersticioso ya, desde antiguo, condenadas por las jerarquías de las diócesis extremeñas. Así en el Folio XLIII de las actas del Sínodo de Coria, celebrado el 18 de febrero de 1573, se lee:

Otrosí por quanto en este obispado ay muchas personas que hazen decir missas con determinadas candelas, creyendo que si unas o menos candelas pusiesen no tenía la missa el mismo efecto que querrían; y porque cosas semejantes son llamadas en derecho supersticiones y cosas prohibidas.

Con posterioridad, en otras constituciones sinodales del mismo obispado, de principios del siglo xvii, se abunda en parecidos términos:

Mandamos que se digan las Misas, y officios Divinos en el número y forma, que por ello se mandare, no pudiéndose notar superstición, o cosa reprobada. Que aviéndola, como si mandassen, que se dixessen con cierto número de velas, entendiendo con simplicidad, que se pusiessen más, o menos velas, las Missas no tendrían effecto devido, se deve dexar la superstición, y dezirse las Missas...[14].

La extensión y el arraigo de esta práctica quedan patente en el hecho de que el propio Concilio de Trento se vea en la necesidad de legislar al respecto:

Destierren absolutamente de la Iglesia el abuso de decir cierto número de misas con determinado número de luces, inventado más bien por espíritu de superstición que de verdadera religión; y enseñen al pueblo cuál es y de quién proviene especialmente el fruto preciosísimo y divino de este santo sacrificio[15].

Ya apuntamos que las almas de los difuntos no solo vienen a sus antiguas moradas el día de Todos los Santos a calentarse en el fuego del hogar, sino también a satisfacer su apetito. Con este fin se le disponía sobre la mesa algún que otro plato, entre los que no solían faltar las castañas asadas y los socochones, una pasta de castañas cocidas con añadido de leche y de miel[16]. No parece que sea un alimento elegido al azar, ya que tiene su razón de ser en un claro simbolismo funerario[17]. Aún hoy es frecuente en amplias zonas de la provincia de Cáceres el rezar un Padrenuestro por las ánimas por cada castaña que se come. Y son castañas precisamente lo que reciben como pago de los vecinos los monaguillos y sacristanes que suben a las torres a tocar las campanas en la tarde y en la noche de Todos los Santos, si bien, en ocasiones, las dádivas no son muy abundantes y los campaneros se despachan irónicamente con los rácanos en el aguinaldo:

Con lo que usted mos ha dao

mos tenemos que jartal,

mu poquinu de comel,

peru muchu de doblal.

Por la cacereña comarca de los Ibores se tiene la certeza de que por cada calbote o castaña asada que se saca del fuego se libera un alma de las llamas del purgatorio. En otros puntos de la geografía cacereña es necesario comerlas para que se haga efectivo tan piadoso deseo.

Aunque en la mayor parte de los casos se ha olvidado esta intencionalidad, aún hoy las castañas asadas son el alimento más abundante y, en ocasiones, hasta único que se consume en las calvotá, carvochá, carvochera, corbatá, borrajá, moragá o magostá, reuniones vespertinas en el campo en torno a una hoguera, en las que muchachos y mozalbetes dan cuenta de los productos recaudados mediante el correspondiente aguinaldo mañanero. En Puebla de Alcocer se acompañan las castañas con la ingestión de un pan en forma de estrella. En Tamurejo son las familias las que se reúnen en los parajes del «Pilar de la Dehesa» para dar cuenta del suculento bodigo, mientras que en Herrera del Duque consumen en esta deambular campestre un pan endulzado y adornado con almendras que han amasado generalmente con apariencia de animal. Es la chiquitía del norte cacereño o la chaquitía de la zona más meridional, nombres que se complementan con otros de tipo más localistas[18].

En Fuenlabrada de los Montes el día de Todos los Santos se conoce indistintamente como día del pollo o día de las castañas, ya que son estos los alimentos que consumen en las juntas en el campo. Fechas más tardes, concretamente el día 15, festividad de San Eugenio, se repite la corrobra juvenil y, una vez anochecido, cumplen con el viejo rito de prender fuego al aguardiente vertida en una sartén. La intencionalidad de los mozalbetes no es otra que ver sus propias figuras espectrales a través de las llamas[19].

Estas pequeñas hogueras campestres contrastan con las enormes fogatas que los quintos de Cabezuela del Valle encienden en las plazas o cantillos de la localidad en esta fecha de Todos los Santos. En ellas asan castañas desde el anochecer y junto a sus rescoldos comen, beben y cantan:

Este cantillito es nuestro,

donde asamos los calbotes,

y el que los quiera comer

que se venga aquí esta noche[20].

Junto a las castañas, las nueces se han constituido como otro de los alimentos propios del día de Todos los Santos. Si la ingestión de aquellas salvaba un alma del purgatorio, no podemos olvidar que las nueces también han participado de este mismo sentido. En buena parte de la provincia de Cáceres, tras la cena de esta noche se colocaban en los platos o en la lancha de la lumbre pequeños candiles hechos con cáscaras de nueces.

En Villarta de los Montes es el día 31 de octubre cuando los quintos se abastecen de leña, que acarrean desde el campo y la apilan en una explanada a las afueras de la localidad, en la plazuela del Santo. Al amanecer el día 1 de noviembre encienden una gran hoguera, que más tarde abandonan para recorrer cantando las calles del pueblo en un tradicional petitorio, en el que recaudan dinero y huevos principalmente. Con lo conseguido celebran la junta, comida que responde a toda una ritualización[21].

La actual práctica de visitar los cementerios en la fecha de Todos los Santos, con la colocación de flores y lámparas, no fue habitual en Extremadura. Como señalan algunos costumbristas regionales de finales del siglo xix y de principios del xx, la muerte de un ser querido motivaba todo un rechazo a acercarse al camposanto. Ello no significa, como estamos viendo, que en las dos provincias extremeñas hayan carecido de fórmulas cultuales en relación con los muertos, sino todo lo contrario. Los responsos dentro del templo han constituido la base de sus manifestaciones en este sentido. Tradicionalmente las familias asistían a los oficios por los difuntos reunidas en torno a un hachero o candelero encendido y, cuando el acto litúrgico finalizaba, el celebrante acudía a rezar los responsos que se solicitasen a cambio de los aranceles estipulados. Este punto de encuentro de cada una de las familias dentro de la iglesia corresponde al lugar exacto en el que se ubicaban las tumbas de los antepasados. Pero no solo en la fecha de Todos los Santos, sino también en funerales de novenarios, aniversarios e, incluso, en las misas diarias se han encargado de que en estos lugares no falten las correspondientes candelas.

Esta costumbre, que se ha mantenido en la mayoría de las iglesias del norte cacereño hasta el último tercio del siglo xx, ha dado origen a las oportunas leyendas, como es la recogida en diferentes localidades del septentrión cacereño. Una mujer tenía el candelero de madera con sus hachas sobre la losa de la iglesia que cubría la tumba de sus padres. Como cayera enferma y no pudiera acudir al templo, los presentes en una misa mañanera pudieron ver cómo las velas se encendían solas y también solas se apagaron a la conclusión del santo sacrificio. Una copla muy popular por las Tierras de Granadilla incide sobre el significado de estas luminarias:

Con las velitas que encienden

las mujeres sobre el suelo

no dejan de recordarnos

lo que se quiere a los muertos.

En esta misma comarca eran los Hermanos de las Animas, miembros de una cofradía de gran raigambre en la mayoría de los pueblos, los que se encargaban de que no faltasen velas encendidas en las iglesias durante todo el novenario, es decir, a lo largo los nueve primeros días del mes de noviembre. En Ahigal durante ese periodo, al anochecer, tras el rezo del rosario junto al altar de las Ánimas, alumbrados con faroles de aceite, los diecisiete hermanos que conformaban la cofradía recorrían las calles de la localidad, deteniéndose en las casas a cuya puerta estuviera encendida una luminaria. Ante esa vivienda rezaban el correspondiente responso a cambio de una limosna[22]. Aunque la lógica dicta que estas luces que encendían los vecinos servían de orientación a los hermanos en su deambular por las calles, es creencia que su otra finalidad era la de atraer hasta su antigua residencia a las ánimas de la familia para que fueran testigos in situ del recuerdo de sus deudos y de las oraciones que a ellas dirigían.

Llama la curiosidad, como hemos comprobado a través de diferentes testimonios, el hecho de que estos fanales los constituían trozos de velas que se introducían en el interior de una calabaza o sandía ahuecada a imitación de una calavera. Eran los típicos faroles que, al cumplirse el cabo de año o llegar el mes de noviembre, se instalaban sobre la tumbas del cementerio. También de ellos se servían los mozos para recorrer las calles en las noches otoñales y asustar a los noctámbulos. Este último proceder, muy extendido a lo largo y ancho de Extremadura, gozó de gran arraigo en la pacense comarca de los Barros.

A pesar del rechazo a acudir al cementerio, sobre todo después de ciertas horas vespertinas, no faltan quienes marchan hasta él en plena noche en cumplimiento de alguna manda o promesa hecha a los difuntos de rogar por sus almas. En Aldeacentenera estas personas, a las que se conocen como vacas-mantas o pantarullas[23], en el tétrico paseo se cubren con mantas o sábanas y portan una candela o linterna de aceite[24]. Idéntica es la actuación que en Castilblanco llevan a cabo las fantasmarucas, que con una vela en la cabeza acuden por promesa a algunos de sus familiares fallecidos recientemente en las noches oscuras y frías hasta la puerta del cementerio, aunque su destino en ocasiones sea el atrio de la iglesia en razón de alguna manda a la Virgen[25].

Poco difiere esta imagen humana de la que se atribuye a las almas en pena, alumbradas con candelas, de las que dan cuenta algunos relatos extremeños. Por el valle hurdano del Malvellido estas procesiones nocturnas toman carta de naturaleza a partir de la medianoche de los jueves. Marchan en grupo y visten raídos sayones o sudarios blancos. Su camino es de ida y vuelta de la iglesia al cementerio. El toparse con ellas y molestarlas en su marcha acarrearía la inmediata muerte del visionario. Pero el poder maléfico de estas almas se esfuma si el difunto se enterró mirando al poniente. Junto a las ánimas en pena marchan maléficos espíritus con el único interés de arrastrar a los vivos a la fantasmal comitiva. Y no tardará en formar parte de esa comitiva la persona que tenga a bien tomar el cirial de mano de cualquier ánima que se lo ofrezca[26]. En Nuñomoral se cuenta de una panadera que, habiendo olvidado las cerillas, tuvo la suerte de toparse con una procesión de ánimas, solicitando de una de ellas la vela que llevaba para encender el horno. Tarde descubrió que la vela en cuestión era brazo de su propia madrina, que a la noche siguiente volvió para reclamar su candela y llevarse a la hornera consigo. Solo los amuletos que se había colgado al cuello impidieron su muerte.

En el cuento «La vela de güeso», recogido en Ahigal, es la madre difunta, que marcha en una procesión de ánimas, la que le proporciona la candela a su pequeña hija para que encienda el horno. Este favor es la correspondencia a las muchas oraciones que cada noche reza la niña[27].

A esta procesión de ánimas en pena, con sus inseparables fanales, recuerda la oración que en Caminomorisco se recita cada viernes para sacar la correspondiente alma del purgatorio:

Allá adelante y allá adelante,

cuatro cirios alumbrando,

cuatro velitas pingando,

y a Jesucristo lo llevan

caminito del Calvario[28].

Algunas veces las luminosas ánimas presentan un cariz más alegre, como una clara muestra de agradecimiento a quienes se acuerdan de ellas. Tal es el caso del sacristán negligente que vivía en una perdida localidad serrana. Una borrachera le impidió subir al campanario un oscurecer del mes de noviembre para tocar por la Animas Benditas. Su placentero descanso se interrumpió al soñar que dos almas en pena le reprochaban su olvido. Con grandes esfuerzos se levantó de la cama y subió a la torre para dar los toques de rigor. Al ser la medianoche los vecinos se asustaron y todos se asomaron a sus puertas, siendo testigos de la más sorprendente de las visiones. El campanario se hallaba iluminado intensamente con la luz que desprendían las ánimas que había acudido alborozadas a agradecer al sacristán los tañidos que invitaban a la oración por ellas[29].

En una leyenda recogida en Ahigal son las propias ánimas, que han acudidito a la torre, las que a una hora intempestiva de la noche invernal hacen sonar las campanas con señales a muerto. Pronto descubren que el viejo sacristán y campanero ha fallecido a primeras horas de la tarde en la soledad de su casa y que las ánimas, por las que tantas veces el anciano pidió oraciones, recababan para él las plegarias de sus vecinos.

Semejante al anterior es el relato de Las Mestas, si bien en este caso la esquila, que la moza de ánimas se ha negado a tañer una noche, aparece tocando sola por el aire acompañada de toda una procesión de ánimas en pena con sus sudarios blancos y sus velas encendidas[30].

La luminosidad de las ánimas, en este caso las de los brujos fallecidos en toda la comarca, se ven a la distancia, mas siempre en noches tempestuosas, en la encrucijada de la «Revuelta de las Brujas», del término de San Martín de Trevejo. Su fulgor se constituye como una petición de auxilio para que alguien las libere de su eterno cautiverio[31].

En ocasiones resulta difícil distinguir si esas luces, que este caso alumbraban como si fueran velas, responden a ánimas que vagan en la noche o a brujas que toman esta apariencia luminosa, como afirmaba una vecina de la alquería hurdana de Aceitunilla, que se topó con ellas en los parajes del Valle Montoso[32]. Otro tanto cabe decirse de las fatuas luminarias que se dejan ver por andurriales de La Muela, dentro de la misma comarca[33].

Si muchas almas están condenadas a andar errantes por sus fechorías al paso por esta vida, nunca faltara aquella ánima que emita destellos desde el mismo lugar en que fuera enterrado el cuerpo que le dio cobijo, para indicar que murió en pecado y que para redimirse precisa de las oraciones de familiares y amigos. De este modo suele interpretar el pueblo los fuegos fatuos, aunque en otros lugares aseguran que se trata de luminarias que alumbran milagrosamente las noches de sus difuntos. Esta doble interpretación es la base de una popular coplilla del norte cacereño:

Las lucecitas que alumbran

de noche en el cementerio

están pidiendo a los vivos

oraciones pa los muertos[34].

En Ceclavín las luces que el pueblo identifica como ánimas en pena se mostraban sobre un olivo de arroyo de la Zapatera, en el camino de Alcántara. Acerca de este olivo existe una manda inmemorial de entregar su aceite para las Ánimas Benditas del Purgatorio[35]. Idéntica finalidad se le ha venido dando al aceite de los olivos propiedad de las cofradías de Ánimas, muchas de las cuales tuvieron su propio altar en las iglesias, donde día y noche debía permanecer encendida la lámpara. Con este mismo aceite atizaban las farolas de los animeros, hermanos de la cofradía, que en las noches de los primeros días de noviembre y de Pascua de Reyes recorrían por todas las casas solicitando limosnas para invertir en misas y sufragios por la Ánimas Benditas.




NOTAS

[1] FRAZER, James George: La Rama Dorada. Fondo de Cultura Económica. México, 1979, págs. 711-713.

[2] DOMINGUEZ MORENO; José María: «Rituales, Mitos y Creencias Populares Extremeñas», en Saber Popular, Revista Extremeña de Folklore, 1 (Fregenal de la Sierra, 1987), pp. 17-18. BARROSO GUTIÉRREZ, Félix: «Las Hurdes: tres estampas etnográficas», en Revista de Folklore, 160, tomo 14, 1 (1994), p. 203.

[3]CALLEJO CABO, Jesús: Gnomos. Guía de los seres mágicos de España. Editorial EDAF. Madrid, 1996, p. 98.

[4] Esta costumbre, muy arraigada en Extremadura, se recoge documentalmente en varias poblaciones por los comienzos del siglo xx, como pone de manifiesto la Encuesta del Ateneo de Madrid, del año 1902. MARCOS ARÉVALO, Javier: Nacer, vivir y morir en Extremadura. Creencias prácticas en torno al ciclo de la vida a principios de siglo. Editora Regional de Extremadura. Badajoz, 1997, 204-205.

[5] Ha sido creencia, bajo los dictámenes de la magia imitativa, que esta vela se consumía al mismo tiempo que la vida del agonizante, apagándose ambas al unísono. Es el mismo sentido en el que se orienta otra práctica con el nacimiento, donde también se recurre a una vela, a la que se enrolla una cinta de papel con una oración escrita, creyendo que el parto concluye al acabarse de quemar la hoja. CASAS GASPAR, Enrique: Costumbres españolas de nacimiento, noviazgo, casamiento y muerte. Madrid, 1947, p. 45.

[6] Es el caso de Guijo de Santa Bárbara. MARCOS ARÉVALO, Javier: Nacer, vivir y morir en Extremadura. Creencias prácticas en torno al ciclo de la vida a principios de siglo, 212.

[7] DOMÍNGUEZ MORENO, José María: «La cultura popular funeraria en Cáceres», en Antropología Cultural en Extremadura. Primeras Jornadas de Cultura Popular. Asamblea de Extremadura. Editora Regional de Extremadura. Mérida, 1989, p. 379)

[8] CHAMORRO, Víctor: Historia de Extremadura. Tomo II: Iluminada (Siglos xvi-xvii). Editorial Quasimodo. Madrid, 1981, p. 86.

[9]CALLE SÁNCHEZ, Angel, CALLE SÁNCHEZ, Feliciano, SÁNCHEZ GARCÍA, Germán y VEGA RAMOS, Saturio: Entre La Vera y El Valle. Tradiciones y folklore de Piornal. Institución Cultural «El Brocense». Jaraiz de la Vera, 1995, p. 310. FLORES DEL MANZANO, Fernando: La vida tradicional en el Valle del Jerte. Asamblea de Extremadura. Mérida, 1992, p. 221.

[10]FLORES DEL MANZANO, Fernando: Mitos y leyendas de tradición oral en la Alta Extremadura. Editora Regional de Extremadura. Gráficas Romero. Jaraíz, 1998, págs. 163-164. (El informante es de Aceitunilla.)

[11] CHAMORRO, Víctor: Historia de Extremadura. Tomo III: Encalustrada (Siglos xviii-xix). Editorial Quasimodo. Madrid, 1981, pág. 22.

[12] DOMÍNGUEZ MORENO, José María: «La cultura popular funeraria en Cáceres», 381.

[13] MARCOS DE SANDE, Moisés: «Costumbres funerarias», en Revista de Dialectología y Tradiciones Populares, Tomo VI (Madrid, 1950), pág. 399.

[14]CARBAJAL, P. Constituciones sinodales del Obispado de Coria. Salamanca, 1608, p 123, Tít. XXIX, Const. IV. Cit. GONZÁLEZ CABALLERO, Genaro: «Miedos y actitudes supersticiosas en el siglo xvii extremeño», en Revista de Estudios Extremeños, XLIII, I (Badajoz, 1987), pág. 139, nota 100.

[15] Cit. GARCÍA Y GARCÍA, Antonio: «Religiosidad popular y Derecho Canónico», en Religiosidad Popular, I: Antropología e Historia. (Álvarez Santalo, C., Buxó Rey, M. J. y Rodríguez Becerra, S., coordinadores), págs. 238-239.

[16]LEGENDRE, Maurice: Las Jurdes. Étude de Géographue Humaine. Biblioteque de l’ecole des Hautes Études Hispaniques. Fascícule XIII. París, 1927, p. 165. VELO NIETO, Juan José: «El habla de Las Hurdes». Memoria presentada como tesis doctoral en la Facultad de Filosofía y Letras (Sección de Filología Románica), Madrid, 1956, en Revista de Estudios Extremeños. Tomo XII. Badajoz, 1956, p. 120.

[17]CASAS GASPAR, Enrique: Costumbres españolas de nacimiento, noviazgo, casamiento y muerte, 375.

[18] Estos aspectos son tratados con mayor amplitud en otros trabajos de mi autoría: DOMÍNGUEZ MORENO, José María: Fiestas populares en la provincia de Cáceres. Colección Temas Locales. Caja Salamanca y Soria. Salamanca, 1996, págs. 110 ss. DOMÍNGUEZ MORENO, José María: «El magosto en la comarca de Las Hurdes», en Narria, Estudio de Artes y Costumbres Populares, número 67-68 (Las Hurdes). Madrid, 1994, págs. 41-46. La fiesta de Todos los Santos en la comarca de Las Hurdes ha sido reflejada por BARROSO GUTIÉRREZ, Félix: «Las Hurdes: tres estampas etnográficas», en Revista de Folklore, 160, tomo 14, 1 (1994), pp. 201-206 y «Apuntes sobre Las Hurdes (Aspectos etnográficos y antropológicos)», en Revista de Folklore, 106, tomo 9, 2 (1989), pp. 136-144. Los rituales que indicamos han llamado la atención de otra serie de estudiosos: BARRIOS MANZANO, Mª Pilar y JIMÉNEZ RODRIGO, Ricardo: «Fuentes y metodología para el estudio de la música de tradición oral en Extremadura. Un núcleo del llano cacereño. Música y tradiciones populares en Torrequemada», en Saber Popular, Revista Extremeña de Folklore, 19-20 (Fregenal de la Sierra, 2004), págs. 196 y 279. DELGADO DE LA ROSA, Blanca: Guía de la Siberia Extremeña. Editora Regional de Extremadura. Jerez de la Frontera, 1991, pág. 17. CALLE SÁNCHEZ, Ángel, CALLE SÁNCHEZ, Feliciano, SÁNCHEZ GARCÍA, Germán y VEGA RAMOS, Saturio: Entre La Vera y El Valle. Tradiciones y folklore de Piornal, 309. FLORES DEL MANZANO, Fernando: La vida tradicional en el Valle del Jerte, 192. MARCOS ARÉVALO, Javier: «Aproximación al Calendario Festivo Extremeño: Materiales para una Guía de Ferias y Fiestas Populares», en Saber Popular, Revista Extremeña de Folklore, 1 (Fregenal de la Sierra, 1987), pág. 42. UN AMANTE DE SERRADILLA (Agustín Sánchez): Un Año de Vida Serradillana.. Imprenta Sánchez Rodrigo. Plasencia, 1982 (2ª edición), Págs. 293-297. CASO AMADOR, Rafael, OYOLA FABIÁN, Andrés, SERRANO BLANCO, Juan Andrés y CROCHE DE ACUÑA, Fernando: «La comarca de Fregenal de la Sierra, Zafra y su entorno», en Raíces, 2 (coord.: TEJEDA VIZUETE, Francisco). Separata del Diario HOY (Badajoz, 1995). Págs. 22-23. RODRÍGUEZ PASTOR, Juan y ACERO, Eduardo: «La comarca de la Siberia Extremeña y La Serena», en Raices, 2 (coord.: TEJEDA VIZUETE, Francisco). Separata del Diario HOY (Badajoz, 1995), pág. 64-66.

[19] RODRÍGUEZ PASTOR, Juan y ACERO, Eduardo: «La comarca de la Siberia Extremeña y La Serena», 66-67.

[20]FLORES DEL MANZANO, Fernando: Mitos y leyendas de tradición oral en la Alta Extremadura, 160. FLORES DEL MANZANO, Fernando: La vida tradicional en el Valle del Jerte, 192.

[21] RODRÍGUEZ PASTOR, Juan y ACERO, Eduardo: «La comarca de la Siberia Extremeña y La Serena», 64.

[22] DOMÍNGUEZ MORENO, José María: «La Hermandad de Ánimas de Ahigal», en Revista de Folklore, 58, tomo 5, 2 (1985), p.111-120.

[23] Es posible que pantarulla sea un derivado de la palabra espantar, al igual que la voz extremeña pantaruja, en este caso sinónimo de fantasma. Esta última, que aún se mantiene con vitalidad en Guareña, Arroyo de San Serván, Badajoz, Trujillo, responde a «una persona que a medianoche se viste con sábana blanca, un puchero con una vela en la cabeza y dientes de ajo en la boca. Esto lo hacen para conseguir alguna cosa, asustando a la persona de quien lo esperan». VIUDAS CAMARASA, Antonio: Diccionario extremeño. Univ. de Extremadura. Cáceres, 1980. En Almoharín, con vestimenta de esta guisa, siempre con un garrote en la mano, la pantarulla solía tener como único objetivo amedrantar a yernos o nueras cuando estos no eran del agrado de los padres, o simplemente dar un escarmiento al joven que hubiera roto una relación amorosa. Sin obviar este significado, también se define a la pantaruja como un «Trasgo o fantasma asustaniños extremeño que, según la tradición, actúa por la noche llevándose a los niños que no quieren dormirse». MARTÍN SÁNCHEZ, Manuel: Seres míticos y personajes fantásticos españoles. Editorial EDAF. Madrid, 2002. Pág. 417. Por tierras pacenses el nombre de pantaruja se le da igualmente al pelele que arde en las hogueras de las Candelas.

[24] GUTIÉRREZ MACÍAS, Valeriano: «Por la geografía cacereña. Visión de Aldeacentenera», en Revista de Estudios Extremeños, XXXIV, II (Badajoz, 1978), pág. 273.

[25] JIMÉNEZ MILARA, Vicki: Crónica de 17 pueblos (La Siberia Extremeña). Institución Cultural Pedro de Valencia. Diputación Provincial de Badajoz. Sevilla, 1982, pág. 33. También con este aspecto, en evitación a ser reconocidos, o para infundir pavor a los solitarios transeúntes, algunos vecinos acudían a sus citas amorosas. Este último motivo era el que guiaba la actuación de los fantasmas de la Calabria Extremeña, quienes, para mostrar su apariencia terrorífica, además de la vela llevaban sobre la cabeza una calabaza agujereada.

[26] BARROSO GUTIÉRREZ, Félix: «Apuntes sobre Las Hurdes (Aspectos etnográficos y antropológicos)», 143.

[27] DOMÍNGUEZ MORENO, José María: Los cuentos de Ahigal. Cuentos populares de la Alta Extremadura. Palabras del Candil. Colección Tierra Oral, n, 8. Guadalajara, 2011. Págs. 193-196.

[28]El Correo Jurdano, 18 (Caminomorisco, Diciembre, 1999), p. 11. (Recitó: Juliana Hernández Martín, 53 años).

[29]FLORES DEL MANZANO, Fernando: Mitos y leyendas de tradición oral en la Alta Extremadura, 158.

[30]MARTÍN SÁNCHEZ, Manuel: Seres míticos y personajes fantásticos españoles, 402. BARROSO GUTIÉRREZ, Félix: «La figura juglaresca de tío Goyo, un arquetipo hurdano», en Revista de Folklore, 290, tomo 25, 1 (2005), págs. 118-119. BARROSO GUTIÉRREZ, Félix: «Apuntes sobre Las Hurdes (Aspectos etnográficos y antropológicos)», 143. Las leyendas sobre las esquilas de ánimas que tocan solas son frecuentes en toda la zona norte de la provincia de Cáceres.

[31] CALLEJO CABO, Jesús: Gnomos. Guía de los seres mágicos de España. Editorial EDAF. Madrid, 1996. Pág. 116.

[32]El Correo Jurdano, 21 (Diciembre, 2000), p. 21.

[33]El Correo Jurdano, 27 (Octubre, 2002), p. 11 (Informante: José Azabal Sánchez, 62 años, de La Muela).

[34] Fue recogida esta letra en Ahigal, si bien en su totalidad o con ligeras variantes se escucha en otros muchos lugares. Incluso forma parte del folklore de Salamanca, provincia a la que pertenecen estos versos: «Las lucecitas que alumbran / de noche en el cementerio / están diciendo a los vivos / acordaos de los muertos». MORÁN BARDÓN, César: «Poesía popular salmantina. Folklore», en Obra etnográfica y otros escritos, I. Salamanca. Centro de Cultura Tradicional. Diputación de Salamanca. Salamanca, 1990, pág. 66. Este trabajo fue publicado en 1924.

[35] SENDÍN BLÁZQUEZ, José: Tradiciones Extremeñas. Editorial Everest. León, 1990, págs. 249-255.



Fuegos rituales en Extremadura: Las luces de ánimas

DOMINGUEZ MORENO, José María

Publicado en el año 2018 en la Revista de Folklore número 432.

Revista de Folklore

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